Durante los 90 y 2000, Whitney era una de las mujeres más famosas del
mundo, con lo que el escrutinio de los fans y la prensa añadía todavía
más presión a una situación que muchos encontraban enfermiza. “Cuando la
gente acampa debajo de tu casa con cámaras es demasiado”, se quejaría
ella. “Cuando siguen a tus hijos al colegio. Ahí es cuando sabes que es
demasiado. Y quieres pelear. Es intrusivo, irrespetuoso y grosero”. Con
tales precedentes, a muchos pilló por sorpresa que la cantante aceptase
participar en un reality show que su marido, con una carrera ya en horas
muy bajas, había decidido protagonizar. Being Bobby Brown,
estrenado en 2005, acabó siendo un ejercicio de relaciones públicas
desastroso que produjo un cambio trascendental en la percepción que la
gente tenía de aquella pareja.
Él quedaba como un artista egocéntrico, enamorado de sí mismo, con
serios problemas con el alcohol, y la vida imaginada, glamorosa y
sofisticada que se suponía que llevaban aparecía como una cosa cutre,
decadente, objeto de chistes sin ninguna piedad.
La pareja discutía ante las cámaras dejando claro que no se tenían
ningún respeto y todo atisbo de dignidad por parte de Whitney había
desaparecido.
Para ella, fue devastador. Muchos cayeron en la cuenta de que la
cantante impoluta y aséptica que se había vendido al principio de su
carrera nunca había existido en realidad.
Que era mucho más trash y tenía mucho de esa “basura de gueto” que el
mainstream (opinión dominante)
despreciaba, aparte de estar en sus horas más bajas.
“La verdadera Whitney Houston", escribía Juan Sanguino en Vanity
Fair, “es la que en 1991, desde la habitación de su hotel en La
Coruña, le gritaba a su asistente en la calle que le trajese pollo
frito. La que come pizza en un hotel de cinco estrellas llevando un
abrigo de pieles mientras imita a Shaft. La que recrea con su marido
una escena de la película Tina en la que Ike Turner veja a su mujer en
una cafetería restregándole pastel por la cara.
Tal vez Being Bobby Brown, por lo que tenía de tocar fondo
públicamente, le sirvió para darse cuenta de algo. Se negó a salir en la
segunda temporada, intentó impedir que el programa se editase en dvd y,
al final, solicitó el divorcio de su esposo en 2006. Según ella, fue
consciente de que tomaba drogas y le descubrió siendo infiel. Lo que
podía haber sido el comienzo de una nueva vida nunca llegó a serlo del
todo. Rodeada de bocas que alimentar y que reclamaban a la estrella (su
propio padre la había demandado años atrás por 100 millones de dólares),
por su contrato con la discográfica aún le quedaba un disco por grabar,
que acabaría siendo el último. I look to you salió en 2009,
presentado como el regreso triunfal de una voz prodigiosa. En una ya
legendaria entrevista con Oprah con motivo del lanzamiento, Whitney
admitía haber fumado marihuana mezclada con cocaína, y haberse pasado
días encerrada en su habitación viendo la tele y drogándose.
Quizá hablar de ello en pasado no era del todo exacto. Con el disco,
Whitney se embarcó en una gira mundial, la primera en diez años, en la
que se presentaba en los escenarios en tan mal estado, temblequeante y
sudorosa, que muchos fans reaccionaban con abucheos. Su antigua amiga y
manager Robyn escribiría: “Cuando escuché que estaba de gira y miré las
fechas, supe que no debería estar haciendo algo así.
No estaba en buena forma para hacerlo”. Internet se llenó de vídeos
con la voz de Whitney, ese “regalo de Dios”, quebrándose incapaz de
llegar a las notas altas que en sus buenos tiempos alcanzaba sin
dificultad.
Algunos le reprochaban haber echado a perder aquel increíble instrumento
suyo, como si en realidad nunca le hubiese pertenecido a ella sino al
mundo, y la prensa se hacía eco de las críticas más mordaces con malsano
deleite. “El concierto fue risible”, decía un asistente en Australia.
“No podría entretener a una rata muerta”, afirmaba otro. No todos
pensaban así: “No nos dimos cuenta de que había tanta belleza en verla
intentando cantar en 2010 como en verla llegando a la octava más alta de
I will always love you en 1992”, escribía María Garrido en Vanity
Fair, “solo que era una belleza distinta, hecha de algo mucho más humano que
aquella voz milagrosa: la honestidad.
