Me encuentro a punto de arribar al primer ramal del barranco que nace en el Cerro Gorrumbres.
Ni siquiera la umbría puede librarse de la gran aridez que impera por doquier. Ni bajo la sombra refresca lo que debiera.
De allí arribota vengo.
Desde esta hondonada, seca y un tanto asfixiante, y conforme voy saliendo de ella, obtengo vistas interesantes hacia toda la vasta orografía que me circunda, entre otros puntos a destacar, toda la Cuerda de la Gitana, Barranco del Escribano, ruinas de la cortijada Bejar, Cerro de los Corzos, etc.
Peña Jarota también asoma por aquí.
Beteta, El Pocico y Peña Jarota
Cerros del Servalejo y del Morrón
Dejando atrás Calar Blanco y tras superar el Rincón de Matabueyes, conectando con el camino, ¡por fin!, que viene de la Rogativa con dirección Inazares. Desde esta fotografía se puede inferir la escarpada ladera en vertiginoso descenso que he tenido que afrontar.
Aquel es el Cerro de los Pechos donde existe instalada una antena de telefonía. No obstante, parece que solo existe cobertura en Inazares, y no demasiada, en las inmediaciones de la antigua escuela, hoy reciclada, si no recuerdo mal, en salón social. Hace unos días, estuve comiendo en El Nogal, y puedo dar fe que el tlf no marcaba ni una raya, por tanto, lugar ideal para "desconectar".
Sierra de Mojantes
Este camino que viene de la Rogativa, fue muy frecuentado en otras épocas. García Gallego, también relata en su libro, el episodio de la aparición de la virgen:
Las onduladas tierras entre monte y rambla que rodean la ermita fueron durante los siglos de frontera escenarios de cruentas razzias entre moros y cristianos, apareciendo en algunas crónicas como Campos de la Matanza. El nombre de Rogativa procede de 1535, cuando un pastor buscó refugio en estos campos durante una noche tormentosa en la que tuvo una ensoñación con visiones en forma de mujer. A la mañana siguiente le llamó la atención un trozo de siembra que tenía las espigas completamente granadas en contraste con el resto que estaba floja y tardía. Al acercarse partió volando una paloma a la que el pastor arrojó una piedra produciéndose la aparición de la Virgen con una pequeña gota de sangre en su frente. La Virgen previno a los moratallenses para que fuesen más caritativos y hospitalarios con los desposeídos y para que levantaran en aquel lugar una ermita advocada a Nuestra Señora de la Rogativa, dejando como testimonio la huella de sus pies en el barro.
La tradición cuenta que fueron muchos los enfermos y lisiados que sanaron al aplicarse el barro de La Rogativa con verdadera fe, de donde debe arrancar la costumbre de peregrinar al lugar, hoy transformada en romería, desde Moratalla el último domingo de mayo. La primitiva ermita fue construida por madereros franceses que talaban la zona, posiblemente con quejigos y pinos laricios, que el destino quiso que ardieran a finales del siglo XVI, para levantar la actual, en modesta arquitectura rural, de una sola nave con falso crucero. El camerino del altar mayor posee frescos de mediana calidad. La imagen es una reproducción de la antigua, destruida en la contienda civil.
García Gallego me confirma el probable origen del paraje "La Matanza", topónimo que despertó mi curiosidad con ocasión de aquella excursión a Peña Jarota que abordamos el pasado marzo.
Campos de las inmediaciones de Inazares.
Pese a la sequía, la belleza de su entorno, salta a la vista.
Los Odres
Mi paisano bullero, el autor de la deliciosa obra "Una vida retirada, Inazares, de Camino hacia el Cielo", Antonio Fernández Jiménez, dedica también un primoroso capítulo de su libro al suceso acaecido en la Rogativa. Fusilo unos cuantos fragmentos, por aquello de "dejar con la miel en los labios" a los posibles interesados y contribuir con ello a su publicidad...
—¿Por aquí se va bien a La Rogativa?
