El día que hice esta ruta, me levanté un poco "torcío". Desperté con algo
de dolor de cabeza y mal cuerpo. Estamos en plena cosecha de resfriados,
gripe y otros bichos, y en los próximos meses, va a resultar difícil
poderse librar de las diferentes plagas y epidemias que acechan por ahí.
Pero auscultándome un poquito por encima y una vez comenzaba a sentir los
efectos estimulantes del café con leche, me pareció que la cosa no era tan
grave como para tener que renunciar a mis planes del día, de modo que
decidí emprender el viaje, a pesar de todo. Sudar un poquito sin coger
frío me podría venir hasta bien para eliminar toxinas y además, el
recorrido discurría la mayor parte por pistas forestales con apenas
desnivel, sin dificultad. Así pues, aunque un poco regulinchi, saliéndome de la carretera que lleva a La Zarza, en
demarcación jumillana, llegué al punto de inicio, en la cara norte de la
sierra de la Pila, con el aliciente de conocer por fin, una de las
guaridas más utilizadas por el famoso bandolero Jaime el Barbudo, también
conocida como la Cueva de la Excomunión.
Cuando llegué al sitio, encontré la zona muy cuidada y un amplísimo espacio
para estacionar, amén de estos carteles informativos que leí con mucho
interés. Por la pista y barrera expedita que se observa en la imagen
inferior, vendríamos al regreso. Durante la madrugada, había caído por aquí
una "pelúa" de aúpa, por lo que tenía que abrigarme para no coger un
enfriamiento a las primeras de cambio, que me terminaran de dar la
puntilla.
Se nota que la zona es muy frecuentada por turistas, excursionistas,
ciclistas y andarines de todo pelaje y condición, a juzgar por lo bien
señalizados que se hallan los caminos y los posibles lugares de
visita.
Aún no había roto, como aquel que dice, a sudar, y ya me tropiezo con los
primeros vislumbres de la Cueva del Barbudo.
Por aquí anduve un ratico bueno, disfrutando el rincón, tomando alguna que
otra foto, imaginándome al famoso bandolero y sus secuaces, pernoctar y
deambular por aquí.
El bandolero y guerrillero en cuestión se llamaba Cayetano Alfonso, Jaime
José, alias Jaime el Barbudo (el Barbut). Nació en Crevillente (Alicante),
un 26 de octubre del año 1783 y murió ahorcado en Murcia, un 5 de julio de
1824, a la edad de 41 años.
Hijo de padres campesinos, dicen que era de carácter silencioso y poco
comunicativo. Un clérigo le había enseñado a leer y pasaba las horas leyendo
mientras cuidaba las ovejas de la familia.
Así pues, de crío se desempeñaba como pastor al cuidado del ganado en
los cerros de su pueblo natal, Crevillente, y fue a los 23 años y tras
formar su propia familia, una vez casado con María Antonia García Asensio,
también natural de Crevillente, cuando acontecería el fatal desenlace que
condicionaría su vida para siempre.
Resulta que el joven se encontraba al cuidado de una finca en Catral, cuando
por defender esta tierra tuvo un encontronazo con el famoso bandolero "El
Zurdo", que le sacó la navaja para amedrentarlo.
Jaime no se arredró y en el forcejeo, consiguió arrebatársela y durante la
pugna, le clavó la faca ocasionándole la muerte. Era el año 1806. Cuando el
resto de la banda de "El Zurdo" juró matarle como venganza, aconsejado por
sus familiares, huyó a la Sierra de Santomera. No tardaría mucho en formar
parte de la cuadrilla de los temidos "Mogicas", tres crueles y feroces
hermanos sin escrúpulos, que lo forjaron como bragado bandido. Harto de sus
constantes iniquidades, acabaría matando a dos de ellos, haciéndose con el
mando de la banda, iniciando así una larga serie de fechorías por pueblos y
serranías de los alrededores. Nacía así el bandolero más famoso de todo el
levante español.
Durante la invasión napoleónica de la Península (1808-1814), guerra de la
Independencia, que tratamos largo y tendido durante aquella excursión que
transcurrió por la sierra de la Puerta, luchó contra los franceses en el
reino de Murcia, dando muestras de gran arrojo y heroicidad, convirtiéndose
así en una curiosa mezcla de salteador de caminos y guerrillero, no tardando
mucho, como buen conocedor del terreno y del arte de guerrear, en erigirse
como jefe de una partida que llegó a contar con más de cien hombres, siendo
su nombre proclamado a los cuatro vientos con admiración y respeto en todo
el territorio murciano. ¡A saber la de bajas que produciría en las hordas franchutas, los que por entonces ocasionaban verdaderos estragos entre la población civil...!
Libres ya sus dominios de franceses, se retiró a Crevillente con su
esposa e hija, y el lunes 28 de julio de 1813 el general Francisco
Javier Elio, suprema autoridad de la región, dispuso el sobreseimiento
del ya lejano y olvidado homicidio de Carral.
