Pues sí, como reza título tan prosaico
en el encabezamiento de esta entrada, me había agenciado un mochilón de
70 litros más diez de propina que le caben en el gorro superior que lo
cierra, y un saco de dormir de menos de 1 kg, de tamaño contenido y me
urgía estrenar ambos trebejos, poniéndolos a prueba, antes de que
acabara "mi" temporada senderista, que yo vengo estableciendo entre
mediados de septiembre y principios de junio, intervalo en el que suelo
colgar los aperos montañeros hasta que nos entren de nuevo, temperaturas
más frescas. Una bicoca oye, una ganga la mochila esta. La recomiendo.
Bien construida, enorme, con un montón de bolsillos, que eso es lo malo,
que le echas más cosas de las que luego necesitas, bonita, bien
protegida la espalda, refrigerada, costuras y cremalleras sólidas, de
nylon, impermeable, muy cómoda de llevar, no le falta de nada, un
acierto por menos de 85 pavos; que más se puede pedir, para dos o tres
veces al año que la voy a utilizar, que eso de dormir en un saco, sin mi
almohada y sin poder despatarrarme a mis anchas, no está hecho para mí,
en fín, que soy más terco que una mula y escogí para estrenar mi nuevo
equipo, el día de junio que más calor nos hizo de todo el mes. Una
gilipollez, hablando en plata, salir al monte con temperaturas por
encima de los 30º, pero ya se sabe que contra la tozudez, poco se puede
hacer, y menos si la combinas también con algo de necedad, para qué
negarlo, porque con probar esa mochila, metíendole en su interior cuatro
o cinco ladrillos del nueve, dándome una vuelta por la vía verde, creo
que hubiera bastado, pero no, me tuve que tirar pal cuerpo, un primer
vivac, cuasi en solitario, (si exceptuamos la compañía de la Viky,
claro) y de nada menos que de 24 km, con un calor asfixiante de mil
demonios, hasta forzar la situación de llegar como mínimo a vislumbrar,
lo malo que tiene que ser, sentir sed y durante equis tiempo, no poder
saciarla. Pero fue una bonita aventura, de esas que no se olvidan,
porque bien está lo que bien acaba y desde luego esta, acabó de la mejor
manera posible, porque fue, desde el principio hasta el final,
disfrutada, muy bien amortizada. En fín, sin más dilación ya, vamos allá
a ver que nos depara esta nueva entrada.
Para estrenar mi mochila de trinca,
escogí una ruta "a lo grande", pues, sentado frente al ordenador, esto
es, con el Google Earth, el BaseCamp y el mapa, ¡hay que ver lo fácil y
asequibles que se perciben todas las distancias...! Me digo, haré la ruta de Jose Antonio y Moss, en un plis-plas,
y si veo la cosa factible, llegaré hasta el nacimiento del río
Aguasmulas, a las espectaculares dos cascadas de agua de los Merguizos,
les haré su correspondiente reportaje, cruzaré el río y veré de subir a
las Banderillas por las Guitarras. Jajaja, más inocente y pardillo, no
cabe ser. Y todo, soportando un zurrón a las costillas de al menos
quince kilos. Si por echarme, hasta me había echado la tablet, por no
interrumpir mi habitual costumbre de leer un rato, antes de entregarme
en brazos de Morfeo, ya te digo, delirante.
Esta es la faena que a priori me había
marcado torear y que cargada llevaba en el gps. Pretensiones de lo más
realistas, por supuesto.
Como se puede observar, llegado al
nacimiento del río Aguasmulas, si la subida por Las Guitarras, no la
evaluaba demasiado complicada, llegar a las Banderillas, era cosa de
cantar y coser, para antes del atardecer.
El camino de ida, con las expectativas
que depositadas tenía en la aventura en solitario que me había propuesto
conquistar, lo sentí emocionante y hasta las interminables curvas que
desde Puebla de Don Fadrique hasta Santiago de la Espada hemos de
lidiar, se me hicieron muy llevaderas y entretenidas de llevar.
