30 septiembre 2024

DE GARBEO POR CANTABRIA/SANTANDER I

Hacia mediados de septiembre, nos dimos un garbeo de varios días por Noja, municipio de Cantabria, situado en la comarca de Trasmiera. En este pueblo anduve yo trabajando en tareas propias de mi profesión, durante el verano de 1988 y hace unos meses, viendo unos álbumes de fotografías, se me ocurrió que podía volver por allí para recordar viejos tiempos y de paso, hacer alguna que otra incursión por algunas de las poblaciones turísticas de las inmediaciones. La comunidad atesora tantos y tan variados alicientes, que visitarla constituye una apuesta segura, aunque eso sí, se ha de ir mentalizado de que existen muchas posibilidades de que la estancia, antes, durante o después, ande pasada por agua. Y qué hermosura y disfrute sería ver llover, que ya ni me acuerdo, porque de todo el mundo es sabido que por aquellas norteñas latitudes, llueve bastante más que por las nuestras, que de un tiempo a esta parte, apenas cae una gota, pero en fin, como reza el dicho, no hay miedo porque en invierno y en verano, el paraguas e impermeable, han de andar siempre con el amo, excepto en las provincias de Murcia y Almería, claro, que apenas hacen falta.
Bueno, Noja, nada tiene que ver con el pueblo que yo conocí hace 36 años. Lo único que identifiqué y recordé invariables (¡vaya un pijo!) fueron la orografía inmediata al mar y las inmensas playas del Ris y Trengandin. Por lo visto, y a pesar de la gran extensión del núcleo urbano de Noja, la población permanente o autóctona no es muy elevada, cifrándose en poco más de 2500 habitantes. Ahora bien, esto se debe a que la inmensa mayoría (cerca del 96%) de las viviendas constituyen segundas residencias, solo habitadas en verano y fines de semana. La población en la estación estival llega a alcanzar cifras cercanas a los ochenta o noventa mil habitantes,​ lo que la convierte en uno de los centros turísticos de sol y playa, más importantes y masificados de la costa cántabra. Tiene que parecerles algo realmente notorio para los naturales de la villa, ser testigos de semejante metamorfosis. Todo ello se debe al desenfreno urbanístico que experimentó el municipio en el contexto del boom del ladrillazo de las pasadas décadas, y a las buenas carreteras (autovía del cantábrico) y su proximidad con Bilbao, que ejerce como centro urbano de influencia, donde el bilbaíno ha elegido invertir y tener su casa de la playa en el área fronteriza con la comunidad vecina. Como anduvimos por aquí durante la segunda quincena de septiembre, la mayoría de incontables alojamientos próximos a las playas, desde hoteles hasta edificios de varios pisos, ya permanecían cerrados, calles y calles desiertas, sin un alma, solo hormigón y toldos recogidos por doquier. No me quiero ni imaginar el sindiós que debe suponer este lugar en verano, con tanto trajín y pulular de gentes, sombrilla y nevera en mano, camino arriba o abajo hacia las inmediatas playas, porque estas son kilométricas, con capacidad de absorber y albergar a miles de bañistas, constituyendo un destino ideal para familias con chiquillos, aunque durante nuestra estancia en Noja, ya fuera de temporada, solo nos cruzábamos con personas bastante maduritas, como nosotros, dicho sea de paso.

