Aquí aprovechamos para hacer un receso, donde nos comemos el bocata y practicamos entre otras actividades, el postureo.
Entre La Morra del Buitre, Pico del Buitre y Empanadas
Con Viky en el TornajuelosDespués de recrearnos largo tiempo en el paisaje, nos ponemos otra vez las pilas, recomponemos los apechusques, último vistazo para no dejarnos nada olvidado y reemprendemos la marcha.
El raquítico embalse de San Clemente
Mientras descendemos, seguimos disfrutando con el paisaje
Hemos de dirigirnos hacia esa línea de pinos, Torcal del Lobo.
La pista que viene de los Prados del Conde.
Bajo la sombra de estos pinacos descansamos un rato
Eludimos estos escalones por su izquierda, aunque algunos preferirán destreparlos para ahorrarse unos metros.
Seguimos bajando hasta alcanzar los tornajos de Pradevillaco y a través de una bonita pradera, algo mustia, por la falta de humedad, desembocamos en el camino que conduce hacia los Prados del Conde.
Caminamos por esta pista, dejando a la derecha un pequeño refugio y al poco llegamos al cortijo de Pino Julián, enclavado en un lugar muy coqueto.
Se sigue la vereda hasta sobrepasar el Cortijo de Viñas. Aquí el caminillo se convierte en senda y descendiendo una pronunciada rampa, cruzamos el barranco del Lobo.
Subimos una pequeña pendiente, ya por senda, hasta dar con varios espléndidos miradores para conseguir unas vistas magníficas del Barranco de Marfil, Cerro de las Buitreras y El Caballo.
Llevamos margen de tiempo sobrado y aquí realizamos nueva parada para admirar el paisaje y de paso, fundirnos con él.
Tras llanear un poquito, hacemos un pequeño giro hacia nuestra izquierda y nos asomamos de nuevo al collado de la Asperilla que nos ofrece una vez más, la bonita estampa del valle de Castril. Con la imágen bucólica de unas ovejas dirigiéndose sin pastor, hacia el cortijo de la Asperilla, y Viky, caminando adelantada, hacia el cortijo del Nacimiento, completamos el bucle y damos por finalizada esta bonita ruta senderista que nos ha mostrado la majestuosidad del paisaje castrilense donde, no olvidemos, quedan para santificarlo, los restos imperecederos de Agapito Malasaña, el que fuera el guardián de la montaña más valiente y bravío de estos contornos y limítrofes.
De vez en cuando mira la cumbre, pero más importante
es admirar las cosas bellas del camino.
Sube despacio, firme, y disfruta cada momento.
Las vistas desde la cima serán el regalo perfecto tras el viaje.
Harold V. Melchert
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIG@S!
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