Porque, cuando desamparada, enferma y frágil como solo puede estarlo
alguien que ha perdido por completo el control de su vida decidió
subirse a un escenario de nuevo, quizá dejó de ser aquella estrella de
la canción colmada de virtudes técnicas, pero, a cambio, se convirtió en
una persona a quien no le importó descubrir que había sido abandonada
incluso por su don”.
Aquella decadencia era un objeto de consumo más, carne de tabloide que
seguía vendiendo, si no entradas, sí noticias morbosas que aducían a su
delgadez o su aspecto descuidado. Y aunque muchos predecían que Whitney
iba a acabar mal, cuando apareció muerta el 11 de febrero de 2012 el
shock del mundo fue enorme. La encontraron en la habitación del hotel de
Beverly Hills en el que estaba alojada mientras se preparaba para actuar
en los Grammy. Las circunstancias, en el caso español, sonaban muy
similares al de otra estrella caída de triste recuerdo, Carmina Ordóñez.
Ambas fueron encontradas muertas en la bañera, un concepto que por
supuesto pasó a ser regurgitado por el lenguaje popular para expresar
sorpresa por algo. “Me he quedado muerta en la bañera”, reía incluso
La Veneno, otra
ídola que se iría de forma prematura. Las causas en el caso de Houston
fueron definidas como un ahogamiento accidental por los efectos de una
enfermedad aterosclerótica y del consumo de cocaína. Nadie podía decir
que no lo había visto venir.
Solo ahora estamos empezando a desentrañar el enigma de Whitney, una
persona a la que su personaje acabó devorando, una metáfora de tantas
cosas –los ambientes tóxicos que te persiguen aunque seas rico, los
peligros de la fama, la homofobia que reprime tu verdadero ser, el poder
destructor de los medios– que a veces se nos olvida que había una mujer
real detrás.
Los recientes documentales Can I be me? y Whitney han arrojado
luz sobre los aspectos más desconocidos de su vida.
Este último, de HBO, contaba que además Whitney había sufrido abusos
sexuales de niña por parte de una mujer, su prima Dee Dee Warwick.
Eran su ex Mary Jones y la cuñada/ex gerente /productor ejecutiva Pat
Houston las que lo aseguraban, y su hermano Gary lo confirmaba
diciendo que también le había ocurrido a él entre los 7 y los 9
años.
Sin embargo Robyn Crawford, en su biografía, lo desmiente: “Si
hubiese algo de verdad en eso yo lo habría sabido”. “Contrariamente a
lo que se ha dicho, Whitney amaba a Dee Dee. Hablaba mucho con su
prima y mantenía lazos muy estrechos con la familia Warwick, antes
incluso de ser famosa”.
Este tipo de discordancias sobre Whitney no son extrañas, porque puede
decirse que hay una guerra soterrada entre la familia y, más o menos,
todos los demás.
Robyn, a quien los hermanos y madre de Nippy nunca pudieron ver, ha
permanecido muchos años callada hasta dar su versión, en la que los
Houston y allegados no quedan bien parados.
Después de la muerte de la cantante le preguntó a su agente de entonces,
que no era otra que su cuñada Pat Houston, por qué había salido de gira
cuando todavía tenía dificultades. “Ella me contestó: “Porque ella y su
hija se habrían quedado en la calle” escribe. “Y mi respuesta fue: ¿Es
eso lo que le dijisteis a ella?”.
En su biografía, Bobby Brown también dispara contra su antigua
familia política, a los que acusa de haberle hecho parecer como el
malo de la película pese a que los problemas con las drogas de su ex
ya venían de mucho antes, y sus mismos hermanos habían sido
responsables de ello casi tanto como Whitney,
Bobby se había vuelto a casar meses antes del fallecimiento de la
cantante con su manager y madre de dos de sus hijos, Alicia Etheredge,
con la que tendría otro más, sumando un total de siete vástagos.
También de 2012 es su hasta ahora último disco. Pese a que hubo un
tiempo en el que era el artista más exitoso de su escena, el nombre de
Bobby está ligado para siempre a Whitney, y vive a su sombra. La mala
fama que alimentó, apoyada en innumerables detenciones por conducir
borracho o violar la condicional, parece haberle cansado. En su
biografía, declara: “Al principio, cimenté mi reputación como “el
chico malo del R&B”. Y funcionó. Durante mucho tiempo, durante 30
años, la abracé. Era divertido hacerlo cuando era joven y tonto. Pero
ahora la etiqueta parece demasiado unidimensional”. En el caso de
Whitney, pese a todo, lo que ocurrió no ha conseguido opacar su enorme
talento y brillante carrera musical.
