Al regreso me paso por las casas de los ingenieros de las que ya solo queda el cartel y cuatro paredes
En el instante en el que a una casa se le derrumba el techo, comienza un inexorable proceso de destrucción que la convierten, pasados dos inviernos, en un montón de escombros.
A partir de esta foto comienza otra excursión distinta, por tanto, un día diferente. La idea es dar una vuelta por detrás de la mina, para acceder a una perspectiva y plano inéditos respecto de lo que impera por la red. Existe un ramal de aproximación por su lado oeste que llega hasta la Solana del Sordo y tengo que comprobar si es posible asomar al pozo Quinito por ese flanco.
Nuevas fotografías al pozo Quinito, el que desde hace treinta años se transformara en un precioso embalse y de nuevo estamos en el poblado minero.
Yo creo que este montón de piedras era la iglesia, pero no lo puedo afirmar con seguridad.
Y esta, una ventana de la escuela
Oficina de correos y telégrafos
No cabe duda, que los carteles son para regodearse en su lectura y disfrutarlos.
Juana la coja, ¿estaría también loca?
Hemos llegado a la mina por su cara oeste, salvando alguna pequeña dificultad, a través de un camino que se convierte en senda. Se baja al lecho de un barranco y ya aterrizamos en el que fuera el complejo minero. Tomamos fotos del pozo Quinito a tutiplén.
Desde esta posición, apoyo las posaderas en una piedra para observar el panorama y beber agua. Con casi cien metros de profundidad que tiene el hoyo, los del cabildo ceheginero se podían haber inventado tiempo ha, una réplica al estilo de Nessie, el del lago Ness, para venderlo como reclamo y favorecer la industria del turismo y el folclore local. Si otros concejos se inventan leyendas, tradiciones, historias que nunca sucedieron, para favorecer el turismo de sus villas, ¿por qué nuestro municipio no puede hacerlo también? El monstruo Gilico, (Gili para los amigos) Quinito o Kinator o nombre parecido, con larga cola y escamas, garras, ojos inyectados en sangre y colmillos amarillos y retorcidos, terroríficos, y feísimo de la muerte, por supuesto. Los frikis y asiduos de Iker Jiménez, entre los que me hallo, acudiríamos en manada para ver asomar, aunque solo fuera en un flash, la cabeza o cola del predator, segundos antes de zambullirse de nuevo bajo las ferríticas aguas. Un visto y no visto por así decir. A mí mismo podrían contratarme para tomarle fotos imprecisas, difuminadas, en días de niebla o al anochecer, que trucaría y retocaría para realzarlas, divulgándolas por Internet, acto seguido después. El monstruo tendría la guarida ideal, con mucha profundidad y cavidades en el fondo para deambular, sin que le diera lugar a aburrirse. Se le podría soltar una hembra para que se apareara a pajera y procreara, al objeto de asegurar la especie. Analíticas periódicas para tener controlado el nivel de hierro en sangre, no fuera que no le diera tiempo medrar por sus más que previsibles problemas hepáticos y a cobrar diez euros por entrada. ¡Ay, qué poca imaginación tienen los politicastros de hoy! ¡Y que mal gestionan y aprovechan los recursos! El monstruo Kinnator, de lo más ecológico y cero impacto medioambiental, sí que suministraría riqueza al municipio y no la empresa canadiense que solo vendrá a exprimir y esquilmar lo que le dejen y pueda sacar.
Después de la paja mental precedente, continuo por una orilla oblicua, sembrada de gravilla, en la que hay que llevar cuidado, no sea que un desafortunado desliz nos arrastre al fondo del pozo y nos lleve a conocer, cara a cara, al tito Gilito. ¡Ay la virgen, no quedaría de mí ni la raspa...!
Insisto, este lago ha estado muy mal aprovechado, vaya que sí, y a las imágenes me remito.
A mi espalda, existe una gran explanada asfaltada, donde reina el cachivache y el mamotreto. Grupos de tres o cuatro neumáticos, apilados, enormes, utilizados en su día por las palas cargadoras y otros vehículos industriales, se hallan diseminados por doquier, trasladando una impresión de cochambre y desguace. Nada que ver con el bonito paisaje que tenemos delante.
Tras atravesar un bancal, accedo al camino que conduce a la casa de labranza que ya hemos conocido en un capítulo anterior, capturada desde lejos.
Al paso, le tomamos unas fotos, pero nuestro propósito principal es dejar registrada La Casa de la Florida que se halla a escasos metros de esta. Hasta el topónimo me parece bello y sugiere antiguas conquistas de ultramar. Pero no obstante, andaré con cuidado cuando transite el río Quipar no sea que me tropiece con algún cocodrilo.
He aquí un elemento discordante...adivina cual.
Y llegamos a una finca situada a las afueras de Miami, que bien pudiera pertenecer o haber pertenecido a Julio Iglesias pero, o se ha olvidado de ella o con la crisis, ya no le dan los royalties para mantenerla.
Vamos, en un lugar así, échame a mi veranos, por más tórridos que se presenten.
La vivienda, desde luego, no es Falcon Crest, pero el enclave es glorioso y vetusto, solo hay que observar la gran envergadura de la arboleda, un lugar de solera, a la vista queda.
Hoy día, cualquiera con casa en el campo tiene una piscina, pero hace unas décadas, un lugar así solo estaba al alcance de unos pocos. Habían menos julioiglesias que ahora.
Me pregunto si esta casa estival, era utilizada por los mandamases de la mina. Es una duda que albergo.
El río Quipar, discurriendo por un entorno muy solitario
El rancho, tomado desde el río
Tramo del río, casi impenetrable por la vegetación de ribera
Horno todavía utilizable
Una vez hecha la visita a la Casa de la Florida, cojo el camino que sale por detrás, y emprendo el regreso por la pista/senda que discurre entre los montes de Las Minas y El Salto del Padre. Caminar por entre estos andurriales tan solitarios, supone una reconfortante ambrosía para los sentidos.
Ya estoy de vuelta, le tomo unas fotos al cortijo de Alonso
Y a los restos de lo que parece fue una báscula
Y con esto y un bizcocho...hasta el próximo capítulo
FINAL CUARTA PARTE
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