Como decía en algún capítulo anterior, pensaba yo, ignorante de mí, que los
pinares más extensos de la variedad carrasco, dentro del término municipal
de Cehegín, se encontraban en las sierras de Burete, Lavia y Quipar. Así
que, cuando aquel primer día de mi andorreo por estos pagos, tropecé con
esta espesura, me quedé boquiabierto, no daba crédito a lo que veían mis
ojos.
"¡La virgen, exclamé, menúa panzá pinos...!"
Y es que, hemos de reconocer que el noroeste es la comarca más singular de
la provincia de Murcia. Agreste y pintoresca, alejada de la gran urbe,
otorga con sus sotos y sierras, el contrapunto verde y lozano, a una tierra de levante, ancestralmente árida.
Porque, no nos engañemos, de ordinario utilizamos el predominio del matiz
verde en el paisaje como canon de belleza. Hasta se podría afirmar que el
verde hermosea, refresca y sosiega nuestra vista y por ende, el alma. Yo lo
prefiero, en comparación a esos paisajes cuasi lunares que suelen ofrecer
las grandes montañas que alcanzan el cielo. Al principio me sobrecogen y
extasían pero al cabo de un tiempo, comienzo a echar de menos las
variopintas formas y tonalidades de los árboles y arbustos que pueblan
montañas más humildes, y que tanta vida y colorido brindan y confieren a sus
paisajes.
Aunque soy de los que piensan que no hay paraje que se pueda considerar
particularmente feo. Si el concepto de belleza, depende en sí mismo, de los
ojos que la miran, no puede existir cuadro que sea en forma rotunda e
irrebatible, un espantajo. Te puede gustar o desagradar más o menos un
lugar, pero esgrimir un feísimo de la muerte incontestable, en eso yo creo
que erramos.
Mucha gente confunde la aspereza de un paisaje, el típico páramo o erial
con la fealdad. Pero nada es feo en la naturaleza si se sabe reparar en los
detalles, poner el enfoque, encuadrar, contemplar predispuestos en descubrir
la belleza, allá donde esta pueda revelarse.
Hay rincones tristes, tristísimos, desolados, saháricos, solitarios pero
asimismo mostrarse hermosos, solemnemente gloriosos en su aparente desamparo
y tacha; así lo creo yo, por más estepario o amorfo que a bote pronto me
pueda parecer un paisaje.
Que no es el caso del lugar por donde hoy vamos a encaminar nuestros pasos,
rodeados de lozanía y verde por doquier, aunque por mor de retorcer un
tanto, lo hasta ahora razonado, las grandes extensiones de verde también
pueden aburrir, como lo hace la nieve, que al principio te embelesa y
cautiva los sentidos, pero al cabo de un tiempo, acabas de pisarla y
soportar su cegador reflejo hasta los mismísimos golondrios. El genuino
paisaje no es el de las vastas extensiones que se diría, enturbian la visión
a causa de su grandeza sino aquel de los detalles, de las particularidades
que afloran y son capaces de cautivar la mirada.
Por tanto, la ruta de hoy, no es para verla a través de los siempre
lenitivos y engañosos pixeles, sino que lo suyo es patearla y respirarla,
sentirla y solazar la vista con el inmenso y esplendente manto de verdor que
viste a esta hermosa y luminosa región.
Esta excursión, la he hecho hasta el momento, dos veces. La primera
incursión para reconocer el terreno y la segunda para perfilar el
recorrido. En la primera ocasión me encontré que se hallaba la zona en
labores de deforestación. Mi idea era llegar a la fuente de Juan González
pero tuve que dejar el coche uno o dos kilómetros antes, dado el trasiego
de vehículos, ruido ensordecedor de la maquinaria y toneladas de polvo y
aserrín de que se hallaba sembrado el camino.