La historia de Whitney y Bobby acabó teniendo un colofón si cabe
todavía más trágico y absurdo. Tras la muerte de la estrella, se supo
que Bobbi Kristina, Kristi, la hija de ambos, mantenía un romance con
su hermano adoptivo Nick Gordon. Nick había sido adoptado –no de forma
legal– a los 12 años por Whitney, cuando su padre entró en prisión y
su madre, antigua amiga de la cantante, declaró que no podía cuidar de
él. El joven había convivido bajo el mismo techo que Bobbi, que
entonces tenía 8 años, hasta que una relación en principio fraternal
pasó a ser algo más.
Pese a no tener ningún vínculo de sangre, el tabú del incesto
seguía estando ahí, por lo que la transgresión de verles juntos
les convertía en una pareja chocante, escandalosa y hasta
sórdida. Llegaron a anunciar que se habían casado en enero de
2014, algo que fue negado por la familia a posteriori. Ni su
abuela Ciccy ni su tía Pat Houston, con la que Kristi vivía tras
la muerte de su madre, aprobaron el romance. Por supuesto, las
masas eran partícipes de la intimidad de todo el círculo porque
podían presenciarlo a través del reality show The Houstons: On
Our Own. Ya en el primer episodio, Bobbi anunciaba a los suyos
su amor por su hasta entonces “hermano”. Ciccy y Pat criticaban
la decisión de Kristi de aparecer en un reality, apenas tres
meses después de la muerte de su madre, pero participaban
también, otros miembros de la familia y el resultado era
grotesco. La joven que con solo 19 años había perdido a su madre
se ponía a grabar un programa en el que su duelo, sus errores y
equivocaciones, quedaban grabados para siempre. La
sobreexposición contra la que Whitney había luchado –y a la que
se había prestado a participar– la repetía su hija. Si el
público había sintonizado Being Bobby Brown porque sabían que
era el punto más bajo del matrimonio y querían disfrutar de la
carnaza y reírse de ella a la vez que horrorizarse con su
decadencia en un ejercicio morboso, el final trágico de todo
aquello les había hecho conscientes de que más que entretenido,
era desagradable a secas.
“Hay cosas que no deberían ser documentadas”, fue la
crítica general sobre el programa.
La familia de la finada estrella aparecía como un grupo de
vampiros disfuncionales que no cuidaban de verdad de la joven
Kristi.
Se la veía beber alcohol con frecuencia, y en ciertos episodios
algunos espectadores aseguraban que parecía drogada. Con todo,
lo peor estaba por llegar. El 31 de enero de 2015 Bobbi Kristina
fue encontrada inconsciente en la bañera de su casa, en una
escena tan calcada del final de su madre que la tragedia griega
estaba escrita. Después de pasar seis meses hospitalizada y en
coma, falleció el 26 de julio, con solo 22 años.
Se desató una frenética especulación sobre la responsabilidad de Nick
Gordon en el deceso; se dijo que Bobbi tenía golpes y magulladuras, y se
habló de abuso físico. Bobby Brown parecía convencido de su implicación
y así lo declaraba a los medios. En el programa de televisión del Dr.
Phil, Gordon dijo que le resultaba extraño que Bobbi se hubiese metido
en la bañera porque le tenía miedo desde lo que le había ocurrido a su
madre, y en una revelación inesperada, contaba que la noche antes de la
muerte de Whitney había sido Bobbi también la que había bebido tanto que
se quedó dormida dentro de la bañera, hasta que su madre la
encontró.
En 2016, Gordon fue condenado a pagar 36 millones de dólares a
los familiares de su novia por negligencia. Se le acusó de haber
servido a la joven un “cóctel tóxico” de cannabis, alcohol,
morfina, cocaína y medicamentos para tratar la ansiedad y de
haberla dejado inconsciente en el baño. Y esperen, que todavía
hay más: tras ser noticia varias veces más por denuncias de
violencia por parte de su novia, el 1 de enero de 2020
Nick Gordon murió por sobredosis.
Tenía 30 años. El final de una tragedia americana.