Tuvo un corto periodo de tranquilidad y vida ordenada y hasta en unión
de su hermano, se dedicó por un tiempo al cultivo de unas huertas y se
hizo ganadero. Pero la cabra siempre tira pal monte y no supo o no quiso
hacer suyo aquel adagio del emperador contra el que había luchado que
dijo en una ocasión "que una retirada a tiempo bien podía valer por una
victoria".
Al parecer, unas imprudentes palabras pronuncias por el terrateniente
del que era colono, llegaron a ofender su amor propio de tal manera que
decidió volver a las andadas, aliándose con su hermano y otros antiguos
miembros de su banda, retornando al bandidaje del que seguramente
sentiría añoranza, asaltando a cuantos mercaderes y viajeros
sorprendieron por los caminos, mientras que soldados y escopeteros les
buscaron con resultado infructuoso.
En Orihuela, habiendo sabido que el administrador de cierto hacendado
custodiaba una gran cantidad de dinero, irrumpió por sorpresa en su
casa, sustrayéndole seis mil duros en oro, toda una fortuna, que para
mayor escarnio, hasta le llegaría a extender un recibo, en clave de
burla o quizá, para salvar la honorabilidad del cuitado. Un personaje de
película, sin duda.
A despecho de sus perseguidores, la cuadrilla poseía escondrijos en
diferentes puntos estratégicos de sus habituales correrías, entre otros,
por las sierras de Callosa, de la Murada, Albatera, la Solana y de la
Pila, en esta última, próxima a Abarán (Murcia), la que hoy precisamente
visitamos, donde solía refugiarse tras sus actos de pillaje y en donde
no hace mucho, se descubrieron pinturas de color rojo representando
esquemas humanos y dientes de sierra, del Neolítico Medio y del
Eneolítico.
Sus desmanes iban in crescendo y cada vez se manifestaba con más
audacia, fundamentando sus éxitos en la astucia, valor y sangre fría,
teniendo además organizada una buena red de espionaje que le sugerían
los robos que podían resultarle más provechosos así como la escapada
para salir airoso de las consiguientes persecuciones de que era objeto.
En una ocasión tendió una emboscada a dos patrullas de soldados,
en la Sierra de la Peña, causándoles varias bajas y poniéndoles en fuga.
Tal fue su osadía, que llegó a raptar a la hija del alcalde de
Crevillente para canjearla por tres de sus hombres en prisión, e impuso
a viajeros y comerciantes la contribución de un duro mensual por
dejarles viajar sin problemas por “sus caminos”.
Las protestas de los perjudicados llegaron al general Elio. Se
ofrecieron tres mil duros por su captura, vivo o muerto, y el indulto
ipso facto si lo entregaba un delincuente, aunque este se hallara en
búsqueda y captura. Por vez primera en su vida se vio obligado a adoptar
ciertas precauciones, viajando disfrazado y reduciendo el número e
importancia de sus fechorías.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), Jaime se declaró enemigo de los
liberales y colaboró con los Cien Mil Hijos de San Luis. El mismísimo
barón Isidore Taylor, ayudante de campo del general Jean-François Louis
d'Orsay, pidió que le acompañara como escolta cuando tuvo que pasar por
la zona del Levante. Como recuerdo de este viaje, Jaime le regaló al
Barón su famoso trabuco, el mismo que el noble exhibiría con orgullo
durante décadas en su mansión.
Con la proclamación como rey absoluto de Fernando VII (el deseado
que a la postre saldría rana a los españoles y se trocaría en el rey
felón) en 1823, el bandolero se convirtió en un verdadero
héroe.
Jaime el Barbudo llegaría a convertirse en defensor de los derechos de
Fernando VII, pasando a ser (con las bendiciones del párroco de
Crevillente) un feroz guerrillero realista, todo ello sin abdicar de su
desaforada carrera delictiva.
A la sazón, destrozó, en cuantos pueblos ocupó, las lápidas alusivas a
la Constitución. De entre sus golpes merece citarse el audaz robo al
capitán del Regimiento de Almansa, José Enríquez, de veinte mil reales,
pese a la tenaz resistencia de éste y de su escolta.
Tras la entrada de las tropas francesas, en abril de 1823, el brigadier
Luis Adriani le prometió el indulto, aprobado por Fernando VII, y que
recibió en Jumilla, tras ciertas formalidades de rigor.
En Murcia se le nombró sargento primero y fue puesto al frente de un
grupo de “Soldados de la Fe”, con lo que, paradojas de la vida, acabó
prestando servicios de seguridad y protección rural en los mismos
lugares en los que había perpetrado sus antiguas fechorías.
Pero continuaban sus excesos, comportándose como un granuja sin
remisión. Durante los últimos años de su vida, entró en contacto
con El Ángel Exterminador, un grupo ultracatólico de Murcia
que a la postre, terminaría traicionándole. A principios de 1824
fue llamado a la Casa Consistorial de Murcia, a la que acudió confiado,
supuestamente para recibir instrucciones, pero (por orden del general
Montes, intendente de Murcia) se le detiene y se le instruye un proceso
sumario que concluye con la sentencia de la pena capital en la horca.
