16 junio 2024

POR LA PLAYA DE FATARES Y LA ISLA DE LA TORROSA (Cartagena) I

De nuevo acudimos por estos espectaculares parajes del litoral cartagenero para conocer, entre otros lugares, la paradisíaca playa de Fatares y la no menos idílica isla de la Torrosa. En esta ocasión no vengo solo porque me acompaña mi amigo Pepe, que en una de estas invitaciones senderistas que le hago, abdica de mí porque siempre que le convoco es para sufrir. Ya podría invitarlo para una comida o caminata más lúdica o relajada, incluso concomitando ambas actividades, pero no, cada vez que quedamos es para, como dicen en mi pueblo, "sacarnos las infundias...😆"; pero el tío es de los estoicos, de los que no se quejan así se ponga chungo o cuesta arriba el camino, y claro, eso siempre es un plus, porque le adjudico una vitola o atributo de buen compañero de fatigas que me incita a seguir contando con él para según qué tipo de aventuras, porque el recorrido, no nos engañemos, es durillo. Más que nada, por los constantes toboganes que hay que afrontar, que se endurecen todavía más si el calor aprieta, como fue en nuestro caso. 
De nuevo plasmamos sobre el mapa el contorno que adopta el recorrido, que otra vez realizamos a la contra de las manecillas horarias, repitiendo tramos y puntos que en mi caso, ya conozco de mi anterior excursión por estos lugares. Como bien se puede observar, aparte de visitar los emplazamientos que dan título a la presente publicación, en esta ocasión, no alcanzaremos la cima del Roldán, porque mucho antes, tomaremos el derrotero, como aquel que dice, cuesta abajo y sin frenos, del por aquí conocido como sendero de la Valla, que nos llevará de forma vertiginosa a cerrar el círculo de tan extraordinario recorrido que mi gps contabilizó en algo más de 14 kilómetros.
El track que he bajado de Wikiloc y nos ha servido de lazarillo ha sido el de una tal amatta, cuyas abundantes y bonitas fotografías de la caminata realizada en grupo, me resultaron a priori, de lo más descriptivas, anunciadoras de lo que nosotros mismos tendríamos que abordar, aunque eso sí, desde nuestra particular experiencia y punto de vista.
Hemos dejado el coche en el Parque de Tentegorra, y cogido sin titubear el GR-92 en dirección al Mirador de Roldán. Cuando llegamos al collado, a mi amigo le sorprende sobremanera la espectacular panorámica que de pronto enfrentamos hacia la ensenada de Cabo Tiñoso, y no es para menos porque es que se te presenta delante casi de sopetón. Este horroroso graffiti se puede ver bajo el balcón principal del mirador. Menos mal que queda invisible salvo si te adentras en la arboleda buscando intimidad para una meada. 
Después de solazarnos durante un delicioso ratico en este precioso lugar, cogemos el sendero que aparece a nuestra izquierda. A partir de ahora nos acompañará en todo momento el vasto y azulino horizonte marino.
Perdemos altura por una panorámica senda, bien cincelada debido al tránsito frecuente de personas.
Al poco nos vamos a encontrar con un cruce, cuyo ramal derecho nos llevaría a Cala Estrella, excursión esta que queda pendiente para el otoño próximo ya que me gustaría hollar también la Cueva del Gigante, otro lugar emblemático del senderismo cartagenero, que para alcanzar hay que programar hacerlo durante la bajamar. Hoy, nosotros seguimos de momento, por el sendero de la izquierda en dirección a La Parajola, que ya sabemos que es conocido por la Senda del Oso. A unos cientos de metros, aparece nueva encrucijada, que enfilamos por la vereda que nos surge a la derecha, abandonando el ramal señalizado con marcas de pintura blanca que continúa flanqueando la cara Sur del Roldán en dirección al Cristo de los Buzos y La Parajola. A partir de este nuevo sendero, existen un par de tramos de bastante perpendicularidad, que presentan terreno algo descompuesto, por lo que hemos de extremar la precaución para prevenir el siempre inoportuno patinazo o traspié.
La isla de Las Palomas, conocida también como de Los Colomos, se hace omnipresente durante esta ruta, siempre que miremos hacia el mar, la cual alberga pequeñas colonias nidificantes de aves marinas, por lo que a menudo se la puede ver cubierta de guano, por ser el posadero habitual de muchas de estas criaturas. Sus fondos se convierten en un reclamo para muchos buceadores que vienen a disfrutar de la abundante riqueza submarina que se desarrolla en torno al mencionado islote y porque hace algunos años, una prospección arqueológica con medios electrónicos, documentó la existencia de varios pecios en los alrededores de la isla.