Antes de iniciar esta inmersión en la vida y obra de Whitney Houston,
confieso que ignoraba la mayoría de chismes e historias sobre ella, con
que me he ido tropezando en la red. En mi simplón y acomodaticio
pensamiento anidaba la idea de que Whitney era poco menos que una elegida,
tocada por los hados divinos para cantar y así hacer feliz a la gente.
Había nacido con ese don, con esa gracia y por ello su atributo no le
pertenecía, se lo debía al mundo, su voz se convertía en patrimonio de la
humanidad. Pero como Lucifer existe, vino a encarnarse en Bobby Brown para
pervertirla y así alterar la obra de Dios arruinando su prodigiosa voz.
Eso es lo que había pensado y creído siempre, en el típico principio de la
manzana podrida que encarroña todo lo que toca. ¡Pero, ay Whitney, tampoco
eras tú tan inocente ni angelical como yo creía!
Puede ser que el dinero a norre, unido a sus conflictos internos debidos
a su presunta bisexualidad reprimida; responsabilidad de tener tantas
bocas y vicios que mantener, presión mediática, marido, padre, madre,
entorno familiar asfixiante, egoísta, absorbente, nocivo para la salud;
inseguridad, soledad, ruptura con su única verdadera amiga, que la
indujeran como digo a meterse farlopa a pajera; pero creo más bien, como
aquí ha quedado dicho, que comenzó a tomarla desde bien jovencita, de
manera inconsciente, sin conocer los peligros que corría, proporcionada
por sus hermanos, y que después, ni pudo ni intentó lo suficiente
prescindir de ella. Le gustaba. Suponía un chute como el que proporciona
el café, pero veinte veces más potente; un empujón, un colocón, un
agarradero donde apoyar la enorme responsabilidad que requería mantener el
nivel que se esperaba de ella. La hacía sentirse fuerte, segura de sí
misma y todo ese alucinógeno engañabobos lo compartía con su marido y a
eso se reducía todo. De ahí que soportaran tantos años de aparente
convivencia dado que se apoyaban y escondían en sus respectivas miserias.
No había más. Más de lo mismo de lo que les sucede a tantas personas que
utilizan la droga o el alcohol para soportar, sobrellevar la inseguridad
en sí mismas de que adolecen y otras que en un principio se sienten
seducidas y atraídas hacia las sustancias psicotrópicas por puro
hedonismo, búsqueda de nuevas experiencias, simple evasión, mero
sentimiento de pertenencia a la manada que en grupo las consume, y que
cuando vienen a darse cuenta que necesitan una dosis frecuente, ya se han
convertido en adictos y es demasiado tarde para zafarse. Del hábito
esporádico pasan al consumo diario y de este a necesitar dosis cada vez
mayores. Para entonces, la vorágine individual ya ha comenzado su
inexorable escalada y camino hacia la perdición.
Las drogas causan estragos porque te vuelves esclavo de ellas y terminan
provocando irreversibles daños a todos los niveles. Pero no a todo el
mundo afectan del mismo modo. Quizá no sea el que suscribe el más
autorizado para hablar de unas sustancias que no ha probado, que no
conoce, y que por tanto, nunca podrá empatizar con ellas ni postular con
conocimiento de causa. Siempre he tenido claro que el mejor modo de
evitarlas es NO probándolas, no dejándose engatusar por sus a priori
potenciales efectos sobre la libido, el ego y otros atributos del
individuo. Si tientas al diablo corres el riesgo de quedar atrapado entre
sus garras. Solo soy observador ocasional del daño y consecuente deterioro
que en la conducta, físico y salud de las personas, provoca el consumo de
drogas a mansalva.
Recuerdo que hace algunos años, mantuve en un foro de internet, un
encendido debate con un fulano que despotricaba de Whitney Houston y otros
cantantes similares porque sostenía que este tipo de música comercial,
enlatada, de estudio, era pura bazofia, pastelones infumables, pastiche
basura, canciones clínex de usar y tirar.
Se mostraba como el típico relativista con las causas y gustos ajenos, pero pretendidamente irrebatible, impermeable con los propios. La verdad absoluta era lo que dimanaba de su intelecto y preferencia musical. Todo lo demás era reducido al comistrajo musicaloide.
Música con mayúsculas solo podía considerarse la surgida de The Beatles, Paul McCartney, Janis Joplin, Bod Dylan, Bruce Springsteen, Rolling Stones, U2, Bono y otros grupos y artistas del estilo.
