Unas tomas de nuestros amigos, antes de abandonar las inmediaciones del vértice geodésico
Un bonsái en las inmediaciones de la cueva
Descendemos para luego subir una empinada pared.
Estábamos todos en el interior de la cueva, en silencio, cada cual ensimismado en sus propios pensamientos, imaginándonos seguramente, la clase de vida de aquellas supuestas, tres personas que intentando escapar del horror de la guerra, la moraron durante unos meses en el año 1936, cuando Kranker, olfateó, husmeó y exclamó, ¡aquí hay pulgas!, y salimos todos de allí, despavoridos, en orden pero rapidillos...
Pedro, en el umbral de la cueva, echándole un buen tiento a la bota de vino.
La sempiterna sonrisa de María y Joaquinillo, de rostro siempre imperturbable
Una rara avis, especie autóctona, exclusiva de la zona, un endemismo que solo se cría por aquí. (krankeratus mojantianus)
Abandonamos la cueva y seguimos la ruta. Bonitas panorámicas hacia Derramadores y Revolcadores
En un claro, esperando para reagruparnos, mientras estamos atravesando un encinar, bosque típicamente mediterráneo de los pocos que quedan. Todo un laberinto.
Transitando por la cuerda hacia los Frailejones, ofreciéndonos el paisaje, bonitas vistas hacia el norte.
Un día gris, estupendo para practicar senderismo. Ni frío ni calor.
Hacia los Frailejones
Elena y Kranker
Manu
María y Pilar, teniendo de fondo la sierra del Gavilán, Pajarón, Roblecillo, Campoarriba de Archivel etc.
Los Pedros, disfrutando de las bellas panorámicas que se les ofrecen a la vista, desde esta espléndida atalaya.
Pilar posando ante los Frailejones. Permanecimos en el lugar, apenas unos minutos, por no molestar más de lo necesario, a sus habituales moradores.
Desde los Frailejones hasta completar el círculo llegando de vuelta a los coches, tenemos una prolongada bajada de terreno suelto y campo a través, aprovechando en ocasiones, trochas y antiguas sendas apenas distinguibles. Hay que llevar cuidado con los traspiés.
Cerramos el círculo cuando ya comienza a atardecer.
Cerramos el círculo cuando ya comienza a atardecer.
Ha sido una bonita e intensa jornada de pateo por el monte, y nos alegramos de que por fin hayamos cerrado el círculo, llegando al tranquilizador amparo de los coches. Es momento para el relax, disfrutar la sensación de alivio y satisfacción que despierta siempre la misión cumplida, cambiarnos de camiseta para mitigar la fragancia axilar y relajarnos echándonos unas risas con las ocurrencias de Asensio, mientras contemplamos, fascinados, la mágica evolución del atardecer.
En el restaurante Casablanca, damos cuenta de las merecidas cervezas, con acompañamiento incluido, antes de la despedida e inexorable desenlace del cada mochuelo a su olivo, mientras el cielo de Mojantes se tiñe y enciende de puro fuego.
Y antes de echarle el cierre a esta entrada, adelantar que en la próxima, intentaré relatar la atroz y desoladora experiencia vivida de haber perdido a la Viky durante 25 horas, todo un día, con su noche incluida en que tuve que buscarla sin hallarla, por tierra, mar y aire hasta que...
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!
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