01 septiembre 2018

LA CERRADA DEL PINTOR I


Esta madrugada, en los garitos de copas, se celebra por la juventud, la que para algunos es considerada, la noche vieja estival, es decir, que con tristeza solidaria, la mocedad se congrega para ahogar sus penas, solemnizando la marcha oficial del verano. ¡Hay que ver cuan relativo o subjetivo resulta todo en esta vida! Lo que para algunos es motivo de aflicción y hasta de depresión, para otros nos es causa de tranquilizadora alegría y buenos tiempos por venir. Pero no cantemos victoria que todavía nos esperan a buen seguro en septiembre, algunos de esos días tontos que llaman del veranillo de San Miguel, días sueltos, los últimos coletazos de esta cada vez más recalcitrante estación de bochorno estival que parece no tener fin. ¡A tomar por saco el verano! Mi habitual estivación que ya hemos tratado aquí en otras ocasiones y que algunos individuos experimentamos como mecanismo de defensa para soportar tan necia y sofocante época, me ha dejado el chasis y ya no digamos las neuronas, bajo mínimos, con la aguja oscilante y marcando la zona roja de peligro, es decir, gripado inminente del motor. Aquí el menda, ha de confesar que esto del calor, cuanto más vejestorio, más pena de purgatorio e insoportable condena lo lleva. Para cuatro baños que uno se da, es que no compensa. Sales de vacaciones y te atizan cada sablazo que te dejan desplumao y si sales al monte a caminar, es que no lo disfrutas lo mismo que en la demás estaciones del año. En mi caso, agravada la cuestión por los dichosos mosquitos y tábanos. Pero sobre todo estos últimos, se hacen exasperantes, la tienen tomada conmigo. Los muy mamones me comen. Creo que cuando me ven aparecer, tocan a rebato, se frotan las alas y colmillos, se relamen de gusto y acuden todos en manada a saciarse, de mi al parecer, sabroso plasma, cosecha del 64, denominación de origen Bullas, caldo cero erre hache positivo. En fin, qué castigo, qué cruz. La única satisfacción que a veces consigo, es la de atraparlos in fraganti, mientras me tienen hincado el diente, y les arranco la cabeza. Se oye un leve crujido, como un ¡crash! y esa ejecución ergo venganza sumaria es lo único que me alivia y conforta de la hinchazón y picor subsiguientes que me van a acompañar después. ¡Qué asco les tengo, les declaro guerra abierta sin cuartel! En la zona de Burete, en el Coto Real de la Marina e inmediaciones, debe hallarse algún pelotón de fusilamiento tabanero en permanente acecho, porque nunca me escapo, siempre me acribillan, y convierten mi paso por el barranco de Juan Cojo, en auténtica pesadilla. En el estrecho de la Encarnación, son fuerzas de élite las que por allí pululan, algún escuadrón especial súper entrenado el que hay apostado porque esos parece que utilizan tácticas de guerra de guerrillas, y te atacan desde diversos frentes sin posibilidad alguna de escapatoria. Cuando a toda carrera, logras salir de la emboscada, tus brazos y piernas quedan tan agujereados, con hilillos de sangre brotando por las extremidades, que pareces tal que un Jesucristo crucificado. En fin, lo de siempre, quejarse para desahogarse que hacerlo es como reclamar al maestro armero. En otro orden de cosas, decir que Viky se halla estable, dentro de las lógicas limitaciones físicas que por edad, de un tiempo a esta parte la afligen. Su problema, de momento no ha ido a más, y por ello, damos gracias a San Roque, porque a día de hoy, hace una vida completamente normal, si exceptuamos que ya no me puede acompañar. Pero hace unos meses, hice con ella, antes de que diera la cara, su flojera de las patas traseras, una excursión por el calar de Juana. Llevaba intención, si la cosa se me antojaba factible, de acercarme a la cerrada del Pintor y visitarla, pues me pillaba muy cerquita de donde yo habría de pasar. Cuando llegué a la zona, hacía un calor tan sofocante, y a Viky la veía tan renqueante y por demás, la cerrada aún tan alejada, que me dije, ¡eh!, la dejaremos para mejor ocasión. En esa ruta del calar de Juana me sucedió, que las capturas que hice se malograron casi todas. Aquella cámara que unas semanas antes, recordarán mis seguidores, se había ahogado en la Senda de los Pescadores, que luego más tarde pude resucitar, le surgió una mancha de humedad en el objetivo, que me estropeó todas las fotos. Fatalidad, resignación, ¡qué remedio! Las siguientes son algunas de las tomas de aquel día que pude salvar.
 Viky, jadeante...
 Neblinas en cotas inferiores sobre el pantano de la Bolera, por entonces, mucho más raquítico de como afortunadamente he visto en la vuelta ciclista a España que se halla ahora.
 Llegando al vértice geodésico