Cuando comencé a andar, las zapatillas se hundían y desaparecían en la
polvareda hasta media suela si no más. ¡Y cómo olía el monte! Era
embriagador. Una pena que las esencias no se puedan fotografiar pero es
que hay sensaciones que no se pueden describir con imágenes. ¡Y menos
mal...!
El efluvio a resina, a savia y esencias de pino era más penetrante
incluso que el que se percibe tras de una lluvia intensa. De hecho, estas
excursiones las realicé con anterioridad a las precipitaciones acaecidas
en los últimos días, por tanto, por las alturas, en pleno monte, se notaba
que este andaba sediento, necesitado de humedad, que precisaba de un buen
chaparrón que mitigara su sed, que las fragancias flotando en el ambiente
eran debidas a otras causas.
La anécdota del día, nada más comenzar a caminar, tuvo lugar cuando un
camión, cargado de troncos, venía hacia mí, y levantaba tras de sí, una
enorme polvareda que producía pavor. Si me dejaba atrapar, no solo me
dejaría cubierto de partículas madereras hasta las mismísimas cejas sino
que hasta incluso me impediría respirar con normalidad. El conductor,
percatándose de la situación de aprieto a que me exponía, me hizo las
luces, gesto y trance que agradecí e interpreté al instante. Salí por
patas hacia un camino que, milagrosa y oportunamente salía a mi derecha, y
por allí pude escabullirme la distancia suficiente para que la nube de
polvo pasara de largo y no me alcanzara. Tuve que esperar más de cinco
minutos hasta que "la gran ola" se disipara.
En las imágenes siguientes, el trazado de la ruta, realizada a la contra
de las manecillas del reloj y su situación respecto del pantano de Argos y
el otro recorrido ya publicado, alrededor de Cambrones.
El coche lo estacionamos bajo un pinar, sito entre los parajes Mango
Negro y Casa de Gitarra y en las proximidades de un embalse con forma de
casi triángulo isósceles por el que luego regresaremos. Al inicio se
llega, saliendo desde Cehegín, cogiendo la RM-B16 con dirección a las
pedanías Cañada de Canara y El Cabezo. Atravesamos esta última y una vez
cruzada la rambla del Pintor, invernaderos y una explotación agraria,
llegaremos al punto de arranque de nuestra ruta.
Este tramo de camino, hasta llegar a los, hasta hace poco, desconocidos
para mí, merenderos de la Fuente de Juan González, nos permitirá ir
calentando previo al moderado esfuerzo de encarar las primeras rampas de
subida a los cabezos.
La capacidad de los merenderos de albergar familias me sorprendió.
Son numerosos y dispuestos en diferentes emplazamientos del paraje. Un lugar
fresco, idílico, espectacular, sin duda. No me entretuve demasiado para
comprobar, si el área recreativa disponía de un caño en uso que
proporcionara agua. Desde luego, no que me saliera al paso, aunque es de
suponer que sí pero no estoy seguro. Habré de cerciorarme en una próxima
ocasión.
Como se puede inferir, la inversión realizada por parte del consistorio
en estos merenderos no tuvo que ser moco de pavo porque existen al menos
dos, incluso provistos de unos monumentales cobertizos que sugieren
solidez y muy buena construcción. Estos brindarán su protección durante
bastante tiempo, sin merma de eficacia en el cometido asignado.
Ya decía yo que las canteras nos salen hasta en la sopa, así que, las
capturaremos lo justo y necesario, que ya han tenido su cuota de pantalla y
no es cuestión de abusar.
Los Encaramadores, grande y chico
Resulta complicado, por no decir, imposible, el armonizar el impacto
ambiental que las actividades humanas, desde tiempos ancestrales, causan en
el medio ambiente. Así ha ocurrido desde siempre y es inevitable que el ser
humano trate de aprovechar los recursos naturales que tiene disponibles para
subsistir. Pero yo creo que en nuestra región, podemos llorar al menos por
un ojo. La Región de Murcia, como casi todos los territorios de la
ribera mediterránea europea, presenta una elevada densidad demográfica y un
impacto significativo de las actividades económicas sobre el medio, las
cuales han alterado, en mayor o menos grado, las condiciones naturales de
este a favor de los desarrollos agrarios y en menor medida, urbanísticos.
