26 diciembre 2020

SENDA DE LOS MORISCOS/RAMBLA DE CARCELÍN I

Volvemos al valle de Ricote y utilizamos un estupendo track que descargo de este amigo de Wikiloc. La descripción del recorrido con sus oportunas pinceladas históricas rezuman excelente prosa que tras su lectura, parecen invitar a echarse al camino cuanto antes. Para conocer la senda de los moriscos puedo escoger otro itinerario más corto que se circunscriba estrictamente a Ricote pueblo y sus alrededores, pero necesito darle estopa a mi orondo cuerpo macareno para medio paliar los estragos adiposos que las cuchipandas navideñas me están infligiendo estos días. El cicerone dice que salen dieciocho pero en mi garmin veo contabilizados los 19.500 km al final de ruta. No ha estado mal. De hecho, el recorrido me sorprendió. No lo esperaba tan bonito. Lo que me ha entusiasmado ha sido el tramo final de la rambla de Carcelín. Ha sido una gozada andar por esa torrentera. Me evocaba reminiscencias de un pasado esplendor, a cada paso que daba. En fin, mientras caminaba he creído percibir la indeleble huella, el legado histórico que moros y cristianos dejaron en estas por siempre, codiciadas tierras. 
Me conecto al track en el ya visitado paraje del Salto de la Novia. Conozco donde puedo aparcar y me dirijo como un sputnik al sitio. 
Tomo las primeras instantáneas cuando el astro rey aún se está desperezando.
Sigo caminando por un tramo que ya recorrí en la anterior ocasión, por la margen derecha del río Segura
Las formas y texturas de las prominencias que nos salen al paso, ya nos resultan familiares
El Salto de la novia desde la distancia.
¿Puede existir algo más agradable y relajante para el espíritu que pasear a la vera de un río, dejándose abrazar por la sinfonía acariciante del discurrir de las aguas...?
Puente colgante de Ojós y la sierra del Salitre. Cruzamos al otro lado.
Sierra del Chinte, Navela.
Balsa de Ojós bajo el Chinte
Hemos cruzado algunas calles de Ojós y saliendo de la villa cogemos la que denominan Vereda de Ojós.
El Chinte con el zoom parece que nos queda a tiro de piedra
El Salitre
Asomando entre limoneros la iglesia San Sebastián, de Ricote
Plaza de Santiago. En este lugar se encontraba la primera iglesia de Ricote. Fue una pequeña ermita que daba servicio a la contadísima población militar del castillo (hoy en ruinas).
Por aquí pasa el camino de Santiago.
El valle de Ricote, el que se dice fue el último reducto morisco de la península, comprende un territorio de pequeña extensión pero marcada personalidad paisajística. El río Segura aporta el agua; el arte y la encomiable ingeniería hidráulica árabe hizo el resto, creando un complejo entramado de canales, acequias, norias (ñoras) y azudes para convertir al valle en un auténtico vergel, un mar de cítricos, oasis cromático incrustado entre ahogadizas y áridas montañas rocosas que produce un gran magnetismo a quien las divisa desde las alturas.
Cítricos, vid, aceite, esparto y agua alimentan a las poblaciones que integran el también llamado Valle Morisco: Blanca (localidad con gran dinamismo cultural), Ojós (inmersa en el mar de cítricos bajo la pared del Chinte, y célebre por sus bizcochos borrachos de bergamota), Ulea (encaramada bajo la peña vigía de la Pila de la Reina), el propio Ricote (encajado entre la altiva sierra a la que da nombre (1122 m) y algunos vigorosos relieves arcillosos, productor de un vino goloso y único), Villanueva del Segura y Archena, conocida esta última por su popular balneario e iniciando la transición hacia el paisaje mucho más urbanizado e industrial de las poblaciones de la Huerta, que rodean la ciudad de Murcia.
La belleza del valle de Ricote, el Wadi Riqut de los moriscos, puede pasar desapercibida si uno se limita a pasar cerca sin penetrar en su interior. Si acaso los explosivos relieves que lo resguardan pueden llamar algo la atención desde el extrarradio, cuando transitamos por la autovía hacia Murcia. Pero es necesario pasear por las riberas del Segura o auparse hasta alguna de las alturas que custodian el curso fluvial a su paso por el valle, para empaparse de toda la belleza y el embrujo del paraje. Frágiles terrenos margosos y arcillosos, donde no faltan los bad-lands, se combinan con calizas y areniscas, modelando montañas de altitud media que se desploman en verticales paredes de piedra roja, ocre y blanquecina hacia lo más profundo del valle, ofreciendo un aspecto de atalayas difícilmente alcanzables. Sin embargo, como ocurre en otros rincones de la geografía murciana, la mayoría de rutas asequibles transcurren bajo las grandes manchas de pino carrasco (Pinus halepensis) que se han apoderado felizmente de las vertientes de umbría, aportando una nota de frescor al ambiente, además de ayudar en la sujeción de unos suelos que la mismísima caricia del viento erosiona.
De entre todos los relieves del valle de Ricote, uno destaca sobre los demás por su innegable magnetismo: la Sierra del Chinte (469m). Denominada también Alto del Solvente, la montaña se desploma sin miramientos sobre el estrecho que el río Segura ha abierto entre las poblaciones de Blanca y Ojós. En contraste con su brutal fachada meridional, la vertiente norteña se presenta con formas mucho más suaves y vestidas de vegetación, en las que el pino carrasco cede el espacio a espartales y romerales en la parte alta. Incluso un cortijo, visible desde la cima y hoy en día tristemente abandonado, proporcionó cobijo y riqueza a alguna familia blanqueña en esta ladera septentrional, a la que se accede con suma facilidad desde las inmediaciones de Blanca por medio de un viejo camino. Llevaremos así el sol siempre a la espalda y la luz a favor para disfrutar, de principio a fin, de la fuerza visual del Chinte.
Cuando divisamos el paredón de esta montaña desde la pequeña y pintoresca población (los romanos la denominaron Oxox), podemos intuir que para culminar con éxito, vamos a tener que alejarnos de la montaña, con el fin de ir bordeando las numerosas e inhóspitas ramblas hasta encontrar acceso al cordal cimero.
A pesar del paso de los siglos, la presencia de los moriscos valricotíes en este singular rincón murciano, antes de su forzosa expulsión a principios del siglo XVII, se mantiene viva de alguna manera. Buena parte del legado paisajístico, cultural y económico se debe a aquellos árabes, convertidos al cristianismo, que aportaron toda su sabiduría y conocimiento para dar vida a una tierra extremadamente árida y de difícil domesticación.

