30 noviembre 2020

WHITNEY IV y FINAL

Durante los 90 y 2000, Whitney era una de las mujeres más famosas del mundo, con lo que el escrutinio de los fans y la prensa añadía todavía más presión a una situación que muchos encontraban enfermiza. “Cuando la gente acampa debajo de tu casa con cámaras es demasiado”, se quejaría ella. “Cuando siguen a tus hijos al colegio. Ahí es cuando sabes que es demasiado. Y quieres pelear. Es intrusivo, irrespetuoso y grosero”. Con tales precedentes, a muchos pilló por sorpresa que la cantante aceptase participar en un reality show que su marido, con una carrera ya en horas muy bajas, había decidido protagonizar. Being Bobby Brown, estrenado en 2005, acabó siendo un ejercicio de relaciones públicas desastroso que produjo un cambio trascendental en la percepción que la gente tenía de aquella pareja. Él quedaba como un artista egocéntrico, enamorado de sí mismo, con serios problemas con el alcohol, y la vida imaginada, glamorosa y sofisticada que se suponía que llevaban aparecía como una cosa cutre, decadente, objeto de chistes sin ninguna piedad. La pareja discutía ante las cámaras dejando claro que no se tenían ningún respeto y todo atisbo de dignidad por parte de Whitney había desaparecido. Para ella, fue devastador. Muchos cayeron en la cuenta de que la cantante impoluta y aséptica que se había vendido al principio de su carrera nunca había existido en realidad. Que era mucho más trash y tenía mucho de esa “basura de gueto” que el mainstream (opinión dominante) despreciaba, aparte de estar en sus horas más bajas. “La verdadera Whitney Houston", escribía Juan Sanguino en Vanity Fair, “es la que en 1991, desde la habitación de su hotel en La Coruña, le gritaba a su asistente en la calle que le trajese pollo frito. La que come pizza en un hotel de cinco estrellas llevando un abrigo de pieles mientras imita a Shaft. La que recrea con su marido una escena de la película Tina en la que Ike Turner veja a su mujer en una cafetería restregándole pastel por la cara.
Tal vez Being Bobby Brown, por lo que tenía de tocar fondo públicamente, le sirvió para darse cuenta de algo. Se negó a salir en la segunda temporada, intentó impedir que el programa se editase en dvd y, al final, solicitó el divorcio de su esposo en 2006. Según ella, fue consciente de que tomaba drogas y le descubrió siendo infiel. Lo que podía haber sido el comienzo de una nueva vida nunca llegó a serlo del todo. Rodeada de bocas que alimentar y que reclamaban a la estrella (su propio padre la había demandado años atrás por 100 millones de dólares), por su contrato con la discográfica aún le quedaba un disco por grabar, que acabaría siendo el último. I look to you salió en 2009, presentado como el regreso triunfal de una voz prodigiosa. En una ya legendaria entrevista con Oprah con motivo del lanzamiento, Whitney admitía haber fumado marihuana mezclada con cocaína, y haberse pasado días encerrada en su habitación viendo la tele y drogándose.
Quizá hablar de ello en pasado no era del todo exacto. Con el disco, Whitney se embarcó en una gira mundial, la primera en diez años, en la que se presentaba en los escenarios en tan mal estado, temblequeante y sudorosa, que muchos fans reaccionaban con abucheos. Su antigua amiga y manager Robyn escribiría: “Cuando escuché que estaba de gira y miré las fechas, supe que no debería estar haciendo algo así. No estaba en buena forma para hacerlo”. Internet se llenó de vídeos con la voz de Whitney, ese “regalo de Dios”, quebrándose incapaz de llegar a las notas altas que en sus buenos tiempos alcanzaba sin dificultad. Algunos le reprochaban haber echado a perder aquel increíble instrumento suyo, como si en realidad nunca le hubiese pertenecido a ella sino al mundo, y la prensa se hacía eco de las críticas más mordaces con malsano deleite. “El concierto fue risible”, decía un asistente en Australia. “No podría entretener a una rata muerta”, afirmaba otro. No todos pensaban así: “No nos dimos cuenta de que había tanta belleza en verla intentando cantar en 2010 como en verla llegando a la octava más alta de I will always love you en 1992”, escribía María Garrido en Vanity Fair, “solo que era una belleza distinta, hecha de algo mucho más humano que aquella voz milagrosa: la honestidad. Porque, cuando desamparada, enferma y frágil como solo puede estarlo alguien que ha perdido por completo el control de su vida decidió subirse a un escenario de nuevo, quizá dejó de ser aquella estrella de la canción colmada de virtudes técnicas, pero, a cambio, se convirtió en una persona a quien no le importó descubrir que había sido abandonada incluso por su don”.
Aquella decadencia era un objeto de consumo más, carne de tabloide que seguía vendiendo, si no entradas, sí noticias morbosas que aducían a su delgadez o su aspecto descuidado. Y aunque muchos predecían que Whitney iba a acabar mal, cuando apareció muerta el 11 de febrero de 2012 el shock del mundo fue enorme. La encontraron en la habitación del hotel de Beverly Hills en el que estaba alojada mientras se preparaba para actuar en los Grammy. Las circunstancias, en el caso español, sonaban muy similares al de otra estrella caída de triste recuerdo, Carmina Ordóñez. Ambas fueron encontradas muertas en la bañera, un concepto que por supuesto pasó a ser regurgitado por el lenguaje popular para expresar sorpresa por algo. “Me he quedado muerta en la bañera”, reía incluso La Veneno, otra ídola que se iría de forma prematura. Las causas en el caso de Houston fueron definidas como un ahogamiento accidental por los efectos de una enfermedad aterosclerótica y del consumo de cocaína. Nadie podía decir que no lo había visto venir.
Solo ahora estamos empezando a desentrañar el enigma de Whitney, una persona a la que su personaje acabó devorando, una metáfora de tantas cosas –los ambientes tóxicos que te persiguen aunque seas rico, los peligros de la fama, la homofobia que reprime tu verdadero ser, el poder destructor de los medios– que a veces se nos olvida que había una mujer real detrás. Los recientes documentales Can I be me? y Whitney han arrojado luz sobre los aspectos más desconocidos de su vida. Este último, de HBO, contaba que además Whitney había sufrido abusos sexuales de niña por parte de una mujer, su prima Dee Dee Warwick. Eran su ex Mary Jones y la cuñada/ex gerente /productor ejecutiva Pat Houston las que lo aseguraban, y su hermano Gary lo confirmaba diciendo que también le había ocurrido a él entre los 7 y los 9 años. Sin embargo Robyn Crawford, en su biografía, lo desmiente: “Si hubiese algo de verdad en eso yo lo habría sabido”. “Contrariamente a lo que se ha dicho, Whitney amaba a Dee Dee. Hablaba mucho con su prima y mantenía lazos muy estrechos con la familia Warwick, antes incluso de ser famosa”. Este tipo de discordancias sobre Whitney no son extrañas, porque puede decirse que hay una guerra soterrada entre la familia y, más o menos, todos los demás. Robyn, a quien los hermanos y madre de Nippy nunca pudieron ver, ha permanecido muchos años callada hasta dar su versión, en la que los Houston y allegados no quedan bien parados. Después de la muerte de la cantante le preguntó a su agente de entonces, que no era otra que su cuñada Pat Houston, por qué había salido de gira cuando todavía tenía dificultades. “Ella me contestó: “Porque ella y su hija se habrían quedado en la calle” escribe. “Y mi respuesta fue: ¿Es eso lo que le dijisteis a ella?”. En su biografía, Bobby Brown también dispara contra su antigua familia política, a los que acusa de haberle hecho parecer como el malo de la película pese a que los problemas con las drogas de su ex ya venían de mucho antes, y sus mismos hermanos habían sido responsables de ello casi tanto como Whitney,
Bobby se había vuelto a casar meses antes del fallecimiento de la cantante con su manager y madre de dos de sus hijos, Alicia Etheredge, con la que tendría otro más, sumando un total de siete vástagos. También de 2012 es su hasta ahora último disco. Pese a que hubo un tiempo en el que era el artista más exitoso de su escena, el nombre de Bobby está ligado para siempre a Whitney, y vive a su sombra. La mala fama que alimentó, apoyada en innumerables detenciones por conducir borracho o violar la condicional, parece haberle cansado. En su biografía, declara: “Al principio, cimenté mi reputación como “el chico malo del R&B”. Y funcionó. Durante mucho tiempo, durante 30 años, la abracé. Era divertido hacerlo cuando era joven y tonto. Pero ahora la etiqueta parece demasiado unidimensional”. En el caso de Whitney, pese a todo, lo que ocurrió no ha conseguido opacar su enorme talento y brillante carrera musical.
La historia de Whitney y Bobby acabó teniendo un colofón si cabe todavía más trágico y absurdo. Tras la muerte de la estrella, se supo que Bobbi Kristina, Kristi, la hija de ambos, mantenía un romance con su hermano adoptivo Nick Gordon. Nick había sido adoptado –no de forma legal– a los 12 años por Whitney, cuando su padre entró en prisión y su madre, antigua amiga de la cantante, declaró que no podía cuidar de él. El joven había convivido bajo el mismo techo que Bobbi, que entonces tenía 8 años, hasta que una relación en principio fraternal pasó a ser algo más.
Pese a no tener ningún vínculo de sangre, el tabú del incesto seguía estando ahí, por lo que la transgresión de verles juntos les convertía en una pareja chocante, escandalosa y hasta sórdida. Llegaron a anunciar que se habían casado en enero de 2014, algo que fue negado por la familia a posteriori. Ni su abuela Ciccy ni su tía Pat Houston, con la que Kristi vivía tras la muerte de su madre, aprobaron el romance. Por supuesto, las masas eran partícipes de la intimidad de todo el círculo porque podían presenciarlo a través del reality show The Houstons: On Our Own. Ya en el primer episodio, Bobbi anunciaba a los suyos su amor por su hasta entonces “hermano”. Ciccy y Pat criticaban la decisión de Kristi de aparecer en un reality, apenas tres meses después de la muerte de su madre, pero participaban también, otros miembros de la familia y el resultado era grotesco. La joven que con solo 19 años había perdido a su madre se ponía a grabar un programa en el que su duelo, sus errores y equivocaciones, quedaban grabados para siempre. La sobreexposición contra la que Whitney había luchado –y a la que se había prestado a participar– la repetía su hija. Si el público había sintonizado Being Bobby Brown porque sabían que era el punto más bajo del matrimonio y querían disfrutar de la carnaza y reírse de ella a la vez que horrorizarse con su decadencia en un ejercicio morboso, el final trágico de todo aquello les había hecho conscientes de que más que entretenido, era desagradable a secas. “Hay cosas que no deberían ser documentadas”, fue la crítica general sobre el programa. La familia de la finada estrella aparecía como un grupo de vampiros disfuncionales que no cuidaban de verdad de la joven Kristi. Se la veía beber alcohol con frecuencia, y en ciertos episodios algunos espectadores aseguraban que parecía drogada. Con todo, lo peor estaba por llegar. El 31 de enero de 2015 Bobbi Kristina fue encontrada inconsciente en la bañera de su casa, en una escena tan calcada del final de su madre que la tragedia griega estaba escrita. Después de pasar seis meses hospitalizada y en coma, falleció el 26 de julio, con solo 22 años.
Se desató una frenética especulación sobre la responsabilidad de Nick Gordon en el deceso; se dijo que Bobbi tenía golpes y magulladuras, y se habló de abuso físico. Bobby Brown parecía convencido de su implicación y así lo declaraba a los medios. En el programa de televisión del Dr. Phil, Gordon dijo que le resultaba extraño que Bobbi se hubiese metido en la bañera porque le tenía miedo desde lo que le había ocurrido a su madre, y en una revelación inesperada, contaba que la noche antes de la muerte de Whitney había sido Bobbi también la que había bebido tanto que se quedó dormida dentro de la bañera, hasta que su madre la encontró.
En 2016, Gordon fue condenado a pagar 36 millones de dólares a los familiares de su novia por negligencia. Se le acusó de haber servido a la joven un “cóctel tóxico” de cannabis, alcohol, morfina, cocaína y medicamentos para tratar la ansiedad y de haberla dejado inconsciente en el baño. Y esperen, que todavía hay más: tras ser noticia varias veces más por denuncias de violencia por parte de su novia, el 1 de enero de 2020 Nick Gordon murió por sobredosis. Tenía 30 años. El final de una tragedia americana.
Antes de iniciar esta inmersión en la vida y obra de Whitney Houston, confieso que ignoraba la mayoría de chismes e historias sobre ella, con que me he ido tropezando en la red. En mi simplón y acomodaticio pensamiento anidaba la idea de que Whitney era poco menos que una elegida, tocada por los hados divinos para cantar y así hacer feliz a la gente. Había nacido con ese don, con esa gracia y por ello su atributo no le pertenecía, se lo debía al mundo, su voz se convertía en patrimonio de la humanidad. Pero como Lucifer existe, vino a encarnarse en Bobby Brown para pervertirla y así alterar la obra de Dios arruinando su prodigiosa voz. Eso es lo que había pensado y creído siempre, en el típico principio de la manzana podrida que encarroña todo lo que toca. ¡Pero, ay Whitney, tampoco eras tú tan inocente ni angelical como yo creía!
Puede ser que el dinero a norre, unido a sus conflictos internos debidos a su presunta bisexualidad reprimida; responsabilidad de tener tantas bocas y vicios que mantener, presión mediática, marido, padre, madre, entorno familiar asfixiante, egoísta, absorbente, nocivo para la salud; inseguridad, soledad, ruptura con su única verdadera amiga, que la indujeran como digo a meterse farlopa a pajera; pero creo más bien, como aquí ha quedado dicho, que comenzó a tomarla desde bien jovencita, de manera inconsciente, sin conocer los peligros que corría, proporcionada por sus hermanos, y que después, ni pudo ni intentó lo suficiente prescindir de ella. Le gustaba. Suponía un chute como el que proporciona el café, pero veinte veces más potente; un empujón, un colocón, un agarradero donde apoyar la enorme responsabilidad que requería mantener el nivel que se esperaba de ella. La hacía sentirse fuerte, segura de sí misma y todo ese alucinógeno engañabobos lo compartía con su marido y a eso se reducía todo. De ahí que soportaran tantos años de aparente convivencia dado que se apoyaban y escondían en sus respectivas miserias. No había más. Más de lo mismo de lo que les sucede a tantas personas que utilizan la droga o el alcohol para soportar, sobrellevar la inseguridad en sí mismas de que adolecen y otras que en un principio se sienten seducidas y atraídas hacia las sustancias psicotrópicas por puro hedonismo, búsqueda de nuevas experiencias, simple evasión, mero sentimiento de pertenencia a la manada que en grupo las consume, y que cuando vienen a darse cuenta que necesitan una dosis frecuente, ya se han convertido en adictos y es demasiado tarde para zafarse. Del hábito esporádico pasan al consumo diario y de este a necesitar dosis cada vez mayores. Para entonces, la vorágine individual ya ha comenzado su inexorable escalada y camino hacia la perdición.
Las drogas causan estragos porque te vuelves esclavo de ellas y terminan provocando irreversibles daños a todos los niveles. Pero no a todo el mundo afectan del mismo modo. Quizá no sea el que suscribe el más autorizado para hablar de unas sustancias que no ha probado, que no conoce, y que por tanto, nunca podrá empatizar con ellas ni postular con conocimiento de causa. Siempre he tenido claro que el mejor modo de evitarlas es NO probándolas, no dejándose engatusar por sus a priori potenciales efectos sobre la libido, el ego y otros atributos del individuo. Si tientas al diablo corres el riesgo de quedar atrapado entre sus garras. Solo soy observador ocasional del daño y consecuente deterioro que en la conducta, físico y salud de las personas, provoca el consumo de drogas a mansalva. 
Recuerdo que hace algunos años, mantuve en un foro de internet, un encendido debate con un fulano que despotricaba de Whitney Houston y otros cantantes similares porque sostenía que este tipo de música comercial, enlatada, de estudio, era pura bazofia, pastelones infumables, pastiche basura, canciones clínex de usar y tirar. 

