Había oído campanas acerca del cerro de Moratalla la Vieja, pero nunca hasta ahora me había inspirado la curiosidad suficiente para hacerle una visita. Fue al divisar el promontorio desde la cumbre el Cerezo de Moratalla, cuando me dije, ay amigo, desde aquella atalaya se tienen que divisar buenas vistas hacia la villa y alrededores. De manera que, ya desde casa y previo ciberandorreo informativo por aquí y por allá, fue cuando decidí que había que hacerle una incursión a ver qué nos deparaba. Recuerdo que la hice dos días antes de mi participación en la Falco, y que cuando llegué al coche, ya bastante fundido, después de la briega de 18 kilómetros, me dije: a ver si la he cagado y para el sábado, aún no he recuperado lo suficiente y tengo las piernas hechas bicarbonato.
Pero se portaron. Lo que sucedió fue que me dije, ya que voy para Moratalla, aprovecho el viaje y me hago una rutica en plan paseo fotográfico por Bolvonegro, que hace la tira que no visito y claro, también por el cerro de marras. Y pensarlo y encontrar este track en Wiki que pintaba muy bien, fue casi simultáneo. Durante el recorrido, las esencias geológicas, arqueológicas y por supuesto paisajísticas se suceden, casi sin interrupción, excepción hecha de algún que otro tedioso tramo por camino asfaltado, que se puede capear muy bien admirando el paisaje del entorno.
He dejado el coche frente a estos carteles e inicio la ruta. Hace una mañana preciosa, de momento, con pocas cagadas de abejorro que nos indiquen que están fumigando el cielo.
El cerro de Moratalla la Vieja y la sierra del Cerezo
Muy pronto llegamos a un paraje, donde se encuentran estos paneles informativos que explican que por aquí corría un brazo de mar en el mioceno. De ahí la posibilidad de tropezarse con infinidad de corales por esta zona. Discurre también por aquí el río Benamor, el que un poquito más abajo se mezcla con el río Alhárabe, de cuya unión entrambos se forma el río Moratalla.
Desde el yacimiento ibero de Molinicos tomo estas graciosas instantáneas a las que el autor del track denomina "Cascada Secreta del Amor". La he visto también nombrada como Cascada de Molinicos. Capturo unas cuantas instantáneas, a ver si alguna me convence.
Las fotografías se toman desde una ladera del yacimiento. Se nota que está un poco abandonado y que no tiene mucha frecuencia de paso. Hay poco que ver desde luego para el ignaro en materia arqueológica. En su defecto, podemos admirar el paisaje que bien merece la pena.
La Sierra de San Miguel
Y a la derecha de esta, la sierra del Molino.
Los trabajos de investigación en este yacimiento se desarrollaron sobre todo entre los años setenta y ochenta. A través de este enlace se puede saber un poco más acerca de los mismos.
Bonita estampa de la villa de Moratalla, una más, tónica habitual durante la mayor parte del recorrido.
El río Alhárabe, poquito antes de salir al encuentro del Benamor. A la derecha de la imagen queda el Molino Traviesa. Nosotros, ahora cogemos en dirección al Cerro de Moratalla la Vieja y dejaremos el tramo del Bolvonegro, esto es, el final, para el regreso.
La ermita Casa de Cristo, el edificio que se puede distinguir en el lado superior izquierdo de la fotografía.
La sierra del Cerezo, por la que anduvimos hace unas semanas
La Sierra de los Álamos, cuya abrupta cresta recorrimos hace unos años. Recuerdo que fue una experiencia bastante ardua. No me quedaron ganas de repetir la experiencia.
Ya tenemos el cabezo amesetado a distancia de tirachinas.
Panorámicas obtenidas durante nuestra aproximación al cerro.
Sierras del Cerezo y de la Muela.
¡Vaya hombre!, un abejorro metálico que ya ha dejado su mojón químico; ¡así se estrelle...!
Conste que no es mi cámara la torcía sino el pueblo que luce así de ladeado. Bueno, un poco sí, que parece está la horizontal algo inclinada, pero lo vamos a dejar así que queda chula la foto.
Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y el castillo fortaleza de Moratalla.
Todas estas fotografías ya las vamos tomando desde la senda de subida al cerro. Un sendero que no parece muy transitado.
La Sierra del Buitre, a la que también hemos dedicado alguna que otra entrada en este blog.
El cerro de San Jorge, custodiando a la bella Moratalla
Cuando llegué aquí, aún no había alcanzado ni el ecuador de la ruta, y pretendía volver a casa para la hora de comer. Por ello, ni me planteé recorrer ese otro brazo que le sale al cerro por su derecha, pero hete aquí que más tarde me tropecé en la red con un delicioso escrito, de diciembre de 2014, firmado por una tal Pepa García, que habla de unos elementos, que yo durante mi fugaz paseo, no advertí. Pero como decía mi padre, el que no sabe es como el que no ve. No descarto volver por aquí y tratar de reconocer lo que de forma tan amena y didáctica, describe la autora del artículo en cuestión.
