22 enero 2025

POR LA CUEVA DE JAIME EL BARBUDO Y EL REFUGIO DEL PICO PELAO (Sierra de la Pila)

El día que hice esta ruta, me levanté un poco "torcío". Desperté con algo de dolor de cabeza y mal cuerpo. Estamos en plena cosecha de resfriados, gripe y otros bichos, y en los próximos meses, va a resultar difícil poderse librar de las diferentes plagas y epidemias que acechan por ahí. Pero auscultándome un poquito por encima y una vez comenzaba a sentir los efectos estimulantes del café con leche, me pareció que la cosa no era tan grave como para tener que renunciar a mis planes del día, de modo que decidí emprender el viaje, a pesar de todo. Sudar un poquito sin coger frío me podría venir hasta bien para eliminar toxinas y además, el recorrido discurría la mayor parte por pistas forestales con apenas desnivel, sin dificultad. Así pues, aunque un poco regulinchi, saliéndome de la carretera que lleva a La Zarza, en demarcación jumillana, llegué al punto de inicio, en la cara norte de la sierra de la Pila, con el aliciente de conocer por fin, una de las guaridas más utilizadas por el famoso bandolero Jaime el Barbudo, también conocida como la Cueva de la Excomunión.
Cuando llegué al sitio, encontré la zona muy cuidada y un amplísimo espacio para estacionar el coche, amén de la existencia de estos carteles informativos que leí con mucho interés. Por la pista y barrera expedita que se observa en la imagen inferior, vendríamos al regreso. Durante la madrugada, había caído por aquí una "pelúa" de aúpa, por lo que tenía que abrigarme lo suficiente para evitar coger un enfriamiento que me dieran la puntilla. 
Se nota que la zona es muy frecuentada por turistas, excursionistas, ciclistas y andarines de todo pelaje y condición, a juzgar por lo bien señalizados que se hallan los caminos y los posibles lugares de visita. 
Aún no había roto, como aquel que dice, a sudar, y ya me tropiezo con los primeros vislumbres de la Cueva del Barbudo.
Por este entorno anduve un buen ratico, disfrutando el rincón, tomando alguna que otra foto, imaginándome al famoso bandolero y sus secuaces, hace doscientos años, echados por aquí.
El bandolero y guerrillero en cuestión se llamaba Cayetano Alfonso, Jaime José, alias Jaime el Barbudo (el Barbut). Nació en Crevillente (Alicante), un 26 de octubre del año 1783, pereciendo ahorcado y más tarde rehogado en aceite de girasol, en Murcia, un 5 de julio de 1824, a la edad de 41 años.

Hijo de padres campesinos, dicen que era de carácter silencioso y poco comunicativo. Un clérigo le había enseñado a leer y pasaba las horas leyendo mientras cuidaba las ovejas de la familia.

 Así pues, de crío se desempeñaba como pastor al cuidado del ganado en los cerros de su pueblo natal, Crevillente, y fue a los 23 años y tras formar su propia familia, una vez casado con María Antonia García Asensio, también natural de Crevillente, cuando acontecería el incidente con fatal desenlace que marcaría su vida para siempre. 

Resulta que el joven se encontraba al cuidado de una finca en Catral, cuando por defender la propiedad, mantuvo serio encontronazo con el famoso bandolero "El Zurdo", que le sacó la navaja para amedrentarlo. 

Jaime no se arredró y en el forcejeo, consiguió arrebatársela y durante la pugna, le clavó la faca ocasionándole la muerte. Era el año 1806. Cuando el resto de la banda de "El Zurdo" juró matarle como venganza, aconsejado por sus familiares, huyó a la Sierra de Santomera. No tardaría mucho en formar parte de la cuadrilla de los temidos "Mogicas", tres crueles y feroces hermanos sin escrúpulos, que lo forjaron como bragado bandido. Harto de sus constantes iniquidades, acabaría matando a dos de ellos, haciéndose con el mando de la banda, iniciando así una larga serie de fechorías por pueblos y serranías de los alrededores. Nacía así el bandolero más famoso de todo el levante español.

Durante la invasión napoleónica de la Península (1808-1814), guerra de la Independencia, que tratamos largo y tendido durante aquella excursión que transcurrió por la sierra de la Puerta, luchó contra los franceses en el reino de Murcia, dando muestras de gran arrojo y heroicidad, convirtiéndose así en una curiosa mezcla de salteador de caminos y guerrillero, no tardando mucho, como buen conocedor del terreno y del arte de guerrear, en erigirse como jefe de una partida que llegó a contar con más de cien hombres, siendo su nombre proclamado a los cuatro vientos con admiración y respeto en todo el territorio murciano. ¡A saber la de bajas que produciría a las hordas franchutas, las que por entonces ocasionaban verdaderos estragos entre la población civil...!
Libres ya sus dominios de franceses, se retiró a Crevillente con su esposa e hija, y el lunes 28 de julio de 1813 el general Francisco Javier Elio, suprema autoridad de la región, dispuso el sobreseimiento del ya lejano y olvidado homicidio de Carral. 

