23 diciembre 2018

DESDE LA PLAYA DE MONSUL AL FARO I (CABO DE GATA)

Cuando el otro día vine por aquí, acompañado de mi Viky, me tuve que dejar la ruta a medias porque el horario de invierno condiciona muchísimo las horas de luz disponibles, y desde luego, porque no se pueden hacer 28 kilómetros, tomando fotos a porrillo, como suele acostumbrar el que suscribe, sin evitar que se te eche el tiempo encima. Así que, hemos vuelto por tierras indalas, en el Cabo de Gata, para acabar lo que empezamos. En esta nueva oportunidad, casi solito y mondo, porque preferí dejar a Viky en casa, no fuera que le atizara otro arrechucho y tuviera que abortar la misión, como en otra ocasión ya me sucediera. Porque Almería parece que está ahí cerquita, buena carretera, autovía y tal, pero tus dos horas y media de coche, hasta el punto de inicio, no te las quita ni Rita la Cantaora, y las mismas para volver, no seas jodío, así que, no quise arriesgarme. En fin, que el sábado, día del sorteo de la lotería, dejé instrucciones concisas de que solo se me molestara en el supuesto caso de que el gordo me tocara, que en caso contrario, estaría fuera de cobertura durante todo el día. Y aquí estamos para terminar la ruta del otro jueves, en otro momento, en otras circunstancias, con otro olor, otro color, otro sabor, otra luz, otras sensaciones, a cada paso, a cada instante, todo es distinto, nada es igual...la segunda parte de la ruta del Cabo de Gata la disfruté igual o incluso más que en la anterior ocasión porque, ¡menudos paisajes, menudos momentos preñados de buenas sensaciones los vividos! Pero, no nos enrollemos más, y dejemos que las imágenes hablen por sí solas y si acaso, intercalaré de vez en cuando, algún breve comentario, pero sin extenderme demasiado, que estamos en navidad y el ponche, licor café, licor 43, mantecados, toñas, polvorones, peladillas, almendrados, alfajor, gambas, langostinos, percebes, etc, ya comienzan a hacer de las suyas, dejando cuerpo y mente hechos unos zorros.
Con todos los apechusques encajados en su sitio, cámara en ristre, me puse a andar, reanudando el recorrido, justo donde lo habíamos dejado la otra vez, esto es, en la playa de Monsul. Las circunstancias del mar eran completamente distintas por cuanto este se hallaba en calma y en estado de marea baja, por lo que pude seguir escrupulosamente el track, tal y como el autor en su día lo proyectara.
Como era sábado, me encontré a bastante gente pululando por doquier, cada cual dedicado a su particular actividad de ocio y recreo. El mío, a mi pasatiempo me refiero, es salir con la cámara y tomarle fotos a todo lo que se menea y a lo que se está quieto, que llama mi atención, también, pues me fijé en una pareja que, enfundados en sendos trajes de neopreno, se echaban al mar, él en un kayak, ella en una tabla.
Ella me pareció más fotogénica y de mayor estética plástica para las fotos así que, me olvidé del kayac. No debe resultar fácil mantener el equilibrio, la vertical sobre la tabla. Aunque bien es cierto que el mar parecía en aquel momento, una balsa de aceite.
Aquellas personas, de pelaje británico, haciendo equilibrios, en el hoy asequible arrecife.
La silueta que barría el mar
Bonita impronta la que se desprende de esta imagen, evolucionando en plan aventurero...por otra parte, se les ve en forma, todavía ágiles.
Hoy sí podíamos caminar pegados al arrecife.
Playas preciosas inmaculadamente limpias
El reencuentro en medio del mar
Esta zona se puede atravesar íntegramente hasta el final, sorteando los afloramientos rocosos entre covachas y piedras por el litoral. No obstante, no se deben subestimar estos pasos pues el musgo y las rocas húmedas, representan un riesgo seguro para el traspié. Solo se complica un poquillo la cosa hasta alcanzar la playa y cala de la Media Luna, pero nada que un avezado senderista como tú no pueda prever sin mayores problemas. 
Aquella torre que se observa en lo alto de aquel montículo es la Torre de la Vela Blanca. Para llegar hay que coger una pista, que desde esta vista se intuye; utilizada por muchos ciclistas, dadas sus duras rampas, tanto en un sentido como el otro.
Cala de la media Luna. Al regreso, con la siempre bonita luz del atardecer, le hice unas cuantas fotografías a Hulk, que salió muy favorecido, pues había olvidado mencionar que me lo traje para que me acompañara en esta excursión. Si maravillado había quedado del Cerro Jabalcón y pantano del Negratín, después de visitar el Cabo de Gata, se ha quedado mudo, literalmente sin palabras. Lo que no logro todavía borrar de su cara es esa perenne mueca de mala leche, como si estuviera enfadado per se con el mundo. Como si anduviera siempre estreñido. Es algo que debería tratarse, por su bien se lo digo, porque eso solo puede acarrearle, presión alta, úlcera o colon irritable.
Este tramo hasta Cala Carbón, resulta bastante salvaje, virginal, impoluto, uno se hace la ilusión que de inexplorado, muy divertido de transitar, de azules y transparentes aguas, bien resguardado el rincón por Punta Redonda, en cuyo lado derecho podemos disfrutar de una faja de dunas fósiles, pozas y bellas bañeras naturales. Todo el roquedo y andesitas cubiertas de musgo que observamos, de origen volcánico, provienen de las coladas de lava enfriadas bruscamente al entrar en contacto con el agua.
Cala Chicré
En cala Carbón, una playa de rocas, me encontré con dos chicos practicando nudismo, así que en el lugar me autocensuré y dio reparo ponerme a tomar fotografías no fuera que sintieran vulnerada su hasta ese momento idílica y completa intimidad.
Con esta captura de Punta Colorá y Punta Negra, la cima que descolla, Torre de la Vela Blanca, a la que más tarde subiremos, damos por concluida la primera parte. Te espero en la segunda.
FINAL PRIMERA PARTE

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