Al final me salieron dieciocho kilómetros, realizados en el sentido de las agujas del reloj. Sin track siempre parece el camino mucho más divertido, aunque algunas veces, ese plus de incertidumbre se puede indigestar, sobre todo si con los kilómetros ergo la fatiga acumulada, se toman decisiones equivocadas. No fue el caso porque caminando en la más completa soledad, tengo por costumbre asumir el mínimo riesgo indispensable para sortear los obstáculos que me voy encontrando. Muy claro lo tenía que ver para intentar bajar por el muro del norte del Calar de la Capilla, y aún así arriesgarme a tropezarme con el Rey de la Noche al mando de los Caminantes Blancos que vinieran del río Alhárabe, Puertas de Moratalla o de Somogil, que nunca se sabe por donde te pueden salir esos muertos vivientes; ¡que por nadie pase! El problema estriba en que padezco de tal empacho de Juego de Tronos que ahora no veo más que zombies y dragones por todas partes. He visto las ocho temporadas excepto el último episodio que aún queda por emitir, en algo más de dos semanas, y la verdad es que al final acabé alelado, por demás, irremisiblemente enganchado. Y mira que a mí ese tipo de cine fantástico, irreal, imaginario del tipo El Señor de los Anillos y similares no me atrae en absoluto, pero tanto insistieron algunos compañeros del curro, en que le diera una oportunidad, que me iba a gustar, que empatizaría muy pronto con algunos de sus personajes, que al final, en efecto, sucumbí a su capacidad de seducción y una vez comencé a ver los primeros capítulos, ya no pude ni quise parar. Supongo que tarde o temprano tendré que hacer alguna reflexión al respecto pues algunos capítulos y escenas, por su crueldad extrema, me dejaron turulato, en grado sumo patidifuso. Ocho años permaneciendo a salvo y al margen del trepidante influjo de Juego de Tronos, serie televisiva de la que todo el mundo hablaba, y ahora que la he visto, entiendo las razones y el porqué de su éxito. En fin, aquí lo dejo. Ya volveremos sobre el asunto en otro momento y entrada.
Decía el otro día que desde la cumbre de Salchite se puede disfrutar de una de las panorámicas más bonitas y visualmente placenteras de la provincia de Murcia. Es una afirmación completamente subjetiva, personal, pues nuestra tierra atesora muchos y diversos lugares de verdadero encanto que solo precisan de un poquito de espíritu aventurero y explorador para adentrarse en sus rincones y disfrutarlos. Cada cual albergará su propia opinión y parecer al respecto. Sin embargo, el paisaje que se divisa mirando desde la cima de una de las aristas del Frontón, hacia los campos de Bejar y de San Juan, tampoco le anda a la zaga al de este, mucho más ahora que los sembrados comienzan a verdear. Más adelante lo comprobaremos.Ya hemos dejado dicho también que estos contornos están sembrados de vestigios que nos dejó el hombre prehistórico de la edad del bronce. Sin ir más lejos, debajo de nosotros, en la cueva de la Capilla y de la Nariz, lo mismo que en aquellas de Bajil, existió un poblado argárico, donde se han hallado yacimientos de notable interés arqueológico.
Nunca me hubiera amaginado que desde esta atalaya, con tan antiestéticas antenas en su cumbre, tantas veces divisada pero apenas advertida desde la distancia, se me pudieran ofrecer tan exuberantes y magníficos horizontes.
...cuando los gitanos
traspusieron por en medio de los chaparros, los arrieros siguieron camino,
mirando al monte con la boca abierta.
Un poco más abajo se
encontraron con un hombre que llevaba una carga de leña.
- Buen hombre, ¿ha
visto usted unos gitanos desnudos corriendo por ahí?
- Sí que los he
visto, sí.
- ¿Y por qué iban
así?
