16 febrero 2022

CAMBRONES Y ALREDEDORES (El Diente y Final) XVI

Estos días en los que he estado pateando y rondando el Almorchón, me detenía para enfocar las verticales paredes de su vertiente sur, y pensaba en los aficionados a la escalada que las trepaban. Es una afición admirable cuya condición esencial para poder practicarla, supongo yo que será mostrarse inasequible al vértigo, que no te causen flojera ni bloqueo mental ni físico las alturas. Porque si así fuera, está claro que esta disciplina no está hecha para ti (para mí desde luego que tampoc😊). Ahora bien, por lo que he visto en Internet, miedo y momentos de pánico, sí que los experimentan en puntuales ocasiones cuando la dificultad les pilla desprevenidos y sorprende. Que por nadie pase, ¡ay la virgen! 
Es que he visto ya unos cuantos vídeos que los aficionados comparten y lo cierto es que causan verdadero pavor. Antes se decía, al menos, en mis tiempos de crío que todo estaba en los libros. Ahora se puede decir sin temor a equivocarse que todo está en Youtube. Esas imágenes grabadas que uno visualiza a pie de campo, es decir, en plena pared colgado, son capaces de acelerarte el corazón y producirte sudor frío en las manos. Al llevar la GoPro incrustada en el casco, todo se percibe muy cercano hasta el punto de transmitirte la sensación de ser tú el que está escalando. Tensionas, sientes angustia, te falta el aire, te mareas y esperas de un momento a otro cometer ese fatal desliz que te haga precipitarte al vacío. Algunos de los vídeos que he visto, resultan más estresantes que una película de terror. 
Para intentar entender de que va esta disciplina deportiva, lo primero que tuve que hacer es deducir o tratar de entender la jerga que utilizan los escaladores, cuando describen sus aventuras, sus encuentros con la dificultad y una cosa muy importante, los diferentes grados que existen para catalogarla. Los mencionan con frecuencia y parece ser que la vía más complicada del Almorchón no supera el VI grado. Para que un profano en estas lides se embrolle todavía más, resulta que existen diferentes graduaciones de escalada en roca con sus respectivas equivalencias según la modalidad de que se trate, esto es, deportiva, clásica, artificial, búlder.
Navegas por los diferentes blog que te van surgiendo, les echas un vistazo y ya vas deduciendo si su nivel es principiante, medio o avanzado en función del grado de dificultad con el que se atreven.
Conoces por ejemplo, que en Murcia existe un gran nivel de escalada, de categoría internacional y que, a nuestras paredes, dada su dificultad y reto que suponen, acuden escaladores de todo el mundo. Y das el salto, porque a través de Youtube, resulta extremadamente sencillo pasar de los líderes nacionales a los primeros espadas de la esfera internacional, a los que algunos tachan de yonquis, adictos a la adrenalina. Ver sus vídeos sí que resulta agobiante, pero al mismo tiempo, adictivo. Sus proezas parecen sobrehumanas, inverosímiles.
Yo que a veces tengo la impresión de que la sociedad occidental se halla cada vez más aborrega, más atemorizada, más alienada, transformándose sus individuos en seres apocados e inútiles, veo el nivel de especialización y perfección a que pueden llegar algunos seres humanos en las diferentes disciplinas que practican, y llego a la conclusión, de que nunca antes el hombre había sido capaz de alcanzar tan altas cotas de excelencia en aquello que se propone. 
Bien es cierto, que esas hazañas, esos logros deportivos no se pueden comparar con otros científicos, médicos, tecnológicos, etc, que sí repercuten de forma positiva en los demás.
Aunque esos avances que alargan sobremanera el tiempo de vida, habría que ponerlos en tela de juicio por cuanto, ¿estamos seguros que resultan convenientes para la sostenibilidad del planeta…? Ya planteaba José Saramago, en su célebre e interesante obra, “Las intermitencias de la muerte” el caos que podría suponer para una sociedad, el que nadie muriera o lo hiciera a edades muy avanzadas, como ya está ocurriendo hoy en día. La cuestión sugiere una reflexión profunda que frente a las paredes del Almorchón, no parece el lugar más adecuado para desarrollarla, ahora bien, aún a riesgo de irme por los barrancos del Cárcabo, y tras haber visto unos cuantos espeluznantes vídeos que se podrían catalogar de suicidas, uno se pregunta, ¿qué les mueve a estos chiflados, muchos de los cuales aún no han cumplido los 30 años, asumir tantos riesgos?
La gente temeraria que pone su vida en un brete, abunda en Internet. Se queda uno pasmado observando sus proezas y habilidades. Son buscadores de emociones fuertes que se desafían así mismos con aventuras peligrosas como escalar el Everest, saltar de aviones, haciendo las mil y una acrobacias durante la caída, practicar esas nuevas disciplinas, tan de moda ahora que llaman wingsuit flying y parkourescalar paredes de cientos de metros de altura, de dificultad máxima y luego está el súmmum, lo que me quedaba por ver para no dar crédito a mis propios ojos, escalar esas verticales paredes de gran complejidad técnica, sin cuerdas ni seguros de ningún tipo, como se suele decir, a pelo. ¡Cágate lorito! Lo primero que se me viene a la mente es la castiza frase del: “a tó hay quien gane”. Por mucho que se jueguen el tipo en conquistar las hazañas más increíbles, siempre aparecerá otro que les supere.