Se mostraba como el típico relativista con las causas y gustos ajenos, pero pretendidamente irrebatible, impermeable con los propios. La verdad absoluta era lo que dimanaba de su intelecto y preferencia musical. Todo lo demás era reducido al comistrajo musicaloide. 

Música con mayúsculas solo podía considerarse la surgida de The Beatles, Paul McCartney, Janis Joplin, Bod Dylan, Bruce Springsteen, Rolling Stones, U2, Bono y otros grupos y artistas del estilo.

Para menospreciar con todo tipo de circunloquios, la música y cantantes que yo sacaba a colación, incluidos los Bee Gees, utilizaba descripciones, expresiones y terminología de crítico musical al uso, repleta de tópicos, frases rebuscadas, ampulosas que graznaba sin cesar cual papagayo en apuros. A veces, descubría divertido que copiaba frases literales de otros críticos, estos sí, profesionales.

Yo sostenía que todo se reducía a una cuestión de gustos. Pero él, erre que erre enrocado en la mayor enjundia de los suyos, hasta que comenzó a despotricar también de Bee Gees y la música disco y claro, esa línea roja no iba a permitirle que la traspasara sin tener consecuencias, por lo que aquel infame recibió tal somanta de palos que aún debe estar aplicandose árnica cuando se acuerda de tan vehemente pelotera como mantuvimos. Al verse sobrepasado por mis furibundos embates, echó mano del comodín de la baraja del típico progre al uso (fascista, franquista e ignorante etc), y tras soltar su socorrida retahíla de epítetos pijos, abandonó la controversia para buscar otro esparrin que fuera menos correoso.

Con semejante gaznápiro, no me quedó otra opción que emplearme a fondo en el arte del chascarrillo y el improperio. ¿¡A quién se le ocurre menospreciar a los Bee Gees!? ¡Hasta ahí podríamos llegar!

Yo creo que el reggaetón es una mierda, es la negación de la música, la anti música y tú, amable lector, puedes estar pensando en estos momentos que me estoy contradiciendo con lo expresado más arriba, pues caigo en lo que critico. Y tienes razón, ahora bien, yo sí puedo entender que a ti te guste el reggaetón y otras hiervas musicales que a mí me dicen poco o más bien nada, y ahí radica la diferencia. No establezco estúpidas analogías ni subestimo tu intelecto, nivel cultural, conocimientos musicales que más o menos puedas atesorar ni siembro o doy por sentados otros prejuicios del estilo. Aquel sectario, sí. De hecho, en la mayoría de videoclips de reggaetón, cuyas letras son el paradigma del machismo más retrógrado, suelen aparecer unos pibones de impresión, mostrando exuberancias y atributos femeniles que cortan la respiración. Eso se puede aguantar. Pero lo que es la música en sí, ya no digamos las letras, combinado todo el mejunje con imagenes que insultan la inteligencia, las deploro y repruebo por evidente mal gusto. Son absolutamente deleznables; ese irritante compás del “atún con pan” no lo soporto, es superior a mis fuerzas, se me llevan los demonios, y escucharlo me produce mala digestión, prurito, sarpullido y despierta mis peores y más primitivos instintos. 
 
