En esta nueva entrada de Mi Viky y Yo, nos vamos a quedar en nuestra región, esto es, nos vamos a trasladar al parque regional de Sierra Espuña, espacio natural más emblemático de la región de Murcia, para conocer el arco de Segismondi. Me sonaba remotamente haber oído hablar de él, pero hasta hace unas semanas, no me había despertado la curiosidad necesaria para conocerlo. Lo bueno de las montañas, es que no se las lleva nadie, siempre van a estar ahí, y siempre lo estuvieron, al menos, hay que entenderlo así, si tomamos como referencia, periodos de tiempo comprensibles y asumibles para los humanos, que si hablamos de eones, (mil millones de años) medida más adecuada para comprender las fases orogénicas que han experimentado las montañas a través de la evolución geológica terráquea, cualquiera sabe el aspecto que tendrá la tierra, dentro de, pongamos por caso, veinte millones de años. A lo peor, vuelve a estar otra vez sumergida, sometida en su mayor parte por el mar o todo lo contrario, sufre una evolución y proceso hacia un paisaje lunar. Dios sabe. De hecho, dicen los estudiosos en la materia, que a La Manga del mar menor, con eso del cambio climático y el deshielo progresivo de los polos, le quedan cuatro telediarios de existencia. Claro que a los murcianos que allí tienen su guarida de descanso y veraneo, y al resto, a los humanos digo, eso ya nos daría lo mismo, porque nos habríamos extinguido como los dinosaurios, haría un porrón de millones de años, y de nosotros no quedaría ni un mísero fragmento de fósil, que un extraterrestre pudiera poner sobre un ultra avanzado microscopio para estudiarlo. Bueno, rectifico, es posible que de Puigdemont hubiera podido quedar por ahí, alguna esquirla de hueso que resistiera los rigores del tiempo infinito, dada la condición perpetua de que parece estar ungido. A ver, que me disperso, que estábamos hablando del Arco de Segismondi, así bautizado en honor al primer apellido del primer presidente que tuvo el club montañero de Murcia, allá por el año 1954, y que, mi Viky y yo, esperábamos la ocasión propicia para colocarlo en nuestro punto de mira. Pues bien, ese momento ha llegado. Y me sorprendió. No solo por lo espectacular, por lo singular del monumento natural en sí, sino también por lo agotador que resulta llegar hasta él. Vamos, que para echarse una foto bajo el arco, hay que sudarlo, hay que empapar la camiseta. Jope con el Arco de Segismondi, qué jodido el tío, como vende de cara su contemplación y disfrute. Ahora bien, merece la pena. El lugar tiene su magia. El rincón desprende unas partículas misteriosas que hechizan e inducen no solo al postureo sino también a la fantasía. Podía tratarse de mi natural propensión a dejarme envolver y cautivar por la belleza del entorno, o de eso que llaman sugestión, pero en mi a veces febril imaginación, me veía traspasar el arco y entrar en una nueva dimensión, como en un túnel del tiempo, que me transportara a un mundo jamás hollado, nunca concebido por ser humano alguno, hacia un ignoto pasado geológico donde todo alrededor fuera océano y horizonte infinito. Sentí un estremecimiento y preferí por si las moscas, no traspasar tan enigmático umbral, entre otras razones porque al otro lado, hay un barranco de tres pares de güevos y si te descuidas, dando vueltas de campana, puedes acabar en los pozos de la nieve que hay unos cientos de metros más abajo. En fin, que para conocer el Segismondi, me bajé del wikiloc esta ruta del amigo Malpaso, que como, algunos recordarán, conocí personalmente y del modo más casual y divertido, en los Cuchillos de la Lavia.
La ruta parte del Collado Bermejo. Se recorren unos metros de carretera y sendas que evitan las curvas asfálticas para desviarnos a nuestra izquierda y coger la denominada Senda Canaleta.
No puedo engañar al respetable. Al poco de comenzar lo empinado de la senda, me encontré un cartel que impedía el paso. De suerte que a mí me leen y visitan cuatro gatos y esta ominosa confesión no tendrá trascendencia, pero hice caso omiso a una señal del parque. Ohhh, me dejé llevar, arrastrar, lo reconozco, por el irresistible impulso y tentación de pasarme la norma y autoridad por el arco del triunfo. Debe originar la prohibición, el manifiesto proceso de erosión que sufre la senda. Pero en el colmo de lo contradictorio e incomprensible, me encontré la empinada canaleta hacia El Torreón de los Exploradores, equipada con un larguísimo cable de acero para facilitar la subida y una larga cuerda de escalada, instalada en el tramo final de ascensión al Morrón. Por estas ayudas, la ascensión al punto más elevado de la jornada se hizo entretenida a la par que muy divertida. En estas imágenes de los parajes de las Cunas, Peña Apartada, etc, se puede observar con nitidez, el extraordinario trabajo del ingeniero de montes Ricardo Codorniu Stárico, el llamado Apostol del Árbol. La obra de este visionario, transformó en menos de cien años, un territorio de lomas y barrancos erosionados, en uno de los más grandes pulmones verdes de Murcia. ¡Cuanto le debe Sierra Espuña a este preclaro hombre, enamorado de nuestra región hasta el mismo final de sus días!