Entonces el hombre,
que le habían contado lo sucedido, les explicó:
"Por lo visto,
la pareja de la Guardia Civil y otros dos o tres hombres, que no sé lo que
pintaban, han encontrado a los gitanos, que estaban pidiendo, o yo que sé lo
que harían por allí. Habría unos doce o quince gitanos de esos rulanderos.
Cuatro o cinco hombres y mujeres de mediana edad, dos o tres más jóvenes y lo
demás críos. Un avío de críos de varias edades. Entonces, por lo visto se los
han llevado a un molino de por ahí abajo. No sé cuál sería. Una vez en el
molino, se han liado allí a voces, llamando al molinero. Cuando ha llegado el
hombre, los civiles y los tíos esos han ido metiendo a los gitanos en el
cárcavo del molino, que es bastante grande. Metían una tanda de gitanos y le
decían al molinero:
- Tira de la rasera,
que vamos a fregarlos.
Salía el chorro de
agua y los gitanos se llevaban un chapuzón de miedo. Los pobres se quedaban
pínfanos de frío, porque el agua del río está más helá que el reguillo.
Conforme los sacaban, los dejaban en la calle desnudos en porreta, así como los
han visto ustedes. En tres o cuatro tandas han fregao a la cerca de gitanos
entera. Después, al remate, los civiles iban cogiendo las ropujas que llevaban
los gitanos y las echaban al río.
Oye, los hombres que
estaban con los civiles se meaban de risa. Se ve que le veían gracia a aquello.
No se sabe quién serían esos tíos. Digo yo que andarán por ahí buscando algún
negocio o algún trajín de algo.
Búscale... El caso es
que a los gitanos los han dejao en porreta y así se han escapao a correr por
esos montes".
Luego se supo que los
gitanos llegaron hasta Fotuya. Allí, el Rojo de Fotuya los acogió y les dio
unas mantas que tenía y algo de ropa vieja para que pudieran protegerse las
criaturas. El Rojo de Fotuya, para esas cosas, se ve que tenía el hombre buen
corazón. Como entonces había tanta necesidad y bastantes familias pasaban
estrecheces, el Rojo de Fotuya les preguntaba:
- ¿Qué os hace falta?
Pues un poco de
trigo, a ver si podemos hacer pan para esta semana, que no tenemos pan en la
casa.
Pues iros tres, cavar
esos bancales de arriba y ya me decís qué más necesitáis.
Aunque no hiciera
falta, los mandaba a que arreglaran la tierra para luego sembrar patatas o
cualquier otra cosa.
Ni esas descomunales espaldas, perfectas para cargar sacos de trigo o almendra, que luce nuestro Hulk, es capaz de eclipsar tan hermoso paisaje de los campos de San Juan.
Aquí, el humilde artífice de este remedo o simulacro gráfico de reportaje senderista
Cortijo y Peñón de los Tormos
Cortijo de la Fuentecica, con la que luego tropezaríamos. Casi todos los topónimos tienen una explicación, pasada o todavía existente.
Me hallo en estos momentos en un lugar que rezuma magia. Inexplicable si se quiere pero real, que puedes percibir.
Me asomo al abismo para ver de encontrar un acceso por el que poder bajar. Solo me arriesgaré con una destrepada si la veo sencilla y exenta de peligro.
El paisaje hacia el valle del río Alhárabe es soberbio
Fotuyas de Enmedio
Me veo obligado a seguir hacia el Calar de Maza, no veo acceso para el descenso por ninguna parte.
(Puede que exista pero no di con él)
Aprisco estratégico, aprovechando las oquedades naturales.
El Frontón y la Fuentecica, nos hallamos justo enfrente.
Por fin, encuentro una zona factible, sin demasiado peligro por la que descender. Una vez abajo, se puede comprender que no haya localizado lugar en la pared del calar por el que bajar. Se trata de un verdadero muro de mampostería natural.