Inclusive tuve tiempo de pensar, llegado al único tramo recto que nos
encontramos en el puerto del Pinar, en la espantosa experiencia que un
hombre del Campo de San Juan, había vivido hacía tan solo unos pocos días antes, en carretera tan arisca, surcada de zigzag.
¡Joder, como pesa la mochila!, me digo,
igual me he pasado un poquito echándole cosas que igual ni voy a
necesitar. Vamos, lo de siempre, que lo que echas no lo necesitas y lo
que se queda en casa, lo echas de menos como si de ello dependiera tu
mayor o menor disfrute del día. Y el calor, sabía que tarde o temprano,
nos pasaría factura, pero mentalmente estaba dispuesto a desafiarlo y
menospreciarlo.
Sería una cuestión de actitud.
Sería una cuestión de actitud.
Sigo escrupulosamente el primer tramo
del track, mientras mi cuerpo y sobre todo la espalda, se van adaptando
al peso de la mochila, aunque me doy cuenta que si fuera andando por la
pista que tengo a mi izquierda un poco más arriba, caminaría más cómodo.
Este primer tramo, desde el punto de vista del paisaje, no aporta gran
cosa, salvo un andar incómodo, repleto de zarzales que nos salen al
paso, que es preciso eludir a cada instante. Si tuviera que hacer de
guía en una próxima ocasión, lo evitaría.
Muy pronto, llegamos al tramo que Carlos
y yo subimos en la anterior ocasión que frecuentamos estos parajes,
aunque ahora, en sentido inverso al de entonces, y por tanto, en bajada.
Mientras bajamos a través de una senda
bien definida, flanqueados entre enormes columnas de pinos centenarios,
damos las primeras vistas a Los Centenares
Pero serán Los Miravetes los primeros
que nos saldrán al paso. Esta luz tempranera que brinda la aldea y su
entorno más inmediato, nos invitan a disparar hasta agotar el carrete.
Son cuatro casas pero, ¡en qué lugar más bonito se hallan emplazadas!
Con esta luz, el pueblo parece otro al de la anterior ocasión
Hasta la única mansión utilizable parece más acogedora y hospitalaria
He aquí un bodegón muy particular en la casa de los Miravetes
Abandonamos con cierto pesar la aldea
No sin antes fotografiar la era donde Carlos y yo hicimos nuestro vivac
¡Hasta pronto Miravetessss!
En estas hoyas donde no corre un pelo de
aire, el calor se deja sentir de lo lindo. Comenzaba a pensar que con
mi testaruda actitud, me había equivocado de cabo a rabo. ¡La que nos
estaba cayendo, oh virgen santa...!
En el arroyo de los Centenares, nos desembarazamos de la mochila y refrescamos.
Dulce delicia...ganas nos daban de
acabar aquí la ruta y echarnos a descansar, protegidos y a la sombra, de
estos altísimos olmos
Por allá arriba discurre el camino del
mirador de Juan León, en donde seguro que corre el aire, más que por
aquí abajo, pateando el camino de la Tinada.
A lo lejos, avistamos un pájaro de hierro, supongo que ocupado en tareas de vigilancia y prevención de incendios
Bonita flor cuya denominación ignoro
La mochila de marras y Viky, sufriendo como yo, los estragos de un calor in crescendo verdaderamente sofocante
Pasamos muy cerca de los Centenares,
pero como ya lo conocíamos, y comprendí que había que ir ya,
economizando fuerzas, ni siquiera nos acercamos a hacerle una nueva
visita. Desde la distancia, le haríamos unas cuantas capturas. Una dura e
interminable rampa no espera, suplicio que no cesa, al dejar el camino
que llevamos y coger a la izquierda el de las Espumaderas
FIN PRIMERA PARTE
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