Las antenas sobresalientes de la base militar EVA 13.
La solana del Morrón, con la Viky ayudándose del cable para hacer más llevadera la ascensión. A esta criaturica, siempre lo digo, solo le falta hablar.
Mojón sobre mojón, para animar la excursión.
A la Viky le hago cuantas fotos puedo y me deja pues pronto cumplirá 13 años y tarde o temprano, el inexorable proceso de decadencia biológica, al que todo bicho viviente está sometido, comenzará a causarle goteras, como ya comienzan a vislumbrarse algunas, en su mismo dueño. Bueno, no pensemos en eso ahora.
Me encontré con algunos rebaños de arruis. Y un pedazo de macho con aspecto de bisonte, con la barba que le llegaba al suelo en el arco de Segismondi. Putada que cuando fuí a echarle una foto para ilustrarlo, me dijo la cámara que la batería se encontraba agotada.
Bueno, seguimos ascendiendo.
La cuerda que nos ayudó a cubrir los metros más empinados de la subida.
A punto de coronar el Morrón.
Un gracioso y curioso pajarillo le hizo guiños a mi cámara. No me hice de rogar.
Estamos coronando y comenzando a avistar los primeros elementos de la base militar.
Aquí la tenemos.
El Torreón de los Exploradores, (1.570 m.), que se toma como referencia de mayor altura, aunque el vértice geodésico del Morrón de Espuña (1.583 m.) está situado dentro del vallado recinto militar de EVA-13, al que no se tiene acceso.
El horizonte meridional envuelto en un mar de nubes.
Viky, dejándose también envolver por el brumoso paisaje.
Balón reglamentario de fútbol
La enseña de nuestra nación.
Pozos de la nieve
FINAL PRIMERA PARTE
No puedo engañar al respetable. Al poco de comenzar lo empinado de la senda, me encontré un cartel que impedía el paso. De suerte que a mí me leen y visitan cuatro gatos y esta ominosa confesión no tendrá trascendencia, pero hice caso omiso a una señal del parque. Ohhh, me dejé llevar, arrastrar, lo reconozco, por el irresistible impulso y tentación de pasarme la norma y autoridad por el arco del triunfo. Debe originar la prohibición, el manifiesto proceso de erosión que sufre la senda. Pero en el colmo de lo contradictorio e incomprensible, me encontré la empinada canaleta hacia El Torreón de los Exploradores, equipada con un larguísimo cable de acero para facilitar la subida y una larga cuerda de escalada, instalada en el tramo final de ascensión al Morrón. Por estas ayudas, la ascensión al punto más elevado de la jornada se hizo entretenida a la par que muy divertida. En estas imágenes de los parajes de las Cunas, Peña Apartada, etc, se puede observar con nitidez, el extraordinario trabajo del ingeniero de montes Ricardo Codorniu Stárico, el llamado Apostol del Árbol. La obra de este visionario, transformó en menos de cien años, un territorio de lomas y barrancos erosionados, en uno de los más grandes pulmones verdes de Murcia. ¡Cuanto le debe Sierra Espuña a este preclaro hombre, enamorado de nuestra región hasta el mismo final de sus días!
Las antenas sobresalientes de la base militar EVA 13.
La solana del Morrón, con la Viky ayudándose del cable para hacer más llevadera la ascensión. A esta criaturica, siempre lo digo, solo le falta hablar.
Mojón sobre mojón, para animar la excursión.
A la Viky le hago cuantas fotos puedo y me deja pues pronto cumplirá 13 años y tarde o temprano, el inexorable proceso de decadencia biológica, al que todo bicho viviente está sometido, comenzará a causarle goteras, como ya comienzan a vislumbrarse algunas, en su mismo dueño. Bueno, no pensemos en eso ahora.
Me encontré con algunos rebaños de arruis. Y un pedazo de macho con aspecto de bisonte, con la barba que le llegaba al suelo en el arco de Segismondi. Putada que cuando fuí a echarle una foto para ilustrarlo, me dijo la cámara que la batería se encontraba agotada.
Bueno, seguimos ascendiendo.
La cuerda que nos ayudó a cubrir los metros más empinados de la subida.
A punto de coronar el Morrón.
Un gracioso y curioso pajarillo le hizo guiños a mi cámara. No me hice de rogar.
Estamos coronando y comenzando a avistar los primeros elementos de la base militar.
El Torreón de los Exploradores, (1.570 m.), que se toma como referencia de mayor altura, aunque el vértice geodésico del Morrón de Espuña (1.583 m.) está situado dentro del vallado recinto militar de EVA-13, al que no se tiene acceso.
El horizonte meridional envuelto en un mar de nubes.
Viky, dejándose también envolver por el brumoso paisaje.
Balón reglamentario de fútbol
La enseña de nuestra nación.
Pozos de la nieve
FINAL PRIMERA PARTE
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