En mi nueva excursión por estos andurriales, en vez de dejar el auto en "cadiós", lo estaciono en una de las explanadas del antiguo complejo minero. Mi propósito es hacer un recorrido enteramente turístico, reparando en cuantos detalles sea capaz de advertir y se me pongan a tiro. Tras cruzar el río Quipar, se llega a un paraje cuyo topónimo es La Oficina. Existe un grupo de viviendas, relacionadas con el antiguo personal de las minas, que se hallan todavía en pie aunque en estado ruinoso. Curiosamente, se encuentran limpias (barridas) y aseadas, lo que es muy meritorio. A algunas dependencias, todavía aprovechables, les han asignado una interesante función de utilidad práctica que resulta de lo más simpática y por demás, generosa.
El paraje dotado con salón comedor resulta de lo más ideal para un paseo familiar con piscolabis, ya sea matutino o vespertino.
Debe de haber por aquí un pozo donde se extrae agua para el riego de alguna huerta. Quizás la utilizara un equipo de pozos y sondeos que pululaba por las inmediaciones.
Por aquí existen muchos cortijos diseminados por doquier, pero me atrevo a afirmar que este se trata del cortijo de Navarro. En lo sucesivo, obviaré el nombre del que no esté muy seguro de atinar.
El pozo Quinito al fondo
En lo alto de ese cuestarrón se encontraba el equipo de sondeo
Resulta muy difícil no esbozar una sonrisa ante el encuentro de este cartel para acto seguido después, retrotraerse en el tiempo e imaginar a sendos animales pernoctando en esta guarida.
Nos damos un paseo por el barrio de la Escuela y la Iglesia. No logré identificar de manera indubitable a ninguno de los inmuebles dado que se hallan en estado muy ruinoso.
La calle Mayor
El aljibe, muy hondo
Quizás fuera esta la iglesia
Recorrido por el poblado minero, propiamente dicho, o por mejor escribir, lo que queda de él, que ya no es mucho.
Después de tomar estas fotos, nos encaramamos a lo alto de aquel cerro para disfrutar, tal y como sospechaba, de unas vistas apoteósicas. El cielo de nubes cumuliformes ayudaba bastante.
Seguimos recorriendo estas ruinas e imaginando la vida de las gentes que moraron en estos pagos
La cara sur de la sierra del Molino, teñida de sombras, bañada con la luz tamizada de un cielo cubierto de nubes que presta su embrujo al paisaje.
El senderista ocioso y romántico siempre incurre en el mismo error, el de idealizar la vida de aquellas gentes del campo, desde un punto de vista de las comodidades de hoy. Ni siquiera Cristobal, que vive aislado, muy cerca de aquí, puede comparar el confort de que disfruta en la actualidad, con la existencia que llevaba en Gilico, llena de estrecheces, hace cuarenta años. Los tiempos han cambiado mucho, a mejor. Ya veremos lo que a partir de ahora nos depara un futuro que no pinta nada bien.
También este rotulo denota el inmenso cariño que su artífice deposita en los carteles, presentando un terruño que tal vez lo vio nacer. ¡La Pompeya ceheginera, toma ya! A ver lo que duran indemnes.
Sin comentarios
La burrica Sebastiana, presente en espíritu. Con razón dice la cita que nunca morirá nadie del todo mientras exista alguien que lo recuerde. In memóriam de la burrica Sebastiana.
Ascendemos el cerro, a ver qué vistas nos depara su atalaya. A partir de aquí y hasta el final del capítulo, que las imágenes hablen por sí solas.
FINAL TERCERA PARTE
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