—¡Sí! ¡Despacico se puede pasar! Cañada de la Cruz queda a la izquierda y la Rogativa a la derecha. ¡Todo para abajo!
El hombre del tractor chilla para que se le oiga por encima del motor de su maquinaria, que desciende por la vereda de tierra que llega hasta Inazares pasando por el lavaor.
La pista forestal culebrea hasta llegar a una cima. Ovejas balan a lo lejos. Desde este mirador el pueblo es minúsculo, abrazado por un semicírculo de choperas y nogales, abrazados a su vez por un cerco de serranías azules, abrazado todo por nubes que giran en círculo sobre el territorio como cuervos grises en este martes 13 de noviembre.
Un rayo de sol se abre paso de vez en cuando y los campos reverberan de un amarillo cetrino, de un rojizo dorado las rocas, de un ocre tostado las nogueras, de un verde pistacho y naranja caduco las altas choperas, de salmón los cerezos.
Un perro ladra en el camino. Otro más pequeño y más enrabietado le sigue. Detrás, sonríe una mujer con los mofletes arrebolados.
—Por aquí bien para la Rogativa, ¿no?
—¡Sí! ¡Venga! ¡Adiós!
Santuario Virgen de la Rogativa, 8,7 kilómetros hacia la derecha. El cartel está clavado en un tronco desplomado, volcado por la ventolera. El descenso culebrea bosques de pinares, abetos, salinas, bancales cuya tierra fértil ha arrastrado la lluvia dejando pedruscos al aire. La luz es débil a las cuatro y media de la tarde.
De las umbrías brotan raíces recias como huesos de un cadáver mal enterrado. Desde un cejo de cientos de metros hacia abajo se columbra el paisaje difuminado de la Cañada del Conejo y sierras vecinas. Santuario Virgen de la Rogativa, 4 km. Un cartel de madera con forma de flecha. Jumas, ramujas, troncos quebrados, huellas de jabalí. Un paraje que “sorprende al visitante que se ha venido internando hasta llegar a él, a través de muchos kilómetros de soledad frondosa. Sin ser un valle cerrado, esta encajado entre fuertes montañas que hacen sentir la inmensidad del cosmos” escribe María del Pilar González Blanco en Santuario de Rogativa, un cuadernillo editado por el Instituto Teológico de Murcia y la Asociación Patrimonio Siglo XXI para el estudio, defensa y conservación del patrimonio cultural de la región de Murcia.
El misterio que salvaguarda este rincón se remonta a una historia acaecida en la noche del 7 de mayo de 1533, cuando Ginés Martínez de Cuenca dormía al lado de su ganado en una cañada y soñaba con una hermosa mujer. «De amanecida, cuando volvía a sus tierras de labor arrojó una piedra a una paloma blanca que surcaba el aire y, de súbito, nimbada de ángeles, descendió una virgen con manto blanco y unas gotas de sangre en el rostro», escribe J. M. G en La Verdad de Murcia el sábado 18 de mayo de 1996. Según María del Pilar González, veinte días después, el 27 de mayo de 1535, Ginés Martínez de Cuenca relató en el registro notarial, ante el regidor Antón López, los escribanos Martín Puyol y Benito Sánchez, los bachilleres Francisco de Santa Ana y Figueras, y el presbítero Miguel López, que aquella mujer vestida de blanco con una gota de sangre en la frente le preguntó: “¿Qué buscas, hombre?”. Ginés se turbó ante la presencia de la Señora y su deseo de que se construyera una ermita para evangelizar a los moriscos.
Los valles se abren en el horizonte cuando se desciende corcoveando este camino de caballería que en otro tiempo recorrería en burra el santo cura de la Parroquia Rogativa Inazares y se llenaría de festejo en las romerías. Niños, jóvenes, ancianos. A pie, subidos en tractores, en remolques. Un día de finales de mayo, un día de mediados de agosto, el día de la Cruz, el día de la Ascensión. Sus guitarras, sus laúdes, sus violines, sus cantos de animeros. Retumbarían sus voces en las peñas y en las cuevas, en los valles y en las cumbres, animando la soledad de las espesuras. Ahora es un espacio protegido lleno de silencio salvaje.
