16 marzo 2019

LA AZOHÍA-BATERÍA DE CASTILLITOS I

Por extraño que pueda parecer, no había estado en mi vida en La Azohía. Esta parte del litoral de Murcia, y me refiero a Mazarrón, Puerto de Mazarrón, etc, apenas los había visitado anteriormente en una o dos ocasiones y de eso hacía mucho tiempo. Nunca he sido de un veranear muy playero, y cuando por exigencias familiares, no tenía más remedio que “pasar por el aro”, siempre había optado por La Manga o Águilas, así que, el paisaje de litoral mazarronero y cartagenero, circundado de montañas, que hasta ahora desconocía, ha constituido para mí estos días, todo un gran descubrimiento. Al contrario que en la primera ocasión, en mi segunda incursión a este territorio, me encontré con un clima estupendo para la práctica del senderismo. Corría una brisa marina deliciosa y se alternaban las nubes con los claros. Se trataba de atacar el mismo track de la vez anterior, pero desde el otro extremo y ya vería puesto en facena, hasta donde me permitiría llegar la orografía, que una cosa es lo que uno dispone sobre el mapa y otra muy distinta lo que imponen tus puntuales circunstancias y aptitudes físicas conjugadas con las del terreno. ¡Cuantas veces no habré hecho yo mis cábalas y cuando he llegado al campo de batalla y lidiar con las primeras refriegas me he dicho, ¡pero adónde vas alma cándida...?
Desde La Azohía, procuraría llegar a Castillitos, en el cabo Tiñoso, y si me sobraba tiempo, alargaría la caminata hasta donde fuere menester. El regreso lo tenía perfectamente previsto por el lugar y sendero que me llevaría de vuelta a la coqueta localidad pesquera.