El retrasado mental permanente, con spray de pintura en mano e ínfulas de virtuoso graffitero urbano, abunda y prolifera por doquier. ¡Representan un verdadero azote que parece ir in crescendo...!
En rápido descenso aterrizamos en un pequeño collado. Nos desviamos hasta la loma contigua que queda a nuestra derecha, para comprobar las vistas que hacia el mar se nos ofrecen desde esta roma atalaya. Nada nuevo bajo el sol y retrocedemos, recuperando el sendero que se encuentra bien señalizado con marcas de pintura, para al poco, enfrentarnos con una inmejorable panorámica sobre la playa de Fatares, lugar paradisíaco donde la naturaleza se exhibe en toda su potencial riqueza.
Pronto alcanzamos sin dificultad la Playa de Fatares o Zotares, como también la he visto escrita, el primer objetivo marcado en rojo de nuestra excursión. La existencia de una frondosa pinada de árboles nuevos y lo fragoso de su entorno más inmediato, nos parece que ensalzan todavía más la belleza per se de la cala. El cuadro costero que se nos ofrece a la vista, es sugerente y coqueto y por ello resulta fácil colegir que las embarcaciones de recreo deben visitar con frecuencia este aislado enclave marítimo, pintiparado para dejarse bendecir por sus límpidas aguas o relajarse tumbados sobre el fino chinarro o su cenicienta arena, disfrutando del sol y la fresca brisa marina, sin experimentar esa sensación de acorralamiento intrusivo que se suele dar en playas mucho más multitudinarias que esta. Entretanto, la terca necedad del graffitero playero manifestándose hasta la náusea.
La isla de los Colomos o de las Palomas, tiene una extensión de 1,2 hectáreas y ha sido designada como Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA) y Espacio Natural Protegido por la presencia del paiño común mediterráneo y la pardela cenicienta. Sus acantilados se encuentran profundamente erosionados por la acción marina formando diversas estructuras pétreas. Conserva un bello y valioso entorno submarino por su notable biodiversidad, destacando, en su cara Norte, la pradera de posidonia oceánica donde se refugian o encuentran alimento diversas especies, siendo la más significativa la nacra, molusco bivalvo endémico del Mar Mediterráneo en peligro de extinción. Ofrece a los buceadores distintas inmersiones en fondos rocosos llenos de vida y de aguas transparentes. Junto a esta isla se sitúa el pequeño y poco divulgado Islote del Raspallón.
Hemos llegado al borde de un acantilado desde el que obtenemos una perspectiva aérea de la coqueta cala principal de Fatares. Presenta una bajada a pie de playa un tanto accidentada por los derrubios en la pendiente originados por la acción del oleaje, pero nada que deba preocuparnos si descendemos con tiento. La terraza marina también nos permite una visión de conjunto de las otras calas que vamos a ir recorriendo. La belleza del lienzo marino que se derrama ante nuestros ojos, nos deleita y embelesa en su contemplación sublime.
Por fin pateamos la arena de la cala más occidental del área de la Playa de Fatares, donde desagua la rambla homónima, como bien se observa en la siguiente imagen. A nuestra izquierda es visible también el sendero de la Cresta de Fatares o Cuesta de la Pupa, que se eleva por la pronunciada ladera. En esta primera playa, mi compañero de fatigas decide darse un baño. Yo me encuentro algo distanciado de él porque ando enfrascado en la captura foto- videográfica del entorno.
 Una vez hemos reanudado la marcha, llegamos a un talud desgajado de la Cresta de Fatares donde rompen las olas, que atravesamos sin dificultad, siguiendo de manera instintiva, la huella de paso abierta entre las rocas. Con el mar en calma no habrá inconveniente en superar este tramo. Los desprendimientos del acantilado han provocado que se divida en tres calas bien diferenciadas por diversos fragmentos de roca, de ahí que su belleza primigenia y salvaje, su apariencia remota y solitaria, la erijan en foco de atracción para muchos senderistas y pequeñas embarcaciones de recreo que suelen fondear en sus inmediaciones.  
Una vez hemos atravesado por la orilla la última cala donde en su extremo oriental se acumulan fragmentos de roca desprendida del acantilado, pronto localizamos el extremo de un sendero que en empinada subida y tierra adentro, nos remonta y aleja de la playa, hasta alcanzar el otero desde el que vamos a disfrutar del bonito óleo que se va pincelando a nuestra espalda. 