No se puede conducir a más de treinta. Precaución con los animales.
Precaución con los senderistas y ciclistas. Cerca de una rambla, un tramo se agrieta con socavones zigzagueantes por el paso de la escorrentía de lluvias pasadas. En una pequeña vaguada, un pino parece luchar por aferrarse a la tierra y resistir enganchado con sus desnudas y artríticas raíces para no caer moribundo sobre la hierba recientemente peinada por el agua. Las viñas de la Rogativa copan un terreno llano. Sarmientos granates empinados como antenas. Las Casas de Alfaro, un viejo cortijo, y tras ellos, sobre una loma de escasa altura junto al camino, se alza la ermita memorial de la Rogativa, con tejado a dos aguas, una espadaña, una veleta, a unos doscientos metros de la caseta encalada de la aparición, en el enclave silencioso del valle.
“...la ermita se ha colocado en el mejor sitio posible para que los pobres puedan acudir a él con menor esfuerzo», escribe González, porque para acceder al lugar original del aparecimiento “sería preciso construir un puente ya que el río que hay que atravesar lleva bastante caudal muchos meses a lo largo del año”.
Después de lo relatado por Ginés en el registro comenzó la obra de la ermita. Pero lo que se construía por la mañana desaparecía misteriosamente por la noche. Cambiaron la ubicación y en el lugar de la aparición se erigió un pequeño templete encalado, una discreta caseta blanca, aunque, según González, tampoco fue ahí donde el acta notarial sin publicar, tan solo se conoce por referencias recoge el lugar exacto donde Ginés tuvo aquella visión, sino que la sitúa más al norte, en un mojón en el que según la tradición estuvieron impresas las huellas de la Virgen. “La piedad popular no ha sido exigente en Rogativa. No se ha pretendido que la marca de las plantas de la Señora siguiera estando presente en el lugar [...] Es más hermoso pensar que la Virgen pisó en la tierra del labrado y que su planta la hizo fecunda y acogedora. No hay que caer en el fetiche [...] No deja de ser sorprendente que las cosas se hayan hecho así. Ni que la noticia de que la imagen dejó sus huellas grabadas en la roca no se haya explotado más desde el punto de vista religioso y turístico, pero así es todo en Rogativa: sencillo y sin pretensiones”.
Antonio Fernández, en este mismo capítulo de su obra, describe en una conmovedora prosa poética, algunos de los cuadros que tienen lugar durante la romería y también nos habla del matrimonio que durante tantos años estuvo a cargo del mantenimiento y custodia de la ermita.
El 23 de enero de 2018 Julián dijo en el Salón Social: “Ese hombre que había en la Rogativa se ha muerto, el Alonso. Tenía ochenta y nueve años. A la mujer se la han llevado ahora a Nerpio. Ahora en la ermita no hay nadie”. Alonso y su mujer Concepción eran los últimos centinelas de la Virgen de la Rogativa desde que se iniciaron las peregrinaciones en el siglo XVI.
Vivían en el antiguo hogar llamado Casa del Santero, aledaña al santuario, en esa loma a 1285 metros rodeada de macizos y montes, Revolcadores, El Servalejo, Peña Jarota. Una construcción de ladrillo, madera y piedra declarada Bien de Interés Cultural. Un incendio devastó prácticamente toda la ermita, pero se reformó tal y como se conserva hoy.
Cuando Paco regresó de Palma visitó a Concepción y Alonso y encontró penuria y soledad. «Estaban muy mal los dos, los pobres», dijo una noche de finales de enero. «Él estaba ahí sentado al sol. Era una lástima. Solos, de noche y todo el día. En Nerpio ella no se entendía. Me dice: "Yo allí no sé encender la cocina, no sé lavar con la lavadora, yo no me entiendo. Estoy aquí más a gusto, con mi vida"».
