01 diciembre 2025

De vuelta por la TORROSA y la playa de FATARES I

En el mes de noviembre, unos pocos días antes de que se celebrara la Falco Trail 2025, me acerqué por Cartagena para repetir un recorrido que ya había realizado en junio del año pasado. Por entonces lo titulé: Por la playa de Fatares y la isla de la Torrosa. En aquella ocasión, en la que me acompañaba mi amigo Jose, aparte de quedarme con las ganas de visitar el proyector de la Torrosa, que eludimos por la carolina que nos estaba cayendo cuando pasábamos a su altura, me quedé con la copla de que, ese mismo recorrido, hecho en el sentido de las manecillas horarias, se tenía que hacer bastante más exigente. Algo que me vendría muy bien como entrenamiento para alguna prueba, por ejemplo, la próxima FalcoTrail que ya era inminente. Y así lo hice, en vez de encontrarme en bajada la Senda de la Valla, al final del recorrido, lo que hice fue afrontarla en subida nada más al principio. En aquella ventosa mañana, pasé más frío que un perro pequeño. ¡Quién lo diría en Cartagena, cuando siempre que he recorrido sus marítimos parajes, he acabado más frito que un calamar a la romana! De suerte que llevaba cortavientos y una braga, de los que solo me desembaracé hacia el final de ruta, porque de lo contrario, hubiera tenido que abortar la misión, dado el porculero viento gélido que soplaba. ¡Si hasta me tuve que poner guantes!, de los que no me desprendí, hasta llegar a la batería de la Parajola. En la imagen de abajo, extraída de la aplicación Google Earth, la ruta circular, realizada en el sentido horario, y en la siguiente, la que hice el año pasado, según marcaba el track, a la contra de las manecillas horarias.
Dejé el coche bien estacionado, bajo la sombra de unos pinos, en las inmediaciones del parque de Tentegorra, Rafael de la Cerda. Al poco de iniciar la ruta por el GR-92, me desvío a la izquierda para ir superando unas empinadas terrazas, por los lugares más trillados que resaltan a simple vista. A veces, tengo que ayudarme de las manos, porque algunas se presentan muy verticales.
Nada más rebasar el último de los muros de contención, doy vista al vasto Mirador de Tentegorra, donde al encontrarme al descubierto, me atiza un viento huracanado. Aquí he tenido que descolgarme la mochila y buscar con celeridad la braga porque la punta de la napia y mejillas, se me estaban quedando más congeladas que unas merluzas del Mercadona. 
¡En el noroeste no hace tanto frío, la virgen...!
Caminando a la vera de la valla, que me roza en el brazo izquierdo, voy obteniendo al frente, las familiares siluetas del cerro y batería de Roldán.
Como se puede comprobar a ojo de buen cubero, la batería, 484m, a la derecha de la imagen, queda un poquito más elevada que el Cerro de Roldán, 471m. 
En la circunscripción militar también se halla el cilindro del vértice geodésico, donde el año pasado, le hice una sesión de fotos a Yoda el Pesadumbres, que al parecer, tuvo mucho éxito en Instagram, obteniendo miles de corazones y afectados comentarios de parecido tenor. Lleva una temporada algo jodío por la artritis intergaláctica que sufre, que ya me explicará como un monigote orejudo de pvc, made in china, puede sufrir tal dolencia, pero en fin, debe ser por los muchos años que le contemplan, en torno a los mil, y por efecto de la ley de la gravedad terráquea, algo que en su planeta y galaxia de origen (de los que George Lucas nunca tuvo la gentileza de informarnos), no tenía que arrostrar. En fin, que siempre tiendo a irme por los cerros que más me pillan al paso, en este caso, los de Roldán, cuyas durillas rampas, ya mismo estoy atacando, una vez dejada atrás la enrobinada alambrada. 
Desde aquí, hasta se puede ver el poste del vértice geodésico.
Castillo de la Atalaya, en la Ruta de las Fortalezas, un hueso duro de roer, con una subida, ardua e interminable, que en tiempos de las primeras ediciones, si jalabas más de la cuenta en el traicionero avituallamiento previo, entre el calor y las cuestas, te entraba tal angustia y mareo que hasta podías echar la pota. En semejante lastimoso trance, era frecuente encontrarse a más de uno, afrontando tan decisivo tramo. Por eso, al año siguiente, si repetías el desafío, procurabas no atiborrarte en el mencionado avituallamiento, porque la experiencia es un grado.
En dirección al Cristo de los Buzos y la Parajola, vamos a obtener bonitas vistas hacia Algameca, Arsenal y puerto de Cartagena, Las Galeras, Castillo de San Julián, El Calvario, montes aledaños, etc.
Puerto e isla de Escombreras, Los Aguilones, etc, donde muchos de los tripulantes y pasajeros del Castillo de Olite, iban llegando exhaustos o medio ahogados, tras el naufragio de este. Al parecer, la miserable mujer del farero, los iba desvalijando mientras iban llegando, de los objetos personales que pudieran llevar consigo (anillos, collares, monedas, relojes, etc), aprovechando su aturdimiento o estado de shock. ¡Y luego la sabandija, se estuvo postulando durante algún tiempo para pasar por héroe! Pero no le coló al recién instaurado régimen franquista, porque, muchos de los expoliados, no estaban tan desfallecidos como ella pensara y denunciaron sus repugnantes prácticas. Los auténticos valientes, héroes, en aquellas horas inmediatamente posteriores al naufragio, fueron los pescadores, que salvaron muchas vidas, que de otra forma, se hubieran sumado a los que perecieron en la primera explosión, ahogados en las cámaras o en el mar, porque no sabían nadar. 
Estación Naval de Algameca.
Collado del Lobero y la serpenteante pista hacia la Batería de Roldán.
Asomando el extremo de Cabo Tiñoso y la omnipresente isla de Las Palomas. 
Cabo Tiñoso, Los Castillitos, Batería de Jorel, Cabezo del Atalayón, etc.
Postales marítimas, que a un murciano de interior, de secano, del noroeste, como el que suscribe, siempre estimulan y cautivan sobremanera.
Los cortados de Roldán.
La efigie de los mares.
El Vigilante del Mare Nostrum.
También denominado Puntal o Piedra del Poyo, por los militares.
La isla de Las Palomas, se hace omnipresente durante esta ruta, siempre que miremos hacia el mar, la cual alberga pequeñas colonias nidificantes de aves marinas, por lo que a menudo se la puede ver cubierta de guano, por ser el posadero habitual de muchas de estas criaturas. Sus fondos se convierten en un reclamo para muchos buceadores que vienen a disfrutar de la abundante riqueza submarina que se desarrolla en torno al mencionado islote y porque hace algunos años, una prospección arqueológica con medios electrónicos, documentó la existencia de varios pecios en los alrededores de la isla.
El Vigilante del Mediterráneo, deidad petrificada, que desde Aníbal Barca y aún mucho antes, ha soportado hasta nuestros días, los rigores del clima, el tiempo y la soledad. No se le rinde el culto que debiera, pues a mí me parece un elemento del paisaje, en verdad, fascinante, por ello, aquí y ahora, desde este humilde rincón, le hago mi pequeño homenaje. 
Buques petroleros, fondeados en la bahía de Cartagena, a la espera de la carga o descarga de crudo.

