Cehegín es uno de los municipios más bonitos y pintorescos de la provincia de Murcia. Y no lo digo solo por su casco antiguo, constituido entre otros edificios, por casas solariegas, iglesias y estrechas callejuelas de aristocrática alcurnia que hacen las delicias de todo turista que se acerca por aquí a garbear por su historia sino también por la singular belleza que desprende todo ese sinfín de rincones y parajes naturales que atesora su entorno, de los que, de muchos de ellos, como conocerán algunos de mis esporádicos visitantes, a lo largo del tiempo, ya hemos ido dando cuenta en este blog.
Tengo diseñada una ruta de unos ocho o diez kilómetros que en su momento bauticé como "la ruta de la Viky". Es un recorrido anticolesterol, poco exigente. Se denomina así porque cuando la hago, aprovecho para hacerle una visita a la tumba de Viky que pilla de paso. Cuando llego allí, hablamos un poquito, recordando nuestros viejos e inolvidables momentos pasados juntos que fueron muchos y si encuentro que su nombre escrito sobre una piedra de mármol se halla ya un poquito despintado, lo repaso con rotulador para que siempre luzca fresco y bien legible. Un día de estos tengo que hacerle algo más profesional y duradero pero es que tampoco pretendo llamar la atención no sea que al propietario de la finca le incomode por considerar el rincón un cementerio perruno, dado que junto a la Viky, se hallan las tumbas de otros perros cuyos dueños al parecer, conservan la misma cariñosa devoción y memoria que yo albergo por mi inolvidable, entrañable y añorada compañera de fatigas. Ha transcurrido un año ya desde su pérdida, y no pasa un solo día sin que la eche de menos y me acuerde de ella.
Estas fotografías corresponden a un paraje que por aquí llaman "Las Pozas". Se las denomina así y se mencionan en plural porque hay dos. Creo recordar que fueron tomadas el año pasado, en algún intervalo de buen tiempo que nos hizo entre esos meses de marzo y abril en que acaecieron tantos días seguidos de lluvia interminable. Lo nunca antes visto y vivido por mí. Durante aquel tiempo, me consta que algunas personas cayeron en un pozo de depresión pues entre las secuelas de la pandemia y tantos jornadas ininterrumpidas sin ver el sol, algunas estuvieron a punto de tomar un giro. Que por nadie pase pero es que los murcianos no estamos acostumbrados a tantos días grises de cielos plomizos y tristes. El sol nos alegra el alma y tiene que llover, sí, porque nuestra tierra es de suya, seca y árida, pero hasta cierto punto, porque tan mala es la escasez como la demasía. Por lo menos en cuanto a lo de caer agua del cielo se refiere. Porque después de sufrir la recalcitrante sequía de estos últimos meses, que ha ocasionado que se perdieran todas las cosechas, llevamos acumulados días consecutivos de tardes de tormentas que comienzan a parecerse a las que sufrimos el año pasado. Sin ir más lejos, hoy veintinueve de mayo de 2023, día después de las elecciones municipales y autonómicas, a las 18:17 y mientras aporreo el teclado, en proceso de confección de este espacio, está cayendo una tormenta antológica, que parece el diluvio universal sin que falte todo el aparato de rayos y truenos que suelen acompañar a toda recia tempestad o aguacero que se precie de serlo.
He pasado por aquí, solo o acompañado por Viky, tantas veces que he perdido la cuenta, y como digo, en tantas ocasiones, que ya ni me fijo en ellas. Salvo que me llamen la atención por alguna razón como fue en este caso. Lástima que durante esos días intensos de lluvias y tanta profusión de agua por doquier, no reparara en hacerles unas fotos un poco más curradas. Siempre llevo una pequeña compacta en la mochila, por lo que pueda surgir en el camino, y dado que caía tanta agua por las pozas y estábamos en primavera, me detuve unos instantes para tomar estas fotos que casi tenía olvidadas pero que haciendo limpieza informática hace unos días, salieron a relucir, y me dije, es un desperdicio eliminar estas instantáneas tan bonitas y otras que tomé durante aquellos días de agua a pajera en Murcia, de manera que he decidido aprovecharlas y en ello estoy.
