A principios de mayo, hice una excursión senderista por las inmediaciones
de los barrancos de Gebas, que me dejó maravillado pues no esperaba toparme
con orografía tan singular. ¡Qué cantidad de detalles
curiosos se me ofrecían a los ojos a cada paso que daba! Eran tantos que con
la cámara, no sabía adonde acudir. Encajonado entre el espectacular Barranco del Infierno
y su continuación por el cauce de la Rambla de Librilla, andaba yo
embelesado, absorto en la contemplación de tan abrupto complejo
geomorfológico, formado de multiformes areniscas, cárcavas, quebradas, tajos, fisuras, torrenteras,
hendiduras, verticales taludes, refulgentes paredes de yeso, veteadas de
estratos salíneos; cilindros enormes que recuerdan los tubos de un órgano; pináculos esculpidos por la erosión, adoptando
caprichosas formas, modelados por el viento y el agua desde tiempos
inmemoriales. Chimeneas de hadas, túneles, suelos resquebrajados por la sequía, en
contraste a pocos metros con la frondosa vegetación riparia, brotada al
socaire de la humedad de la rambla, etc, etc, ya digo, me
dejaron patidifuso, muy asombrado, pues una vez más, me llevaba a
constatar, la de increíbles y bellos rincones que todavía me faltarán por
conocer de nuestra diversa geografía murciana. Y no acaba aquí
la cosa porque el remate final fue llegarme al Mirador del Infierno y desde
tan pintiparada atalaya, enfrentarme por su flanco Este, al dramático y
colorista panorama que conforman los Barrancos de Gebas y embalse de
Algeciras. En verdad que escenifican un paisaje lunar de lo más fascinante,
distinto desde luego, al que uno está acostumbrado a ver, por lo que mi disfrute
pupilar rozó el delirio, éxtasis sensorial experimentado del que aún no me
he recuperado. Entre otras razones, porque hace unos días, volví a repetir
experiencia por esos lares, pero desde el otro lado, esto es, abordando los
barrancos de Gebas y el embalse desde el Oeste, y lo hice, rememorando
idéntico recorrido al realizado en 2015, acompañado en aquella primera ocasión de mi perrita, mi añorada Viky, la
que durante tantos años y tantas rutas fuera mi fiel e incondicional
compañera de fatigas, aunque seguro estoy que más de una vez, acabaría de su
dueño hasta el mismísimo rabo. Si los perros hablaran...
Pero en esta tercera oportunidad, tampoco acudía en solitario a mi cita con los barrancos de Gebas.
Lo hacía acompañado de Alfonso y Mª Carmen (mi zagal y sobrina). Ambos
habían dormido poco la noche anterior por causas laborales, y por ello, me
pidieron un poquito de árnica, y si la idea y esperanza que albergo es
sembrarles la afición y dejarlos arregostados para la causa montañera, debía mostrarme comprensivo
para con sus circunstancias y decidir un itinerario que no fuera ni
demasiado exigente ni complicado, porque si alguien sabe lo que es "andar
medio zombie tras de un saliente de nocturno", desde luego, ese soy yo. De
manera que pensé que un recorrido cuasi turístico, por entre los insólitos
barrancos de Gebas, nos podía venir que ni pintado a los tres, para
disfrutar del camino y del paisaje. Aunque sabido es que los caminos del
senderista aficionado siempre son impredecibles y al regreso, hacia la una
de la tarde, una calma chicha y bochorno abrasador, se cernió sobre
nosotros, para cocernos al baño maría en nuestro propio sudor, hasta el
punto de hacernos enmudecer y apretarnos los machos para poder completar el
círculo. Pero estos jóvenes no están hechos precisamente de mantequilla y
aguantan lo que les echen y además, palos con gusto no pican y tanto el frío
como el calor, así como el viento y la lluvia, y otros fenómenos
meteorológicos, forman parte intrínseca del devenir senderista y por tanto,
los aceptamos y afrontamos como un aliciente más, en pro de nuestra
particular vivencia, disfrute y reto de superación, por esos caminos de dios.