(Las cuevas de La Nariz, en la Umbría de Salchite, se hallan en la fachada meridional de la Sierra de Calares de la Capilla, próximas a la cumbre, virtualmente colgadas en el cantil de calizas dolomíticas ante el que se abre la panorámica de los Campos de San Juan.)
En la última parte de este recorrido nos hemos visto obligados a un alpargatazo en toda regla bajo un sol de justicia, pero también ha sido muy agradable cruzar estos infinitos sembrados de lavandín y espliego. Volveríamos por aquí a los pocos días, en esa nueva ocasión acompañados de Pedro y Viky, pero el relato de esa excursión la dejaremos para la tercera y cuarta parte de esta aventura senderista que recorrerá una vez más, parcialmente la cresta de los calares de la Capilla pero retornando por el interesante barranco de la fuente de Salchite, a través del curso de su vivaracho y cantarín arroyo.
FINAL SEGUNDA PARTE
Me hallo en estos momentos en un lugar que rezuma magia. Inexplicable si se quiere pero real, que puedes percibir.
Me asomo al abismo para ver de encontrar un acceso por el que poder bajar. Solo me arriesgaré con una destrepada si la veo sencilla y exenta de peligro.
El paisaje hacia el valle del río Alhárabe es soberbio
Fotuyas de Enmedio
Me veo obligado a seguir hacia el Calar de Maza, no veo acceso para el descenso por ninguna parte.
(Puede que exista pero no di con él)
Aprisco estratégico, aprovechando las oquedades naturales.
El Frontón y la Fuentecica, nos hallamos justo enfrente.
Por fin, encuentro una zona factible, sin demasiado peligro por la que descender. Una vez abajo, se puede comprender que no haya localizado lugar en la pared del calar por el que bajar. Se trata de un verdadero muro de mampostería natural.
El suceso de los
gitanos pudo haber tenido consecuencias más dramáticas años después. Los
gitanos más jóvenes subieron por los mismos sitios, buscando a los hombres que
estaban con los civiles, con intención de vengarse con una faca de palmo. La
suerte que tuvieron los susodichos es que no eran muy conocidos por allí y no
pudieron localizarlos. Alguien del Sabinar aseguró saber de uno de ellos y les
dijo a los gitanos que ya se había muerto, aunque fuese mentira, pero sirvió
para evitar males mayores. Se dice también que un gitano había matado hacía un
tiempo al padre de uno de los civiles y que por eso tenía especial inquina con
los de esa etnia.
En aquellos tiempos,
por todos los rincones del campo y de las sierras, te ibas encontrando gitanos
rulanderos y toda clase de limosneros. Hombres maduros, solos o con zagales que
se tiraban a los caminos a buscar lo que fuera. A este campo venían de todos
los alrededores, de Moratalla, de Archivel, de Caravaca y de sus aldeas. Venían
también mujeres viudas con hijos, que habían perdido a sus maridos en el frente
o que estaban en cárceles o en campos de concentración, desaparecidos en Dios
sabrá dónde. Mujeres desamparadas, sin nada, ni auxilio social ni nada,
abandonadas a su suerte, víctimas de la barbarie de la guerra y la postguerra.
De Caravaca sé que salían camino arriba buscando cortijos, en los que pudiera
haber algo. Aunque fueran mendrugos de pan, de los que les echaban a las
gallinas, o algo de la olla, o lo que fuera para sus criaturas. Hasta Nerpio
llegaban algunas, pidiendo comida y un techo para pasar la noche.
Además de pedir se tiraban
a todo aquello que se pudiera comer. Bellotas, que rebuscaban por el suelo,
moras, de los zarzales. En sitios más bajos, a los arbolillos que se crían
espontáneamente y dan frutos de otoño, como alatones o granadas o higos de las
higueras verdales, los dejaban pelados. En el monte, cualquier baya que hubiese
por ahí, servía para aliviar un poco el hambre. Donde había un bancal de riego
estaba todo rebuscado. Tomates pasados de maduro, patatas grilladas, trozos de
zanahoria o de remolacha. Lo que fuera. Hasta la cosa esa blanca que llevan los
juncos por dentro se la comían. Así estaba la vida en el año cuarenta y uno.
