Antes de desembocar en la Rambla Mayor, hemos de cruzar el barranco de Las Salinas al que inspeccioné durante un buen trecho. Como se puede observar, también dispone de una anchura de cauce bastante notable. Más adelante se estrecha y bifurca en otras cárcavas pequeñas que vienen de la parte de arriba, de la Jarosa, Morra del Pino y Mancheño. Recorrí un buen tramo, encajonándose a medida que iba subiendo, hasta que tropecé con un pino atravesado haciendo de tapón que me obligó a desistir y darme la vuelta.
Volvemos sobre nuestro recorrido. Tras cruzar el barranco de las Salinas, atravesamos algunos bancales yermos y ya estamos en la Rambla Mayor. Las colmenas quedan bastante lejos de nuestro camino de manera que no existe peligro de que un enjambre nos ataque o pille desprevenidos.
Ya tratamos en su momento, las medidas colosales del cauce de esta rambla, pero recordemos parte de la descripción que Jesús García hacía en su libro: La Rambla Mayor es una bestialidad. Se ha comido las tierras blandas y ha roto montañas, le ha quitado la capota de rocas a los terrenos antiquísimos formados por mares salobres con esos colores, que tan atinados nombres les dieron los geólogos. Cuando dijo de arramblar agua se metía a la misma Murcia haciendo escrituras de los terrenos, hasta que le pusieron un embalse, el de Valdeinfierno y la domesticaron. Así que la Rambla Mayor causa respeto, siendo uno de los brazos del río Lorca, al que llaman Guadalentín unos y Sangonera otros. (Jesús López).
La Rambla Mayor emplea el mismo procedimiento que algunos agricultores practican con las veredas que se encuentran flanqueando sus fincas, que en cada labrado, van comiéndose unos centímetros hasta que la engullen sin haber dejado rastro ni simple atisbo de lo que alguna vez fue un camino. Las lindes representan el pecado capital del hombre, motivo de muchas disputas entre vecinos.
Si vamos caminando por el lecho de la rambla (soportando chinarro y arena playera), podemos eludir algunos meandros por atajos que los flanquean.
Hace tres años, en que iba a la aventura e improvisando, para salir de la Rambla Mayor hacia Mancheño, tenía como referencia conectar con un sendero que sin un origen concreto, enfilaba hacia Las Salinas, Las Laborcicas y Mancheño, camino que a buen seguro en el pasado, sería muy transitado por los lugareños de la zona.
Tomaba por un tramo de monte bajo que resultaba ser un espartizal, donde no se divisaba sombra ni amparo alguno en quinientos metros a la redonda. También había que atravesar varios barrancos y andar con cuidado para no lastimarte las piernas o brazos con las siempre traicioneras coscojas. He aquí otro tramo que me chirriaba. Había que encontrar una vía de conexión a la citada pista, algo más llevadera. De hecho, me parecía distinguir en la distancia, en el monte de enfrente, un vislumbre de senda. Había que seguir explorando.
Ya tenía resuelto un paso dudoso, faltaba el otro. Salgo de la rambla y ataco el monte contiguo que el mapa denomina "Las Jarosas". La subidica se las trae, ya que en pocos metros supero los cien y pico de altura. A la mitad más o menos, observo a mi izquierda un cerro por el que parece discurrir una trocha. Ese va a ser el camino, me digo. He rebasado el punto de no retorno y no queda más remedio que continuar hasta conectar con la senda de referencia, y desde esta, tratar de volver por esa supuesta trocha que espero me conduzca de nuevo a la rambla. Así lo hago y ¡bingo!. No se puede decir que sea una senda propiamente dicha, porque no parece muy pateada pero más por la falta de uso que por otra cosa.
¡La virgen, pobre del que se pierda por aquí en verano, se sentiría en el mismísimo infierno...!¡Que por nadie pase!
En este tipo de terrenos son los geólogos los que parten el bacalao en cuanto a saber ponerle nombre a los materiales de que está compuesta la tierra.
Hemos vuelto a la rambla y salido por esta desembocadura para volver a entrar...¡me gusta la vía de escape y por aquí echo el track...!
Por aquel monte (Las Jarosas) he subido, pero era por el cerro contiguo el camino correcto. Mirando hacia un lado y otro de la rambla.
Por aquella cuerda caminaba hace apenas un ratico y qué alegría haber encontrado un paso tan bonito y viable como este, sin tener que perder el resuello. Solo un poco al principio.
Paraje próximo a Las Salinas. Bajo unos pinos enormes que proyectan una sombra tremenda, hago un receso para beber, comer y ponerme protector. Son las dos de la tarde y el sol fustiga de lo lindo.
A mí no me gusta detenerme durante mucho tiempo porque luego me cuesta arrancar. Un ligero tentempié y va que chuta.
Lugar en el que hice la pausa.
Preciosa y centenaria encina. ¡A saber la de generaciones que habrá visto pasar y guarecerse bajo su sombra!
Estas tierras que llevo recorridas despiertan en mí una querencia especial. Plácido paisaje que me llena de paz y reconforta. Campos resplandecientes de luz que recargan e iluminan el espíritu.
Los caminos por estas latitudes se nota poco frecuentados y por tanto, se hallan bastante olvidados y en descomposición.
Al frente, casi mimetizado con el paisaje, un primer bosquejo de Mancheño.
Solanas de Mancheño
Margarita, mordido uno de sus pétalos por un insecto. Me caso no me caso, me caso no me caso...a buenas horas mangas verdes!
El entorno de Mancheño en primavera es bello y lozano.
Nos vamos acercando a la efigie.
Soledad y silencio, la auténtica ambrosía emocional que busca el caminante aventurero.
¡Con qué paisaje tan bonito fueron creciendo los niños de mancheño!
Ya imaginaba yo que esta excursión realizada en primavera tendría otro color.
Y por fin, comparecemos de nuevo en Mancheño
El poblado se encuentra mucho más demolido que hace tres años. Este tiempo ha causado verdaderos estragos en las casas sin techo que ya están en el suelo y se han convertido en escombros.
La devastación es absoluta.
He comparado algunas fotografías de hace tres años respecto de las de ahora, y algunas casas que lograban mantenerse sobre las cuatro paredes, ahora solo una de ellas, permanece en pie. Ya establecía yo en mi primera visita a Mancheño el simil del bombardeo aéreo. Algo similar parece haberle sucedido al pueblo. En fin, no nos sorprende demasiado pues estamos acostumbrados a presenciar durante nuestros paseos por el campo, este frecuente aniquilamiento.
Me sabe mal finalizar esta segunda parte con más cascotes por doquier. Giremos la cámara hacia el bello paisaje mancheñoriano e imaginemos el pueblo y a las gentes que lo moraron en su época dorada en que fue un lugar riguroso empero rebosante de vida.
FINAL SEGUNDA PARTE
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