Aún me quedan que recorrer para cerrar el círculo algunos kilómetros, pero
ya camino por terreno conocido, aunque bien es cierto que lo hice en moto y
no es lo mismo. Ahora mi propósito es echarle un vistazo in situ a la
chopera de El Maeso, que siempre he contemplado desde la distancia.
La acequia de la margen izquierda del río
La Chopera, que ya hemos visto cual es su función y propósito. Seguro que
también estarán amparados este tipo de cultivos por subvenciones de la UE.
Este año para estos bancales en rotación, toca descanso.
Torrearenas, de Moratalla
El cerro de Salmerón que de pronto entra en erupción.
¡Después de siete millones de años, ya era hora...!
Me salgo de la pista unos metros para curiosear por entre un grupo de casas
en ruinas que observo a mi derecha. Veo en una de ellas este cartel, y
claro, ¡cualquiera se resiste a semejante gancho o reclamo...!, porque todo
lo que reza peligroso o prohibido atrae. Eva tuvo la culpa con la dichosa y
apetitosa manzana aunque todos los cultos, entre los que no me incluyo,
saben que en realidad se trató de un higo el fruto de la discordia.
Husmeo un poquito pero no mucho, no sea que me cuele en algún sitio por
entrometido y fisgón.
Vestigios del ayer, aunque quizá no tanto.
Recorro paisajes ya conocidos aunque esas bonitas nubes le proporcionan un
aire distinto a las fotografías; ¡las aprovechamos...!
El río Segura presenta hoy un caudal muy diferente al del día en que
fotografié a los peces.
El cerro del Monegrillo nos sigue dando mucho juego por estas latitudes y en Las Minas y Salmerón, es el sherif del condado, constituye la eminencia y prominencia orográficas que se lleva la palma.
Pero claro, el aliciente que nos ha proporcionado el cerro Pajares, ha sido la repanocha.
Ha superado todas mis expectativas. Ahora entiendo el porqué de que luzca tan pelado. Para nuestra desgracia, sucumbió a la espada de Damocles de todos los montes poblados de pinos, ya que junto a las sierras de su más inmediato entorno, ardió como una antorcha en el aciago año del 2012.
Interesante inscripción a modo de proverbio en una de las viviendas de
Salmerón. Infiero a un morador de manifiesta inclinación filosófica...
Y a partir de aquí ya estamos en otro momento, en el día en que me propuse conquistar la cima del Pajares. Acudo con la incertidumbre lógica de si
seré capaz de hallar un camino óptimo de subida hacia la cumbre y si
mientras ando en faena, no me veré en un fregao, un imponderable u obstáculo con el que no haya contado. Solo me preocupa
el no elegir bien el cuele y que me enrisque y ni parriba ni pabajo, porque
desde la distancia y mediante las fotografías, no se aprecian bien las
alturas reales. Que no me vea como en la sierra del Frontón, aquella de los dinosaurios, que me vi metido en un brete. Lo que sí tengo claro es que no voy a emprender ninguna
trepada demasiado aérea con caída vertical al vacío. Esa posibilidad,
por muy sencilla que se pueda presentar a priori la escalada, no la
contemplo. Y despacico, sopesando bien cada movimiento, tratando de elegir
la canaladura correcta. Lo veo fácil pero nunca se sabe mientras no se está
sobre el terreno. En fin, siento algunas mariposas revoloteando en mi
estómago, pero vamos allá.
De momento, para serenar el ánimo, me distraigo con estos paisajes.
Dejo el coche a la orilla del camino y aunque todavía son las ocho y media
de la mañana, el termómetro ya marca los 31ºC y no corre un pelo de aire.
Pero bueno, con eso ya contaba.
Lo primero que tengo que hacer es llegar al pie del paredón rocoso y luego
elegir una canaladura lo menos vertical posible por la que ir
trepando.
A punto de alcanzar la muralla.
Ya estoy. Ahora se trata de elegir una brecha por la que ascender, de las
numerosas que veo viables. Va a resultar más fácil de lo que pensaba.
Me tropiezo con algunos tocones carbonizados, incluso rocas a las que me
agarro que me llenan las manos de tizne. Hubo un tramo de subida que preferí
no utilizar la cámara para no pringarla. Después de doce años transcurridos,
las secuelas del incendio aún son palpables, y nunca mejor dicho.
No hay peligro, solo se requiere esfuerzo físico y buen tino en los asideros y el agarre. A
pesar del calor y la falta de ventilación, lo estoy disfrutando. ¡No hay miedorrrr...!
He superado la zona de trepada y ya huelo el cilindro del vértice.
No
tardaré mucho en tenerlo a la vista.
En efecto, allí está. Dos cabras a las que he sorprendido han salido echando
leches para dios sabe donde. Ni tiempo me ha dado pensar en dispararles, con la cámara, claro. La camiseta
chorrandico. Me la tengo que cambiar, algo que ya tenía previsto.
Al fondo, el picacho que se encuentra cinco metros más elevado que el
vértice geodésico.
Una vez recupero las pulsaciones me dedico a otear el horizonte y a
disfrutar del paisaje.
Enfocando hacia los arrozales de Las Minas y Salmerón
La altiplanicie del cerro se encuentra toda pelada, ni una mala sombra, ni
un pino que se librara de la quema, nada...la única protección la de mi gorra y muchos
mosquitos revoloteando a su alrededor.
La alargada silueta de la Sierra de los Donceles, también muy castigada por
los incendios.
Entremedias de Los Donceles y el Pajares, La Chamorra.
A ver si mirando hacia el lozano verde se nos refresca por lo menos el espíritu, porque lo que es del flequillo pabajo, es to bochorno a pajera...
El cerro de Salmerón, canteras de mármol del Cabezo Negro y más al fondo,
la villa de Calasparra y asomando por la derecha, la Sierra de San
Miguel.
Un tramo del camino que utilicé para circunvalar el cerro de
Pajares.
Mirando hacia el pantano del Cenajo
El zurrón del que me servía aquel día.
Realicé una pequeña batida alrededor del vértice con la cámara de vídeo y he aquí el resultado.
Y luego me hice unas auto fotos para que quedara constancia de mi paso por estos andurriales y porque me ha dado por ahí, que a mí es por donde me da...😉
Y ahora a ver por donde bajo...
FINAL CUARTA PARTE
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