Para menospreciar con todo tipo de circunloquios, la música y cantantes que yo sacaba a colación, incluidos los Bee Gees, utilizaba descripciones, expresiones y terminología de crítico musical al uso, repleta de tópicos, frases rebuscadas, ampulosas que graznaba sin cesar cual papagayo en apuros. A veces, descubría divertido que copiaba frases literales de otros críticos, estos sí, profesionales.
Yo sostenía que todo se reducía a una cuestión de gustos. Pero él, erre que erre enrocado en la mayor enjundia de los suyos, hasta que comenzó a despotricar también de Bee Gees y la música disco y claro, esa línea roja no iba a permitirle que la traspasara sin tener consecuencias, por lo que aquel infame recibió tal somanta de palos que aún debe estar aplicandose árnica cuando se acuerda de tan vehemente pelotera como mantuvimos. Al verse sobrepasado por mis furibundos embates, echó mano del comodín de la baraja del típico progre al uso (fascista, franquista e ignorante etc), y tras soltar su socorrida retahíla de epítetos pijos, abandonó la controversia para buscar otro esparrin que fuera menos correoso.
Con semejante gaznápiro, no me quedó otra opción que emplearme a fondo en el arte del chascarrillo y el improperio. ¿¡A quién se le ocurre menospreciar a los Bee Gees!? ¡Hasta ahí podríamos llegar!
Yo creo que el reggaetón es una mierda, es la negación de la música, la
anti música y tú, amable lector, puedes estar pensando en estos momentos
que me estoy contradiciendo con lo expresado más arriba, pues caigo en
lo que critico. Y tienes razón, ahora bien, yo sí puedo entender que a
ti te guste el reggaetón y otras hiervas musicales que a mí me dicen
poco o más bien nada, y ahí radica la diferencia. No establezco
estúpidas analogías ni subestimo tu intelecto, nivel cultural,
conocimientos musicales que más o menos puedas atesorar ni siembro o doy
por sentados otros prejuicios del estilo. Aquel sectario, sí. De hecho,
en la mayoría de videoclips de reggaetón, cuyas letras son el paradigma
del machismo más retrógrado, suelen aparecer unos pibones de impresión,
mostrando exuberancias y atributos femeniles que cortan la respiración.
Eso se puede aguantar. Pero lo que es la música en sí, ya no digamos las
letras, combinado todo el mejunje con imagenes que insultan la
inteligencia, las deploro y repruebo por evidente mal gusto. Son
absolutamente deleznables; ese irritante compás del “atún con pan” no lo
soporto, es superior a mis fuerzas, se me llevan los demonios, y
escucharlo me produce mala digestión, prurito, sarpullido y despierta
mis peores y más primitivos instintos.
Mi gusto por la cantante de New Jersey comenzó a declinar a partir del
cuarto disco, el del famoso Guardaespaldas. Pero los tres primeros me
entusiasmaron. Los escuché hasta la saciedad envueltos en aquel sonido
dulce, sedoso, cálido, que emanaba de los surcos de vinilo y las cintas de
cromo vírgenes de casset reproducidas en mi pletina AIWA de tres
cabezales. Evocan momentos, recuerdos imborrables, hechos trascendentales,
dolorosos unos, dichosos otros, que tuvieron lugar durante mi juventud. No
olvidemos que soy un gran aficionado ergo apasionado de la música hecha o
interpretada por negros, y que ella ha formado parte importante de mi vida
y de mis mejores y más inolvidables instantes. De ahí devienen mis
estimulantes sentimientos nostálgicos respecto del legado musical que nos
dejó Whitney.
Prescindiendo en lo sucesivo de todo morbo y comadreo que en aras de
entender las razones de su caída en desgracia, he tenido a bien recabar y
exponer aquí, sin que yo los comparta pues contienen un más que evidente
sesgo cotilla y sensacionalista, digo que me gustaba Luis Fonsi antes del
“Despacito” dichoso. Y lo mismo me ocurrió con Whitney Houston antes de “I
Will Always Love You”. Pero de ambos archi divulgados temas acabé hasta
los cataplines. Les cogí tal manía y orejiza que poco faltó para que les
arrimara el mechero y de este modo imaginarme que simbólicamente los
convertía en cenizas.