Tuvimos suerte porque durante nuestra estancia en Cantabria, salvo el último día, todo fueron cielos plomizos, amenazantes, pero nada de lluvia, lo que facilitó sobremanera nuestras visitas. Ni una sola vez tuvimos que echar mano del paraguas. En fin, que mi modesta pretensión en esta nueva entrada de blog que ahora comienza, es compartir algunas de las fotografías que hice con mi pequeña compacta, verdadera extensión de mis pupilas, por si a alguien que visite este cuaderno digital le pueden resultar de algún interés. Y una vez soltado este preámbulo, comenzamos por Santander, que fue el primer lugar que visitamos, excepción hecha de Noja, claro.
No voy a mostrarme insincero a estas alturas de partido. Los lugares turísticos por antonomasia, muy masificados, nunca me han gustado, y una vez cruzado el umbral de los sesenta, menos todavía. Nunca me ha agradado viajar en verano y si lo hice en otras épocas, fue por razones familiares, ya que a partir de septiembre, comenzaba la escuela. Ahora, con más tiempo libre, y mientras la salud nos siga siendo propicia, es momento de aprovechar la coyuntura, salvo imponderables de fuerza mayor. Como antes decía, el turista de septiembre y octubre es mayoritariamente de situación jubilado, que no retirado porque una nueva etapa de la vida comienza. Aunque produce un poco de incertidumbre pensar en ello, porque de los sesenta a los setenta la espicha un montón de gente. Y en estos inciertos tiempos de muertes repentinas, de incluso personas jóvenes, mucho más todavía. Aunque España es el país de la UE con más esperanza de vida, situada en torno a los 84 años. Pero mi madre murió a los 56 años y mi padre a los 67, así que, si la herencia influye también en esto, lo que nace de mí es aprovechar el tiempo a mi manera, lo máximo que pueda, sin perder el oremus, claro. No voy a ser como esos pobres desdichados, que no viven por aquello de acumular propiedades y dinero, hasta que les diagnostican un cáncer o sufren un infarto, y con la espada de Damocles pendiendo sobre sus cabezas, solo entonces se dan cuenta de lo efímero de la existencia y el sinsentido en el que hasta ese crucial momento había transcurrido su vida. Desde que era bien joven, siempre he tenido claro que la verdadera felicidad solo se encuentra en momentos puntuales y en las cosas más sencillas que no cuestan dinero, la que deviene de tu propio interior. En una sociedad tan materialista y hedonista como la presente, en la que muchas personas cifran su éxito y satisfacción personales ergo felicidad, en los metros cuadrados de posesión y los bienes materiales que exalten la apariencia, la fachada, el status social, etc, si no se consiguen estos propósitos, si no se alcanzan estas metas, como ocurre a la mayoría de mortales, el individuo en cuestión está abocado al abatimiento, a la frustración, a la tristeza, a la depresión, al consumo inmoderado de antidepresivos para sobrellevar su sensación de fracaso. 
Leí no hace demasiado tiempo una reflexión muy oportuna de un tal 
Alejandro Jodorowsky, que tuve la prevención de conservar. Hela aquí: 

No es fácil envejecer

te tienes que acostumbrar

a caminar más despacio,

a despedirte de quien eras

y saludar a quien te has convertido.

Es difícil esto de cumplir años,

hay que saber aceptar tu nuevo rostro

y pasear con orgullo tu nuevo cuerpo

y desprenderse de vergüenzas,

de perjuicios y del miedo que dan los años,

y dejar que pase lo que tenga que pasar,

y dejar que se vaya quien se tenga que ir

y dejar que se quede el que se quiera quedar

No, no es fácil esto de hacerse viejo,

hay que aprender a no esperar nada de nadie,

a caminar solo, a despertar solo

y a que no te atrape cada mañana

el tipo que ves frente al espejo,

y aceptar que todo se acaba

y la vida también,

y saber despedirse de los que se van

y recordar a los que ya se fueron

y llorar hasta vaciarse

hasta secarse por dentro,

para que crezcan nuevas sonrisas

otras ilusiones y nuevos anhelos...

