En esta nueva edición, propongo a mis visitantes, un bonito e interesante paseo por el Parque Natural Cabo de Gata. Un paraje nacional, que por increíble que parezca, aún no había sido registrado en Mi Viky y Yo. Pero ya le ponemos remedio y aquí nos hallamos dispuestos a relatar mediante nuestro particular estilo, la primera de nuestras incursiones por este magnífico litoral almeriense.
En esta actividad deportiva, que tantos beneficios aporta al cuerpo,
mente y espíritu del individuo, parece que no acaba uno de aprender todo lo que se debe tener presente a la hora de preparar una ruta senderista, y ello en función de la diversa
tipología medioambiental con la que te vas a encontrar. El primero de los
imprevistos que tuvimos que afrontar
fue el de haber elegido para hacer esta excursión, un día de pleamar e
intenso oleaje, lo que alteró en alguna medida, el recorrido inicialmente programado. Algunos tramos que transitaban entre la playa y el arrecife, tuvimos que esquivarlos a través de los cerros colindantes. Ello ocasionó un plus de desgaste extra, pero a cambio nos compensó con la posibilidad de obtener unos miradores estupendos. No hay mal que por bien no venga, que dice el refrán. Sin embargo, a veces soplaban tales ráfagas de viento marino, que originaban partículas de arena y microscópicas gotas de agua en suspensión, lo que provocaba que cada dos por tres se empañara el objetivo de la cámara.
Otra falta de previsión fue el de subestimar el Cabo de Gata en cuanto a exigencia orográfica se refiere y creyendo que se trataría de un liviano paseo de coser y cantar, decidí llevarme a la Viky, pues llevaba tiempo observando que parecía haberse recobrado en buena medida de sus achaques. Por ello decidí probarla, a ver que tal, pensando que esta a priori ligera y turística ruta podría aguantarla sin mayores problemas. Craso error. Entre el calor reinante y las empinadas subidas que tuvo que arrostrar, las pasó canutas, pero la que tuvo retuvo, y esta veterana de guerra, curtida en mil batallas senderistas, de inminente pase a la reserva, supo dosificar sus fuerzas para salir airosa de cuantas tachuelas volcánicas se le pusieron por delante, aunque eso sí, manteníendole una prudente distancia a los flujos y reflujos de las encabritadas olas, que acompañadas de ensordecedor fragor, se estrellaban una y otra vez contra el arrecife.
Nuestro paseo de diecisiete kilómetros, se inicia en San José, población típicamente mediterránea, marinera y coqueta, muy turística y de hermosas playas, de población autóctona que habita fundamentalmente las casas del centro, que seguro se multiplica con demografía más internacional en época estival, cuyas viviendas ahora permanecen cerradas. Nos cruzamos con muchos extranjeros, súbditos ingleses la mayoría, en edad provecta. La tranquilidad que por aquí se respira en temporada invernal, con clima tan benigno, debe constituir un auténtico paraíso para ellos, mucho más amable que el de sus islas. Mi impresión es que se relacionan poco con los españoles y a pesar de los muchos años que algunos llevan morando en nuestro país, no hablan ni jota español. Solo parece que les interesa de nuestro acervo, el clima, la seguridad social y el espléndido paisaje que demuestran conocer mucho mejor que los propios lugareños. En el rincón más insospechado y apartado, allí te encuentras un hijo de la Gran Bretaña; son los turistas más listos y mejor informados de todo el continente y allende los mares.
El orígen de su topónimo se cree que procede de la abundancia de ágatas en este terreno, siendo conocido en época fenicia por el Cabo de las Ágatas. Por contracción fonética, acabó imponiéndose el que es empleado en la actualidad.
La excursión, visitando acogedoras calas de lo más escondidas, recuerdan algunos pasajes de la película El Lago Azul. Se podrían haber rodado las escenas de la tierna e inocente pareja adolescente mientras descubrían su sexualidad, en alguna de estas pequeñas y coquetas ensenadas. Calas paradisíacas, idílicas, de arena exquisita, rincones soñados, mil veces imaginados, donde bañarse y retozar desnudos o tan solo con un taparrabos, junto a la persona amada. Evolucionar por aquí, ensimismado, dejándose embriagar por el fragor de las olas, supone un completo éxtasis para los sentidos. Complicado tiene este diletante fotógrafo, conseguir plasmar sobre el lienzo digital, las excelencias del conjunto de esta exuberante y sublime acuarela marina.
Mirando San José desde el Cerro del Ave María
Paisaje marinero y velero donde los haya...
Después de descender por la ladera del Cerro del Ave María (el que se observa a la derecha de la imágen inferior) aterrizamos en esta hermosa playa, de aterciopelada arena.
Esta es la Ensenada de los Genoveses, entre el Cerro del Ave María y el Morrón de mismo nombre italiano, dando a una playa de excepcional belleza que es la segunda más grande de todo el Parque Natural del Cabo de Gata. Un lugar con historia y solera que constituyó punto de encuentro obligado entre mercaderes y piratas berberiscos en tiempos muy antiguos.
La Ensenada de los Genoveses recibe su nombre por la flota de 200 naves genovesas que
en 1147 vinieron a unirse a las tropas de Alfonso VII para conquistar la
ciudad de Almería, permaneciendo resguardadas en esta ensenada
durante casi dos meses hasta que se produjo el momento del ataque.