A mí me gusta la Houston de sus primeros años. Ahora sabemos que consumía estupefacientes desde los catorce. Parece increíble pensar en ello con la cara angelical, virginal, casi etérea, inocente que mostraba al mundo. Gracias a esta suerte de exploración de su obra que he practicado estos días, puedo afirmar que se me ha revelado una Whitney totalmente nueva.
La interpretación que hiciera de "And I Am Telling You I'm Not Going" es
soberbia. Esta y otras actuaciones parecidas de sus primeros tiempos,
constituyen su legado, el auténtico referente y marca de la casa de su
indiscutible talento que hay que conservar, arrinconando todo lo demás.
Sus directos a pecho descubierto, constantes improvisaciones y melismas,
ponen la piel de gallina. No me extraña que el espectador
in situ cayera en trance escuchándola, rendido a sus pies en una
suerte de catarsis colectiva. El auditorio contenía la respiración según
la diva iba subiendo el tono y potencia de su voz, desplegando por el
camino su habitual rosario de florituras vocales hasta alcanzar el
éxtasis. Su natural belleza también era un don lo que contribuía a redondear el
esplendor de su puesta en escena haciendo del conjunto resultante, algo
excepcional y sublime.
Whitney Houston fue una artista que gozó de enormes facultades
vocales que destacaron sobre todo en los primeros años de su carrera,
depauperándose a partir de los noventa. Los primeros cinco o seis años de
su trayectoria fueron los mejores. Pasó de tener voz de soprano a mezzo
soprano, con un peor control de los recursos vocales disponibles. No es
difícil imaginar que muchas de sus actuaciones estuvieran ya condicionadas
por una debilitada voz que a duras penas lograba disimular con todo tipo
de virguerías. Tenía un timbre cálido y potente, nítido, muy agradable al oído, con
una tesitura descomunal. Poseía un oído prodigioso, conectado a sus cuerdas vocales en simbiosis perfecta, adquirido durante su forja como cantante, junto a su madre, antes
de alcanzar la fama. Ello la capacitaban para atreverse con filigranas
de todo tipo durante las melodías, ejecutándolas con implacable
precisión. Creo también destacable su innegable capacidad
improvisatoria. Nunca cantaba una canción de la misma manera. Decía que
la aburría. Repentizaba sobre la marcha, alargando o acortando las
notas, armonizándolas sobre la canción sin apenas esfuerzo, utilizando
recursos casi jazzísticos a placer. De no haberse deteriorado tanto su
voz, estoy seguro que tenía en el potencial de su garganta, uno o dos
discos de standard de Jazz. Una pena. Aquí la podemos ver en sendas
actuaciones de los años 85 y 87, desplegando racimos de aptitudes
vocales que en esos años, aún permanecían intactas.
En este otro vídeo se presenta el archiconocido tema que la catapultaría
a la fama mundial: I Will Always Love You. Es una actuación de 1999.
Ya se nota que sus capacidades vocales se han deteriorado bastante, pero
su dominio del vibrato y las florituras tonales siguen indemnes.
Pero el aniquilamiento progresivo que sufrió la carrera de Whitney
Houston no resulta extraño si tenemos en cuenta la cantidad de artistas
procedentes de este y otros ámbitos que han sucumbido de forma prematura
al consumo excesivo de todo tipo de sustancias y estupefacientes. Sin ir
más lejos, el caso más reciente es el del insigne futbolista Diego
Maradona, fallecido hace pocos días, que en los últimos años había
arruinado lastimosamente su prestigio con los efectos colaterales que en
su cuerpo y comportamiento estaba causando la cocaína. Uno se puede morir
de cáncer o infarto antes de cumplir los cincuenta, incluso mucho antes,
de hecho, ocurre todos los días, pero el deterioro y denigración
personales, secuelas que originan el consumo de drogas y alcohol, a medio
y largo plazo resultan de lo más desgarradores y tristes. No hablemos ya
del denominado Club de los 27, aquellos que fallecieron por causa de su
consumo antes de cumplir esta edad, v.g Amy Winehouse, truncada drásticamente su prometedora y brillante carrera
del modo más inexplicable. Otra mujer, tocada por los hados divinos que
por culpa del alcohol y las drogas, lo echaría todo a perder.
Una de las más socorridas excusas que los músicos aducen para su consumo
es la de expandir su sonoridad, librándose de las ataduras morales para
CREAR. Al margen de argumentos tan peregrinos como este, resulta un hecho
que el jazz nació en un contexto propio de consumo de drogas y
alcohol.
