En principio había echado el track por un camino que partiendo de la fuente, tomaba por Las Casas de las Lomas de Abajo, Casa de la Loma de Arriba y El Reclamo, itinerario mitad camino, mitad asfalto que no me terminaba de convencer. Entonces me di cuenta que sobre el mapa, partía una senda, que desde la fuente, discurriendo en paralelo a la Loma Macea, convergía a la altura del barranco de Poyos con la pista de Retamalejo. Pregunté en una de mis incursiones a un lugareño si esa senda existía y me dijo que estaría perdida pero que, sorteando algunos sembrados por la orilla, se podía pasar sin problemas. Sospecho que este sendero, más directo hacia la fuente de la Capellanía y la ermita, sería el más utilizado por los retamalejeros cuando acudían los domingos a escuchar misa y de paso, aprovisionarse de agua ya que, la que procedía del paraje La Zanja, tiempo hacía que se había secado.
Es un tramo atractivo, que realizado en primavera, se realza mucho más.
Al poco de salir al camino, se afronta un fuerte repecho y nada más coronarlo ya divisamos a nuestra derecha la Loma de Retamalejo, el Puntal de Marín y a nuestro frente, el pueblo.
En el canal del "Raulico" podemos encontrar un video en el que, acompañado de su madre, visita Retamalejo y las casas en ruinas que fueran de sus antepasados, los abuelos de ella, Apolonia y Francisco. La buena mujer recita esta copla que informa de las actividades o estereotipos con que popularmente se conocía a los vecinos de cada circunscripción: "En el Perigallo, gallo; en la Junquera, gallinas; en el Carrascal, ganao; en
el Molinico, harina; en el Mancheño, peleas; en Los Poyos dicen misa y
en la loma se pasea..."
Resulta fácil suponer que con ocasión de ferias, mercadillos y fiestas de los respectivos poblados (Los Royos, Clavellina, Torre de Girón, Retamalejo, La Junquera, Casas de Mula, La Capellanía, Mancheño, Macián, Cobatillas, El Moralejo, cortijos diseminados pertenecientes a todos ellos, etc), la gente se congregara, conociera, formaran parejas y futuras familias. Los de Mancheño tenían que ser algo pendencieros (lo digo en broma) si atendemos al sanbenito que les colgó la copla y dice Faustino Calderón, en su extraordinaria entrada dedicada a La Junquera, que estos, junto con los de Topares, tenían fama de organizar buenas juergas dado los excelentes guitarristas y cantantes que tenían entre sus vecinos. En fin, las costumbres y tradiciones eran parecidas sino idénticas en la mayoría de caseríos y aldeas de la comarca.
Faustino Calderón, también presentó hace unos años una excelente publicación referida a esta aldea que aconsejo echarle un vistazo. Asimismo ha llamado mi atención el maestro itinerante de Mancheño y Retamalejo, procedente de Benablón, que al parecer, no dejó buen recuerdo entre sus alumnos ya que empleaba métodos muy poco didácticos. Faustino, sin expresarlo de forma explícita, revela que al final se quedó sin zagales, pero cabe sospechar, que los críos fueron abandonando sus clases porque trataba de inculcarlas a base de estacazos sin ton ni son. Aquel maestro no hizo escuela. El dicho que reza "la letra, con sangre entra...", en sentido cabal indica que el buen éxito en los estudios sólo es fruto del esfuerzo tenaz del que trabaja y se aplica, no resultado de palmetazos o pescozones a norre que en el pasado propinaban a sus alumnos los malos preceptores.
He colocado a Yoda para que pose entre estas ruinas a ver si es capaz de dar un salto atrás en el tiempo y contacta con el espíritu de alguno de sus antiguos moradores.
Aún queda alguna calle, reconocible como tal.
Pululan por aquí muchos gatos. ¡Probes roedores! Los ratones lo tienen crudo. Sorprendí en sus escondrijos a más de cuatro. Seguro que hay muchos más.
Este gato negro me estuvo observando curioso durante un buen rato.