A la Guardia Civil le
temía la gente, sobre todo los gitanos. Claro está, ese era su papel, en cierto
modo. En aquellos tiempos estaban mucho por los campos. Ahora parece que no van
tanto, porque se dedican a otras cosas. Lo de la Guardia Civil es que ha
cambiado bastante. Pero entonces, iba la pareja andando o a caballo para
perseguir los pequeños robos, a pesar de que, con la necesidad que había,
demasiado se aguantaba la gente pobre para no hurtar por ahí lo que se
encontrara a mano para comer. Ahora, eso sí, los que robaban en gordo, como
siempre, estaban en otros sitios más lujosos y elegantes. Y a esos no les
pasaba nada.
Los civiles se
dedicaban al tema del orden, por lo jodías que estaban las cosas, pero también
a vigilar a todo el que fuera con una miaja de mercancía, sobre todo aceite,
por lo del estraperlo que decían. No era estraperlo, pero se le llamaba así.
Ahora bien, lo de los
gitanos y los civiles es que tuvo su miga. Anda que no se cuentan cosas de
aquellos tiempos... Prudencio tiene alguna duda sobre si estaba bien eso de que
la Guardia Civil hiciese justicia a su manera con los gitanos.
- Es que los gitanos
robaban lo que pillaban por ahí.
Ya, pero eso de
meterlos en agua fría y dejarlos desnudos no está bien, creo yo. Criaturicas y
todo, joder.
Pues anda que no han
cambiado las cosas.
Es verdad que han
cambiado.
Entonces si pillaban
a algún gitano robando alguna cosa por ahí alguna gallina o lo que fuera, se le
caía pelo. En la parte de los campos de Topares, unos gitanos se metieron en un
corral e hicieron algo de esturreo. Se llevaron unas gallinas y lo revolvieron
todo. Al rato llegaron los civiles y la gente:
- Han tirado para el
monte hace una chispa.
Un gitanaco de casi
dos metros iba monte arriba. Los civiles lo engancharon. Y a todos los demás
también. Eran de esos que se buscaban la vida con unas tijeras, arreglando a
las bestias. Y, si pillaban alguna gallina por ahí o algo, le echaban mano. Esa
era la vida. Bueno, pues los civiles les hicieron que se cortaran el pelo unos
a otros con las tijeracas esas. A las mujeres también.
Ojo, las cosas
tampoco son siempre de la misma manera. Una vez, hace por ejemplo cien años,
los civiles de Archivel detuvieron a unos individuos por maltratar a unos
gitanos con palos, piedras, una escopeta y unas tijeras. Eso salió en los
periódicos. Se ve que los individuos lo hicieron porque les salió a ellos de
sus partes, que los gitanos no les habían hecho nada.
Como ya hemos dicho,
los civiles iban mucho a vigilar a los molinos. Casi siempre terminaban en los
molinos. También se cuenta -aunque eso habría que verlo- que hubo algunas
partidas de emboscados por los montes más espesos y por covachuelas casi
desconocidas, cuya persecución era cometido suyo.
Pero la Guardia Civil
no fue ajena a las dificultades propias de los tiempos. Los que tenían mucha
familia pasaron bastante necesidad y en general, para gobernarse buena comida,
se las apañaban como podían, unos con mayor rectitud y otros con menos.
En el molino de Los
Tormos se detuvieron los arrieros. Aquello estaba tranquilo desde luego. Los
arrieros no preguntaron por civiles, ni gitanos, ni nada de eso, puesto que no
sabían en qué molino se produjo el suceso. Tampoco querían jaleos y, mucho
menos, dado el origen de la carga que llevaban. Hicieron un pequeño intercambio
y siguieron camino.
