He hecho nueva incursión por este bonito e histórico rincón de la antigua Orospeda (la que pone fin a los llanos), en la provincia de Murcia, limítrofe con la de Castilla- La Mancha, con la idea de darme un garbeo por el santuario de la Rogativa, también por su antiguo cementerio y acercarme a las ruinas del Cortijo de Beteta, que a través de Wikiloc lo había visto en fotografía pero quería registrarlo yo mismo con mi cámara, antes de que ese binomio aniquilador que forman el tiempo y el olvido, lo conviertan definitivamente en un montón de escombros. Pero en toda excursión, siempre hay un objetivo principal y este no es otro que hollar la cima del cerro del Servalejo. A continuación, sobre el mapa, el camino seguido por el que suscribe, utilizando el mismo itinerario para la vuelta.
He dejado el auto estacionado en una orilla de la rampa de subida a la ermita. Una vez equipado de todos mis apechusques, elevo el periscopio, hago un barrido de 180º a mi izquierda y tomo estas primeras instantáneas a las Casas de Alfaro, Cerro del Morrón y Loma del Alcaboche.
Antes del tiempo que tarda en persignarse un cura loco, he llegado al antiguo cementerio de la Rogativa, en proceso ruinoso, que alberga 17 nichos y dos preservadas tumbas de regular visita y cuidado que llaman mi atención. La entrada principal del campo santo todavía resiste con dignidad.
Emerio y Bienvenido no pudieron elegir lugar más tranquilo y acogedor para dormir el sueño eterno de los justos.
El Cerro del Morrón, 1488m.
Nuestro objetivo principal de hoy, el cerro del Servalejo. A propósito de este topónimo, algunos autores consideran un flagrante error que en la cartografía oficial venga denominado con el nombre de "Salvalejo", incluso en otros como "Cerro Mulata", afirmándose con rotundidad que los lugareños antiguos, han conocido de toda la vida a este cerro con el sobrenombre de "Servalejo". Por razones obvias, el humilde autor de este blog, sobre esta cuestión, ni entra ni sale, ahora bien, si alguien ha reparado con minuciosidad en tan relevante asunto para poner blanco sobre negro, llegando a la conclusión de que quien mete la pata es la cartografía estatal, no seré yo quien enmiende la plana del que con tanto esmero y dedicación ha tratado de asignar el nombre correcto al cerro que nos ocupa, faltaría más. Así pues, para menciones sucesivas, se queda con Servalejo y sanseacabó.
Mi último capricho, debilidad, desde el punto de vista orográfico, inundará tus retinas hasta el empacho, querido esporádico visitante de Mi Viky y Yo. He aquí la inconfundible silueta de este pedrusco con forma de molar que llaman Peña Jarota. Sobre este topónimo no parece existir controversia alguna, al menos que yo conozca. Su visión se hará omnipresente durante toda la ruta.
Cerro del Servalejo, elevado a 1662 metros. Una cumbre cuya conquista merece la pena.
El Cortijo de Beteta y la vertiente SUR de Peña Jarota
A las ruinas del Cortijo de Beteta le hicimos una batida de 360º y por ende, una amplia cobertura fotográfica.
La mayoría de estas viviendas, construidas en parajes tan recónditos y alejados de la "civilización", aún en aquellos tiempos de penuria y población diseminada, se explican en la existencia de una fuente próxima que abastecía de agua a sus moradores. Tal es el caso del cortijo de Beteta, casa de labranza que albergaba a tres familias, con una fuente entre álamo y un nogal, cuya surgencia no advertí a simple vista aunque sí la humedad reinante de su probable enclave.
Ventanas principales y palomar orientados hacia levante.
El interior del salón comedor. Cuando me introduzco en estos lugares de sobrecogedora ruina y desolación, procuro andar con tiento y al menor indicio de desplome, buscar la salida a escape. Estas construcciones permanecen en pie mientras les aguanta la techumbre. En cuanto esta se viene abajo, el proceso de demolición camino del cascote, ya es inexorable.
En estos cortijos en proceso inapelable de derrumbe, suele ser habitual encontrarse con la existencia de la botella de anís o de coñac, cubierta de mugre y polvo, sobre la repisa de la chimenea, como último residuo y vestigio de la vida de aquellas sufridas gentes que habitaron estos apartados contornos; evocador relato de un pasado, enriquecedor y entrañable, con sus penas y alegrías, pero siempre duro como la misma tierra que les tocó labrar y cultivar.
Las ventanas que todavía se resisten al destrozo me atrapan, me subyugan, me hipnotizan. Me imagino a aquellas personas despertarse bien temprano por la mañana, al alba, y asomarse a la ventana para comprobar, qué día les iba a hacer hoy durante las labores del campo. Los domingos se levantarían algo más tarde y calcularían la hora según la posición del sol. Para asistir a misa, acudirían a las Bojadillas, o quien sabe si a Arroyo Tercero, que les pillaba un poco más lejos. En fin, por imaginar que no quede.
Sentir la desolación del derrumbe, el silencio de décadas que invade rincones que antes acapararon sonidos de la rutina diaria.
Hermosos parajes eclipsados por la nostalgia de imaginar todo lo que fue y dio sentido a una convivencia entre el hombre y la naturaleza, en permanente lucha contra los elementos y los avatares humanos del día a día; evocaciones en piedra de un pasado esplendor del que hoy ya solo queda, pura ruina y devastación.
La siguiente pared en caer será esta...en cuanto la carcoma del olvido recorra su definitivo camino, seguirá el ejemplo de los tabiques contiguos. El fin de lo que queda del Cortijo de Beteta ya es inminente. Le quedan dos nevadas.
El contrafuerte del hueco del hogar, todavía aguantando estoico con su primigenia misión de chimenea, apoyo y soporte a la pared maestra, y el horno, ya convertido en madriguera y escombros.
FINAL DEL PRIMER CAPÍTULO
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