El porche del lateral de la ermita emite olores a madera húmeda. En la pared encalada se puede leer la inscripción en mayúsculas de la reforma de la ermita: “De Moratalla, siendo alcaides ordinarios Eugenio de Navarrete familiar del Santo Oficio y Diego Ximénez Tutnillana”. Año 1636.
Una gavilla de hojas descansa sobre el largo poyete como si fuese un ramo de flores esqueléticas. «En el porche dos octogenarios, un hombre y una mujer, dormitan echados en el suelo como dos figuras salidas de una alucinación», escribe Pascual García en el semanario comarcal El Noroeste en agosto de 2016.
...son las cinco y media de la tarde y el todo terreno de la Guardia Civil pasa de largo. Todavía hay papeleras públicas con sus bolsas de plástico negras, que se inflan y desinflan por el aire helado que baja de la sierra y que arrastra el tintineo de un cencerro.
La quietud que rodea el edificio, este rincón vacío y despoblado, apenas se quiebra por un canto lejano de ave y por los rumores de las nubes que se forman allende las cumbres y que marcarán unos días de lluvia pertinaz.
El camino de vuelta sin asfaltar dirección a Moratalla atraviesa un riachuelo y zigzaguea, antes de llegar al Calar de la Santa y El Sabinar, cortados, bloques de piedra zafrán. Más allá de estos cerros está la Sierra de Semogil.
Desde el borde de un precipicio, un majestuoso ejemplar de macho de cabra montesa contempla, con la prestancia señorial de un arce, como un edil de estas tierras extremas, todo el territorio de la Sierra Seca que se abre a su frente. Cuando de pronto percibe un asomo de vida humana allá abajo observándole, agacha su cornamenta, se gira y desaparece.
No conocía el topónimo "Sierra de Semogil" (y sigo sin ubicarla), y doy por hecho que el autor se ha documentado lo suficiente para emplear la referencia con propiedad. Sí que conozco de toda la vida "los baños de Somogil" e indagando para tratar de dilucidar donde puede hallarse ubicada la referida sierra, no he encontrado otra cosa que en la antigüedad, sí que se hacía referencia a esos baños utilizando el hombre de "Semogil". Al fin y al cabo, no se trata más que de una vocal, y en todo caso, yo de purista y tiquismiquis tengo lo que de obispo, es decir, lo justo y necesario. Pero dada mi curiosidad por casi todo, esa pesquisa me ha llevado a conocer otra gran obra, muy sugestiva en cuanto a obtener interesantes conocimientos sobre la HISTORIA DEL AGUA EN MURCIA se refiere. Veo capítulos muy prometedores. Y por lo leído y visto, ya que también contiene fotografías de lo más curiosas y entrañables, me parece absolutamente primorosa, como se suele decir, de obligada lectura. Solo por haber dado con sendas obras, la de Antonio y esta, ha merecido la pena el que siga "buscando" y alimentando este blog. Como decía, a través de un somero repaso, ha sido este interesante trabajo quien ha despejado mi duda pues, en efecto, a Somogil, también se le conocía antiguamente por Semogil.
Tiempo atrás, el Somogil –poza situada en el barranco de Hondares que desembocaba en el río Alhárabe- era el lugar de “veraneo” de los moratalleros por el atractivo que suponían sus aguas termales cuya temperatura estaba en torno a los 20º e indicadas, además, para afecciones de la piel; y también por el entorno montañoso del lugar donde acostumbraban a pasar varios días en familia y entre amigos y vecinos.
El dueño del paraje construyó varias casetas adosadas lateralmente – espacio cubierto que constaba, simplemente, de una sola pero amplia habitación- para alojamiento, previo pago del “alquiler” o “cuota” establecida.
Para la gestión, mantenimiento y “atención al cliente”, había un encargado que se ocupaba de ello; incluso se desplazaba al pueblo para hacer compras y traer a los “veraneantes” los encargos que le hacían. La familia ocupante del habitáculo distribuía el espacio, según sus necesidades, con mantas o sábanas a modo de tabiques, destinando cada espacio a un menester: dormitorio –durmiendo en el suelo- despensa, comedor, cocina, etc., utilizándose también la calle o exterior para cocinar y comer, fundamentalmente.
