La estratégicamente bien ubicada garita de vigilancia avisa incendios, que
debe estar a punto de comenzar la nueva temporada estival, alojando a turnos de vigía permanente.
Más selfies hechos con el automático de la cámara.
He disfrutado la cima, tomándome el tiempo que mente y cuerpo me han
demandado, y ahora viene cuando lo matan, porque he leído en algunas otras
crónicas diferentes a la de mi particular lazarillo, que descender por la
cornisa que marca el track, entraña asumir algún pequeño riesgo, esto es, que te
puedes despeñar por el cortado, como no lleves cuidado. En fin, que cuando uno va mermado de fuerzas, no solo las
piernas sino también la mente se embota, se nubla, y ello puede dar lugar a tomar
malas decisiones e incurrir en fatales traspiés. Yendo en solitario, todos
estos detalles, hay que tenerlos muy en cuenta, de manera que me tomo la
dificultad, que ya estoy vislumbrando, con la prudencia que el momento precisa.
No hay duda, tengo que destrepar a través de esta leve cornisa para
alcanzar el pie del cortado.
Alcanzo la altiplanicie sin novedad, aunque el suelo se halla sembrado de ortigas y cardos borriqueros muy espinosos. Y yo que ando en pantalones cortos con las pantorrillas desnudas, me siento zaherido por miles de espinas, desde los tobillos hasta las rodillas. ¡Ay la virgen...!
Mal rato pasé por aquí, con traspajazo incluido. No veía donde pisaba, y
con las HOKA, dada su excesiva suela amortiguante, es que no tenía tacto, y te apoyas en una piedra
movediza, esta se desliza y ¡hale!, culazo, aterrizaje forzoso al canto, con
resultado de ileso...menos mal! ¡Es lo bueno de conservar, al menos de momento, unas
amplias y mullidas posaderas...!
Por terreno, ahora ya, menos escabroso, el track me dirige hacia la pista ya
pateada, y a las ruinas del cortijo, que tenemos a tiro de
piedra. Al regreso por la pista, he visto la traza de un sendero que debe acortar en algunos cientos de metros, el derrotero que sigue mi track. Si vuelvo a venir por aquí, ya lo tendré en cuenta.
Poniendo tierra de por medio respecto del Padrastro, cuya descollante cima,
aún me sigue reportando interesantes estampas.
Caminando por esta pista, bajo un sol inclemente, y sin agua.
La cara ESTE del cerro del Padrastro, tomada desde un bonito sendero,
que los traileros bogarreños deben conocer muy
bien. Dos kilómetros y pico de subida o bajada, ininterrumpida, siguiendo la
línea longitudinal de un barranco, trazado entre el cerro del
Padrastro y el monte Picayo. Representa la vía de conexión más directa, entre Bogarra y la eminente atalaya.
Una vez aterrizado de nuevo en el cañón, cansado y sediento, me recreo en
el momento culminante, ya inminente, en que voy a poder refrescarme y saciar
mi sed. Empero aún me quedan ganas y energía para reparar en la zoología que
pulula por aquí
Asomando ya, la coqueta población de Bogarra.
Anda por los 748 habitantes, aunque en verano, se debe triplicar.
La primavera, que todo lo hermosea.
Por fin, llegando a la ansiada fuente donde a placer, pude saciar mi sed. Momento
culminante en el que me recreé y disfruté a tutiplén.
Último tramo del recorrido, en verdad, delicioso. Me sentía cansado, sin un átomo de energía por fuera, empero pletórico en sensaciones y emociones por
dentro. Otra rutaca, que ya tenía metida en el bolsillo y una muesca más, en mi humilde historial de cimas conquistadas.
Una vez cruzado el puente, me adentro en el pueblo, a través de unos cuantos repechos que me cortan el aliento y dan la puntilla. Por fin, llego al coche. Ahora, antes de emprender el viaje de retorno a
casa, cambio de calcetines y zapatillas; una selección de
podcast, y a velocidad de crucero, feliz y contento, enfilo hacia Cehegín. Misión cumplida, que ha colmado todas mis expectativas.
Selección de algunas de las jugadas "en vivo" más interesantes, de esta aventura senderista, que ha discurrido por entre la bonita población
de Bogarra y el severo cerro del Padrastro.
¡HASTA LA PRÓXIMA!
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