A estas pozas las descubrí por casualidad sobre 2010, al poco de darme a mí por esto de andar. Por entonces no estaban las márgenes tan limpias y despejadas como ahora. El paraje se presentaba con una densa vegetación riparia de lo más silvestre e intrincada y por tanto, poco apetecible para el baño. Pero durante muchas temporadas me preguntaba extrañado como era que los cehegineros, teniendo tan cerca de la carretera a estas apetitosas vaeras, como no las aprovechaban, era algo que me parecía sorprendente e inexplicable. Estaba claro que no las conocían y desde luego yo, por puro egoísmo y sentido práctico no iba a contribuir a su divulgación, más que nada, por no coadyuvar a su saturación ergo degradación, porque anda que no supe desde el mismo momento en que se fundó en Bullas el camping de La Rafa, que a mi santuario "el Salto Lucero" le quedaban de tranquilidad, paraje íntimo y acogedor, dos telediarios. Transcurrido un tiempo, y tras ser anunciado en una web de turismo, éramos pocos y parió la burra ya que el efecto llamada fue demoledor, catastrófico y a tomar por saco se fue el hasta ese momento considerado mi santuario, mi oratorio, mi retiro espiritual, un paraje natural, bello y singular donde llorar las penas y bendecir mi alma con las gélidas aguas del río Mula.
Así pues, y volviendo al tema que nos ocupa, durante muchos años, el único que pareció beneficiarse a las pozas fui yo, al menos que yo sepa. Alguna vez veía alguna rodada de bicicleta, cruzar el arroyo de un lado a otro, pero nunca sorprendí a nadie remojándose o viéndome a mí como lo hacía. Aunque, eso sí, todo dependía del año de lluvias que hubiéramos tenido y si estas habían caído en primavera. Si había sido una temporada tirando a seca, la enclenque corriente del arroyo de Burete duraba hasta mediados de mayo, como mucho. Cuando dejaba de fluir el agua de arriba, la poza se estancaba, se oscurecía y ya resultaba poco apetecible ni aconsejable para el baño. Por eso, si hacía buena temperatura, echaba en la mochila una toalla y planificaba una ruta durilla por El Quipar o Burete para disponer del aliciente hacia el final del recorrido, de un reconfortante baño. Algo que no tenía precio. Fueron años gloriosos y memorables donde estas pozas, por milagroso que pueda parecer, se ofrecieron para mi exclusivo uso y disfrute. ¡Suertudo que es uno!
Y si el año había sido abundante en lluvias o nieve, y si estas habían caído con prodigalidad en primavera, manaba el arroyo desde su nacimiento en la Hoya Don Gil, durante todo el verano, lo que significaba la posibilidad de baño hasta bien entrado agosto, lo que ya suponía un estímulo extra, hiciera el calor que hiciera. Y bañarse por la noche...cuántas veces lo hice?, unas cuantas.
Claro que también es cierto que en algunos años especialmente catastróficos desde el punto de vista de la pluviosidad en que vi estas pozas casi secas, esos años, mi gozo en un pozo y si quería bañarme en el río tenía que hacerlo por la noche en el Salto del Usero o en Fuente Caputa, un lugar algo más retirado pero también precioso, de tónicos y reconfortantes efectos para el espíritu.
Sin embargo, lo que para mí suponía un aliciente, un acicate para caminar por Burete, a Viky debía significarle todo un martirio, un insuperable "danger", un lugar de peligro, pues alguna vez, con toda maldad y premeditación alevosa, la cogí del pescuezo y sin previo aviso la lancé al río, algo que ella odiaba a muerte. Solo lo hice una o dos veces en días de mucho calor, por su bien, más que por la jugarreta en sí, pero tomó nota, y cuando nos acercábamos por estos parajes, ella mantenía siempre una prudente distancia. Y eso que como no le daba tiempo a secarse, desde las pozas hasta donde teníamos el coche, renuncié y no volví a repetir la bribonada, pero que si quieres arroz catalina, se ponía a la sombra bajo unas chaparras, y me mantenía la distancia por si las moscas. Momentos entrañables del ayer que cuando paso por aquí me despiertan tanta nostalgia que me emocionan.
Ya digo, bajaba el arroyo de Burete de recio caudal como nunca antes se había visto. No se podía vadear por ninguno de sus pasos acostumbrados. Y esta situación permaneció durante semanas. Una gozada verlo así.