 
Mi gusto por la cantante de New Jersey comenzó a declinar a partir del cuarto disco, el del famoso Guardaespaldas. Pero los tres primeros me entusiasmaron. Los escuché hasta la saciedad envueltos en aquel sonido dulce, sedoso, cálido, que emanaba de los surcos de vinilo y las cintas de cromo vírgenes de casset reproducidas en mi pletina AIWA de tres cabezales. Evocan momentos, recuerdos imborrables, hechos trascendentales, dolorosos unos, dichosos otros, que tuvieron lugar durante mi juventud. No olvidemos que soy un gran aficionado ergo apasionado de la música hecha o interpretada por negros, y que ella ha formado parte importante de mi vida y de mis mejores y más inolvidables instantes. De ahí devienen mis estimulantes sentimientos nostálgicos respecto del legado musical que nos dejó Whitney.
Prescindiendo en lo sucesivo de todo morbo y comadreo que en aras de entender las razones de su caída en desgracia, he tenido a bien recabar y exponer aquí, sin que yo los comparta pues contienen un más que evidente sesgo cotilla y sensacionalista, digo que me gustaba Luis Fonsi antes del “Despacito” dichoso. Y lo mismo me ocurrió con Whitney Houston antes de “I Will Always Love You”. Pero de ambos archi divulgados temas acabé hasta los cataplines. Les cogí tal manía y orejiza que poco faltó para que les arrimara el mechero y de este modo imaginarme que simbólicamente los convertía en cenizas.

A mí me gusta la Houston de sus primeros años. Ahora sabemos que consumía estupefacientes desde los catorce. Parece increíble pensar en ello con la cara angelical, virginal, casi etérea, inocente que mostraba al mundo. Gracias a esta suerte de exploración de su obra que he practicado estos días, puedo afirmar que se me ha revelado una Whitney totalmente nueva.
La interpretación que hiciera de "And I Am Telling You I'm Not Going" es soberbia. Esta y otras actuaciones parecidas de sus primeros tiempos, constituyen su legado, el auténtico referente y marca de la casa de su indiscutible talento que hay que conservar, arrinconando todo lo demás. Sus directos a pecho descubierto, constantes improvisaciones y melismas, ponen la piel de gallina. No me extraña que el espectador in situ cayera en trance escuchándola, rendido a sus pies en una suerte de catarsis colectiva. El auditorio contenía la respiración según la diva iba subiendo el tono y potencia de su voz, desplegando por el camino su habitual rosario de florituras vocales hasta alcanzar el éxtasis. Su natural belleza también era un don lo que contribuía a redondear el esplendor de su puesta en escena haciendo del conjunto resultante, algo excepcional y sublime.
 Whitney Houston fue una artista que gozó de enormes facultades vocales que destacaron sobre todo en los primeros años de su carrera, depauperándose a partir de los noventa. Los primeros cinco o seis años de su trayectoria fueron los mejores. Pasó de tener voz de soprano a mezzo soprano, con un peor control de los recursos vocales disponibles. No es difícil imaginar que muchas de sus actuaciones estuvieran ya condicionadas por una debilitada voz que a duras penas lograba disimular con todo tipo de virguerías. Tenía un timbre cálido y potente, nítido, muy agradable al oído, con una tesitura descomunal. Poseía un oído prodigioso, conectado a sus cuerdas vocales en simbiosis perfecta, adquirido durante su forja como cantante, junto a su madre, antes de alcanzar la fama. Ello la capacitaban para atreverse con filigranas de todo tipo durante las melodías, ejecutándolas con implacable precisión. Creo también destacable su innegable capacidad improvisatoria. Nunca cantaba una canción de la misma manera. Decía que la aburría. Repentizaba sobre la marcha, alargando o acortando las notas, armonizándolas sobre la canción sin apenas esfuerzo, utilizando recursos casi jazzísticos a placer. De no haberse deteriorado tanto su voz, estoy seguro que tenía en el potencial de su garganta, uno o dos discos de standard de Jazz. Una pena. Aquí la podemos ver en sendas actuaciones de los años 85 y 87, desplegando racimos de aptitudes vocales que en esos años, aún permanecían intactas.
  
En este otro video se presenta el archiconocido tema que la catapultaría a la fama mundial: I Will Always Love You. Es una actuación de 1999. Ya se nota que sus capacidades vocales se han deteriorado bastante, pero su dominio del vibrato y las florituras tonales siguen indemnes.
 
Pero el aniquilamiento progresivo que sufrió la carrera de Whitney Houston no resulta extraño si tenemos en cuenta la cantidad de artistas procedentes de este y otros ámbitos que han sucumbido de forma prematura al consumo excesivo de todo tipo de sustancias y estupefacientes. Sin ir más lejos, el caso más reciente es el del insigne futbolista Diego Maradona, fallecido hace pocos días, que en los últimos años había arruinado lastimosamente su prestigio con los efectos colaterales que en su cuerpo y comportamiento estaba causando la cocaína. Uno se puede morir de cáncer o infarto antes de cumplir los cincuenta, incluso mucho antes, de hecho, ocurre todos los días, pero el deterioro y denigración personales, secuelas que originan el consumo de drogas y alcohol, a medio y largo plazo resultan de lo más desgarradores y tristes. No hablemos ya del denominado Club de los 27, aquellos que fallecieron por causa de su consumo antes de cumplir esta edad, v.g Amy Winehouse, truncada drásticamente su prometedora y brillante carrera del modo más inexplicable. Otra mujer, tocada por los hados divinos que por culpa del alcohol y las drogas, lo echaría todo a perder.
Una de las más socorridas excusas que los músicos aducen para su consumo es la de expandir su sonoridad, librándose de las ataduras morales para CREAR. Al margen de argumentos tan peregrinos como este, resulta un hecho que el jazz nació en un contexto propio de consumo de drogas y alcohol.
En los años del arranque del Jazz, hacia los años veinte del pasado siglo, Nueva Orleans tenía una zona de tolerancia máxima hacia lo prohibido e ilegal que constituían la regla. Los músicos que tocaban en aquellos tugurios en donde el decorado, prostitutas, camareras, humo, alcohol, cantantes, espectáculo en general, todo parecía destinado hacia el público negro, se admitía también a un gran número de consumidores blancos que se dejaban pasta gansa en sexo, drogas y alcohol. En este bullicioso ambiente, los músicos tenían que tocar hasta altas horas de la noche para no aburrir al personal, y para lograr resistir esas largas sesiones nocturnas, fumaban marihuana. Se trataba de un mero doping adaptado al mundo de la noche.
Pero esta droga blanda supondría un inofensivo vapeo en comparación con lo que vendría después en los años cuarenta. El consumo indiscriminado de heroína marcaría el devenir de gran parte de los célebres músicos del bebop y cool jazz que han quedado para la historia. Uno puede imaginarse las disquisiciones que pudieron mantener los Charlie Parker, Chet Baker, Miles Davis etc, al respecto de sobre qué drogas eran más efectivas para follar, crear, improvisar, aguantar sobre los escenarios, tocando durante toda la noche casi todos los días de la semana, si la "yerba" o el alcohol; si la heroína o la cocaína. Había inclinaciones y opciones para todos los gustos.
Una pena que esta preciosa niña acabara del modo que lo hizo, ahogada en una bañera. ¿Cabe final más absurdo e indigno que este?, porque Whitney ha sido fundamental en la historia de la música pop, ya que ha influido e inspirado a miles de artistas que están llegando después y eso hace que su trayectoria, su legado merezca un justo reconocimiento. Además, todavía sigue ostentando cifras récord en cuanto a premios obtenidos y discos vendidos se refiere. No debemos meter en el mismo saco la sordidez, descontrol y caos de su vida privada con el trabajo artístico que desarrolló. Es cierto que nunca supo ni quiso desembarazarse del enorme lastre que suponía la mala influencia de su entorno y todos sabemos que pagaría un alto precio por ello.
Que dios me perdone por lo que voy a escribir ahora, pero a Bobbi Kristina, eso que llaman la lotería genética no le fue nada propicia. Esa milonga de que "de tal palo tal astilla", aquí no se cumple, aunque echémosle la culpa al padre que cumple el rol de chico malo que lo aguanta todo, que lo mismo vale para un roto que descosido y asunto resuelto.
Quedémonos con lo mejor de Whitney. 
Este video es del 86. Otra prueba más de que en ese quinquenio del 85 al 90, se pudo escuchar lo mejor de ella.
La lista de cantantes negras, incluso alguna blanca (Mariah Carey, Celine Lion, Jennifer Lopez etc) que me gustan igual o más que Whitney, es larga y variopinta. Pero compararla, poniéndola al mismo nivel de Madonna, Kylie Minogue, La Toya o Janet Jackson, Paula Abdul, Lady Gaga, etc, incluso de Vanessa Williams (que me encanta), como hacía el pedante aprendiz a crítico musical, me parece cuanto menos, poco objetivo y ayuno de buen oído.
Existen artistas que se deben a sus fans, y a pesar de los lógicos vaivenes que todo ser humano experimenta a lo largo de la vida, se cuidan y saben envejecer con inteligencia y humildad, intentando mantener en buen estado la principal herramienta de su trabajo. En esta actuación en directo podemos ver a Chante Moore, a la edad que tenía Whitney cuando falleció, (ahora tiene 53) desplegando florituras y gorgorismos solo al alcance de unos pocos. Ya se adivina en estos sorprendentes malabarismos vocales, el intenso y arduo trabajo que existe detrás.
Whitney, tiene entre otras, una imitadora de gran nivel como la atractiva Glennis Grace, cuya tesitura y timbre de voz es asombrosamente parecido al de Houston. 
Sus seguidores son legión. Me incluyo entre ellos.
Aquí la podemos ver, en el primero de los videos, logrando una interpretación extraordinaria del famoso tema de Whitney, junto a Candy Dulfer, una de mis saxofonistas preferidas. 
¡Talentosas bellas mujeres al poder, oh yeah!
Mariah Carey (antes de su problema de pólipos en las cuerdas vocales) tenía unos registros vocales incluso superiores a los de Whitney. Llegaba donde sólo intérpretes de bel canto lo hacen. Aquí la podemos ver en una actuación memorable. En esta ocasión sí podemos afirmar que la versión supera el original.
A Celine Dion también hay que incluirla en el selecto club de las diosas del Olimpo. He leído que en su día sacrificó gran parte de su ambición artística por su deseo de fundar una familia. Esta sí que tiene la cabeza bien amueblada y meridianamente claro su orden de prioridades en esta vida. Aquí la podemos disfrutar en este conciertazo en Boston del año 2008. ¡Menudas piernas ahhh!
Durante mis búsquedas por entre las procelosas y a veces turbias aguas de Internet, me tropece con este artista cuya versión del célebre tema cantado originalmente por Jermaine Jackson y Whitney Houston, me parece deliciosa y de interpretación muy simpática. "Le Flex", ha supuesto todo un hallazgo para mí. ¡Gracias Whitney!
Y llegamos al final. La idea inicial, allá por el mes de septiembre, era incluir una semblanza musical de Whitney, como ya he hecho en otras entradas con diversos artistas, aprovechando mi paseo por las Fuentes de Mula. Me acerqué de nuevo al bonito paraje acompañado de Hulk y de los discos físicos de que dispongo en mi discoteca, para tomarles unas fotos. 
Y buceando por internet me tropecé con la existencia de una película y dos documentales, a cual más polémico, amén de tropecientas reseñas sobre la cantante donde se vertían noticias de lo más escandalosas. Pero la difamación criminal que uno de los documentales vierte sobre Dee Dee Warwick me parece deleznable. ¿Acaso el famoso director del documental, Kevin Macdonald, no podía haberle pedido parecer a Robyn, dado el estrecho contacto que durante un tiempo mantuvo con Whitney, antes de incluir ese infecto oprobio en su documental? Ella lo desmiente como así se deducía del falsario semblante de sus acusadores. Sus caras reflejaban la ignominia de sus embustes. Se advierte a la legua.
Tampoco conocía que posiblemente fuera bisexual, ni que consumía drogas desde los 14 años, ni que sus padres ya estuvieran separados, incluso antes de que obtuviera su primer éxito, ni que su padre fuera un pájaro de cuentas, ni la madre una sargento en exceso carca, ni que ella fuera una vulgar toxicómana a la que le gustaba el pollo frito y la pizza marinara. Y mucho menos conocía que había sufrido un aborto durante el rodaje de el Guardaespaldas y que Bobby Brown fue un semental que engendró zagales a tajo parejo, nada menos que siete. Bobby, un depravado, sí, un granuja sinvergüenza, un chico malo, de acuerdo, pero, ¿y a ella, qué...? ¿no hay que pedirle cuentas a su más que emperrada, incorregible cabecita de chorlito...?
¡Ay dios! En fin, que con un capítulo para conocer su trabajo artístico más los otros detalles mundanos y prosaicos que explicaran el porqué de su caída en picado hacia el abismo, no tenía bastante. De modo que no tuve más remedio que disgregar el apartado Whitney de Las Fuentes de Mula, que en un principio, el plan era que andaran juntos. Premio para ti, amigo lector si has tenido la increíble paciencia de llegar hasta aquí. Lo tuyo sí que tiene mérito. Nos quedamos con lo mejor e imperecedero de su legado y el recuerdo de unas canciones que en mi caso compusieron parte de la indeleble banda sonora de mi juventud.
Y para finalizar del mejor modo posible, esta extensa semblanza sobre la vida y obra de Whitney Houston, he aquí mi particular homenaje a su memoria, en forma de video musical. 
¡Hasta siempre Nippy!
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!