Tuvo un corto periodo de tranquilidad y vida ordenada y hasta en unión de su hermano, se dedicó por un tiempo al cultivo de unas huertas y se hizo ganadero. Pero la "cabra siempre tira pal monte" y no supo o no quiso hacer suyo aquel adagio del emperador contra el que había luchado que dijo en una ocasión "que una retirada a tiempo bien puede valer por una victoria". 

Al parecer, unas imprudentes palabras pronunciadas por el terrateniente del que era colono, llegaron a ofender tanto su orgullo, que después de propinarle una somanta de palos que lo dejaron al borde de la extremaunción, decide volver a las andadas, asociándose con su hermano y otros antiguos miembros de su banda, retornando al bandidaje del que sentiría añoranza, asaltando desde ese momento, a cuantos mercaderes y viajeros sorprendieron por los caminos, mientras que soldados y escopeteros les persiguieron con resultado siempre infructuoso.        

En Orihuela, habiendo sabido que el administrador de cierto hacendado custodiaba una gran cantidad de dinero, irrumpió por sorpresa en su casa, sustrayéndole seis mil duros en oro, toda una fortuna, que para mayor escarnio, hasta le llegaría a extender un recibo, en clave de burla o quizá, para salvar la honorabilidad del cuitado. Un personaje de película, sin duda.

A despecho de sus perseguidores, la cuadrilla poseía escondrijos en diferentes puntos estratégicos de sus habituales correrías, entre otros, por las sierras de Callosa, de la Murada, Albatera, la Solana y de la Pila, en esta última, próxima a Abarán (Murcia), la que hoy precisamente visitamos, donde solía refugiarse tras sus actos de pillaje y en donde no hace mucho, se descubrieron pinturas de color rojo representando esquemas humanos y dientes de sierra, del Neolítico Medio y del Eneolítico.
Sus desmanes iban in crescendo y cada vez se desempeñaba con más audacia, fundamentando sus éxitos en la astucia, valor y sangre fría, teniendo además organizada una buena red de espionaje que le asesoraba sobre los robos que podían resultarle más fructíferos así como el itinerario de escapada más eficaz con el que pudiera salir airoso de las consecuentes persecuciones de que era objeto.

 En una ocasión tendió una emboscada a dos patrullas de soldados, en la Sierra de la Peña, causándoles varias bajas y poniéndoles en fuga. Tal fue su osadía, que llegó a raptar a la hija del alcalde de Crevillente para canjearla por tres de sus hombres en prisión, e impuso a viajeros y comerciantes la contribución de un duro mensual por dejarles viajar sin problemas por “sus caminos”. 
Las protestas de los perjudicados llegaron al general Elio. Se ofrecieron tres mil duros por su captura, vivo o muerto, y el indulto ipso facto si lo entregaba un delincuente, aunque este se hallara en requisitoria. Por vez primera en su vida se vio obligado a adoptar ciertas precauciones, viajando disfrazado y reduciendo el número e importancia de sus fechorías.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), Jaime se declaró enemigo de los liberales y colaboró con los Cien Mil Hijos de San Luis. El mismísimo barón Isidore Taylor, ayudante de campo del general Jean-François Louis d'Orsay, pidió que le acompañara como escolta cuando tuvo que pasar por la zona del Levante. Como recuerdo de este viaje, Jaime le regaló al Barón su famoso trabuco, el mismo que el noble exhibiría con orgullo durante décadas en su mansión.

Con la proclamación como rey absoluto de Fernando VII (el deseado que a la postre saldría rana a los españoles y se trocaría en el rey felón) en 1823, el bandolero se convirtió en un verdadero héroe. 
Jaime el Barbudo llegaría a convertirse en defensor de los derechos de Fernando VII, pasando a ser (con las bendiciones del párroco de Crevillente) un feroz guerrillero realista, todo ello sin abdicar de su desaforada carrera delictiva. 
A la sazón, destrozó, en cuantos pueblos ocupó, las lápidas alusivas a la Constitución. De entre sus golpes merece citarse el audaz robo al capitán del Regimiento de Almansa, José Enríquez, de veinte mil reales, pese a la tenaz resistencia de éste y de su escolta.

Tras la entrada de las tropas francesas, en abril de 1823, el brigadier Luis Adriani le prometió el indulto, aprobado por Fernando VII, y que recibió en Jumilla, tras ciertas formalidades de rigor. 
En Murcia se le nombró sargento primero y fue puesto al frente de un grupo de “Soldados de la Fe”, con lo que, paradojas de la vida, acabó prestando servicios de seguridad y protección rural en los mismos lugares en los que había perpetrado sus antiguas fechorías.
Pero continuaban sus excesos, comportándose como un granuja sin remisión. Durante los últimos años de su vida, entró en contacto con El Ángel Exterminador, un grupo ultracatólico de Murcia que a la postre, terminaría traicionándole. A principios de 1824 fue llamado a la Casa Consistorial de Murcia, a la que acudió confiado, supuestamente para recibir instrucciones, pero (por orden del general Montes, intendente de Murcia) se le detiene e instruye un proceso sumarísimo que concluye con una sentencia a muerte en la horca. Tardíamente cayó en la cuenta el héroe y villano de que su ejecución interesaba a cuantos de él se habían aprovechado.