Quienes no podían o no querían estar en una caseta, colocaban grandes telas entre los árboles cercanos a modo de sombraje y allí pasaban los seis, siete o más días, entre la naturaleza, durmiendo en el suelo. Por las noches, los “veraneantes” solían agruparse en torno a una pequeña hoguera cuyas brasas servían para asar unas patatas, carne o ambas cosas.
Entonces, mientras esos alimentos se cocinaban convenientemente, alguien pulsaba las cuerdas de una guitarra, bien acompañando la melodía de un laúd o bien a cualquiera de los reunidos que cantaba una canción, siendo también habitual la organización de un baile… y cualquier otra actividad de entretenimiento como el relato de historias, sucesos, chismes…
Respecto al baño en el pozo termal de El Somogil -o Semogil, que
también se decía- en aquéllos tiempos había una costumbre muy curiosa: no podían bañarse juntos o al mismo tiempo hombres y mujeres salvo, en casos muy excepcionales, matrimonios. Por eso, el baño se hacía por turnos: un tiempo para hombres y otro para mujeres, según el orden acordado. Los cambios de turno se anunciaban por el encargado desde lo alto del montículo mediante el toque de una trompetilla existiendo “toques” distintos para distintas situaciones como era, por ejemplo, el de aviso en el turno de mujeres ante la “proximidad” de algún hombre al pozo.
Según cuenta la tradición oral, tiempo atrás las mujeres se bañaban prácticamente vestidas y como la economía no era muy boyante, en algunas ocasiones confeccionaban “trajes de baño” con los sacos de arpillera. El vecindario moratallero ya no suele “veranear” allí desde hace años, por lo que el lugar quedó tristemente en abandono, permaneciendo su entorno y estampa para el recuerdo y añoranza de tiempos pasados. No obstante los visitantes que conocen el lugar, suelen acudir en cualquier época del año a disfrutar de estas aguas termales de El Somogil.
En la Fuente de los Muertos, que se encuentra muy cerca del Campo de San Juan, (hoy seca), he saciado la sed muchas veces, cuando subía el puerto de Moratalla en bicicleta, camino de El Sabinar o Nerpio. Era parada obligada porque decían que tenía propiedades terapéuticas. Y siempre me pregunté la razón de su topónimo.
Igualmente, es de mencionar la popularmente conocida como Fuente
de los Muertos en la carretera Moratalla-San Juan, concretamente en el margen izquierdo del tramo Campo de Béjar-San Juan (RM-703). Dice la tradición que tal nombre se debe a que los vecinos de San Juan, cuando regresaban de Béjar tras enterrar a sus fallecidos (en San Juan no había cementerio y el sepelio se hacía en Béjar), se lavaban aquí las manos… Otra versión, apunta que el sitio, era el lugar de “despedida” al difunto, donde tras rezar alguna oración ceremonial los asistentes se lavaban las manos a modo de “purificación” o, simplemente, para limpiar las impurezas que tu-
Damos de nuevo vista a las casas de Inazares.
Y el Falcon Crest de Inazares nos vuelve a mostrar su opulenta arquitectura.
Al paso del "lavaor", se encontraba una señora mayor, lavando y le pedí cortésmente si me dejaba retratarla, a lo que ella, con buenos modales, rehusó, porque "no le gustaba salir en las fotos", algo que entendí al instante. Supongo que me tomaría por "turista" y ya se habría encontrado en parecida tesitura en otras ocasiones. Se colocó fuera de plano a mi izquierda y tomé estas fotos.
La que los lugareños antiguos conocían por la Fuente del Pilar. Aprendido, entre otras muchas curiosidades, del libro "Una vida retirada..."