Llevaba introducidos en el gps dos itinerarios y según las circunstancias
me fueran o no propicias, podría conjugar ambos para un mejor
aprovechamiento de la excursión, pero finalmente opté por el más sencillo,
sin meterme en camisas de once varas, el que discurre (en el sentido de las
manecillas horarias) por la antigua vía pecuaria, senda de los Azagadores,
obviando el regreso por la rambla de Algeciras, ya que con los 16 kilómetros
de que constaba el recorrido junto con el ya referido sofocante calor que
nos abrumó a la vuelta, tuvimos más que suficiente para volver derrengados
al coche.
Iniciamos nuestra andadura desde el espacioso aparcamiento de vehículos,
del restaurante El Mirador de Gebas (que encontramos cerrado), por
una pista asfaltada, dirigiéndonos como primer punto emblemático de nuestra ruta de hoy, hacia el Mirador de
Gebas, propiamente dicho, pero a las primeras de cambio, este espacio
natural protegido, ya nos va cautivando, por sus colores, sus formas, sus
contrastes y texturas, por un entorno que parece laberíntico y marciano,
compuesto de arcillas y margales, muy erosionados por la acción del agua,
junto a suelos halomórficos, resultado de los procesos de salinización de
sus lechos, que imposibilita el crecimiento de una cobertura vegetal
suficiente que palíe la degradación permanente que sufren. La flora de
este espacio se reduce a algunas gramíneas y formaciones esteparias de
suelos yesosos, mientras que la fauna se compone de pequeños roedores y
reptiles, algunas aves y rapaces, procedentes la mayoría de la vecina
Sierra Espuña y mamíferos como el conejo, erizo, zorro o jabalí. No
olvidemos que estos bichos, se ven obligados a adaptarse a unas
condiciones de supervivencia en extremo difíciles debido a la escasez de
lluvias y alta insolación.
Por el albugíneo camino, no excesivamente polvoriento, y por la cañada de
las Pelotas, seguimos progresando, rebasando a nuestra derecha el
camposanto de Gebas, que se halla emplazado sobre un cerro dominante donde
unos metros antes, se halla ubicado un cilindro de vértice geodésico
situado en los 428 metros. Las humildes gentes de esta aldea, hace 68 años, fueron capaces de unirse y construir su propio cementerio y, desde entonces, gestionarlo. La loma donde se ubica supone, en línea recta, el punto más elevado
entre Gebas y el embalse.
No creo que paisaje tan singular como este, deje indiferente a nadie, sobre
todo si se adentra uno en su descarnada orografía, con el bello decorado de
las turquesas aguas del pantano Algeciras de fondo. De hecho, los barrancos de Gebas constituyen, desde 1.995, uno de los
ocho paisajes protegidos de la Región de Murcia. Además, dado su alto valor geológico y geomorfológico, originado
por las corrientes de agua de la rambla de Algeciras y su cuenca sobre terrenos
altamente erosivos, se presenta como uno de los mejores ejemplos de badlands (tierras malas en
cristiano) de la Región de Murcia, lo que motivó también en su día su
catalogación como Lugar de Interés Geológico (LIG).
Este cuasi páramo de belleza inusitada se halla acotado entre las sierras de Espuña, La Muela y El Cura, con 2.271
hectáreas de superficie, repartido entre los municipios de Alhama de
Murcia y Librilla.
Enfocando hacia el Cerro de la Atalaya y La Muela (633m). Desde la cuerda
de la sierra supongo que se hará visible la ciudad de Alhama de Murcia, que
se encuentra al otro lado. Habrá que hacer un recorrido por La Muela, un día
de estos. Seguro que resultarán interesantes las panorámicas que nos pueda
deparar su cumbre.
Pronto damos vista a las primeras estampas del embalse de Algeciras,
disfrutando del sincretismo pintoresco que nos ofrece el verde azulado del
agua con el amarilleo de los barrancos. De las apacibles aguas parece
que surge una ligera bruma.