Al amanecer del día señalado (un lunes), fue llevado al patíbulo, situado en la plaza del Mercado, hoy de Santo Domingo, sufriendo el suplicio habitual de este castigo capital, con entereza y resignación. De su cadáver se hicieron los acostumbrados “cuartos”, que tras ser fritos en aceite hirviendo como aviso a navegantes (escarmiento), se expusieron en los lugares donde con más frecuencia y osadía había perpetrado sus peores crímenes y latrocinios, esto es, en Crevillente, Jumilla, Elche y en otros caminos y serranías por entre Alicante, Murcia y Albacete.        

Paradigma romántico, tan del gusto de novelistas y otros cuentistas, del bandido generoso a lo Curro Jiménez, que roba a los ricos para dárselo a los pobres, su vida fue temática de varias obras y novelas. La popular figura del bandolero, inspiró el drama en verso del español Sixto Cámara, Jaime el barbudo, de 1853, y la novela histórica de Ramón López Soler, de idéntico título, Jaime el Barbudo (1832).
Su hermano José y algunos miembros de su banda rechazaron el indulto y volvieron al bandidaje, sin embargo, no tardaron en ser capturados, sentenciados, ahorcados, descuartizados, acabando sus pedazos salteados en el mismo aceite y sartén en que había sido rehogado el barbudo. 
Una vez visitada la cueva de la Excomunión o de Jaime el Barbudo, y conocidas algunas de sus peripecias heroicas a la par que delictivas, proseguimos tras de nuestro próximo objetivo a alcanzar que no es otro que el refugio del Pico Pelao.
Tras cubrir un corto tramo que transita por el Pico de los Pozos, por el que evolucionamos por entre un sinuoso sendero, volvemos a conectar con la ya conocida pista forestal que denomina el mapa: Camino de la Fuente del Lobo.
La pista se halla en excelente estado y no resulta tediosa de transitar por los interesantes detalles con que nos vamos tropezando.
Por aquí también se observan los efectos de la plaga que asola a los montes cehegineros, cuya causa este hombre sabe describir muy bien:
Seguramente por la sequía provocada por estos...
Dando vista al refugio encaramado en el Pico Pelao, adonde nos dirigimos ahora.
Distinguiendo la Casa Forestal de La Pila (1226m), que parece colgada del cielo.
En la pista forestal proliferan los carteles informativos.
Esa humareda sí que tiene pinta de contaminar y no poco.
El refugio está emplazado en un lugar estratégico con vistas diáfanas y despejadas en los cuatro puntos cardinales. Pero se encuentra cerrado a cal y canto por lo que no pude visitar su interior. Estas decisiones por parte de la administración responsable siempre suelen ser resultado de precedentes actos vandálicos o incivismo.
Nos salimos de pista y desviamos para proceder a su visita, encaramándonos al cerro donde se halla enclavado.
Picos Los Cenajos (1226m) y La Pila (1265m).
No nos encontramos tan próximos como parece.
Interesante imagen, enfocando hacia la lejanía con vistas del Almorchón ciezano, por donde asoma la omnipresente cantera de mármol de la sierra de La Puerta, y los picos del noroeste murciano, que descollan sobre el horizonte, que tanto frecuentamos el pasado mes de noviembre, tales como el Buitre, El Nevazo y El Gavilán, entre otras prominencias, con alturas superiores a los 1400 metros.
Antes de alcanzar el refugio, nos desviamos hacia el inmediato Cerro Gordo por si nos ofreciera alguna bonita y despejada vista hacia el Oeste, pero comprobamos que no es el caso.
Ahora ya sí, situados en la misma plataforma donde tiene su asiento el refugio, que hallé cerrado.
El enclave para disfrutar del paisaje, observar el cielo, mientras se hace un descanso y toma un tentempié resulta perfecto. 
En atalaya tan pintiparada se impone un poco de postureo.
Y unas tomas que hice con la cámara de vídeo desde tan bonito balcón como se revela el Pico Pelao:
Una vez reanudado el alpargatazo de varios kilómetros que tengo por delante, hasta cerrar el círculo, hago nuevas capturas al pico Los Cenajos, que se presenta perfilado al frente y como resulta evidente, más acapara la atención de mis pupilas. 
Y como me suele ocurrir con harta frecuencia, que me levanto dolorido, quejumbroso, casi para el arrastre, implorando las muletas, la silla de ruedas o el andador y una vez en el monte, por arte de birlibirloque, se me curan y desaparecen todos los males, pues lo mismo me aconteció con el constipado que me había traído desde casa, que tras patear la sierra de La Pila y conocer la cueva de Jaime el Barbudo, el catarro que arrastraba, desapareció como por ensalmo. En fin, misterios sin resolver, lo que confirma el dicho aquel de los antiguos que reza: ¡de perdidos...al monte!; y te quedas como nuevo.
¡HASTA LA PRÓXIMA!

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