28 noviembre 2020

WHITNEY III

 Los resultados oficiales de la autopsia se dieron a conocer el 22 de marzo de 2012, y confirmaron algunas hipótesis preliminares. La oficina forense del Condado de Los Ángeles informó que la causa de la muerte de Houston se atribuyó a un ahogamiento accidental en el que se unieron otros factores coadyuvantes, como los efectos de una enfermedad cardíaca aterosclerótica y el consumo de cocaína. Además, la oficina señaló que en su habitación se encontraron restos de otras drogas y utensilios necesarios para consumirlas. La cantidad de cocaína encontrada en el cuerpo de la artista fue inhalada poco antes de su muerte. También los resultados de toxicología revelaron otro tipo de medicamentos en su sistema, a saber, Benadryl, Xanax, cannabis y Flexiril. Su tabique nasal presentaba un orificio, producto del consumo habitual de cocaína.
La familia de la artista responsabilizó a Brown por haberla introducido en el mundo de las drogas durante su matrimonio y la incidencia negativa que ello tuvo sobre su carrera profesional. Y desde luego, esta imagen es la que ha quedado en el imaginario colectivo como causa fundamental de la caída en desgracia de Whitney. Tanto actuar como el chico malo de la película, creyendo que eso le beneficiaba, que lo hacía atractivo de cara a sus fans, terminaría por corroborar la imagen que de él se tenía, lo que supondría un estigma en lo sucesivo, difícil de soslayar. Desde luego, los continuos desafueros, infidelidades, abusos y maltratos constantes que el hombre infligió sobre su esposa, contribuyeron a que muchos pensáramos que el rapero era un cantamañanas. Yo mismo, antes de ilustrarme para la elaboración de esta biografía, pensaba que Bobby Brown era el indubitable nefasto sarcoma que había destruido emocional y físicamente a Whitney y por ende, también a la hija de ambos.
Después de haber visto la película musical (muy aceptable) basada en su vida y obra, manteniéndose todo lo neutra que se puede esperar de un trabajo que pretende complacer a todo el mundo, disgustando a los menos posibles; después de haber visionado ambos interesantes documentales, con puntos de vista y enfoques sutilmente diferentes; más leído unos cuantos artículos que aportan datos que yo desconocía, la verdad es que ya no tengo tan claro que Bobby fuera el único malo malísimo de esta trágica historia. A la propia Whitney y a su familia también hubo que echarles de comer aparte.
Así que, como me mueve la intención de ir conociendo sobre la marcha, diseccionando en la medida de lo posible, lo que fue la vida de Whitney y las razones que pudieron abocarla a tan prematuro triste final, vamos a ir leyendo algunos extractos sobre lo que se revela en sendos muy aconsejables documentales. Comencemos con el primero de ellos por orden de estreno y que se puede ver en NETFLIX. Can I Be Me me parece más independiente y por esta razón, me resulta algo más creíble que el otro que falla en lo esencial,  esto es, en evitar imputaciones falsas contra alguien que no se puede defender porque está muerto. Un detalle así lo desvirtúa a mis ojos por ruin y miserable. Can I Be Me fue el que más disgustó a la familia y prueba de ello es que presentarían varias querellas contra su director. De ello cabe inferir que el siguiente documental, Whitney... se pudo haber realizado en respuesta y para contradecir algunas declaraciones del anterior, promovido y posiblemente financiado por la propia familia de la cantante. El documental es muy interesante y revelador, pero esa parte en que se denuncian los abusos no parece muy convincente y por tanto, desmerece y empaña el resultado final. Sembrar calumnias y endosarle a una de las primas de la cantante, muerta en 2008, presuntos abusos cometidos a los pequeños Houston cuando esta les hacía de niñera, no parece muy honesto. En las mismas declaraciones de los denunciantes se intuye una previa confabulación familiar, un acuerdo en lo que tienen que decir ante la cámara. Este extremo me rebela porque deduzco que recurren a este mezquino ardid para intentar buscar una justificación y de este modo suavizar la parte de culpa que le pudiera corresponder a Whitney. Buscar en un presunto trauma infantil la justificación de su reprobable conducta ulterior. De hecho, se dice en parte de su publicidad que la idea de indagar en su vida, para encontrar respuestas, parte de su círculo más cercano; en primer lugar, de Nicole David, que fue su agente cinematográfica: "Sin terminar de digerir el triste fin de su principal estrella, Nicole se puso en contacto con Kevin Macdonald, uno de los mejores directores de documentales del mundo, ganador de un Oscar por “One Day in September”, para realizar un film sobre la cantante. El proyecto se cerró con la incorporación como productora de Pat Houston, cuñada, amiga y colaboradora de Whitney durante años". 
Vamos, quedaba casi todo en familia...
Can I Be Me, tuvo a la familia en contra desde el primer momento y estuvo muy poquito tiempo en las carteleras ya que el establishment intentó opacarlo todo lo que pudo: "¡Me pusieron cinco querellas y las he ganado todas!", dice el director, Nick Broomfield– y presta más atención a otro dato silenciado en la vida de la cantante, su relación de más de 15 años con la que se presentaba como su amiga y colaboradora, Robyn Crawford, que no quiso hablar ante la cámara pero animó a varios amigos comunes a que lo hicieran. Según Broomfield, a la familia que sobrevive a la artista, y que sigue viviendo de los derechos de su obra, le conviene convertir en villanos a Crawford, al exmarido, Bobby Brown, y a Warwick, que falleció en 2008. Él tiene otra versión, que no incluyó en su filme porque, según dice, «no podría probarla, me saldrían demandas hasta por las orejas y nada más lejos de mi intención que paralizar el estreno».
En su entrevista con Tina Brown, cuñada de Whitney –y «su principal compinche de drogas, pasaban muchísimas horas juntas encerradas en su mansión de Atlanta consumiendo crack», relata Broomfield–, esta le contó entre lágrimas que quien abusó o promovió abusos contra su hija fue Cissy Houston. «Tina me dijo que siendo una niña, Whitney volvió un día pronto de la escuela y se encontró a su madre en la cama con el pastor de la iglesia (de la que era directora del coro). Entonces, Cissy habría obligado a Whitney a participar de esas relaciones», cuenta el cineasta, que da credibilidad a la historia. «Eso la obsesionó durante años, la desmontó», añade. Mientras preparaba la película, varios testigos le contaron también que Cissy solía pegar a Whitney de pequeña hasta dejarla semi inconsciente en el suelo. Se entiende la razón del porqué no quedó muy contenta la familia Houston con este documental...
Ni el espectador de mente más truculenta podía sospechar la mitad de todo esto cuando Whitney Houston apareció por primera vez en televisión, en 1985, vestida como lo haría una buena chica del coro el día de su baile de graduación, y cantando la balada Home, del musical The Wiz. La presentó Clive Davis, su descubridor, un viejo zorro de la industria discográfica (fundó Arista Records en los setenta) que quiso hacer de ella la última estrella pop prefabricada, una figura virginal con voz de oro desprovista de toda amenaza y africanidad, apta para el consumo del público blanco. Y hasta cierto punto, Davis lo consiguió. «Es significativo que nunca viéramos su pelo real, siempre llevó pelucas. El público negro se preguntaba: "¿Quién eres, para quién cantas...?". Ella misma nunca lo supo y no quiso saberlo. El día que fue a los premios Soul Train ni siquiera se llevó a los raperos cool del momento, parecía que iba a misa», comenta Jenna Wortham, analista cultural de The New York Times que le dedicó a la cantante un episodio de su podcast Still Processing.
Wortham se refiere a una noche crucial en la vida de Houston, que aparece en ambos documentales. En 1988, la cantante acudió a los premios Soul Train, los más importantes entonces para la música negra, y el público la abucheó llamándola «Whitey» («Blanquita»), por considerarla una vendida. Para entonces, ya había tenido siete hits consecutivos en el número uno de la lista Billboard, un récord que nadie ha batido aún. En esa misma gala actuaba uno de esos «raperos cool» a los que aludía Wortham, un tipo de Atlanta llamado Bobby Brown, que tenía todo el recorrido callejero que le faltaba a Houston.
Describir como tóxica la relación en la que se embarcaron en ese mismo momento sería quedarse bastante corto. Hubo denuncias recíprocas por maltrato, adicciones mutuamente incentivadas –según Broomfield, a Brown le gustaba el alcohol y a Houston las drogas–, infidelidades aireadas en los tabloides, un divorcio que no cortó del todo la unión, un show de telerrealidad –Being Bobby Brown– y una hija, Bobbi Kristina, que tuvo asiento de primera fila en la degradación pública de sus padres y falleció en 2015, en circunstancias similares a las de su madre. Ambas fueron halladas en una bañera tras haber consumido algún combinado de sustancias, si bien la hija pasó seis meses en coma hasta que murió. Uno de los momentos más duros del documental Whitney llega cuando la tía que cuidó a la niña desde que era un bebé, Aunt Bae, rompe a llorar al recordarla y asegura que «nunca le dieron una oportunidad».
Can I Be Me intenta comprender por qué perdimos a esta magnética mujer, de voz desgarradora y talento inmenso, a quien el mundo sabía atormentada pero sin razones claras. Las drogas, no son solo las drogas, siempre hay algo más poderoso que la droga. 