Enfilando la recta final hacia el Mirador por la Loma del Caire.
Desde este punto de observación señalizado con paneles interpretativos, se
puede divisar la práctica totalidad del Paisaje Protegido, pudiéndose
acceder en vehículos a motor hasta el mismo mirador, ya que dispone de un
aparcamiento con una capacidad aproximada de dos autobuses y quince
coches.
El Mirador, construido en el año 2002 por la Dirección General del Medio
Natural, en colaboración con el Ayuntamiento de Alhama y la Asociación de
Vecinos de Gebas, se encuentra a 351 metros de altitud. La panorámica es muy
atractiva, ya que permite contemplar toda la vertiente Este y algunas de las
cumbres de Espuña, la cara Norte de La Muela y de Carrascoy e incluso las
Sierras de la Pila y Ricote, pero sobre todo, el intrincado complejo
geomorfológico que forman los Barrancos de Gebas, el mejor laberinto natural
que nos ha legado la naturaleza. Al final de los barrancos, hacia el Este,
entre La Muela y el Cerro del Castellar se observa la Presa de Algeciras y
una parte del agua embalsada.
De los dos o tres carteles interpretativos, que hay por aquí, solo encontré
este legible. Los otros aparecen con los caracteres muy difuminados con
urgente necesidad de restauración o recambio.
Al regreso, cogeremos la senda del Rento, que nos pilla a mano izquierda.
De momento, seguimos el camino de los Azagadores, en dirección al
embalse.
Entre Casas Altas y Cabezo Redondo, existen explotaciones agrarias, creo
que de naranjos y mandarinas. Desde nuestra posición se pueden atisbar en
lontananza.
En el descenso por una cañada, un estrecho camino a la izquierda nos
permite aproximarnos hasta el borde mismo de algunos de los barrancos con
curiosas formaciones. Aquí la erosión ha creado cortes verticales con
laderas de fuertes pendientes, más peladas de vegetación que una bombilla de
60 vatios. El disparador de la cámara cobra vida propia, se enardece y no me
obedece.
Ancho cauce de un barranco que desemboca en una de las colas del embalse.
Se me pasó por la cabeza echar por aquí, pero a saber si el lecho seguiría
estando transitable más adelante y además, el calor ya se dejaba sentir, y
sabía que dada la hora, próxima al mediodía, a la vuelta, nos pasaría
factura. Así que, haciendo de guía, los experimentos con gaseosa y a ser
posible, bien fría.
Los primos hermanos parecían pasárselo bien, lo que me tranquilizaba y
alegraba sobremanera. Ahora bien, sabía que todo lo que se baja, luego hay
que subirlo y ¡menudas rampas hay por aquí y sin que corra un pelo de
aire...! ¡Mamá turrón la que nos espera a la vuelta...!
Fotografiando los barrancos que vamos dejando a nuestras espalda. También
la cuerda de Sierra Espuña.
Vamos, te da un telele por entre esos surcos, y es que te cueces vivo. En
verano, este lugar se debe parecer mucho a la idea que tenemos del averno o
el desierto de Sonora.
Al frente, al otro lado del pantano, El Castellar y Lo Ramón, y asomando a
su derecha, la corpulencia del Parque Regional Carrascoy y El Valle.
Ya casi nos colocamos encima del embalse.
Impresionante el aspecto laberíntico, intrincado, lunar de los barrancos de
Gebas. Tiene que suponer una gozada el perderse entre esos despeñaderos,
cárcavas y torrenteras. Hacer equilibrios por las aristas. Pero en invierno
y sabiendo adonde queda el camino.
Excelente captura de mi sobrina. El paisaje es apabullante.
Una pequeña sesión de postureo entre deudos, no puede faltar en lugar tan
espléndido como el embalse de Algeciras. Luego vendrá alguna más porque el
lugar lo merece y se presta a ello.
FINAL PRIMER CAPÍTULO
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