Ignoro cual sería el punto de inflexión desde el momento en que las pozas comenzaron a ser frecuentadas, pero un día, caminando por aquí de vuelta hacia el coche, descubrí en este paraje a un grupo de jóvenes en bañador, rodeados de litronas y peste a porro, inmersos en alegre jolgorio y algarabía. Hasta que una tarde de domingo, poco antes del atardecer, vi a un fotógrafo profesional, tomándole fotos a una pareja de novios en tan silvestre lugar que me dije...la tranquilidad de estos parajes, sobre todo de cara al verano, toca a su fin. Y en efecto, así fue, y de esto, no hará más de cinco o seis años. Claro que para entonces, yo ya hacía tiempo que había descubierto un lugar mucho más atractivo e idóneo para mis relajados remojones que este, y no sentí mucho desencanto, esa es la verdad, pues sabía que de momento, la previsible afluencia de público y consecuente saturación, no podían afectarme para mis esporádicos momentos de baño. También en eso acerté. Cuando tomé estas fotos, por el sendero de camino hacia el coche, decidí no acercarme a la segunda poza en cuestión porque había gente. Tenía pensado hacerlo cuando no hubiera nadie para recrearme un poquito en la fotografía. Pero muchas cosas hay que hacerlas en cuanto se piensan, porque luego se te pasan u olvidan y se pierde la oportunidad.
Yo a este lugar lo llamo el "Rincón de la Zorra" (Poza de Abajo), porque descubrí en dos ocasiones bebiendo de esta poza a una raposa. La primera vez, cuando la descubrimos la Viky y yo, se debió sentir atrapada y no tuvo más remedio que huir pasando por nuestro lado como alma que lleva el diablo. Cuando ves o presientes a uno de estos animales, dicen los antiguos que te estremeces y pone la piel de gallina. A mí me rozó una de las pantorrillas y en verdad que sentí que se me erizaba el vello. Viky salió tras ella pero al poco volvió con la lengua fuera y con cara de frustración por no haber podido ni tan siquiera olerle el rabo. En la segunda ocasión, no habría transcurrido mucho tiempo de la primera, cuando se percató de nuestra presencia, saltó al otro lado del arroyo perdiéndose en la espesura de la vegetación de ribera. Siempre fue al amanecer pues por aquellos tiempos, a mí me gustaba salir muy temprano a caminar. Me dije, me gustaría fotografiarla y para ello tengo que madrugar más que ella, que seguramente se pasa la noche bregando por sus dominios en busca de comida y al regreso camino de su guarida, tiene por costumbre beber aquí, pero con Viky no tengo opción de pillarla así que, durante unos días, le hice un apostadero, habiendo dejado a Viky en casa. Pero tras dos o tres fracasados intentos de volver a sorprenderla in situ, me di por vencido, aunque para mí siempre será este lugar "El Rincón de la Zorra".Estas fotos las hice hace unos días, tras de una semana de jornadas consecutivas de lluvias. Tenía la esperanza de que ya se notara en el caudal del arroyo de Burete. Pero no, aún era pronto, para ello tenía que llover mucho más y durante más tiempo.
La diferencia de caudal en la cascada respecto de las imágenes precedentes, tomadas cuando las intensas lluvias del año pasado, es más que notoria.
El insigne y antediluviano Yoda me acompañó en esta excursión.
La poza de arriba como luce estos díasEstas fotografías pertenecen a otro momento, a otros años, pero no muy lejanos en el tiempo.
Cuando yo frecuentaba estas pozas para echar un rato de reflexión y distensión en soledad o para bañarme, había en el centro de la vaera una gran rama de pino, ramificada en otros tallos de menor calibre, seguramente desgajada de los árboles de las inmediaciones. Era un obstáculo que restaba holgura al ya de por sí reducido espacio para el baño. Este rincón goza de un gran encanto porque además, se encuentra como escondido, recogido, oculto a miradas indiscretas, de ahí su indudable atractivo y el porqué de que durante un tiempo pareciera frecuentado por parejas furtivas de todo pelaje y condición. El visitante sagaz sabe a qué me refiero.