El corazón roto. Esa es una de las conclusiones del documental, donde Robyn Crawford, su amiga, asistente y supuesta amante, tiene un papel relevante. En la producción, Robyn no es borrada del mapa, como tanto lo desearon Cissy Houston, su madre; y Bobby Brown, su ex marido. 

El documental codirigido por Nick Broomfield y Rudi Dolezal profundiza en una estrecha relación, incomprendida por su círculo más cercano, condenada por su madre, y aborrecida por Bobby. Los entrevistados dan cuenta de la rivalidad entre Bobby y Robyn; un odio -así lo llaman- que llegó a los golpes, donde en ocasiones ganó Robyn. Pero la que siempre perdía era Whitney, que se dividía entre el deseo de mantener una familia y la entrega a una mujer que dejó de ser su amiga y asistente para convertirse en el amor prohibido.
¿Era homosexual? "No creo que fuera homosexual, creo que era bisexual", señaló el amigo y estilista, Ellin Lavar, quien advierte que la partida de Robyn de su círculo íntimo determinó la caída de la artista. Robyn era su cable a tierra, su control, la que llegaba a controlarla. 

David Roberts, guardaespaldas de la cantante e inspiración de la famosa película que Whitney Houston protagonizó en 1992 junto a Kevin Costner, cuenta que fue retirado de su trabajo tras advertir que la artista consumía drogas en exceso, y que nada de lo que la rodeaba le hacía bien. De hecho, este hombre, que la recuerda con admiración, describe la relación entre Robyn y Whitney como algo especial. 

"Tenían un vínculo y Bobby Brown nunca pudo apartar a Robyn. Él quería ser el hombre de la relación”, cuenta Kevin Ammons, ex miembro del equipo de seguridad de la cantante.

Al final de la gira de 1999, Robyn decidió marcharse. "Creo que Robyn fue probablemente la única persona, al menos que conocí, que comprendió completamente a Whitney. Confió en Robyn el 100%. Era su confidente y esa era la fuente de la fricción con su esposo", dijo la realizadora Dolezal, que junto a su compañero Nick confirmaron haber sufrido presiones legales sobre la producción, aunque no quisieron desvelar de donde procedían, cita el diario ABC.

Buscando los motivos 
Aunque las noticias sobre los problemas de Whitney eran sobradamente conocidos desde hacía años; aunque su complicado matrimonio con Bobby Brown le sumía en un quebradero de cabeza continuado; aunque la propia Whitney había reconocido sus adicciones en público, aún faltaban muchas piezas por encajar para comprender un declive tan brutal de una estrella tan brillante. 

El trabajo de Kevin no fue fácil: tuvo que entrevistar a docenas de personas, todas ellas pertenecientes al círculo más íntimo de Whitney: su madre, sus hermanos, su ex marido, sus amigos…

El resultado es Whitney, una película a caballo entre el documental y un exhaustivo thriller psicológico, a través del cual hemos podido conocer muchas de las realidades más profundas que amargaron la vida de la estrella durante décadas. Y es que, tras la preciosa, sonriente, y exitosa muchacha de New Jersey se escondían heridas verdaderamente sangrantes; demonios interiores que alimentaban su falta de confianza y encendieron su lado más autodestructivo.
Secretos de familia
Whitney Houston había nacido en una familia de artistas. Su madre era la cantante de gospel, Cissy Houston. Su tía, era nada menos que la famosa cantante Dionne Warwick. Durante años, la prensa proyectó una imagen perfecta de los Houston como una tradicional familia afroamericana, acomodada, conservadora y feliz. Pero la realidad no era tan de color rosa. Su padre, John Russell Houston, supuesto empresario exitoso y alto funcionario en un ayuntamiento, en realidad se había lucrado gracias a la corrupción y a los negocios turbios. El matrimonio de John y Cissy llevaba años siendo una farsa: en plena adolescencia, Whitney-Nippy, descubrió que su madre mantenía una aventura amorosa con uno de los pastores de su congregación. Un primer secreto a voces que la afectó mucho. Por otra parte, consciente del talento vocal de la pequeña Whitney, Cissy le enseñó a cantar desde muy niña; la entrenó, a veces de forma muy dura, hasta convertirla en la gran artista que llegó a ser. Pero el camino no fue sencillo: la joven Whitney tuvo que dejar parte de su infancia y adolescencia para educar su voz. 

Desde la infancia Whitney compartió siempre una cercana amistad con sus dos hermanos, Gary y Michael. Ambos aparecen en el film, haciendo declaraciones espontáneas de lo más sinceras en las que reconocen que, en colaboración con otros amigos y familiares, compartieron todo tipo de drogas con Whitney, desde que esta era apenas una niña. 

Por ello, cuando llegó a la cima del show business, y pese a su apariencia angelical, la artista ya era una habitual consumidora de numerosos tipos de sustancias, sobre todo cocaína y marihuana. En los años de mayor éxito, sus hermanos la acompañaban en las giras, y se ocupaban, entre otras cosas, de suministrarle las drogas. Compungidos, los dos hermanos de Whitney reconocen en el documental que, lejos de ayudarla, contribuyeron a hacer de la cantante una drogadicta experta; una adicta sin remedio.
Una amiga más que amiga
Cuando era adolescente, y pocos años antes de ser una celebridad, Whitney conoció, durante unos trabajos de verano, a quien sería su mejor y más fiel compañera durante muchos años, Robyn Crawford. Desde ese momento se hicieron amigas inseparables, convirtiéndose andando el tiempo, en su guía y más fiel consejera. A los dieciocho años Whitney se fue a vivir con la familia de Robyn, y no se separaría de su amiga hasta mucho tiempo después.