En los años del arranque del Jazz, hacia los años veinte del pasado
siglo, Nueva Orleans tenía una zona de tolerancia máxima hacia lo
prohibido e ilegal que constituían la regla. Los músicos que tocaban en
aquellos tugurios en donde el decorado, prostitutas, camareras, humo,
alcohol, cantantes, espectáculo en general, todo parecía destinado hacia
el público negro, se admitía también a un gran número de consumidores
blancos que se dejaban pasta gansa en sexo, drogas y alcohol. En este
bullicioso ambiente, los músicos tenían que tocar hasta altas horas de la
noche para no aburrir al personal, y para lograr resistir esas largas
sesiones nocturnas, fumaban marihuana. Se trataba de un mero doping
adaptado al mundo de la noche.
Pero esta droga blanda supondría un inofensivo vapeo en comparación con
lo que vendría después en los años cuarenta. El consumo indiscriminado de
heroína marcaría el devenir de gran parte de los célebres músicos del
bebop y cool jazz que han quedado para la historia. Uno puede imaginarse
las disquisiciones que pudieron mantener los Charlie Parker, Chet Baker,
Miles Davis etc, al respecto de sobre qué drogas eran más efectivas para
follar, crear, improvisar, aguantar sobre los escenarios, tocando durante
toda la noche casi todos los días de la semana, si la "yerba" o el
alcohol; si la heroína o la cocaína. Había inclinaciones y opciones para
todos los gustos.
Una pena que esta preciosa niña acabara del modo que lo hizo, ahogada en
una bañera. ¿Cabe final más absurdo e indigno que este?,
porque Whitney ha sido fundamental en la historia de la música pop,
ya que ha influido e inspirado a miles de artistas que están llegando
después y eso hace que su trayectoria, su legado merezca un justo
reconocimiento. Además, todavía sigue ostentando cifras récord en cuanto a
premios obtenidos y discos vendidos se refiere. No debemos meter en el
mismo saco la sordidez, descontrol y caos de su vida privada con el
trabajo artístico que desarrolló. Es cierto que nunca supo ni quiso
desembarazarse del enorme lastre que suponía la mala influencia de su
entorno y todos sabemos que pagaría un alto precio por ello.
Que dios me perdone por lo que voy a escribir ahora, pero a Bobbi
Kristina, eso que llaman la lotería genética
no le fue nada propicia. Esa milonga de que "de tal palo tal astilla",
aquí no se cumple, aunque echémosle la culpa al padre que cumple el rol
de chico malo que lo aguanta todo, que lo mismo vale para un roto que
descosido y asunto resuelto.
Este video es del 86. Otra prueba más de que en ese quinquenio del 85 al
90, se pudo escuchar lo mejor de ella.
La lista de cantantes negras, incluso alguna blanca (Mariah Carey, Celine
Lion, Jennifer Lopez etc) que me gustan igual o más que Whitney, es larga y variopinta. Pero
compararla, poniéndola al mismo nivel de Madonna, Kylie Minogue, La Toya o Janet Jackson, Paula Abdul, Lady Gaga, etc, incluso de Vanessa
Williams (que me encanta), como hacía el pedante aprendiz a crítico
musical, me parece cuanto menos, poco objetivo y ayuno de buen oído.
Existen artistas que se deben a sus fans, y a pesar de los lógicos vaivenes
que todo ser humano experimenta a lo largo de la vida, se cuidan y saben
envejecer con inteligencia y humildad, intentando mantener en buen estado la
principal herramienta de su trabajo. En esta actuación en directo podemos
ver a Chante Moore, a la edad que tenía Whitney cuando falleció, (ahora
tiene 53) desplegando florituras y gorgorismos solo al alcance de unos
pocos. Ya se adivina en estos sorprendentes malabarismos vocales, el intenso
y arduo trabajo que existe detrás.
Whitney, tiene entre otras, una imitadora de gran nivel como la
atractiva Glennis Grace, cuya tesitura y timbre de voz es asombrosamente
parecido al de Houston.
Sus seguidores son legión. Me incluyo entre ellos.
Aquí la podemos ver, en el primero de los vídeos, logrando una
interpretación extraordinaria del famoso tema de Whitney, junto a Candy
Dulfer, una de mis saxofonistas preferidas.
