28 junio 2016

CON MI MOCHILA NUEVA HACIA LAS BANDERILLAS I (SIERRA DE SEGURA)

Pues sí, como reza título tan prosaico en el encabezamiento de esta entrada, me había agenciado un mochilón de 70 litros más diez de propina que le caben en el gorro superior que lo cierra, y un saco de dormir de menos de 1 kg, de tamaño contenido y me urgía estrenar ambos trebejos, poniéndolos a prueba, antes de que acabara "mi" temporada senderista, que yo vengo estableciendo entre mediados de septiembre y principios de junio, intervalo en el que suelo colgar los aperos montañeros hasta que nos entren de nuevo, temperaturas más frescas. Una bicoca oye, una ganga la mochila esta. La recomiendo. Bien construida, enorme, con un montón de bolsillos, que eso es lo malo, que le echas más cosas de las que luego necesitas, bonita, bien protegida la espalda, refrigerada, costuras  y cremalleras sólidas, de nylon, impermeable, muy cómoda de llevar, no le falta de nada, un acierto por menos de 85 pavos; que más se puede pedir, para dos o tres veces al año que la voy a utilizar, que eso de dormir en un saco, sin mi almohada y sin poder despatarrarme a mis anchas, no está hecho para mí, en fín, que soy más terco que una mula y escogí para estrenar mi nuevo equipo, el día de junio que más calor nos hizo de todo el mes. Una gilipollez, hablando en plata, salir al monte con temperaturas por encima de los 30º, pero ya se sabe que contra la tozudez, poco se puede hacer, y menos si la combinas también con algo de necedad, para qué negarlo, porque con probar esa mochila, metíendole en su interior cuatro o cinco ladrillos del nueve, dándome una vuelta por la vía verde, creo que hubiera bastado, pero no, me tuve que tirar pal cuerpo, un primer vivac, cuasi en solitario, (si exceptuamos la compañía de la Viky, claro) y de nada menos que de 24 km, con un calor asfixiante de mil demonios, hasta forzar la situación de llegar como mínimo a vislumbrar, lo malo que tiene que ser, sentir sed y durante equis tiempo, no poder saciarla. Pero fue una bonita aventura, de esas que no se olvidan, porque bien está lo que bien acaba y desde luego esta, acabó de la mejor manera posible, porque fue, desde el principio hasta el final, disfrutada, muy bien amortizada. En fín, sin más dilación ya, vamos allá a ver que nos depara esta nueva entrada.
Para estrenar mi mochila de trinca, escogí una ruta "a lo grande", pues, sentado frente al ordenador, esto es, con el Google Earth, el BaseCamp y el mapa, ¡hay que ver lo fácil y asequibles que se perciben todas las distancias...! Me digo, haré la ruta de Jose Antonio y Moss, en un plis-plas, y si veo la cosa factible, llegaré hasta el nacimiento del río Aguasmulas, a las espectaculares dos cascadas de agua de los Merguizos, les haré su correspondiente reportaje, cruzaré el río y veré de subir a las Banderillas por las Guitarras. Jajaja, más inocente y pardillo, no cabe ser. Y todo, soportando un zurrón a las costillas de al menos quince kilos. Si por echarme, hasta me había echado la tablet, por no interrumpir mi habitual costumbre de leer un rato, antes de entregarme en brazos de Morfeo, ya te digo, delirante.
Esta es la faena que a priori me había marcado torear y que cargada llevaba en el gps. Pretensiones de lo más realistas, por supuesto.
 Como se puede observar, llegado al nacimiento del río Aguasmulas, si la subida por Las Guitarras, no la evaluaba demasiado complicada, llegar a las Banderillas, era cosa de cantar y coser, para antes del atardecer.
 El camino de ida, con las expectativas que depositadas tenía en la aventura en solitario que me había propuesto conquistar, lo sentí emocionante y hasta las interminables curvas que desde Puebla de Don Fadrique hasta Santiago de la Espada hemos de lidiar, se me hicieron muy llevaderas y entretenidas de llevar. Inclusive tuve tiempo de pensar, llegado al único tramo recto que nos encontramos en el puerto del Pinar, en la espantosa experiencia que un hombre del Campo de San Juan, había vivido hacía tan solo unos pocos días antes, en carretera tan arisca, surcada de zigzag.
¡Joder, como pesa la mochila!, me digo, igual me he pasado un poquito echándole cosas que igual ni voy a necesitar. Vamos, lo de siempre, que lo que echas no lo necesitas y lo que se queda en casa, lo echas de menos como si de ello dependiera tu mayor o menor disfrute del día. Y el calor, sabía que tarde o temprano, nos pasaría factura, pero mentalmente estaba dispuesto a desafiarlo y menospreciarlo. 
Sería una cuestión de actitud.
Sigo escrupulosamente el primer tramo del track, mientras mi cuerpo y sobre todo la espalda, se van adaptando al peso de la mochila, aunque me doy cuenta que si fuera andando por la pista que tengo a mi izquierda un poco más arriba, caminaría más cómodo. Este primer tramo, desde el punto de vista del paisaje, no aporta gran cosa, salvo un andar incómodo, repleto de zarzales que nos salen al paso, que es preciso eludir a cada instante. Si tuviera que hacer de guía en una próxima ocasión, lo evitaría.
Muy pronto, llegamos al tramo que Carlos y yo subimos en la anterior ocasión que frecuentamos estos parajes, aunque ahora, en sentido inverso al de entonces, y por tanto, en bajada.
Mientras bajamos a través de una senda bien definida, flanqueados entre enormes columnas de pinos centenarios, damos las primeras vistas a Los Centenares
Pero serán Los Miravetes los primeros que nos saldrán al paso. Esta luz tempranera que brinda la aldea y su entorno más inmediato, nos invitan a disparar hasta agotar el carrete.
Son cuatro casas pero, ¡en qué lugar más bonito se hallan emplazadas!
Con esta luz, el pueblo parece otro al de la anterior ocasión
Hasta la única mansión utilizable parece más acogedora y hospitalaria
He aquí un bodegón muy particular en la casa de los Miravetes
Abandonamos con cierto pesar la aldea
No sin antes fotografiar la era donde Carlos y yo hicimos nuestro vivac
¡Hasta pronto Miravetessss!
En estas hoyas donde no corre un pelo de aire, el calor se deja sentir de lo lindo. Comenzaba a pensar que con mi testaruda actitud, me había equivocado de cabo a rabo. ¡La que nos estaba cayendo, oh virgen santa...!
En el arroyo de los Centenares, nos desembarazamos de la mochila y refrescamos.
Dulce delicia...ganas nos daban de acabar aquí la ruta y echarnos a descansar, protegidos y a la sombra, de estos altísimos olmos
Por allá arriba discurre el camino del mirador de Juan León, en donde seguro que corre el aire, más que por aquí abajo, pateando el camino de la Tinada.
A lo lejos, avistamos un pájaro de hierro, supongo que ocupado en tareas de vigilancia y prevención de incendios
Bonita flor cuya denominación ignoro
La mochila de marras y Viky, sufriendo como yo, los estragos de un calor in crescendo verdaderamente sofocante
Pasamos muy cerca de los Centenares, pero como ya lo conocíamos, y comprendí que había que ir ya, economizando fuerzas, ni siquiera nos acercamos a hacerle una nueva visita. Desde la distancia, le haríamos unas cuantas capturas. Una dura e interminable rampa no espera, suplicio que no cesa, al dejar el camino que llevamos y coger a la izquierda el de las Espumaderas
FIN PRIMERA PARTE

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