A partir de ese momento, la carrera al estrellato de la joven Whitney comenzó a despegar. Sus actuaciones en algunos clubs de New Jersey, la dieron a conocer como la futura estrella de la música que ya se hallaba en ciernes. Además realizaba trabajos de modelo: una agencia la había descubierto por la calle, y había realizado campañas para importantes clientes como Max Factor. Robyn le ayudó a modelar su imagen, ella tenía estilo; todo el mundo sabía que “Robyn sabía llevar a Nippy”. Durante años trabajó como su asistente ejecutiva y su directora creativa. Robyn diseñaba su vestuario, se ocupaba de sus looks, y hasta proyectó todos sus vídeos.

La relación con Robyn -de la que todo el mundo sabía que era lesbiana- jamás gustó a la conservadora familia Houston. De alguna forma, y sin admitirlo abiertamente, todo el mundo sabía que Robyn y Nippy eran pareja. Durante años, Robyn fue la compañera, confidente, y el principal apoyo de Whitney. Sin embargo, la cantante también salía con hombres.

Para alimentar la estela mediática de la joven estrella Whitney Houston, y de paso ocultar la verdadera realidad bisexual de la cantante, su círculo se encargó de presentarle algunos de los más interesantes pretendientes de la época, como Eddie Murphy o el deportista Brad Johnson, pero ninguna de estas relaciones llegó a buen puerto. La peluquera de Whitney confiesa en el documental que la relación con Robyn representaba su red de confianza, pertenecía a su lado más íntimo y personal, pero que a Nippy también le gustaban los hombres; era por tanto, bisexual.
Sin querer asumirlo, la familia y su círculo más cercano anhelaron que apareciera una pareja masculina que la distanciara de Robyn. Y apareció, pero no el tipo de hombre que pudiera ser más conveniente o recomendable para ella. Bobby Brown, era uno de los cantantes de moda del momento, con el que Whitney tuvo un flechazo inmediato, hasta el punto de que ambos se casaron en 2002. La relación entre Whitney y Bobby fue más o menos bien aceptada por todo el mundo, excepto por la madre, que ya preveía el tipo de convivencia que podía mantener su hija con un tipo así y Robyn, claro, comenzó a perder peso e influencia en el mundo de Whitney. Tras el matrimonio y la llegada de su única hija, Bobby Kristina, Robyn percibió el alejamiento de su amiga. Ese distanciamiento, sumado a las continuas fricciones que tenían lugar con Bobby Brown, provocaron que Robyn renunciara a su trabajo y se alejara definitivamente de ellos. Whitney y Robyn, liquidaron su relación para siempre.
Robyn, vive en la actualidad, casada con otra mujer y tiene dos hijos. Mantiene una vida totalmente alejada de los focos mediáticos. Tras algunas negociaciones con los autores del documental, finalmente decidió no participar en el mismo. Su fidelidad y amistad auténtica ha demostrado que los ha llevado a gala hasta las últimas consecuencias. Ello le honra. Su marcha del círculo de la cantante, dejaría muy trastornada a Whitney, y hay quien opina que de haber permanecido junto a ella, actuando de dique de contención de su entorno más pernicioso, quizás se hubiera podido evitar final tan catastrófico. Al fin y al cabo, era quien mejor la conocía y posiblemente, más la quería. Pero en fin, esto solo pertenece a la mera especulación.
Abusos en la infancia 
Mientras el director del documental indaga e investiga sobre la vida de Whitney, encuentra unas declaraciones en las que la cantante, de una forma muy emocional y sincera, confiesa que lo que menos soporta en esta vida son los abusos sexuales a niños. Intrigado por esta confesión, Kevin Macdonald interroga a la familia cercana sobre este particular y se lleva una sorpresa mayúscula cuando Gary, hermano de la cantante, confiesa que él había sufrido abusos por parte de una de sus tías, la también cantante Dee Dee Warwick, hermana de Dionne Warwick.
Gary también confiesa que creía que Whitney igualmente había sufrido estos abusos por parte de la misma persona. La asistente de Whitney, Mary Jones, confirmó estas sospechas, revelando que la propia artista le había hablado de ello. Whitney había confesado a Mary Jones que su prima Dee Dee Warwick, con quien a veces se quedaban de pequeños, debido al trabajo de su madre, había abusado de ella. 

Tras la presentación del documental en Cannes, y después de hacerse pública esta información, la madre de Whitney, Cissy, junto con su prima Dionne Warwick, difundieron un comunicado a la prensa en el que afirmaban desconocer plenamente estos supuestos abusos por parte de Dee Dee Warwick hacia Gary y Whitney. En el comunicado igualmente indicaban que, en caso de que estas acusaciones fuesen ciertas, si Whitney había decidido callar estos hechos, resultaba lamentable que ahora fueran conocidos por millones de personas, máxime teniendo en cuenta que ninguna de las dos personas aludidas (Whitney y Dee Dee) estaban vivas para confirmarlas o en su caso desmentirlas. 

Blanco y en botella. Toda una farsa que pretendía hacer de la cantante una víctima de las circunstancias. De hecho, con el desparpajante descaro que se gastan los hermanos, de haber sido ciertos estos hechos, lo hubieran puesto en conocimiento del público, para sacar tajada, muchísimo antes. 

La responsabilidad de su enorme éxito, el precio de la fama, la complicada vida familiar rodeada de buitres y aprovechados a los que mantenía; los conflictos con su padre, que le estafó millones, mostrándose fiel a su predisposición corruptiva, que en el colmo del cinismo y caradura, terminó por reclamarle mediante demanda, cien millones de dólares; los disgustos y permanentes infidelidades de su marido, que se sentía celoso y fracasado al lado de la gran diva…
Y una serie de secretos ocultos, como los presuntos abusos infantiles o una sexualidad reprimida, se supone que marcaron su inseguridad y su tormento interior, su decadencia lenta pero inexorable propiciada por las drogas, hasta su triste final en la bañera de un hotel. Bueno, esto es lo que vende el documental. El recuerdo de Whitney Houston, eso sí, permanece en las estrellas, a donde sigue llegando su increíble, incomparable y luminosa voz.

Mientras elaboraba esta extensa biografía de Whitney, me tropecé con un soberbio artículo sobre la vida de Whitney, firmado por una periodista de nombre Raquel Piñeiro. Es muy bueno y aunque extenso, no tiene desperdicio, se puede decir que lo leí con fruición. Es brillante, certero, perspicaz, muy bien escrito y sobre todo, sabe concatenar las circunstancias con los hechos y lo hace por orden cronológico para que se entienda y relacione todo muy bien. Aporta nuevos datos sobre la pareja, juntos o por separado que yo desconocía y algo muy importante, a todo esto, Robyn Crawford ha escrito un libro sobre la época en que convivió con Whitney y hace unas revelaciones sinceras que por serlo parecen verídicas y Raquel Piñeiro las refleja en su artículo. En efecto, me gusta el escrito porque entre otras razones confirma lo que yo intuía, a saber, que los presuntos abusos que sufrieron los hermanos Houston no fueron tales, ya que Robyn los desmiente pues como ella misma dice: ¡yo lo hubiera sabido! Así pues, amigo lector, si has sido capaz de llegar hasta aquí, ¿que mas te da echar el resto, recapitular y continuar hasta el final...?


DROGAS, VIOLENCIA Y REPRESIÓN SEXUAL: LA BODA DE WHITNEY HOUSTON Y BOBBY BROWN

El chico malo y la novia de América se casaron en 1992 culminando así la que parecía una historia de amor sana y equilibrada. Nada más lejos de la realidad: era el inicio de una tragedia griega que ni siquiera terminó con la muerte de la cantante. 