Ahora continuamos nuestro rumbo en pos del segundo punto estrella de nuestra excursión de hoy que no es otro que el de la Isla de la Torrosa, llamada también de la Terrosa. Este tramo lo padecí de veras porque iba en pantalones cortos y el matorral lacerante de por aquí me dejó las canillas en carne viva, surcadas de moratones y arañazos. ¡Acabé ensangrentado! ¡Ay la virgen, todavía me duran...! Me pareció que el tramo de sendero en empinada subida que existe entre la playa de Fatares y la isla de la Torrosa, es el menos frecuentado o trillado de estos contornos, por ello me sorprendió el recio matorral entreverado, presente en este trecho del camino. En todo caso, esta enmarañada tesitura es muy puntual y cuando la senda suaviza y llanea, la gruesa y punzante vegetación decrece, y se puede ir eludiendo sin dificultad, con solo elevar un poquito las rodillas.   
El selvático sendero se despeja y pronto cobra atractivo pues se va arrimando al litoral, hasta que nos ofrece vistas de nuevo hacia el mar y por ende, hacia el archimencionado islote que tenemos como próximo objetivo. 
Un bonito sendero volado, menos deslizante de lo que parece, nos conduce hasta el mismo tómbolo de la Isla de la Torrosa. En su día sería una isla litoral, como lo es la cercana isla de Las Palomas, pero por efecto del incesante oleaje, con el tiempo y una caña han ido depositándose arena y chinarro entremedias, hasta llegar a conectarla con la costa, formando una estrecha lengua de tierra que emerge por encima del nivel marino. Con la resaca de un día de fuerte temporal de viento de Lebeche, este pequeño cordón litoral suele quedar sumergido.
El lugar es muy coqueto, íntimo y acogedor. No me imagino mejor lugar que este para darse un baño en buena compañía. Resulta increíble constatarlo pero en la costa cartagenera aún quedan reductos a salvo del mundanal ruido, en donde disfrutar de playas desiertas e incontaminadas, de naturaleza salvaje y aguas de sorprendente transparencia, lugares recónditos a los que no parecen afectarle, al menos, de momento, la vorágine turística de sol y playa que sufren otras latitudes.
Desde arriba, hemos visto a un bañista, que más tarde se reveló de afable trato, que está disfrutando del lugar en apacible y completa soledad. Se le nota en el rostro que lo está disfrutando. No pretendemos ejercer de intrusos y enseguida le damos a entender que vamos de paso.
El track observo que continúa isla adentro y tras unas sencillas trepadas sobre terreno rocoso con buenos asideros, ganamos la despejada cima del islote, donde se alza una señal de milla náutica, estabilizada con gruesos tensores contra vientos. En este delicioso y apartado lugar, que disfrutamos a rabiar, singular donde los haya, recuperamos las vistas sobre la cercana Isla de las Palomas y de Cabo Tiñoso, también se distingue por occidente, destacando sobre el horizonte, la ubicua Sierra de la Muela y el cerro Roldán, cuya cima presenta ahora un pasajero capuchón de bruma. En dirección contraria, fijamos la atención en el ahora difuminado enclave industrial de Escombreras y el Cabezo de San Julián, que custodia con su fortaleza la bahía de Cartagena. Mi compañero de fatigas senderistas toma asiento en un reborde de la señal náutica para hidratarse y comer algo, mientras se abandona a la deleitosa contemplación del paisaje y yo hago lo mismo, pero a unos metros de él, en el extremo más hacia el sur del islote. El momento de abstracción de que disfrutamos ambos resulta mágico.
Florida y esplendorosa siempreviva, que me encontré por aquí.
El Roldán, en este momento oculta su cima por una densa niebla.
La vertiente oriental de la Isla de las Palomas y el islote del Raspallón, separado de aquella entre cuatro y cinco metros.
Castillo de San Julián
Nuestro amigo, coincidente senderista, con el que ya nos habíamos cruzado en las inmediaciones del Mirador de Roldán, nos dijo que era de Cartagena y la segunda vez en toda su vida que visitaba este idílico lugar. No cabe duda que disfrutó del momento y quedó arregostado. Desde esta fotografía podemos observar el sendero de bajada hacia el islote y el de subida a su derecha, que pronto cogeremos nosotros en dirección al Proyector de la Parajola.
Abandonando el islote.
Rincón paradisíaco que sugiere una isla perdida del océano Pacífico en los tiempos de Robinson Crusoe, lo abandonamos con pesar, tomándole una última instantánea a su pequeño istmo que lo une con tierra firme, mientras nuestro amigo cartagenero, sigue disfrutando en soledad, de su tonificante baño de sol y mar.
Jóvenes buceadores, al regreso de sus prácticas subacuáticas, ignoro si diarias, con dirección a Algameca, donde se encuentra su cuartel en el Centro de Buceo de la Armada.
FINAL PRIMER CAPÍTULO

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