Lo que hice fue acudir un día a este verdadero remanso de paz, armado de un serrucho con la intención de dejar expedita la poza. La depuración del estorbo estaba siendo harto laboriosa porque no es lo mismo serrar al aire libre que con la resistencia que las aguas ejercen sobre un cuerpo sumergido. Podé lo más gordo para poder sacar todo el ramaje fuera y en esas arduas labores me hallaba cuando me di cuenta que si suprimía todo brote sobresaliente que pudiera herirme, dejando solo la gruesa rama principal descansando sobre el fondo y dos gruesos tallos en forma de uve que sobresalían hacia la superficie, podía utilizarlos a modo de apoyo para los brazos y dejarme mecer así por la suave corriente de las aguas. Unas veces colocaba el invento orientado hacia la cascada y otras bajo esta. Estos raticos eran impagables y por muy exigente que hubiese sido la ruta, me dejaban como nuevo, ¡qué sensación, cuanto lo pude disfrutar...!, ahora bien, tenían que transcurrir unos minutos hasta que el cuerpo se aclimatara a una temperatura del agua habitualmente gélida, lo que a veces me llevaba al borde del patatús o la hipotermia. Cuando salías de allí y emprendías el tramo final de la ruta, andabas en trance, levitando, como agilipollado. Foto extraída de este blog durante una ruta de 2013, realizada con amigos, denominada RUTA TRES PERROS, donde se puede observar la ramilla antes de ser escamondada para el propósito referido. El ingenio solo duró una temporada pues acabó arroyo abajo durante una fuerte crecida tras un temporal.
Viky, siempre situada a prudente distancia de la Poza de Arriba, poco antes de pasar a situación de retiro forzoso...¡lástima de secuelas de hacerse viejo, me cagüen...!
Aún antes de que comenzara a proliferar gente por las pozas, a mí ya no me importaba demasiado porque había descubierto hacía mucho tiempo este otro paraje que me ofrecía múltiples posibilidades de disfrute. Cincuenta o sesenta metros para hacer largos de brazada en espacios naturales no se encuentran tan fácilmente, al menos en nuestras latitudes. Ahora bien, nada es perfecto, se ha de procurar no pisar el fondo para no remover el cieno y cabe la posibilidad de tropezarte con animales salvajes en su hábitat, desde jabalíes, cabras, garzas reales, aves rapaces, diversos anfibios hasta algún cocodrilo o dinosaurio que otro, pero nada que resulte letal para el esporádico bañista. Las aguas tampoco se presentan transparentes sino algo verdosas y el acceso al amplio espacio de baño, cercado de densa vegetación riparia, no apto para tiquismiquis o excesivamente remilgosos, que haberlos haylos, y esa es mi baza. Una vez me tropecé por aquí con otro lobo estepario que hasta ese momento creía ser el único que conocía y utilizaba tan idílico lugar. Como no podía ser de otro modo, y aunque había entre nosotros veinte años de diferencia, hicimos pronto buenas migas porque nos sentimos afines, cómplices e identificados en nuestra particular forma de entender la vida. Pensando en él y en mí mismo, me hice con una puerta procedente de una casa en ruinas de las inmediaciones, para utilizarla como plataforma de entrada y salida hacia la poza. En los años buenos de lluvias en que nos podemos bañar hasta bien entrado el verano, suelo tener escondidas unas sandalias y unas aletas cortas de natación. Después de una ruta senderista, más o menos exigente, me espera el momento más placentero y vivificante del día, mi baño en Vaera Paraíso. En esta ocasión no me mostré egoísta y lo puse en conocimiento de mis más íntimos allegados. Esperemos que su soledad y aislamiento le sigan acompañando porque estas aguas que están cayendo estos días, de momento ya garantizan el fluir del arroyo de Burete y por consiguiente, el baño, hasta lo menos bien entrado julio o primera semana de agosto, y si siguen acaeciendo tormentas, como dicen las predicciones, de aquí hasta mediados de junio, el remojón lo tenemos asegurado durante todo lo que queda de año. ¡Yupiiiii!
Y para dar por concluido este capítulo, algunos lienzos de la villa de Cehegín, que en siguientes capítulos ampliaremos, vista a cierta altura y distancia, desde Peñarrubia.
FINAL PRIMER CAPÍTULO
No hay comentarios:
Publicar un comentario