Desde la cumbre del Aguilón del Loco, altura máxima de esta sierra, disfrutamos de un privilegiado punto de observación hacia el mediodía, dibujándose a nuestros pies, el contorno orográfico que guiará nuestros pasos.
Sabemos que hemos de ir caminando lo más próximos al filo de la cresta para que nuestro andar no se convierta en un constante tobogán.
Esta colosal cresta hacia
poniente nos permite ver en toda su extensión el inmenso recorrido calizo que tenemos por delante. La sensación de libertad y expansión de los sentidos me resultan casi apabullantes.
Las imágenes que a veces se ven por internet, de caminantes audaces, recorriendo el mismo filo de estas crestas, ofrecen una visión un tanto engañosa. Que no cunda el pánico.
Si bien a nuestra derecha tenemos abismales tajos entre los que una caida accidental podría resultar fatal, por no decir, mortal de necesidad, la verdad es que, manteniendo un mínimo de prudencia y sentido común, la ruta en sí no entraña ninguna dificultad. Cada cual asume el riesgo que quiere y en todo caso, la franja izquierda de nuestra cresta nos irá ofreciendo la vía de escape ergo seguridad que uno requiera.
De vez en cuando nos giraremos para admirar una vez más, la exuberante estampa caliza que vamos dejando a nuestra espalda.
El día es fantástico, de gran luminosidad y limpidez, lo que permite una observación del paisaje en toda su magnitud y belleza. A medida que nos vamos acercando a la hora del ángelus, el calor se va haciendo cada vez más patente. Hemos dejado atrás el cerro Villalta y caminamos al encuentro del plato fuerte de la jornada, el pico estrella que causa no poca inquietud en mi ánimo, el picón del Guante. A medida que vamos avanzando, aristas, terrazas, balcones, atalayas, miradores naturales de extremo esplendor, marcos perfectos para una bonita foto se van sucediendo, echando de menos, en estas ocasiones, el ir acompañado. Pero evolucionar en completa soledad por estos grandiosos parajes, granjea una indefinible satisfacción y goce para el espíritu que me compensa.
A falta de acompañante humano, adopto por modelo a la Viky que no conoce el miedo a las alturas. En estas capturas, se la puede ver muy atenta a la presencia de unas cabras que al verse sorprendidas ante nuestra aparición en escena, han tirado cortado abajo.
Colosal arquitectura natural del Aguilón
Ya asoma el desafiante peñón del Guante. Siento pavor porque he visto en internet, imágenes espectaculares de senderistas equilibristas andando como San Juan por sus Viñas, por lo más abrupto y vertical de su cresta. Me pregunto si seré capaz de sortearla con la misma entereza y desenvoltura que aquellos. Verme a mí mismo al filo del abismo me produce escalofríos. Mientras tanto, atravesamos un paraje de enorme belleza, el collado de las Navillas o Nava alta del espino. Aquí, aunque suene a frase hecha, parece haberse detenido el tiempo. Es un pequeño jardín, rebosante de esplendor en la hierba que rezuma paz y armonía en cada uno de los rincones y balcones con vistas al paraíso que lo enmarcan.
Ni siquiera este humilde cronista senderista es capaz de sustraerse a la magia que inspira el lugar y el momento, sucumbiendo a la vulgar vanidad del postureo.
Desde Las Navillas subimos por la arista más a occidente como vía más lógica de acceso a uno de los extremos del intimidante Picón del Guante. De paso, nos permite visitar un pintoresco arco de piedra que enmarca el paraje de El Garbanzal, situado por debajo de nosotros.
FINAL SEGUNDA PARTE
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