11 noviembre 2023

OTOÑO EN VIZCABLE

Hace unos días, se me ocurrió que podía retornar por Vizcable para fotografiar los bonitos chopos que en otoño, como bien se sabe, amarillean sus hojas y desprendiéndose del calor de la rama, quedan sobre el suelo formando una alfombra dorada. Pero a la altura de la presa del embalse del Taibilla (o de Turrilla) me encontré que se hallaba la carretera cortada por obras. ¡Vaya!, me dije, mi gozo en un pozo, ¿ y ahora qué, plan alternativo, hago la ruta del Zarzalar, regreso a casa o doy la rodea y me planto en Vizcable por el camino de Las Quebradas y Beg? Lo malo es que luego al regreso, me toca coger por Letur. En fin, se me va a echar la mañana encima, pero ya que estoy aquí, sería un desperdicio cejar en el empeño y no echarle un vistazo a los chopos de la rambla del Almez. Pensado y decidido a cumplimentar mi propósito, atravieso la presa y pongo la proa del Dacia hacia Nerpio. En el pantano, en ese momento, surgían unas brumas que producían un fenómeno natural de lo más curioso que era preciso chequear. De hecho, me detuve en varias ocasiones para tomar las siguientes fotografías porque siempre se ha dicho y es verdad que no hay mal que por bien no venga. Bonito espectáculo, sin duda, el que registraron mis retinas.
El embalse bullía de vida por doquier.
Antes de llegar a la aldea, y desde la carretera, atrapé estos bonitos paisajes.
Ya en Vizcable, me paré a charlar con varios de sus vecinos. Por lo que parece, son gente muy afable y conversadores, muy propensos al diálogo. No menos de cuatro moradores de estos apartados contornos con los que me crucé, me saludaron joviales e incitaron a la cháchara. Y yo encantado pero a este paso, es que me daban las doce sin haber consumado el objetivo de echarle un vistazo a la chopera que existe en el arroyo del Almez, porque al tener que regresar por Letur, tenía que hacerlo un poquito antes si pretendía estar en casa para la hora de comer.
Este es un grupo de viviendas que existe enfrente de las ruinas del Molino de la Torre, en la margen izquierda del río Taibilla, pegadas al viaducto del canal homónimo. Accedo a ellas, cruzando el río y pasando bajo el Arco de la Toba. Suelen haber por aquí (pues ya me sucedió en la anterior ocasión) tres o cuatro perros rateros muy porculeros, o por mejor decir ruidosos, que se muestran torvos y amenazadores, enseñando los dientes con maneras de tener muy malas pulgas. Parecía que me iban a comer. Nada que ver con el carácter apacible, tranquilo, amigable de mi Viky, que en paz descanse. Ante el escandaloso alboroto de los ladridos desenfrenados que estaban protagonizando los canes, asoman dos vecinas, desde el portal de sus casas a ver qué pasaba, y le pregunto a una de ellas, en tono distendido, si muerden. Por su gesto displicente, yo diría que indolente y por demás, nula respuesta oral, ni el más ligero ademán de amonestación ni autoridad sobre los perros, interpreté que podían hincarle el diente a una de mis pantorrillas y allá me las compusiera. Berreé tal alarido, enarbolando el bastón, que ipso facto, dueñas y tres de los tusos se escabulleron hacia el interior de sus casas, no así el más farruco de ellos, uno negro, que en cuanto me daba la vuelta hacia el frente, se acercaba peligrosamente a mis gemelos, con aparente intención de morderlos. Me siguió hasta el límite mismo de lo que él consideraba "su territorio" (el puente). Y yo lo tenía claro, ante el más ligero roce de su hocico, del puntapié con mi zurda lo ponía en órbita con el torreón. Pero ya se sabe, lo mismo en los humanos que en los canes, que cuanto más pequeño es el sujeto, más flamenco y mala leche tiene, pero salvo algunas excepciones, casi siempre es más el ruido que las nueces, o como reza el refrán: "enano de la venta, que a los niños aspavienta..."
Este es el paraje "Arco de la Toba", pegado al resurgido cauce del río Taibilla, que presentaba, a la izquierda de la fotografía, diversos desechos y retales de albañilería (escayolas), por tanto, se mostraba poco seductor desde el punto de vista fotográfico. 
La parte habitable y conservada del Molino de la Torre.
El bruno tuso de marras, muy celoso de sus dominios y misión de custodia encomendada del territorio. ¡Pero qué fanfarrón y gallito la virgen...! Parecía un ejemplar de la raza doberman, pero en versión reducida. Hasta que no me perdió de vista y puse tierra de por medio, no cesó de ladrar. 
Imagen evocadora de otros tiempos
Fotografías tomadas desde el Cortijo del Tío César.
Caminando por la margen derecha de la rambla/arroyo del Almez, impregnado de los colores y aromas propios del otoño. El riachuelo ha bajado de caudal desde la última vez que lo vi discurrir.
En las inmediaciones del nacimiento de la Fuente de la Torre.
El surgimiento está acotado mediante vallado metálico.
En mi anterior visita senderista a Vizcable, me quedé con las ganas de echarle un vistazo a esa cresta elevada a más de mil metros que existe al noreste de la aldea. La ascensión se presenta empinada y penosa pero pronto alcanzamos la cima. El paisaje que se divisa en derredor, bien ha merecido el esfuerzo.
Torreón árabe y cementerio de Vizcable.
Al fondo, sierras de La Mora, de Tinjarra, de Lagos, de Los Molares, etc.
Diversas agrupaciones de casas comprendidas dentro del término municipal de Yeste.
El chucho negro aún seguía ladrando desde el puente del Canal del Taibilla. Más guardián y vigilante no se ha conocido. Y yo que creía ejercer un efecto apaciguador en la especie perruna, por más fiera que esta se pudiera presentar y mira tú por donde, con algunos ejemplares, a tu presunto magnetismo canino, no le valen coplas. Tendré que revisar mis convicciones, y contemplar excepciones, por si las moscas.
El molino del tío César, con cuyo actual propietario, también estuve departiendo durante algunos minutos. Se quejaba el hombre amargamente de que una pasada riada había arramblado con el puente que existía sobre el arroyo, para acceder a su vivienda (ahora existe un estrecho tablón coyuntural a modo de traviesa), y que las autoridades parecían hacer caso omiso de sus demandas para reponerlo.
En fin, y después de este breve paseo por las inmediaciones de Vizcable, donde han quedado reflejados algunos de sus más característicos colores y paisajes otoñales, me despido hasta la próxima aventura senderista que discurrirá no muy lejos de aquí, pero en tierras murcianas.
¡HASTA LA PRÓXIMA!
 

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