¿Pero qué tienen estos suicidas temerarios que los hacen tan arrojados? La mayoría parecen algo majaras. Tienen esa mirada de alienados que los hace reconocibles. Se embarcan en aventuras tan peligrosas porque tienen la necesidad de dominar el terror. Eso les reporta satisfacción. Obtienen placer cuando se sienten inundados de adrenalina. Debe ser algo químico, un proceso que se genera en el cerebro.
Y este rasgo de la personalidad debe tener factores genéticos. Se hereda esta predisposición al riesgo como al suicidio, como se transmite la inteligencia, la necedad o la tozudez. Rasgos del carácter ergo del comportamiento que se transfieren a través de los genes. Ante una situación "jodía", las personas del montón solemos producir cortisol a norre, una hormona que prepara el cuerpo para salir echando leches o si no tienes escapatoria, te predispone a la lucha desesperada con el fin de preservar el pellejo. Es lo que se conoce por instinto de supervivencia. Otros, en las mismas circunstancias, se quedarán paralizados por el terror. Pero hete aquí que esos friquis del peligro, que lo buscan y asumen con fruición, generan más dopamina que cortisol, de manera que esta gente, ante una situación de peligro mortal, lejos de cagarse patas abajo, como nos sucede a la mayoría, experimentan placer, un subidón adictivo, producido por la dopamina cuando en su cerebro la liberan a mansalva. Una persona inundada de tanto "optimismo y energía", resulta comprensible que apenas tenga en consideración la eventualidad de la muerte. Esa fatal contingencia podrá sucederle a otros pero no a él. De ahí, su permanente ansia por experimentar sensaciones fuertes que les conduce a alcanzar cotas y realizar gestas que parecen imposibles a ojos del común de los mortales. Y puede que tenga una explicación biológica que una parte de la población observe este comportamiento si lo miramos desde un punto de vista evolutivo, dado que este tipo de individuos son los que han llevado a la especie humana a aventurarse hacia lo desconocido. Gracias a ellas, el ser humano abandonó la meseta africana de la que procedía y conquistó otras fronteras, evitando así su propia extinción como especie.
Creo que asumir un poquito de riesgo proporciona sabor y color a la actividad que se desarrolla en mitad de la naturaleza, es como un electroshock que convulsiona la consciencia y dispara los sentidos, haciendo de la experiencia algo muy vívido y enriquecedor. Pero si estimas tu vida y consciente eres del peligro, la posibilidad del tropiezo debe ser razonable, sin meterse en camisas de once varas, algo que pueda salirse de madre. El miedo guarda la viña y tengo muy claro que si tientas demasiado a la suerte, si el cántaro va demasiado a la fuente, al final se puede romper.
Lo que dispara mis niveles de endorfinas no es la actividad física en sí misma sino el encuentro genuino con la naturaleza, el sentirme fundido en cuerpo y alma con ella. Sí, ya se que esto que digo puede parecer algo pedante, pero si existe Dios, debe ser que conmigo adopta esta forma para revelarse.
Estos días, he estado echándole un vistazo a estos blogs de escaladores que me han resultado muy interesantes y didácticos. Neskalatzaileak y Maniobras de Escapismo, escalando las paredes de Leyva, en Sierra Espuña. También me gusta seguir a Último Largo, a este desde hace algún tiempo. Estos, también estuvieron por aquí hace unos años y Caminando entre tornillos😆
Descubrí también a hippie, un escalador español muy peculiar que logró cautivarme.  Aquí lo podemos ver en acción.
Al Diente hay que verlo desde su encía. ¡Menudo molar...!
Aquí en esta toma se puede ver a tres dentistas encaramados en el diente, después de haberle limpiado una caries. A mí lo que me admira de los escaladores es la confianza que le tienen a las cuerdas y sobre todo a los anclajes. ¿Y si se rompieran o desclavaran?
En este enlace, José López, conocido como Sucina, murciano, equipando vías de escalada deportiva, entre ellas la de Rambla Perea, en Mula, cuyas paredes ya hemos fotografiado en este blog. Y aquí dos escaladoras del otro lado del charco, en plena acción escalando una pared (Último Tango) de gran dificultad en el Chile central. Todo un espectáculo.
Artículo que nos habla de Dan Osman15 años de la muerte de un precursor de lo extremo y el solo integral. He visto algunos vídeos de este hombre, y estaba claro que compraba papeletas para que al final encontrara lo que con tanto ahínco parece que siempre buscó, la muerte. Ejemplo paradigmático de esos amantes del peligro y las emociones fuertes de los que antes hablaba. Un adicto a la dopamina que terminó como casi todos los que profesan esa doctrina del todo o nada.
Hasta adentrarme en el mundo de la escalada, ni idea tenía de que existiera esta modalidad del Solo Integral. Me quedo estupefacto: Espolón Manolín Luís Gómez
¡Mareante, qué güevos y ovarios tienen, la virgen...!
Y aquí Alex Honnold, el más grande, no se si el más loco, que logró culminar la gesta de escalar El Gran Capitan en Solo Integral, mientras lo grababa un equipo de cine, con cuyo material se hizo un documental que llegaría a ganar un OSCAR. De momento, todavía VIVO. INCREÍBLE. Aquí otro artículo en el que confiesa que siente miedo como todos, pero que lo controla. Ya.