El pergamino de Juan Llorca enmarcado en una pared de El Nogal y que dice que Inazares deriva de la palabra Fenazar está basado en los estudios toponímicos de Robert Pocklington y en el Atlas Climatológico del Ministerio de Fomento. «Fenazar: dícese del lugar donde crece el fenazo, heno silvestre o paja, a orillas de los arroyos y en los campos. La palabra Fenal se refiere a un prado o terreno húmedo con hierba para el ganado. La raíz deriva del latín Foenum. El mismo origen da nombre a los lugares de El Fenazar, al norte de Molina de Segura, El Fenazal en Murcia y Enazar en la Sierra de Alcaraz por la parte de Albacete». Con el paso del tiempo perdió la efe y quedó como Enazar, cuyo plural no es otro que Enazares o Inazares.
(Del libro "Una Vida retirada, Inazares. De camino hacia el cielo".)
Al regreso, muy próximos al Campillo de Arriba, disparé a la cara norte de la Sierra de Mojantes, donde se encuentra la Cueva del Águila también bautizada por mí como la Cueva de los Desertores.
García Gallego finaliza su último capítulo del libro referido a Revolcadores de este modo: Bien sabemos en el Sureste que la mayoría de borrascas que amenazan desde el Atlántico el Sur peninsular descargan a Occidente sobre las alturas de Sierra Nevada, Cazorla o Baza, dejando en sequía las huertas del Segura, aprendiendo desde crios a cargar con el paraguas cuando el pronóstico anuncia frentes desde el Levante mediterráneo. Sin embargo, Revolcadores es netamente diferente, pues su plomizo y alargado lomo, escondido entre el inmenso Noroeste murciano y las mayores alturas de la Bética, fue elegido por los dioses para ser frontera de los dos mil metros hacia Oriente y el ancho mar Mediterráneo. Y, como tal, cada nuevo invierno rompe la regla madre recibiendo amplias nevadas con borrascas de Occidente, Norte o Noroeste, para ser proclamado rey y dejar sobre Puerto Alto un bosque repleto de viejos árboles duende, cuyas barbas cuelgan aparatosamente al viento hasta la misma cima de Revolcadores; un sueño, casi una leyenda, a perseguir y madrugar en los días siguientes a los grandes frentes ábregos, antes de que todo se extinga y vuelva la calma mediterránea.
En la cumbre de Revolcadores he estado en varias ocasiones, pero registradas con la cámara y trasladas a este blog...
Y en cuanto al futuro de Inazares, nada resiste el paso del tiempo si no es sobre una base sólida de tradiciones y costumbres que se pasan de una generación a otra y son respetadas por los más jóvenes, que de nuevo las ponen en marcha. Si ello no se produce, difícil tendrá Inazares oponerse a su declive con solo las casas rurales y el turismo. A no ser, como decía una mujer en el libro que...
—Yo creo que no —dice Gregorio—. Si no fuera por el turismo, estaría hundido ya, no habría nadie.
—Yo creo que sí se recupera —dice Fulgencio—. Si no hubiera sido porque hicieron las casas rurales, esto estaría todo perdido. No habría nada. Ahora hay mucha gente a la que le gusta esto, se han comprado casas aquí, las han reformado.
—Como la mujer que estaba aquí antes, ¿no?, que ha dicho que no es de aquí, pero como si fuera, porque está enamorada del pueblo.
—¿La Juani? Ella es la dueña de las casas rurales.
—Yo creo que no —dice Antonia—. Porque ya tenía que ser una cosa muy mala para que los jóvenes se vinieran. El que viene, porque es su tierra, viene a lo mejor los fines de semana, en los veranos y eso. Pero ojalá... Aunque sería...
—No complicado ya. Tendría que venir una derrota muy grande, que la gente se refugiara para arriba. A lo mejor cambia la cosa. Muchos sitios están quedándose solos y la gente se está yendo a vivir de la manera de antes, como estábamos antes. No sabemos lo que puede pasar. Estamos viendo que va dando muchas vueltas la vida y lo mismo puede ser que digan: «Bueno, tengo mi vivienda, ¿por qué no voy yo a arreglar mi tierra y voy a sembrar de esto y lo otro y a vivir aquí?».
¡HASTA LA PRÓXIMA!
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