Por suerte, el Noroeste es uno de esos reductos que de momento logra
mantener un desarrollo económico sostenible. Este hecho, que para algunos
podría resultar negativo, se ha convertido, por insólito, en una ventaja,
puesto que la mayoría del territorio presenta un grado de conservación
óptimo, con espacios casi completamente naturales. Y es que, a nuestros
paisajes, les cuesta todavía desprenderse de los atavismos rurales de
otrora, resultando relativamente viable, salir de casa y en cinco minutos
encontrarse andando por parajes donde no se ve un alma ni signos de
civilización en diez kilómetros a la redonda. De manera, que no seamos
tiquismiquis y los amantes de la naturaleza, sintámonos afortunados por
cuanto a nuestra región, aún no ha llegado ese furor de la producción
desmedida. Que todo se andará, no me cabe la menor duda, pero
mientras Bill Gates no se fije en nosotros, andaremos a salvo. (¡Menudo cabrón con tirantes!)
El Almorchón donde estuvimos hace unos días.
Ya le tocará su turno dentro de poco.
Como se puede observar, las panorámicas hacia el campo de Cagitán y el
Almorchón, son excelentes. Pero mejor vivirlas in situ, para
disfrutarlas de verdad.
La única pequeña dificultad que encuentro de toda la ruta, estriba en la
transición de pasar del cabezo desde donde tomo esta fotografía a aquel
donde hay que subir hasta la cima, pero vamos, asumible para cualquiera que
tenga costumbre de andar con alguna asiduidad por el monte. Abstenerse
caminantes de la Vía Verde en exclusiva.
Campillo de los Jimenez
La ilustre ciudad de Begastri, más conocida en los ambientes por Cehegín.
Al fondo, la inconfundible silueta de El Carro.
Pantano de Argos, por si alguno todavía no se ha enterado
Sierra Espuña y La Selva (Pedro Ponce). Desde luego que el que sea amante
de las vastas panorámicas de horizonte infinito, en este recorrido se puede
recrear a tutiplén.
El acueducto por el que transitamos hace unos días.
El día que hice esta excursión, me traje una cámara de vídeo que tengo
relegada casi al olvido. La razón es que dispongo de un ordenador del tiempo
de la civilización argárica, con SO Windows 7, que me tarda en editar un
vídeo, algo menos de siete semanas y media. En fin, consecuencia de
andar más tieso que la mojama.
La ruta ofrece despejados balcones, cómodos miradores, hacia todos los
puntos cardinales desde donde recrear la mirada.
Asomando la pedanía de Valentín, mitad de Calasparra, mitad de
Cehegín.
Cabezo Teruel
El muro de contención de un embalse que ya fotografiamos hace unos días. En
primer término y a la izquierda de la imagen, la casa de Pinar Hondo,
privilegiado rincón de espléndidas vistas.
El flanco noroeste del cabezo más septentrional de los de Juan
González.
Al regreso, anduve unos minutos observando las hábiles maniobras de los
operarios de estas máquinas infernales, teniendo oportunidad de constatar,
una vez más, el sino incierto de los tiempos que corren. Tres o cuatro
personas, a lo sumo, deforestando amplios sectores de monte, que antes
empleaba a varias cuadrillas de trabajadores durante toda la temporada.
Ahora lo ventilan en unos pocos días, y sin apenas riesgo ni esfuerzo. ¡Este
mundo se acaba!, que diría el ministro dimitido aquel de fugaz y olvidable
recuerdo.
El vídeo, para hacerse una idea de los paisajes que se divisan desde esta
magnífica atalaya que constituyen los Cabezos de Juan González.
Y este es el track, publicado en Wikiloc
FINAL DUODÉCIMO CAPÍTULO
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