Un retrato impresionante, íntimo e inquebrantable del escalador libre Alex Honnold, mientras prepara para lograr su sueño de toda la vida: escalar la cara de la roca más famosa del mundo ... el Capitán una pared vertical de casi 1000 metros en el Parque Nacional Yosemite ... sin una cuerda. Celebrada como una de las mayores hazañas atléticas de cualquier tipo, la escalada de Honnold establece el estándar supremo: la perfección o la muerte. Tras superar este desafío, Honnold introduce su historia en los anales del logro humano. FREE SOLO es tanto un documental de suspense al borde de tu asiento como un retrato inspirador de un atleta que superó nuestra comprensión actual del potencial físico y mental humano. El resultado es un triunfo del espíritu humano.
Una vez rebasado el Diente, seguimos dándole la vuelta al Almorchón, llegando a la altura del Peñón de Antonio que se alinea con el Alto de la Higuera y el embalse del Cárcabo, en cuyo paraje estuve hace unos días y me pareció un lugar espectacular. Volví a fotografiar el Almorchón desde todos los ángulos hacia su grandiosa solana. ¡Qué disfrute, oh dios...!
La Atalaya de Cieza y Sierra de la Pila, al fondo.
La Sierra de la Palera, que desde este ángulo, su silueta se asemeja al dorso de un dinosaurio
Vamos ya de regreso a casa y aprovechamos para detenernos en lugares puntuales para tomar estas instantáneas que nos resultan interesantes desde el punto de vista paisajístico.

Sierra de la Palera vista de frente   
Embalse Alfonso XIII
El Almorchón, visto desde las inmediaciones del pantano
Espectacular imagen que ofrece el Almorchón, visto desde la carretera
Para cerrar este último capítulo de la serie "Cambrones y Alrededores", que ha abordado en primera instancia, el popular Diente del Almorchón, ilustrado con fotografías tomadas in situ; incluyendo otras capturadas desde diferentes enclaves con vistas panorámicas al cerro y sus inmediaciones (pantano); acompañadas de comentarios que, como absoluto profano en materia de escalada, me fueron surgiendo al socaire de los vídeos y artículos que fui rastreando, tengo a bien compartir también, estos interesantes vídeos que he encontrado por la red.
Y aunque despido ya sin más dilación, esta colección de excursiones que han tenido lugar por la pintoresca y sorprendente zona norte ceheginera, el ansia me puede y quiero finalizar con un pequeño avance de las fotografías que compondrán algunas futuras entradas blogueras que he ido cosechando estos pasados días en exploraciones por las inmediaciones del monte Almorchón. No creo que dé la cosa para 16 capítulos (jajaja😃, tranquilos) pero vamos a seguir fotografiando al cerro ciezano porque he quedado impactado no solo por su espectacular silueta sino también por un entorno que lo ensalza y embellece todavía más. Resulta que un domingo de principios de febrero del 22, salgo con idea de completar un recorrido de aproximadamente 22 kms que, entre otros puntos, recorre parte de la zona desecada del pantano del Cárcabo, barrancos aledaños a él, pistas tobogánicas que atraviesan vastas extensiones de tierras de secano donde se suceden incipientes sembrados de gramíneas, campos de almendrales y en menor medida, de olivares y hete aquí que descubro un universo nuevo, es decir, unos parajes supremos de belleza desconocida e insólita. Aquel día, cuando vine a darme cuenta, no había ni completado el ecuador de la ruta y se acercaba la hora de comer, que para más inri, tenía invitados en casa, así que, tuve que improvisar, renunciar a completar la ruta y buscar atajos para reducir el tiempo empleado hasta alcanzar el coche. No resultó nada sencillo por cuanto las pistas existentes tenían que salvar también, la sinuosa orografía surcada de barrancos y campos de labor, total, que en resumidas cuentas, pude regresar a casa a las cuatro de la tarde. El broncazo fue morrocotudo. Y aquí lo dejamos. Vamos a intercalar dos o tres excursiones que tengo realizadas, tiempo ha, por otras latitudes, al objeto de darle una tregua, no solo al Almorchón sino también a mis esporádicos visitantes, y ya volveremos a él de aquí a algunas semanas. Así pues, he aquí el presente anticipo:
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!


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