Desde el molino de
Los Tormos hasta el siguiente hay muy poca distancia. Se camina junto a un
monte de chaparros y pinos, con bastante maleza. Ese día la tierra conservaba
bastante jugo de las lluvias generosas que venían cayendo desde el mes de
septiembre. Así que se ladearon al monte, ataron las bestias a un enebro y se
liaron a buscar guíscanos. Pero el terreno estaba bastante removido y, si
habían salido, la gente de La Risca mayormente, como es natural, se había
anticipado a cogerlos. Encontraron pocos, pero por lo menos se dieron el gusto
de ver asomar alguno debajo de las jumas.
Es que por allí se
crían guíscanos a rúales y si no conoces las manchas no te calientes la cabeza
que no das con ninguno. No se crea la gente que lo digo para que no vayan a
buscar por allí. Lo digo porque es verdad. Aunque tampoco tiene gracia cuando
te encuentras cuarenta mil coches a la orilla de los caminos y montones de
gente que lo revuelven todo, porque hoy es muy fácil ir a los sitios y meterse
en el monte. En los tiempos antiguos costaba más y la gente de los cortijos
respetaba y sabía cortar los guíscanos como Dios manda. Prudencio dice:
- Desde que van esos
gentíos le he perdido fe a lo de buscar guíscanos.
- Yo también.
La Fuentecica...
Verdaderamente,
Fotuya se forma con tres cortijás que se suceden debajo de otra tanda de
cenajos que cercenan los lanchares a tajo, hasta pasado Hondares. Encima de los
cenajos están ya las cortijás que pertenecen a Benizar, desde Las Lorigas a las
Casicas del Portal.
Debajo de los
cenajales de Fotuya la tierra escupe agua por todas partes y, por eso, de
siempre allí ha habido unos riegos muy agradecidos y todavía queda agua para
que baje un buen arroyo hasta el río, que para los humanos no está accesible,
pero para los regatos de agua sí. Como los riscales dan abrigo a los cortijos,
los vientos de poniente no aprietan mucho, por eso Fotuya es un sitio bastante
apacible. Frío sí hace, desde luego, pero buscando protección hasta se crían
algunos frutales. Ciruelos y manzanos, principalmente. Ahora bien, lo más
destacado de Fotuya son los carrascales. Hay allí unas carrascas como
castillos. Hacen falta tres hombres para abrazarlas. Aunque, según dicen, hace
cincuenta o sesenta años había aún más, pero cortaron muchas para hacer carbón.
En Fotuya, Secundino
siguió haciendo menudeo con el esparto, y para el resto del recorrido ya casi
le quedaba el género justo. Tampoco era mala cosa, el terreno que había por
delante no era propicio para llevar mucha carga. Demasiado llevaban ya los
pobres animales.
En otros remotos tiempos, entre dos o tres mil años antes de cristo, en este territorio cuasi paradisíaco, hubo un poblado habitado por individuos pertenecientes a la cultura argárica. (Las cuevas de La Nariz, en la Umbría de Salchite, se hallan en la fachada meridional de la Sierra de Calares de la Capilla, próximas a la cumbre, virtualmente colgadas en el cantil de calizas dolomíticas ante el que se abre la panorámica de los Campos de San Juan.)
En la última parte de este recorrido nos hemos visto obligados a un alpargatazo en toda regla bajo un sol de justicia, pero también ha sido muy agradable cruzar estos infinitos sembrados de lavandín y espliego. Volveríamos por aquí a los pocos días, en esa nueva ocasión acompañados de Pedro y Viky, pero el relato de esa excursión la dejaremos para la tercera y cuarta parte de esta aventura senderista que recorrerá una vez más, parcialmente la cresta de los calares de la Capilla pero retornando por el interesante barranco de la fuente de Salchite, a través del curso de su vivaracho y cantarín arroyo.
FINAL SEGUNDA PARTE
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