¡Talentosas bellas mujeres al poder, oh yeah!
Y qué decir de Jennifer Hudson, que ya hemos mencionado y cuyo rango vocal lo describen así los expertos: Jennifer Hudson posee una potente voz de soprano-dramática. Su rango vocal es de 3.1 octavas, desde un C#3 hasta un C#6. La parte más impresionante es su voz de pecho, con la cual puede llegar con bastante facilidad a un B5 y hasta un C6 ambos compactos.
Mariah Carey (antes de su problema de pólipos en las cuerdas vocales)
tenía unos registros vocales incluso superiores a los de Whitney. Llegaba
donde sólo intérpretes de bel canto lo hacen. Aquí la podemos ver en una
actuación memorable. En esta ocasión sí podemos afirmar que la versión
supera el original.
A Celine Dion también hay que incluirla en el selecto club de las diosas
del Olimpo. He leído que en su día sacrificó gran parte de su ambición
artística por su deseo de fundar una familia. Esta sí que tiene la cabeza
bien amueblada y meridianamente claro su orden de prioridades en esta
vida. Aquí la podemos disfrutar en este conciertazo en Boston del año
2008. ¡Menudas piernas ahhh!
Durante mis búsquedas por entre las procelosas y a veces turbias aguas de
Internet, me tropece con este artista cuya versión del célebre tema
cantado originalmente por Jermaine Jackson y Whitney Houston, me parece
deliciosa y de interpretación muy simpática. "Le Flex", ha supuesto todo
un hallazgo para mí. ¡Gracias Whitney!
Y llegamos al final. La idea inicial, allá por el mes de septiembre, era
incluir una semblanza musical de Whitney, como ya he hecho en otras
entradas con diversos artistas, aprovechando mi paseo por las Fuentes de
Mula. Me acerqué de nuevo al bonito paraje acompañado de Hulk y de los
discos físicos de que dispongo en mi discoteca, para tomarles unas
fotos.
Y buceando por internet me tropecé con la existencia de una película y
dos documentales, a cual más polémico, amén de tropecientas reseñas sobre
la cantante donde se vertían noticias de lo más escandalosas. Pero la
difamación criminal que uno de los documentales vierte sobre Dee Dee
Warwick me parece deleznable. ¿Acaso el famoso director del
documental, Kevin Macdonald, no podía haberle pedido parecer
a Robyn, dado el estrecho contacto que durante un tiempo mantuvo con
Whitney, antes de incluir ese infecto oprobio en su documental? Ella lo
desmiente como así se deducía del falsario semblante de sus acusadores.
Sus caras reflejaban la ignominia de sus embustes. Se advierte a la
legua.
Tampoco conocía que posiblemente fuera bisexual, ni que consumía drogas
desde los 14 años, ni que sus padres ya estuvieran separados, incluso antes
de que obtuviera su primer éxito, ni que su padre fuera un pájaro de
cuentas, ni la madre una sargento en exceso carca, ni que ella fuera una
vulgar toxicómana a la que le gustaba el pollo frito y la pizza marinara. Y
mucho menos conocía que había sufrido un aborto durante el rodaje de el
Guardaespaldas y que Bobby Brown fue un semental que engendró zagales a tajo
parejo, nada menos que siete. Bobby, un depravado, sí, un granuja
sinvergüenza, un chico malo, de acuerdo, pero, ¿y a ella, qué...? ¿no hay
que pedirle cuentas a su más que emperrada, incorregible cabecita de
chorlito...?
¡Ay dios! En fin, que con un capítulo para conocer su trabajo artístico más
los otros detalles mundanos y prosaicos que explicaran el porqué de su caída
en picado hacia el abismo, no tenía bastante. De modo que no tuve más
remedio que disgregar el apartado Whitney de Las Fuentes de
Mula, que en un principio, el plan era que andaran juntos. Premio para ti,
amigo lector si has tenido la increíble paciencia de llegar hasta aquí. Lo
tuyo sí que tiene mérito. Nos quedamos con lo mejor e imperecedero de su
legado y el recuerdo de unas canciones que en mi caso compusieron parte de
la indeleble banda sonora de mi juventud.
Y para finalizar del mejor modo posible, esta extensa semblanza sobre la
vida y obra de Whitney Houston, he aquí mi particular homenaje a su memoria,
en forma de video musical.
¡Hasta siempre Nippy!
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!
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