Tardíamente cayó en la cuenta el héroe y villano de que su muerte
interesaba a cuantos de él se habían aprovechado.
Al amanecer del día señalado (un lunes), fue llevado al patíbulo,
situado en la plaza del Mercado, hoy de Santo Domingo, sufriendo el
suplicio habitual de este castigo, con entereza. De su cadáver se
hicieron los acostumbrados “cuartos”, que tras ser fritos en aceite
hirviendo como escarmiento, se expusieron en los lugares donde con más
frecuencia y osadía había perpetrado sus peores crímenes y latrocinios,
esto es, en Crevillente, Jumilla, Elche y en otros caminos y serranías
de dios.
Paradigma del bandido generoso a lo Curro Jiménez, que roba a los ricos
para dárselo a los pobres, su vida fue temática de varias obras y
novelas. La popular figura del bandolero Jaime inspiró el drama en verso
del socialista utópico español Sixto Cámara Jaime el barbudo,
de 1853, y la novela histórica de Ramón López
Soler, Jaime el Barbudo (1832).
Su hermano José y algunos miembros de su banda rechazaron el indulto y
trataron de volver al bandidaje, sin embargo, no tardaron en ser
capturados, sufriendo el mismo sofrito destino del barbudo.
Una vez visitada la cueva de la Excomunión o de Jaime el Barbudo, y
conocidas algunas de sus peripecias heroicas a la par que delictivas,
proseguimos tras de nuestro próximo objetivo a alcanzar que no es otro que
el refugio del Pico Pelao.
Tras cubrir un corto tramo que transita por el Pico de los Pozos, por el que
evolucionamos por entre un sinuoso sendero, volvemos a conectar con la ya
conocida pista forestal que denomina el mapa: Camino de la Fuente del Lobo.
La pista se halla en excelente estado y no resulta tediosa de transitar por
los interesantes detalles con que nos vamos tropezando.
Por aquí también se observan los efectos de la plaga que asola a los montes
cehegineros, cuya causa este hombre sabe describir muy bien:
Seguramente por la sequía provocada por estos...
Dando vista al refugio encaramado en el Pico Pelao, adonde nos dirigimos
ahora.
Distinguiendo la Casa Forestal de La Pila (1226m), colgada del cielo.
En la pista forestal proliferan los carteles informativos.
Ese humo sí que tiene pinta de contaminar y no poco.
El refugio está emplazado en un lugar estratégico con vistas diáfanas y
despejadas en los cuatro puntos cardinales. Pero se encuentra cerrado a cal
y canto por lo que no pude visitar su interior. Estas decisiones por parte
de la administración responsable siempre suelen ser resultado de precedentes
actos vandálicos o incivismo.
Nos salimos de pista y desviamos para proceder a su visita, encaramándonos
al cerro donde se halla enclavado.
Picos Los Cenajos (1226m) y La Pila (1265m).
No nos encontramos tan próximos como parece.
Interesante imagen, enfocando hacia la lejanía con vistas del Almorchón
ciezano, por donde asoma la omnipresente cantera de mármol de la sierra de
La Puerta, y los picos del noroeste murciano, que descollan sobre el
horizonte, que tanto frecuentamos el pasado mes de noviembre, tales como el
Buitre, El Nevazo y El Gavilán, entre otras prominencias, con alturas
superiores a los 1400 metros.
Antes de alcanzar el refugio, nos desviamos hacia el inmediato Cerro Gordo
por si nos ofreciera alguna bonita y despejada vista hacia el Oeste, pero no
es el caso.
Ahora ya sí, situados en la misma plataforma donde tiene su asiento el
refugio, que hallé cerrado.
El enclave para disfrutar del paisaje, observar el cielo, mientras se hace
un descanso y toma un tentempié resulta perfecto.
En atalaya tan pintiparada se impone un poco de postureo.
Y unas tomas que hice con la cámara de vídeo desde tan bonito balcón como se revela el Pico Pelao:
Una vez reanudado el alpargatazo de varios kilómetros que tenemos por delante, hasta cerrar el círculo, hacemos nuevas capturas al pico Los Cenajos, que se presenta destacado al frente y más acapara nuestra atención.
Y como me suele ocurrir con harta frecuencia, que me levanto dolorido,
quejumbroso, casi para el arrastre, implorando las muletas, la silla de ruedas o el andador y una vez en el
monte, por arte de birlibirloque, se me curan y desaparecen todos los
males, pues lo mismo me aconteció con el supuesto resfriado que me había
traído desde casa, que tras patear la sierra de La Pila y conocer la cueva
de Jaime el Barbudo, pues el catarro que
arrastraba, desapareció como por ensalmo. En fin, expediente X, misterios sin resolver,
lo que confirma el dicho aquel de los antiguos que reza: ¡de perdidos...al monte🤣!
¡HASTA LA PRÓXIMA!
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