Y como dice Clint Eastwood, al que en la actualidad contemplan 94 tacos, se ha de procurar no permitir que entre y se adueñe de ti el viejo. En fin, tras esta inopinada digresión que le ha surgido a mi relato, a partir de ahora, pretendo ser muy breve, así pues, retomando el hilo, hemos dejado el coche en los desahogados aparcamientos del Campo de Sport de El Sardinero.
Desde aquí, tenemos muy cercanas la primera y segunda playas del Sardinero, que según dicen, una era para las clases sociales altas y la otra para las bajas. También queremos darnos un rápido garbeo por el parque de Las Llamas, que desde su inauguración en 2007 se ha convertido en el pulmón de la ciudad. El cielo andaba muy encapotado pero las predicciones eran benignas, si acaso, solo un leve chispeo.
Segunda playa
Escultura al "indómito cántabro".
Alumnos de lo que parece una escuela de surfismo.
Estas playas de arena dorada son muy agradables y están rodeadas por algunos edificios emblemáticos a los que merece la pena echar un vistazo durante nuestro paseo, como el casino, el palacio de congresos, el palacio de los deportes, etc.
El Parque de las Llamas
El palacio de los deportes.
Roca del Camello donde se encuentra el monumento a Neptuno niño, casi contigua a la península de la Magdalena que se halla al fondo de la imagen y frente a la primera playa de El Sardinero. Me gustó su estampa y le dediqué las siguientes fotos, aparte las familiares.
El pasatiempo de Las palas, es una actividad que parece estar muy arraigada y extendida en las playas de Cantabria, aunque tienen reservado espacio exclusivo para su práctica. A estos se les daba muy bien y daba gusto observar la gran habilidad de la que hacían gala.
En la península de la Magdalena, si te lo tomas el paseo con calma se te pueden ir perfectamente dos horas. Durante nuestra caminata por el Parque Marino gratuito, se pueden ver focas, pingüinos, leones marinos y patos.
Dándoles de comer

Los simpáticos pingüinos, que deben estar muy acostumbrados a ser observados y fotografiados.
El lugar es curioso y coquetón, mereciendo sin duda una ralentizada y recreativa contemplación.
Museo El Hombre y la Mar.
Un lugar fascinante, que no esperábamos encontrar y además gratuito. Nos encantó. También llamado el Muelle de las Carabelas esta situado junto al parque Marítimo, donde se localizan los tres galeones y su mascarón utilizados en la travesía en el Océano Atlántico por el santanderino Vital Alsar. Junto a ellos, se sitúa la réplica de la balsa de madera con la que cruzó el Océano Pacífico en 1970. Se trata de un museo al aire libre que permite disfrutar también de un paisaje en derredor magnífico.
El plato fuerte de la península de la Magdalena es el espectacular palacio homónimo y los jardines que lo circundan. Fue regalado por el ayuntamiento de la ciudad a los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia con motivo de su boda. Desde aquel día y hasta 1930 constituyó la residencia de verano de los reyes. En 1977 pasó de nuevo a ser propiedad del ayuntamiento y en la actualidad es utilizado para albergar varios cursos de verano, congresos y diferentes eventos. Se puede ver por dentro mediante visita guiada, pero nos pilló a trasmano dado que teníamos que esperar mucho tiempo hasta la hora de inicio de la visita, con todo lo que aún nos quedaba por recorrer por lo que decidimos dejarlo para mejor momento y oportunidad, aunque nos quedamos con las ganas.
La península magdaliana es muy visitada por lo que resulta muy difícil capturarla sin asomo de gente alrededor.
El Real Palacio de la Magdalena es un edificio situado en la península de la Magdalena, frente a la isla de Mouro, en la ciudad de Santander (Cantabria, España), y que fue construido entre 1909 y 1911, por suscripción popular, para albergar a la familia real española. Obra de los arquitectos Javier González de Riancho y Gonzalo Bringas, se enclava en el lugar donde estuvo el antiguo fortín de San Salvador de Hano, que protegía la entrada a la bahía. Costó 700 000 pesetas de 1912 y fue sufragado por el ayuntamiento y un gran número de familias lugareñas que desempeñaron un laborioso micromecenazgo, como las 100 000 pesetas de la Sociedad El Sardinero o las 1000 pesetas de la familia Botín. Los problemas financieros para poder costear la obra hicieron que la Comisión Ejecutiva llegase incluso a comprar lotería de Navidad para probar suerte, sin éxito. Fue amueblado en 1913, pasando de inmediato a ser residencia de verano del rey Alfonso XIII y su familia, quienes lo ocuparon regularmente hasta la proclamación de la Segunda República. En 1914 fueron proyectadas las caballerizas por González Riancho, las cuales emulan a un poblado inglés medieval con tejados puntiagudos de vertientes pronunciadas, entramados de madera vista, etc. Fuente Wikipedia.
Monumento homenaje al inmortal Félix Rodríguez de la Fuente. 
Una vez rodeada la inmensa península de la Magdalena, sin haberla inspeccionado al completo, todo hay que decirlo, seguimos caminando durante un buen trecho por el paseo marítimo, desde el que se pueden divisar diversos edificios muy cuidados, de una arquitectura singular que a mí especialmente me encanta y resulta muy llamativa. La mayoría de viviendas de Cantabria que acaparaban nuestra atención parecen chalets de lujo, ubicados en un entorno idílico. Si algo me gusta de esta hermosa comunidad es salirme del circuito turístico y perderme por sus carreteras secundarias y locales. Ahí es donde puedes admirar la genuina grandeza y belleza de su paisaje.
Puerto Chico
Monumento a los Raqueros. Son cuatro estatuas de bronce que representan a 4 niños, los Raqueros. En Santander se denominaba así a los niños pobres, que paseaban semidesnudos por el paseo marítimo con la esperanza de recoger las monedas y objetos que los turistas lanzaban al mar desde sus barcos. La escultura es obra de José Cobo Calderón y se encuentra en la zona de Puerto Chico, que era el antiguo barrio pesquero de la ciudad.
Con el terrible incendio que sufrió Santander en 1941, gran parte de su centro histórico fue destruido. Este monumento en memoria de aquellos que lo sufrieron, que como el ave Fénix, supieron resurgir de sus cenizas, se encuentra a escasos metros del Centro Botín, edificio modernista, feo y discordante donde los haya.
Otro de los edificios emblemáticos de la ciudad es la catedral de la Asunción, edificio con dos iglesias superpuestas; una de ellas es la iglesia original del siglo XII y la otra la catedral de Santander, homologada tardíamente como tal en el XVIII. Damos una vuelta por sus turísticos alrededores, aunque al estar tan insertada entre las calles del casco urbano, sin posibilidad de obtener distancia de perspectiva, no luce lo que merece.
Plaza del Ayuntamiento, uno de los principales atractivos turísticos de Santander, centro neurálgico y punto de encuentro preferido por los habitantes de la ciudad. Hasta mediados de los ochenta el reloj daba las campanadas a determinadas horas del día y emitía canciones como "Santander", "Eres alta y delgada", La Fuente de Cacho" y durante la pascua, villancicos de Navidad.