Fue uno de los casos de más acentuado contraste entre el más brillante éxito público y la tragedia íntima. Cuando Whitney Houston y Bobby Brown se casaron el 18 de julio de 1992, parecían estar en la cima de sus carreras. El chico malo y la novia de América eran la pareja perfecta, pero lo que escondía aquella boda era un cúmulo de mentiras amargas que acabaron llevándoselos por delante. Esta es una historia sobre raza, clase, género y canciones inmortales.
Estaba escrito que una relación que fue diseccionada y se exhibió en trozos ante el mundo tenía que empezar en un entorno a la vista de todos. Fue en los Soul Train Awards de 1989, los premios del famosísimo programa musical centrado en los artistas afroamericanos. Su primer encuentro fue, literalmente, un golpe casual. “Le pegué en la cabeza", recordaba Whitney para un artículo en Vanity Fair en 1992. “Yo estaba hablando con unos de mis queridos amigos, los Winans, que estaban sentados detrás de él. Yo les abrazaba y golpeaba a Bobby en la cabeza. Y Robyn, mi asistente ejecutiva, se da la vuelta y me dice: “Deja de golpear a Bobby en la cabeza. No creo que le guste”. Lo miré, se dio la vuelta con esa frialdad que tenía y le dije: “Bobby, lo siento mucho”. Él dijo: “Está bien”. Y así fue”. Tras aquel encuentro, Whitney le invitó a la fiesta de su 26 cumpleaños; a continuación, él la llevó a un concierto de los Winans, y la relación comenzó a rodar de forma imparable.
La situación de ambos la noche de los Soul Train ilustra además a la perfección su estatus en la industria, algo que marcaría de forma ineludible su romance. Por un lado estaba Bobby cantando sobre el escenario My prerogative con su despliegue de energía, baile y descaro marca de la casa, una actuación aplaudidísima. Y luego estaba Whitney, una superestrella… abucheada. Cuando se anunciaron las nominaciones a mejor videoclip, categoría en la que competía contra Janet Jackson y Michael Jackson, y se la mencionó por su vídeo de I wanna dance with somebody, se escucharon de forma clara silbidos y pitidos mezclados con aplausos. Esto había ocurrido ya en la anterior edición de los galardones. ¿Por qué una de las estrellas más exitosas del momento, responsable de dos discos multiventas, era insultada por su propia comunidad? La respuesta larga es compleja y obliga a una larga disertación sobre raza, clase y la representación de las mujeres en la industria del entretenimiento, pero la respuesta corta es: por ser demasiado blanca.
“Cuando salí por primera vez, los negros sintieron 'ella nos pertenece'” contaba la misma artista. “Y de repente llegó el gran éxito y sintieron que ya no era de ellos, que no estaba a su alcance. Parecía que me estaba haciendo más accesible para los blancos, pero no era así”. A la joven Nippy, como la llamaban los íntimos, la había descubierto Clive Davis, de la discográfica Arista, aunque era cuestión de tiempo que alguien decidiese explotar semejante voz. Además había ilustres antecedentes en su familia: su madre, Cissy, había sido corista respetada, y su prima era nada menos que Dionne Warwick, la famosa cantante de soul. Davis la lanzó como una artista pop para todos los públicos, lo que incluía presentarla como una especie de ángel asexuado, neutro, inofensivo, sin ningún tipo de declaración polémica, siempre correcta, siempre perfecta. Existían otros artistas negros de radiofórmula, pero el éxito de Whitney fue tan arrollador que estos aspectos se hacían demasiado visibles. Fuese justo o no, Whitney era percibida a finales de los 80 como un producto de marketing que traicionaba a su raza. “Whitney no bailaba”, explicaban en un artículo de la extinta Gawker dedicado a analizar el fenómeno: “no tenía raperos invitados, no vestía con correas de cuero y hacía videos de prestigio callejero con Scorsese, no cantaba sobre la injusticia social como Janet... Tenía cero credibilidad callejera”.
Y de pronto apareció a su lado Bobby Brown, que si algo tenía era credibilidad callejera. Su imagen, en su caso de “chico malo”, obedecía a algo real, no a una estrategia comercial. Criado en los barrios bajos de Boston, a los 12 años le habían metido un tiro en la rodilla por flirtear con una chica con novio. A los 23, ya tenía tres hijos. Contaba anécdotas como que en una ocasión se puso a cocinar pollo frito para su familia y en vez de empanarlo en harina, se equivocó y lo rebozó con cocaína. Cuando un amigo suyo murió apuñalado en una reyerta con solo 11 años, Bobby se propuso salir del gueto con fiereza. Formó junto a otros adolescentes New Edition, modelados para ser “los nuevos Jackson 5”, y ya su primera canción fue un hit. Aquel grupo de críos se vio rodeado de fans y comenzaron a disfrutar de las mieles del éxito, pero Bobby era un inconformista que decidió lanzarse por su cuenta. En su caso, además, no todo era una cuestión de actitud: bailaba, sus conciertos eran un espectáculo total y era capaz de lanzar temazo tras temazo. Su álbum Don’t be cruel fue el más vendido del 88; ganó 30 millones de dólares en dos años. Para cuando conoció a Whitney en el 89, Bobby era un ligón afamado que había tenido flirts con estrellas como Janet Jackson o Madonna, repartía dinero a su alrededor con la generosidad de un millonario y entre sus posesiones se contaban una colección de coches que incluía dos Rolls Royce y una mansión en Atlanta que le había comprado al rey del porno por 2,2 millones de dólares.
La energía electrizante de Bobby “era refrescante”, reconocía ella, “porque en otros aspectos mi vida estaba totalmente controlada. Nos divertíamos mucho. Me enseñaba a bailar y a mover las caderas”. A nadie pasó desapercibido que aquello parecía una mezcla tan chocante como complementaria. “Whitney y Bobby son lo contrario de Fred Astaire y Ginger Rogers”, escribía Lynn Hirschberg en el citado artículo de Vanity Fair. “Al igual que Ginger, Bobby le ofrece una carga sexual a la imagen pura de Whitney (Fred), mientras que ella lo adorna con un toque de clase”. Esto no quiere decir que la atracción entre la pareja no fuera real, pero sí tenía consecuencias más allá de las sentimentales, y todos los implicados eran conscientes de ello. Cuando se casaron, aquello se hizo más patente y peliagudo todavía. “Esta boda es beneficiosa para él en lo personal”, decía el manager de Bobby. “Pero en lo profesional tenemos que minimizarla. Su imagen es el joven chico malo que es guapo y que mueve sus caderas, y a las chicas les encanta eso. No puede perderlo. Así que tiene que mantener su vida privada en privado. El problema es que él es bueno para la imagen de Whitney. Esa es la batalla”. Al final, lo que ocurrió en su matrimonio, la fama de Whitney y su propia decadencia arrasaría con el Bobby artista, convertido para la mayoría en “el marido de ella”, algo que él no sería capaz de aceptar sin problemas.
Claro que todo esto solo es la punta del iceberg de algo mucho más complejo. La vida de Bobby y Whitney hay que contarla en varios planos: el primero, lo que se quería transmitir en su momento; el segundo, lo que se sospechaba que estaba pasando, y el tercero, lo que con los años hemos sabido –o empezado a saber– que ocurría realmente. Todavía se está reescribiendo la historia. Para empezar, Whitney no era solo esa aura seráfica de princesita con la que se la vendía al comienzo de su carrera. Era cierto que cantaba en la iglesia y que estaba muy implicada con la vida religiosa tal como se publicitó. También es cierto que venía de un mundo mucho más problemático; en su familia y su entorno las drogas eran una constante, y ella comenzó a consumirlas a los 14 años con su hermano Michael. Con el paso de los años, este problema avanzaría hasta destruirla. También estaba el tema de la vida sentimental de Whitney, casi inexistente en apariencia hasta que llegó su muy escrutada relación con Brown. Antes, la joven había tenido un breve flirt con Jermaine Jackson, el hermano de Janet (ex a su vez de Bobby) y un romance intermitente con otro “chico malo” de la industria, el actor Eddie Murphy. Pese a que él ha negado en ocasiones que llegasen a salir en serio, varios testimonios afirman que Whitney estaba muy colgada por él e incluso que siguieron saliendo cuando su noviazgo con Bobby ya había empezado, pero que la estrella de Superdetective en Hollywood la dejó plantada en varias ocasiones y eso aceleró que se decantase por el cantante. En cualquier caso, Brown también seguía viéndose con su novia recurrente Kim Ward, madre de su segundo hijo. Tanto se seguían viendo que cuando Kim se enteró de que Bobby y Whitney se habían prometido, estaba embarazada de nuevo, de dos meses.
Y luego estaba el elefante en la habitación, el rumor persistente desde el principio de su carrera que ella negó una y otra vez y solo en 2019 hemos confirmado del todo: su relación con otra mujer, la misma Robyn que ella citaba al hablar de su primer encuentro con Bobby Brown. Robyn Crawford era una constante en la vida de Whitney, una mezcla de asistente, manager y mejor amiga cuya presencia levantaba algunas cejas. “Existen persistentes rumores de que Houston es gay”, decían en Vanity Fair en el 92. El documental Can I Be Me fue para muchos la revelación de que aquel rumor del pasado era verdad, pero ha sido la publicación del libro de Robyn A Song for You: My Life with Whitney Houston el que nos ha ayudado a comprender todo lo que ocurrió. Whitney y Robyn se conocieron trabajando en un centro comunitario en Nueva Jersey en el verano de 1980, cuando la primera tenía 17 años y la segunda 19. “Nuestra amistad fue íntima a todos los niveles”, escribía Robyn, que confirmaba que también habían sido amantes en un plano físico. “Nunca hablamos de etiquetas como lesbiana o gay. Simplemente vivíamos nuestras vidas, y esperaba que pudiese seguir así para siempre”. La familia de Houston nunca vio a Robyn con buenos ojos. Whitney no necesitaba anunciarle a su madre lo que ocurría para saber cuál sería su reacción. “Me dijo que su madre le había dicho que no era natural que dos mujeres fuesen tan cercanas. Pero nosotras éramos muy cercanas. Aún, muchos años después, en una entrevista, le preguntarían a Cissy si le hubiera molestado si su hija hubiese sido gay, a lo que ella respondió “absolutamente”, y aseguraba que no lo hubiera aprobado. Todo esto ocurría además en un entorno y una época en la que la homosexualidad estaba mal vista y la heterosexualidad se daba por supuesta. Robyn y Whitney fueron novias durante dos años, justo cuando ésta firmó su contrato con Clive Davis en el 82. Entonces acudió a casa de su todavía pareja, le entregó una biblia y le explicó que tenían que dejar de tener relaciones sexuales “porque haría nuestro viaje aún más difícil”. Añadió: “si se enteran, lo usarán contra nosotras”.
