11 noviembre 2022

TRAVESÍA OTOÑAL (Pontones-Poyotello-Piedra Dionisia-Huelga Utrera) IV

Abandonamos este interesante rincón, tomando estas fotografías a los volaeros situados a la izquierda de la gruta ya contemplada, y a otros paisajes que ya van quedando a nuestra espalda. En un santiamén, estamos de vuelta en la acogedora aldea y nos percatamos que, de los cinco o seis coches que se hallaban estacionados en la entrada, junto a unos contenedores, ya solo queda uno. El nutrido grupo de senderistas con quienes me crucé en las inmediaciones de la Cueva del Agua, ha debido regresar, con intención de buscar el almuerzo, pues son alrededor de las catorce horas. 
Regresamos por la preciosa pista que ya anduvimos a la ida, que paulatinamente se estrecha hasta convertirse en una senda que va ascendiendo por la margen derecha del río Segura. El valle se encajona, siendo flanqueado por perpendiculares paredones, rematados en escarpadas laderas, sembradas estas de carrascas. Pronto llegamos a un tramo de fuerte pendiente, que transita en umbría, (¡menos mal!) donde hay que apretarse los machos durante tres o cuatro cientos metros. Al final del repecho obtendremos nuestra recompensa, alcanzando un precioso mirador con vistas a una clásica fotografía de este bonito rincón jienense, cuando un plantel de espigados chopos, se exhiben aquí en plena efervescencia, en radiante esplendor otoñal. Desde la interpretación humana, puede parecer a simple vista un oxímoron, pero la naturaleza y belleza que le es intrínseca, se encargan a menudo de demostrarnos que el otoño no tiene por qué ser sinónimo de decadencia, al menos en el sentido espiritual y hasta incluso estético del término, sino que se produce un cambio de estación, de pigmentación, una mudanza existencial que tal vez sea para mejor. Otra cosa es la inexorable degeneración de las rodillas, que sobre esta cuestión, no hay tu tía😃.
He aquí la fotografía emblemática de estos contornos, la estampa que justifica por sí sola la visita a este bonito Cañón del Segura, que se obtiene desde un mirador. ¡Fotos a gogó y que no haya racanería ni miseria! ¡Pero si parece que estoy haciendo de nuevo la ruta...!
Nos vamos acercando al Charco del Humo, que he preferido fotografiar por la tarde, cuando ya no lo alumbra directamente el sol, porque pretendo intentar el aspecto sedoso de la cascada y con demasiada luz, precisaría de un filtro en la lente para opacarla.
Entretanto, el templado sol de las quince horas de la tarde, produce un efecto todavía más refulgente en los árboles y hojas caídas que siembran el sendero. Mientras oigo el suave crepitar de estas en cada uno de mis pasos, percibo que el momento es mágico e irrepetible, preñado de armonía sensorial. A esto lo considero yo un disfrutar y sentirse uno con la naturaleza. Un volver a los orígenes, por así decir.  
Captura desde el interior de una de las numerosas cavidades que nos vamos a encontrar a lo largo y ancho de nuestra singladura.
En el cruce me encuentro a dos parejas de sesentones que han hecho una parada para reponer fuerzas. Les saludo y continuo mi camino hacia el torrente cuyo estruendo oigo y observo desde el filo de la explanada por la que transito. 
A mi derecha, el valle se abre, pues el arroyo del Palancar trae sus aguas al Segura, y en este punto la senda desciende vertiginosamente hacia el lecho que a través de un vetusto puente, nos traslada a la margen izquierda, desde donde ya podremos contemplar a escasos metros, el espectacular Charco del Humo, donde el río se despeña con fuerza, acorralado por apretada vegetación formada de variopinto matorral, avellanos y olmos.
No resulta fácil bajar hasta aquí pues hay que descender varios escalones de roca un tanto deslizantes, pero con precaución, se puede alcanzar sin excesivos problemas, rincón de tan singular belleza. 
Lo suyo es que alguien te haga la foto desde un talud un tanto vertical que existe a la derecha de la fotografía, con el fin de captar la verdadera dimensión de la catarata, pero son los inconvenientes del directo y de andar en la más completa soledad. Pero en fin, a falta de pan, buenas son las tortas...
Hacer un poco el capullo, siempre viene bien para aliviar la tensión y peligrosidad del entorno, pues hay que moverse por aquí con mucho tiento, al objeto de evitar un fatal resbalón que nos precipite torrente abajo.
Antes de recuperar la jornada del primer día, para enfilar la recta final del relato de mi aventura por estos lares, aquel sábado, tras de mi visita al Charco del Humo, me dirigí hacia la Cueva del Agua con intención de tomarme unos minutos de relax y aprovechar para comer algo. La belleza del entorno, a aquellas horas de la tarde, era mayor si cabe.
La encrucijada de caminos ya se hallaba huérfana de cualquier vestigio humano, excepción hecha del que suscribe. ¡Vaya un pijo! 
Nos encontramos muy cerquita de la Cueva del Agua. Pero antes, hemos de visitar, otros dos rincones interesantes, de peculiar belleza. Lo dejamos para el quinto y último episodio.
FINAL CUARTA PARTE

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