El vetusto edificio de correos y su plaza de Alfonso XIII o de las Farolas, como también la conocen los lugareños.
Muy cerca del Mercado del Este, donde comimos, se encuentra la Plaza Porticada, creada durante la reconstrucción de la ciudad tras el devastador incendio. Los edificios de la plaza albergan entre otros, la Delegación de Gobierno, Caja Cantabria y otros inmuebles gubernamentales. También como se puede observar, un ocasional expositor al aire libre de la marca de automóviles Renault y un monumento a la Gloria del Héroe, Pedro Velarde, un valiente que lo fue, del DOS de MAYO, durante la fatídica guerra de Independencia contra la invasión napoleónica, momento que afirman los estudiosos, se iniciaría el declive del imperio español que había durado tres siglos. 
El emblemático Mercado del Este, ya casi desierto a las 15:30 de la tarde.
Monumento homenaje a los caídos en la  batalla de Trafalgar.
Otro monumento más en homenaje a un artista de los muchos con que te puedes tropezar paseando por Santander.
Los edificios de esta parte de nuestro heterogéneo y bello país no dejan de sorprenderme.
Ya de vuelta, buscando el utilitario, una captura más al Risco del Camello.
Antes de regresar a Noja, que nos pilla a 45 km, nos acercamos al Faro de Cabo Mayor, ubicado en la Costa Quebrada, otro lugar precioso digno de visita.

FINAL DE LA PRIMERA PARTE

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