El sexo desapareció de la ecuación, pero no el profundo vínculo que les unía. La presencia de Robyn al lado de la cantante se explicaba porque era una de sus empleados, una de las encargadas de llevar su carrera desde el primer momento, pero todo el mundo se daba cuenta de la conexión casi telepática que compartían. Y el aspecto de Robyn, con sus ropas masculinas, su amor por el baloncesto y sus gestos desabridos, eran los del estereotipo de una bollera. “Si alguna vez fueron amantes o no (Houston lo niega), su relación es fascinante por su feroz intensidad”, escribía Lynn Hirschberg. Parece obvio que Whitney era bisexual, porque sí se enamoró de hombres, pero es innegable que reprimió una parte de su naturaleza por conveniencia, obligada por un mundo y una industria homófoba, y que de no ser por eso, su romance con Robyn hubiera sido mucho más largo, quién sabe cuánto. Robyn tendría que ver, para su dolor, como su ex salía con hombres antes de formalizar su estado junto a Bobby Brown, con el que convivió muy de cerca y al que nunca pudo ver. La antipatía era mutua. Hasta qué punto los rumores sobre el lesbianismo o bisexualidad de Whitney provocaron que el noviazgo con Brown se afianzase es algo que el propio Bobby pone sobre la mesa: “Nuestra relación estaba condenada desde el principio. Creo que nos casamos por todas las razones equivocadas”, escribiría él en sus memorias Every Little step. “Ahora me doy cuenta de que Whitney tenía una agenda diferente a la mía. Creo que su agenda era limpiar su imagen, mientras que la mía era ser amado y tener hijos. Los medios la acusaban de tener una relación bisexual con su asistente. En la situación de Whitney, la única solución era casarse y tener hijos. Eso acabaría con toda especulación, ya fuera cierto o no”.
La boda, celebrada el 18 de julio del 92, consistió en un fiestón por todo lo alto celebrado en la finca de la casa de Whitney en New Jersey. Entre los 800 invitados había ilustres –o no tanto– nombres como Patti LaBelle, Gladys Knight, Gloria Estefan o Donald Trump. Ella lucía un vestido blanco de encaje valorado en 40.000 dólares, con velo y un icónico casquete; él, un traje blanco a juego. Todo parecía un día de felicidad absoluta, pero tres elementos ocultos que destrozarían a sus protagonistas estaban allí ya presentes: las drogas, la violencia y la represión sexual. Bobby escribiría que la primera vez que vio a Whitney meterse cocaína fue minutos antes de caminar hacia el altar. Robyn contaría que la misma mañana de la ceremonia “Eddie Murphy llamó a Whitney para decirle que estaba cometiendo un error, pero ella siguió adelante”, y según ella, Houston regresó de su luna de miel con una cicatriz de siete centímetros en un lado de la cara; le dijo que eran el resultado de un vaso arrojado durante una pelea. Toda una metáfora de lo que sería aquel matrimonio: una fachada glamurosa que intentaba ocultar un mundo de problemas.
Pero antes de que todo se resquebrajase, Whitney todavía tenía que tocar techo. En diciembre del 92 se estrenó El guardaespaldas y los récords que ella ya había pulverizado se hicieron añicos de nuevo. Su versión del I will always love you de Dolly Parton se convirtió en un hit atemporal (Saddam Hussein la utilizó en su campaña electoral, sigue siendo un básico en cualquier concurso de cantantes), la película la segunda más taquillera del año, la banda sonora colocó varios números 1 consecutivos y Whitney se hizo todavía más famosa. Rompió el molde de lo que se esperaba de una estrella negra y femenina, y con ello, aumentó la presión que ya la ahogaba. Su entorno familiar y laboral sabía que aquella “orquesta en la garganta” que se encargaban una y otra vez de recordarle que era un don de dios era también una máquina de hacer dinero. Y si Whitney se paraba, la máquina dejaba de producir. Así ocurrió cuando la estrella sufrió un aborto rodando El guardaespaldas. “Fue muy doloroso en lo emocional y lo físico. Es algo que me hubiera gustado sobrellevar por mí misma. Pero no me dieron la oportunidad. Volví al set al día siguiente. Y se acabó”, reconocía todavía herida en una entrevista, antes de añadir, “Pero tuve a Bobbi Kristina al año siguiente y me siento bendecida”. En efecto, la niña nació en marzo del 93; las exigencias laborales de Whitney hicieron que tuviese que ser el padre, Bobby, el que daba un paso atrás en su carrera para que ella pudiese seguir triunfando, aunque muchos dirían que esto no lo hizo motu propio sino obligado por el propio estancamiento de su trayectoria. “Traté de menospreciarme”, explicaría Whitney años después en una famosa entrevista con Oprah. “Decía “Soy la señora Brown, no me llames la señora Houston, soy la señora Brown”. Creo que en alguna parte, algo le sucede a un hombre cuando su mujer alcanza tanto poder y fama”.
En aquella pareja se mezclaban demasiados elementos conflictivos a la vez. Los rumores sobre la orientación sexual de la cantante no se disiparon con la boda ni con el nacimiento de Bobbi Kristina. “No soy lesbiana. Soy madre, esposa, hija, lesbiana no soy. Ese título no me pertenece”, seguiría esgrimiendo ella en entrevistas. Bobby siempre sospecharía que entre Robyn y su esposa todavía había algo (algo negado por la primera), además de afirmar que Whitney tuvo aventuras con otros productores y artistas, aunque solo da el nombre de uno que también está muerto y no puede confirmar ni desmentir, Tupac Shakur. Por su parte, él sí le fue infiel en múltiples ocasiones, como reconocería en su libro: “Las mujeres siempre se te echan encima. Solo soy humano, así que a veces mordía el anzuelo y cometía errores. Dejaba que la testosterona se hiciese cargo”.
Si Whitney era aficionada a las drogas blandas antes del estreno de El guardaespaldas, luego la cosa, en sus palabras, “fue a peor. Durante (el rodaje de) La mujer del predicador, el consumo era diario. Iba a trabajar pero después consumía a diario. Durante uno o dos años. No era para nada feliz”. En su libro, Robyn reconoce haber compartido su afición a la cocaína con ella: “Whitney solía decir “la cocaína no puede ir a donde estamos yendo”. Pero todavía no estábamos listas para dejarla”. Entonces a ella le parecía algo inocente y nada problemático, algo que hacía todo el mundo, pero hoy reexamina aquellos días a tenor de a lo que condujeron después, en el caso de su amiga al menos, y encuentra que aquellas fiestas y anécdotas de noches locas no eran tan graciosas como le parecían entonces.
Tanto fue así, que en el año 2000, cuando Robyn comenzó a encontrar cucharas quemadas por la casa, forzó a su amiga a que acudiese a rehabilitación. No lo hizo, y Robyn la abandonó. Dos años después, la artista dio una entrevista a Diane Sawyer que se convertiría en parte de su leyenda de forma instantánea. Frente a la periodista, confirmaba que había consumido drogas pero negaba hacerlo con una muy concreta, el crack: “Dejemos una cosa clara: el crack es barato. Gano demasiado dinero como para consumir crack. No consumimos eso. Crack is whack (el crack es una mierda)”. La frase se convirtió en un meme instantáneo, parodiado por humoristas y cómicos, y pasó a la cultura popular con razonable fortuna, lo que ilustra de forma bastante clara cómo suelen tomarse las adicciones y trastornos de este tipo por la mayoría de la gente: como un chiste, en el mejor de los casos. Desde luego el entorno no era el más favorable como para ver que lo que estaba ocurriendo no era normal. Su marido era detenido con cierta frecuencia por posesión de estupefacientes. Aunque en su biografía aduce que nunca había consumido cocaína hasta que conoció a Whitney y que jamás se drogó delante de Bobbi Kristina (algunos lectores lo ponen en duda), explica que cocinaba crack y esnifaba heroína en la cocina del hogar familiar. También incluye el testimonio de su hija La’Princia, que diría haber visto a Whitney fumando marihuana con su hija y Nick Gordon, un adolescente que tenían en acogida, en un coche.
La violencia de la que Robyn había visto una primera señal en la luna de miel también era una constante en la vida marital, y la gente acabó por tener constancia de ello. “Cuando estaban de vacaciones en la isla italiana de Capri, Whitney Houston y Bobby Brown tuvieron que ir al hospital” escribía Diego Feijoo. “Los paparazzi la fotografiaban a ella con una venda en la cara tras recibir 2 puntos por un corte en la mejilla. Whitney dijo a los médicos que se había cortado mientras nadaba al chocar contra una roca. Su representante dijo que la cantante se resbaló mientras comía y se cortó con un plato que se rompió. Los medios daban a entender que el corte era resultado de los malos tratos de su marido”. Como había ocurrido en el caso de Tina Turner 20 años antes, la violencia de género no se consideraba un problema más allá de un “altercado doméstico”, y, al estar protagonizada por afroamericanos, se le daba todavía menos importancia, como si fuese una cuestión cultural, “algo que los negros hacen”. La propia Whitney contaba que los golpes eran mutuos y disculpó siempre a su marido en este aspecto, presentándose para apoyarle cuando tuvo que enfrentarse a la justicia por ese tipo de episodios. “Empezó a escupirme”, contaría en una entrevista. “Mi hija estaba bajando las escaleras y lo vio. Fue bastante intenso porque yo nunca crecí con eso. Me puso contra la pared, me quiso agarrar y yo estaba al teléfono. Cogí el teléfono y se lo lancé a la cabeza. Se cayó al suelo, hubo sangre… todo fue muy dramático, mi hija bajaba las escaleras gritando “¡Papá!”.
FINAL TERCERA PARTE