Desde que Felipe III dictara orden de expulsión, el pueblo morisco se aferró hasta el último segundo a la tierra que tanto había mimado y cuidado, compartiendo el espacio con la población cristiana y soportando la persecución de la Santa Inquisición, que los consideraba herejes por sus convicciones islámicas.
Pese a las fallidas imploraciones y rogativas al monarca, fueron definitivamente expulsados en el año 1615. Sin embargo, hay constancia de que muchos de ellos se resistieron a marchar, permaneciendo en la clandestinidad y en difíciles condiciones de vida con tal de seguir abrazando la tierra que amaban y por la que tanto habían trabajado. Algunos historiadores afirman que se mezclaron incluso con los pueblos gitanos, viviendo en la ilegalidad, la persecución y la más absoluta intransigencia. (FUENTE)
El embalse de Ojós y al fondo, la villa de Blanca
Esta singularidad pétrea he leído que la conocen por: 
"La ventanica de Ojós"
El azud de Ojós visto desde un mirador natural. Al frente por encima de Blanca, la sierra del Solán.
El coqueto paraje es de obligada parada para recrear la mirada
Blanca, Abarán y más al fondo, Cieza. A su izquierda, La Atalaya, que ya visitamos y registramos hace algunos meses.
Este tramo del camino morisco, construido en piedra (mampostería) es bonito y delicioso de patear. Las vistas que vamos obteniendo hacia el Azud de Ojós son apoteósicas. La vega media del Segura se muestra aquí en todo su esplendor. Una prueba más de los bellos rincones que atesora nuestra tierra.
Otra toma del estrecho del Solvente visto desde la senda morisca
FINAL PRIMERA PARTE

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