En las próximas entradas de blog, tengo en perspectiva ilustrar varias excursiones realizadas por una franja de litoral murciano, hasta hace poco, desconocida para mí. De un tiempo a esta parte, por cuestiones laborales, tengo que visitar con alguna frecuencia la histórica ciudad de Cartagena, y claro, un senderista asaltalindes como el que suscribe, no puede por menos que fijarse, casi de manera inconsciente, diría que por sistema, en las prominencias montañosas que se ponen a tiro de sus pupilas. De este modo, andaba yo hace algún tiempo, observando las majestuosas elevaciones que rodean la ciudad cartaginense y claro, decidir echarles un vistazo a la primera ocasión que se me presentara, fue la consecuencia más predecible y lógica. Esta sorprendente orografía, si exceptuamos la que abarca la ruta de las Fortalezas, no había sido hasta la fecha, objeto de mi visita ni atención, que visto lo visto, andaba yo en la inopia haber dejado sin atender ni conocer tan magnífico relieve, pero como reza el dicho, nunca es tarde si la dicha es buena, y aquí y ahora, nos proponemos relatar, en el estilo anárquico de siempre, nuestra particular peripecia por entre estos marítimos contornos murcianos. Los que se pasan de vez en cuando por aquí, por esta humilde bitácora, deben saber que suelo mostrarme bastante rácano y austero, a la hora de acompañar mis parrafadas, con tres o cuatro instantáneas que más o menos ayuden a ilustrar lo que intento describir, así que, mientras Google no cobre por subir fotografías...¡que no haya miseriaaaaaaaa!
Como ayuda para mi primera incursión por esta sorprendente cuasi virgen, salvaje, abrupta faja litoral, me hice con los servicios cicerones de este TRACK, que su autor propone lineal, esto es, para llevarlo a cabo, dejaron sendos coches en cada uno de los extremos, y salvaron la distancia entre La Azohía y El Portús, de veintitantos kilómetros, de una tacada, en un solo día, se puede decir que casi en plan machada, pues el recorrido, la verdad es que se las trae. Yo claro, me tuve que buscar la vida, dividiéndolo en tramos, reconfigurarlo para en varios plazos, hacerlo circular, con la de posibles contingencias o imponderables que ello me pudiera acarrear, pero ese factor de incertidumbre, de aventura, modesto si se quiere, proporciona un plus de aliciente a mis particulares correrías.
En mi primera expedición a la costa cartagenera las pasé canutas. La hice en uno de esos días de finales de febrero de 2019, en que se nos metió en España un anticiclón que subió las temperaturas haciéndolas más propias de primeros de junio que de febrero. Hacía mucho calor, y no corría un pelo de aire, introducido en esos barrancos y torrenteras que desde las cumbres de la sierra de la Muela, se precipitan casi verticales al mar. Emocionado con el paisaje y desviándome de la senda más de lo aconsejable, cuando vine a darme cuenta, sentí un prematuro e inopinado bajón de energía, de brío, de fuerza que hizo me giñara patas abajo como un conejo con mixomatosis y de pronto sentí acechante sobre mí, la alargada y siniestra sombra del tío del mazo. Y más solo que la una, sin una mala sombra donde cobijarme, donde refrescarme, donde poder recuperarme, sin un misérrimo soplo de viento que pudiera aliviarme, con un sol de justicia cayendo a plomo sobre mi lomo, a las doce y media de la tarde y la sensación de haber llegado a un fatídico punto de no retorno, donde retroceder era empeorar la situación, la verdad es que me vi en tal delicada tesitura que tuve que echar mano de templanza y experiencia para no desesperar y claudicar en el intento del que entonces se me antojaba casi imposible alcanzar, el inexpugnable Cabezo de la Aguja. La sensación de mareo y angustia te hace verlo todo más negro que los güevos de un burro mohíno, así que, bien está lo que bien acaba, procuré no pensar, y pasito a pasito, llegué al refugio militar que se me antojó un verdadero oasis. Pero no adelantemos acontecimientos. Vamos a comenzar por el principio, a ver que sale y entretanto, nos dejaremos llevar por lo que nos vayan sugiriendo, inspirando las imágenes. En la primera de ellas, detalle del territorio costero que en diferentes excursiones hemos recorrido estos días.
Estacionamos el coche en el apacible El Portús, y tras preparar todos los apechusques, iniciamos la marcha.
Mirando hacia Castillitos y el cabo Tiñoso que días más tarde, también visitamos.
Estacionamos el coche en el apacible El Portús, y tras preparar todos los apechusques, iniciamos la marcha.
Mirando hacia Castillitos y el cabo Tiñoso que días más tarde, también visitamos.
El Portús
Estribación de la Muela
Andaba tan emocionado y ensimismado en las bondades del paisaje que subía y bajaba por estas pendientes como si no hubiera un mañana o tuviera veinte años. La en ocasiones difuminada senda, aunque bien señalizada por mojones y trazos de pintura homologada a sendero de gran recorrido GR, discurre por media ladera.
Puntal del Moco, La Torrosa, Isla de las Palomas, Dársena de Escombreras.
Los que somos de secano, de tierra adentro, disfrutamos de la observación del mar como el crío cuando para él su contemplación es inédita.
Observando las evoluciones de algunos barquichuelos de pesca y pescadores que los faenan.
Aprovechando algunos adelantados indicios primaverales que se nos ponen a tiro para brindarle un toque de color al reportaje.
Alejándonos de El Portús
Buque mercante fondeado, por lo que parece, petrolero.
Cabezo de la Aguja, a 282 metros, donde subiremos después, en estado catatónico, deshidratado, desintegrado de partículas y células vitales, indispensables para la vida. Aún así, como un zombie autómata, aturdido y descompuesto, pude alcanzar la cima. ¡La virgen santa, ni acordarme quiero de lo mal que lo pasé!
Aprovechando nuestra arribada a un balcón mirador natural que no contempla el track, sacamos a mister Yoda de la chistera, y lo inmortalizamos (como si él lo necesitara) sobre la costa cartagenera, a tutiplén.
La manifestación del espíritu patriótico amén del amor y devoción que siente y profesa por su país de acogida no puede faltar...
Que ya le vale, desde las Casas de Moya, aún no se ha desprendido del gorrito orejero que, por lo que se ve, tan a gusto y pancho luce y se encuentra con él. Estos personajes galácticos, con el calor que hace, es que parece que ni sienten ni padecen. ¡Qué envidia no haber sido concebido de plástico duro!
Era tal la calma chicha que tenía que soplarle yo para que ondeara la bandera.
En fin, otra de soslayo y pasamos a darle su merecida cuota de pantalla al cronista que bien se lo curra el tío...
Durante unos minutos, observamos las maniobras de padre e hijo, extendiendo los aparejos de pesca, a bordo de su bote pesquero.
Aprovechando este peñasco tan propicio al postureo, damos por concluida aquí la primera parte de nuestro emocionante paseo por parte del litoral murciano mediterráneo.
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