También, en este mismo lugar, se agrupó en 1571 la escuadra de la Armada
Española, que al mando de Juan de Austria partió rumbo a Lepanto con
más de 300 barcos y 30000 soldados. Fue la célebre Batalla de Lepanto en donde nuestro insigne Cervantes participó y resultó herido, perdiendo la movilidad de su mano izquierda, lo que le valió el sobrenombre de El manco de Lepanto. El autor de El Quijote, que estaba muy orgulloso de haber combatido allí, la calificó como "la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros..."
Nos hallamos capturando estas panorámicas desde el Morrón de los Genoveses, provisto de un vértice geodésico sobre un promontorio cónico de origen volcánico de 73 m de altura que nos brinda una maravillosa panorámica de toda la Ensenada de los Genoveses y que está rodeado por una de las seis reservas marinas que tiene el Parque Natural de Cabo de Gata. La transparencia de las aguas y la variada comunidad animal y vegetal de la zona, parecen indicar el grado de protección y conservación de que es objeto.
La Ensenada desde esta privilegiada posición se nos muestra excelsa y muy pintoresca.
Una captura más de esta cabra marinera y su descendencia
¡Qué envidia despierta el marinero y al parecer unico tripulante visible de este velero bergantín...!, se encuentra situado en posición absorta e introspectiva sobre la popa del velero, seguramente mirando al infinito, sin sospechar que alguien le observa. Bueno, todo esto es un suponer, que igual su partenaire se encuentra fuera del alcance de mi vista, que será lo más probable.
Una toma más sobre San José
No podía faltar a la cita Yoda el Pesadumbres, el pensador del Morrón de los Genoveses...que dicho sea de paso, ¡qué topónimo más bonito!, no en vano, le ampara la rica y florida historia de su pasado. Yoda alucina en colores, y nunca mejor dicho, ante tanta hermosura y variedad de paisajes como atesora este nuestro maravilloso planeta tierra, del que España, como país latino y mediterráneo, en cuanto a belleza y generoso clima, se lleva la palma.
Hemos de decir que el material de que está construido este fotogénico personaje, parece hecho a prueba de talegazos. Dos veces aterrizó desde notable altura, dadas las fuertes rachas de viento, que a intervalos soplaba, y de los dos tremendos batacazos contra el volcánico terreno, resultó indemne. Yo llegué a temer por su parte más prominente, esto es, la de sus orejas, pero parece que resistieron bien el envite. ¡Quien se acuerda ya de Agapito Malasaña, aquel personaje tan fiero y al mismo tiempo tan endeleble, figura de mera fachada que ante cualquier viento del norte, se caía y descoyuntaba...?, ¡qué briega nos daba el bendito...!, ¿ande andarán sus restos, seguirá en Sierra Seca...?
Otra vez aparecen en escena nuestros apacibles y mansurrones cuadrúpedos, de los que ya nos despedimos. Les deseamos lo mejor y una larga vida por estos idílicos y marineros andurriales.
Esta se puede afirmar que es la ruta de las calitas de ensueño. Ríete tú de las del Caribe. Las tenemos por aquí más encantadoras y limpias que al otro lado del charco, y de acceso más inmediato y económico. Tras dejar atrás el vértice geodésico del Morrón de los Genoveses proseguimos nuestra ruta por un sendero de roca volcánica bordeando unos acantilados al fondo de los cuales podremos observar Cala Amarilla, calita pequeña, recogida e idílica que casi dan ganas de desprenderse de la ropa, meterse en el agua para luego secarse, tostándose al sol, tendido desnudo sobre la inmaculada playa. Lo suyo sería ir acompañado.
El terreno volcánico me tiene maravillado. ¡Qué paisaje tan distinto del que estamos acostumbrados...!
Un último vistazo a la bellísima Ensenada de los Genoveses, desde lo alto de Cala amarilla, mientras espero a que Viky llegue a mi altura para continuar camino.
Después de sortear algún que otro cerro, arribamos a la bonita Cala del Príncipe, playa cuasi virgen,
perfecta para dibujar el nombre de mi perrita sobre la arena
Playas poéticas, deliciosas, soñadoras, sugestivamente solitarias en esta época del año
Caprichosas formas sobre la arena
Después de localizar y seguir un sendero que atraviesa el cerro que tenemos al frente, descendemos de nuevo sobre el litoral, iniciando ahora un periplo por varias calas conocidas en su conjunto como Calas del Barronal. La primera de ellas es Cala Chica. Nos fue imposible avanzar por la playa, dada la marea alta y mucho menos intentarlo con una Viky, a punto de colapsarse y entrar en pánico. Me observaba nerviosa, casi con mirada de espanto, esperando a ver que decisión tomaba. Me arrimé a la pared del acantilado, pero estimé que podía resultar peligroso arriesgarse a caerse y ser arrastrado por la fuerza de las olas en su reflujo. Amén de quedar empapados sin necesidad. Tuvimos que eludir y sortear el imponderable, una vez más por el cerro. En este lugar tuvimos unos observadores de excepción que parecían vigilar atentamente nuestros movimientos. En su seguimiento, provocaban el desprendimiento de algunos riscos que amenazaban con impactar sobre nuestras cabezas. Tuvimos que cruzar ráudos sin perder de vista lo que nos podía llover desde lo alto.
Simpático rebaño sin pastor presencial, al menos a simple vista
Una encantadora familia bien avenida.
Peligroso e innecesario seguir el track que venía marcado por aquí. Las olas llegaban hasta la misma pared y columnas basálticas.
FINAL PRIMERA PARTE
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