En esta casa tuvo que haber gente que durante muchos años la consideraría su hogar. Aquí hubo una mesa donde la familia se sentaba a comer. Dos tinajas, alacenas para guardar las cosas de comer y otros aparejos de cocina; botellas de licor (la de anís Marie Brizard y brandy 501 o Veterano son reliquias reiteradas en lo que queda de estos hogares en ruinas que no suelen faltar), de vino, de aceite y la típica cornisa de la chimenea, donde se colocaba entre otros trebejos, la caja grande de cerillas y las bujías o el candil que iluminaban la estancia. No olvidemos que en Retamalejo llegó in extremis la luz, hacia finales de los años setenta, cuando más de la mitad de sus habitantes se había marchado. La habitación contigua tendría su cama y a su lado un arcón de madera con cajones con mucho fondo para guardar la ropa. Entre estas cuatro paredes hubo personas que rieron, comieron, se enfadaron, se reconciliaron, se despreciaron, se amaron, que mordieron la vida y fueron mordidos por ella. Madrugaron, trasnocharon y se calentaron a la lumbre durante las largas noches de invierno contándose historias y recordando personas y sucesos, casi siempre de otro tiempo. El fuego, el tocino y las patatas asadas, unía más que la amistad y la sangre. Las palabras servían como ese aliento cálido que ahuyenta el frío y la tristeza del invierno.
Los domingos y fiestas de guardar, estas gentes sencillas se sentarían a la mesa para comerse un arroz con conejo, al que le había dado matarile la tía Desideria, que sabía asestarle ese golpe de gracia entre las orejas para que no sufriera. Luego lo colocarían bocabajo, sujetas las patas traseras con un cordel, goteando sangre por la nariz, para que se fuera enfriando antes de despellejarlo. Algunos hombres, tras el postre y el carajillo, cogerían la Orbea, Puch minicross o Mobylette y enfilarían hacia las cantinas de Los Royos o la Junquera. Pasarían la tarde entre amigos y vecinos. Bebiendo y jugándose unas pesetillas al parchís, baraja o dominó.
Estas paredes vieron nacer a hijos que abocados a un mañana de miseria, cuando crecieron, vieron la posibilidad de remediarla en otra parte y se marcharon. Pocos regresaron para recuperar los enseres que habían dejado. Y así, poco a poco, al igual que otros pueblos y cortijos del entorno, Retamalejo fue quedándose cada vez, más aislado y vacío, resultando de aquella desbandada, el estrago que hoy contemplamos.
Vestigios de, más que de la "España vacía, de la España abandonada".
Señal de que, aunque tarde, les llegó la corriente, proveniente de una línea de la Almudema.
Alguna casa se resiste al desmoronamiento definitivo.
Pero su fin ya es irrevocable.
La loma de Retamalejo
Raulico y su madre visitan las ruinas porque la memoria y la historia, el pasado y los recuerdos, inundan nuestra conciencia individual y colectiva. Necesitamos saber cómo vivieron nuestros antepasados para hacernos una idea de cómo fueron, indagando y obteniendo respuestas así sobre nosotros mismos.
El empuje inexorable de la devastación tiempo hace que ha prendido en todo el pueblo. Soledad, abandono y silencio van sepultando las casas. Parece que oigo sus sordos lamentos, sombríos, desesperados, ahogados por el viento y la maleza.
Caen poco a poco, sin orden ni esperanza y arrastran en su caída a todas las demás. Unas se van hundiendo despacio, bajo el peso del polvo, el tiempo y la soledad. Otras, caen de bruces en el suelo de repente, violenta y estruendosamente, como abatidas desde los cimientos por una explosión controlada. Todas, antes o después, acabarán devolviendo a la tierra lo que de ella tomaron prestado, lo que siempre fue suyo, desde los tiempos en que el primer habitante de Retamalejo se lo apropió.
Otras fotos, durante las diferentes incursiones a este territorio, que darían para un nuevo capítulo, pero de momento, lo vamos a dejar aquí.
Una encina centenaria en la Torre de Girón, que se resiste a entregar la cuchara.
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!
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