Otra estampa más del Vigía de los Mares.
El Cerro de la Cruz.
El Castillo de la Atalaya, comprendido dentro de la sierra de Pelayo.
El Roldán y al fondo, la Sierra de la Muela, que ya visitamos, y de cuya experiencia, ya dimos cumplida cuenta y testimonio en este blog.
Bonitas y despejadas panorámicas, avizoradas desde el Cristo de los Buzos.
El actual Cristo de los Buzos, forjado en hierro, tiene una altura de 1,60 metros, confeccionado por el artista y el que en su día fuera submarinista del Centro de Buceo de la Armada (CBA), Fernando Sáenz de Elorrieta. Se supone que está diseñado para disuadir de que se pueda perpetrar sobre él cualquier tipo de acto vandálico. Por ello, cuenta con una viga que llega hasta 1,40 metros bajo la roca, así como otra insertada en ángulo detrás, para que no pueda doblarse con facilidad. Pesa entre 95 y 100 kilos, por lo que se necesitaría de una gran fuerza bruta o importante despliegue de medios para sustraerlo o socavarlo.
El primer Cristo y otros posteriores que sufrieron el daño o la sustracción por parte de algún o algunos indeseables, fueron colocados en el cerro por un buceador del ejército, que al parecer, sobrevivió de forma milagrosa, a un lance mortal de buceo. Desde la roca en cuestión, situada frente a la isla de las Palomas, se divisa la estación naval de La Algameca, Cabo Tiñoso y la batería de la Podadera. Una zona de prácticas utilizada por la armada para adiestrar a sus buzos de combate. Precisamente, los submarinistas tienen ahora más fácil distinguir a su guardián protector desde el Mediterráneo, ya que la talla de Elorrieta es más grande que la que existía originariamente.

El emplazamiento se ha convertido en todo un símbolo, muy popular, conocido con el sobrenombre de El Puntal de la Cruz o Cristo de los Buzos (282m). Desde esta pintiparada atalaya obtenemos vistas estupendas hacia los relieves montañosos que rodean la bahía de Cartagena, Sierra de Pelayo, con su crestón de Cuatro Picos, los cerros cuyas cimas coronan antiguas fortalezas como la Atalaya, Galeras y San Julián, más al fondo, la Sierra Minera y el Valle de Escombreras custodiado por la Sierra de la Fausilla. También contemplamos la ciudad de Cartagena, el enclave militar de La Algameca, La Parajola, la meseta del Campo de Cartagena, y por el Oeste, el inmediato Cerro de Roldán, Sierra de la Muela y el majestuoso Cabo Tiñoso, que es el punto geográfico situado más al Sur de toda la costa cartagenera.
En el lugar, existen sendas placas conmemorativas de hechos luctuosos, de uno de los cuales, ya dimos cumplida información en la entrada del año pasado. 
Sierra de la Fausilla e isla de Escombreras, en la actualidad, conectada a tierra por un enorme espigón o malecón, construido en su día por Repsol. Bajo la escollera, quedaron sepultados cientos de restos humanos procedentes del Castillo de Olite.
El estilizado Cristo de los Buzos.
FINAL PRIMERA PARTE

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