A unos 7 km. de la actual Moratalla se encuentra el cerro de Moratalla La Vieja, una elevación montañosa en las estribaciones de la sierra del Cerezo, formada hace más de 15 millones de años cuando se originó el estrecho Norbético. El cerro es el epicentro de numerosas leyendas que siempre han acompañado a los moratalleros; a él también se atribuye el origen de la actual población. Desde tesoros enterrados, buscados y nunca encontrados, hasta la existencia de túneles, no hallados, que conectaban este asentamiento con la ciudad actual, ya que popularmente los vecinos de la zona han atribuido este poblado a época islámica.
Nada más lejos de la realidad, ya que en su cumbre permanecen olvidados los restos de un poblado de origen calcolítico (con triple muralla y petroglifos sin catalogar esparcidos por los losares que cubren esta elevación) y posterior ocupación por los visigodos; así como otro de origen argárico, habitado hasta tiempos de los romanos. Un cerro superpoblado del que todavía queda constancia y que pese, a su indudable valor (desde Cultura se incoó su catalogación como bien de interés cultural) no ha sido investigado en profundidad.
Ya en la subida, se aprecian los restos cerámicos de sus antiguos pobladores arrastrados por las escorrentías de las lluvias, así como los del antiguo camino de acceso, probablemente amurallado. Una vez arriba, a su derecha se encontrarán con una increíble elevación, un montículo levantado por el hombre, un túmulo argárico que un vecino de Moratalla ordenó desmontar, piedra a piedra, a mediados del siglo XX en busca del legendario tesoro, pero que solo sacó a la luz cistas con las cenizas y algún adorno de sus moradores. Este túmulo, recrecido en tiempos de los romanos y naturalizado tras el tiempo transcurrido, sirvió de muralla protectora al poblado más 'moderno'.
Deben atravesar el collado en dirección al acebuche, para luego girar a la derecha y penetrar en la superpoblada ciudadela. Caminar por esta lengua elevada de tierra, en la que crecen acebuches, espino negro, sabinas negras y retamas, es hacerlo sobre el pasado remoto de estas tierras.
Unas tras otras se suceden, abigarradas, decenas de casas construidas a sotavento. Sus muros, pese a llevar milenios construidos, siguen bajo las estrellas dibujando el urbanismo de nuestros antepasados remotos. Unas construcciones de paredes recias, algunas se elevan más de medio metro sobre el nivel del suelo revelando su técnica constructiva, otras permiten ver dónde estuvieron las jambas y sus primitivos accesos; piedras talladas hablan de cuál fue su utilidad; los restos cerámicos de distintas épocas dan idea de la intensa vida que albergó este altozano amesetado; herramientas confeccionadas en sílex y cantos rodados (raederas, buriladores, cuchillos,...) hablan de pobladores anteriores,... La visita puede transformarnos en "indianajones" improvisados en busca de una historia apasionante que nos habla a través de sus vestigios, incluso comprender que la población que habitó su zona sur fue mucho más numerosa que la norte y que explotó un acebuchar que sigue conservando testigos vivos de su existencia y del aprovechamiento que de él hizo el hombre.
Pese a los escasos 5 kilómetros que se recorren al realizar la ascensión y dar la vuelta en sentido contrario a las agujas del reloj a toda su altiplanicie, la aventura permite dedicar toda una jornada sin tiempo para aburrirse. Una vez que se hayan cansado de ver el poblado más moderno y hayan disfrutado de la privilegiada panorámica que ofrece (en un día despejado se ve La Pila, Sierra Espuña y hasta El Carche, el Almorchón, la sierra del Buitre, la de Los Frailes y una poética vista de la localidad rodeada por el otoñal paisaje), salgan de él por donde entraron (junto al túmulo) dejando todo donde y como lo encontraron. Continúen por su extremo este, atravesando una pinada nutrida, para llegar a otra explanada con restos de muros anchísimos y sostenidos por enormes piedras a ambos lados, que sus constructores rellenaron con ripio (mezcla de tierra y piedras más pequeñas). Aquí las bases de las edificaciones hablan de recintos mucho más amplios. Además, si ascienden en dirección a la pared natural de esta parte del cerro, por su zona norte y de más fácil acceso, háganlo sin levantar la vista del suelo, es muy probable que encuentren petroglifos en los losares (dibujos de antiquísimo origen tallados en la piedra). Motivos geométricos que se repiten y de los que muy probablemente ustedes sean sus descubridores y los primeros lectores en siglos de la historia que cuentan. Nosotros leímos dibujos que hablaban de Tricta (nombre primitivo de Moratalla) y de un meteorito cayendo a la tierra, una interpretación libre de unas representaciones sin traducción alfabética.
Observen, aprecien, disfruten y dejen volar su imaginación, pero sobre todo respeten una historia que todavía está por descubrir y contar.
La visita a este lugar, desde el punto de vista senderista, sobre todo si se va en grupo, merece mucho la pena, porque existen tantos miradores hacia la Moratalla moderna y su bello entorno, que se puede uno entregar al postureo sin freno.
En la meseta cimera sí que observé la existencia de algunas piedras planas, con forma de losa, donde uno podría toparse con un petroglifo, en el supuesto caso de saber advertirlo o identificarlo, que esa es la tela. Supongo que a esos materiales se refiere Pepa García. Pero lo que llamaba poderosamente mi atención era el magnífico paisaje que se divisaba desde tan privilegiado otero, rebosante en miradores a cual más pintiparado para el retrato.
FINAL PRIMER CAPÍTULO
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