De este modo, salí de casa y poniendo velocidad de crucero con margen amplio de seguridad antirradares pegaestacazos de la DGT, con buena música, como es preceptivo en mí, para amenizar el tiempo de conducción, me puse en algo menos de hora y media en La Azohía. Dejo el coche estacionado entre varias autocaravanas con matrículas de nacionalidad inglesa (se halla toda la zona muy concurrida por esta clase de vehículos) y una vez preparados todos los aparejos, salgo al encuentro y conexión del sendero GR-92.
La Azohía, es una pequeña localidad rural y pesquera que ha permanecido prácticamente aislada, sobre todo por pertenecer al ámbito militar, en donde la gran mayoría de su población era personal destinado en la zona de vigías y acuartelamientos, o familiares de estos, y un pequeño grupo de civiles residentes que estaban especializados en las faenas rurales, pastoreo y de pesca.
Nada más empezar no se me iban a escapar estos motivos florales de color amarillo que tanto me arrebatan y atraen...
Torre de Santa Elena
Vista desde la subida a la Torre de Santa Elena
Nos damos una vuelta por este turístico lugar que bien merece la pena echarle un vistazo. Además, nos pilla de paso. Dice la Wikipedia que La Azohía y sus inmediaciones, desde la época romana ha sido una zona poco poblada por su difícil ubicación, junto a la Sierra de La Muela, y sus playas de piedras, sirviendo con frecuencia de cobijo a embarcaciones, en su ensenada y pequeñas calas.
Es sabido que ya en tiempo de los romanos se practicaba la pesca con almadraba, que hoy en día se realizan con medios más modernos. Y también zona de paso para los pastores. Se desconoce si ya entonces había una población en la zona o si pescadores y pastores se desplazaban hasta La Azohía desde sus asentamientos y villas.
Tras la reconquista del reino de Murcia fue lugar de defensa ante incursiones de piratas berberiscos procedentes de las costas de Argel y Turquía. En el siglo XVI se construyó unas serie de defensas para alertar a las poblaciones de las costas murcianas, entre las que destaca la Torre de Santa Elena, también conocida como Torre de La Azohía.
Vista de la torre de Santa Elena y la ensenada en donde se localiza La Azohía.
Abandonamos el enclave de la Torre de Santa Elena y por una senda bien perfilada sobre mampostería, atravesamos por su ladera, el Cabezo de la Panadera.
Ya oteamos en la lejanía el Cabo Tiñoso y el Cabezo del Atalayón.
No estaba el día muy proclive para el sensor de mi compacta pero tomamos estas fotos de La Azohía y el golfo de Mazarrón desde el collado de Los Siete Cucones.
El Castillo (309m)
Un insólito residuo sólido interurbano sobre el cerro de Los Siete Cucones, bajo el Centro reemisor de televisión de Isla Plana.
La Picadera (407m)
Sobre la pista asfaltada en dirección a Castillitos, en las inmediaciones de las ruinas de la Casa de Juan Catalina
Enfrente del Cabezo Colorado y de la Aguja, donde estuvimos el otro día.
Cala Salitrona
Antes de adentrarnos en el complejo defensivo de Los Castillitos, preferimos iniciar la batida desde la batería más elevada, sita en el Atalayón (348m)
Subo a buen ritmo porque me siento pletórico de fuerzas y hasta el momento, la ruta está siendo muy chula y no decepciona. Sé que me voy a encontrar una fortificación pero aún no soy consciente de la verdadera magnitud del complejo militar. Nunca suelo empaparme a conciencia, ilustrarme de los lugares o elementos con los que me voy a encontrar durante una ruta. Me gusta que me sorprendan y documentarme de lo que llama la atención de mi cámara, a posteriori, para desgranarlo y volcarlo en el blog, por eso de vez en cuando me dejo algún punto de interés sin registrar.
Las obras de la fortificación se construyeron en 1929, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, con la finalidad de proteger toda la zona de los ataques procedentes del mar. Por ello se trataba de un centro de armamento y defensa con todas las dependencias para tal efecto, esto es, acuartelamiento, talleres, cocinas, almacenes, letrinas, bar de tropa y oficiales, galerías de tiro...etc. 
En este lugar hubo destacamento de forma permanente hasta el año 1994, fecha del cierre de las instalaciones y por ende de su abandono definitivo hasta nuestros días. Lo primero que llama la atención cuando casi te das de bruces con este fabuloso emplazamiento es que la entrada sea libre, que no exista control de visitantes y pese a ello, se hayan restaurado en fecha reciente, las fachadas de algunos edificios, con el aspecto flamante y renovado que ello les infunde. Sin embargo, por dentro está todo pintarrajeado de grafitis y vulgares pintadas. Una marranada en toda regla, que desluce todo el conjunto. Sin duda que está el mundo lleno de pintamonos y palurdos con equiparable intelecto al de un zigoto oligofrénico. Se da uno cuenta del permanente expolio al que han sido sometidas las instalaciones y el gran deterioro que sufren, muchas veces debidas a acciones vandálicas. Resulta lamentable que un lugar históricamente tan interesante, se halle abandonado del ente público, y llegue por falta de dirección y control, a tal punto de degradación. Y pese a ello, se halle todavía, en aceptable estado de conservación.
Disfruté como un crío, adentrándome por largos y emocionantes pasadizos, que me iban guiando por el corazón del castillo, sin saber a ciencia cierta, adonde me conducirían, y en los que tuve que echar mano de linterna del móvil porque, oscuros como boca de lobo, no se veía a un palmo de tu nariz, a tres montados en una acémila. Disfrutar del efecto de recorrer decenas y decenas de metros de túneles, perforados en la roca, en la más completa oscuridad, y de repente, ver brillar a lo lejos, la cegadora luz de final de túnel, hasta alcanzar la deslumbrante y azul inmensidad del mar. 
Dos inmensos cañones de dieciocho metros de largo guardaban el enclave ante posibles ataques invasores. Sentado allí junto a Hulk, sobre el frío hierro de los cañones, mientras me comía una manzana; difuminada mi vista ante el deslumbrador horizonte infinito del mar, sintiendo sobre el rostro la acariciadora brisa marina; observando como se iba cubriendo lentamente de bruma el cabo Tiñoso, disfrutando del apacible silencio, solo interrumpido por el lejano batir de las olas sobre el escarpe o el chirriante graznido de una gaviota...sentía que el tiempo se detenía, que pese hallarme en un lugar evocador de momentos bélicos, la sosegante paz y serenidad que el recinto militar me transmitía. En tonalidades grises y azules, parecía confundirse mar y cielo en perfecta simbiosis y armonía. Escudriñé a mi alrededor e imaginé la intensa y bulliciosa actividad del personal civil y militar que otrora poblaba estas instalaciones. Me preguntaba si aquellas personas habrían reparado en la misma apaciguante belleza del paisaje, que expansionaban mi alma y espíritu, que obnubilaban y extasiaban mis sentidos...
Diáfano quedaba que el enclave fue escrupulosa y estratégicamente elegido en su tiempo para controlar la entrada del puerto, y que desde tan colosal atalaya no se escapaba ni el tato que pretendiese acercarse a tierra por cielo o mar.
Los túneles parecen estar comunicados entre sí a modo de catacumbas, con salidas al exterior hacia distintos flancos de la montaña. Las diferentes dependencias se disponen alineadas y aún mantienen las chimeneas en algunas de las habitaciones, marcas de estanterías y huecos donde antes habían colgado cuadros en las paredes, ahora mancilladas y deslustradas por la acción de otro tipo de invasores incívicos, verdadera cohorte de guarrindongos hodiernos que tanto proliferan en nuestros días.
En el Jorel se mantienen casi intactas las baterías de ataque, situadas en zonas estratégicas para su defensa, pasando bastante desapercibidas entre las piedras que rodean la fortaleza. En mi tercera incursión a Castillitos, llevaba como misión ineludible, intentar encontrar la forma de acceder a la subterránea sala de carga y tiro que comunicaba ambos cañones. Me costó varias batidas y momentos de frustración pero al final, a punto de darme por vencido, tropecé con el acceso desde el exterior. Fue muy excitante y divertido dar con la entrada. A saber la de películas de acción que como inmejorable e ideal escenario, se podrían rodar aquí.
Estas fachadas romanizadas de las instalaciones en el El Atalayón, está claro que han sido no ha mucho restauradas.
Las vistas desde aquí, resultan magníficas.
Las garitas de vigilancia, como no podía ser de otro modo, siempre estratégicamente bien ubicadas.
Admirando esta fachada neoclásica, por un momento parecióme encontrarme dándo un garbeo por el casco antiguo de Roma.
Pero no, es la batería de El Atalayón, en el cabo Tiñoso, Cartagena (Murcia)
FINAL PRIMERA PARTE

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