 Así pues, por unas razones u otras, ya le tenía ganas a la cerrada del Pintor y todo era cuestión de decidirse, y de paso, retomar nuestra sana actividad andarina, y para variar, una vez más, por la siempre sorprendente y apasionante sierra del Pozo. Por eso, junto a mi buen amigo Pedro, y después de tres largas horas de coche, nos plantamos en la nava del Espino, bonito paraje, donde comienza esta nueva aventura senderista. Un poquito antes, nos detenemos a evacuar fluidos y beber agua de uno de los refrescantes caños de la fuente de la Garganta que tiene este idílico y placentero aspecto.

 El track que utilicé para que nos marcara el camino, recorre como puntos más emblemáticos, la cueva del Agujero y la cerrada del Pintor. Y su trazado sobre Google Earth viene a ser este.
En la nava del Espino
Inicio del camino por una pista muy esponjosa y agradable de patear. Escoltados por esbeltos y hermosos pinos que llaman poderosamente nuestra atención.
Nuestro inminente objetivo es colarnos por la cueva del Agujero. He visto en el track que hay que salirse de la pista a nuestra izquierda y descender un buen trecho, sin llegar al cáuce del Arroyo de los Tornillos de Gualay, para dar con ella. En esta zona hay que ir pendientes del track porque si sigues bajando corres el riesgo de alejarte demasiado para luego tener que subir, si no quieres perderte la visita. Existe un extrecho pasadizo con alguna pequeña complejidad (torsión del cuerpo, no más) para pasar a otra franja de la vertiente montañosa.
 La cueva se encuentra, salvando un estrecho pasadizo (queda fuera de la imágen) que existe a la derecha de esta masa rocosa que tengo a mis pies.
Antes de llegar al "Agujero", pasaremos por la cueva de los Lobos, donde inmortalizo a Pedro que posa así de chulo para Mi Viky y Yo.
Aquí la tenemos, donde para colarse por el agujero hay que salvar un pequeño desnivel.
El escarpe se sorteará, culo pegado a la piedra, dando un pequeño salto para aterrizar en el asiento de la cueva del Agujero
El techo de la oquedad está muy tiznado, de lo que se infiere que aquí han fumado o por lo menos, encendido fuego, de lo que se deduce a su vez que esta caverna, debe ser harto frecuentada por el hombre primitivo.
Desde la cueva hasta alcanzar el cáuce del arroyo, anduvimos fuera de cobertura de satélites independentistas, rusos y americanos, recuperando no obstante la conexión, un poquito más abajo. Llegando a la pista de la imágen inferior, cogeremos a nuestra derecha. El casi agostado aunque danzarín arroyo nos queda a la izquierda.
Observamos que el track se desvía de la pista, hacia el lecho del arroyo. Nos acercamos por si nos perdemos algo singular a lo que valga la pena echarle un vistazo. Se trata solo de una pequeña y coqueta poza donde bañarse. Pedro, que como ya es sabido, padece cierta inclinación caprina, se encarama en cuanto montículo se le pone al alcance.
Aprovechamos para echarle unas fotos en plan modelo montañero
No deja de sorprendernos la esbeltez de estos pinacos que apuntan directamente al cielo, aunque también se observa algún que otro cadáver.
Pero los pinos en esta zona, son en general, de gran porte y bella factura.
Este dique sobre nuestra ruta marca el comienzo del plato fuerte de la jornada, esto es, el recorrido por la cerrada del Pintor.
Mientras nos vamos acercando al encajonamiento de la cerrada, nos siguen saliendo al paso, pinos de colosales proporciones.
El curso del arroyo en esta época del año, no lleva mucha agua, la cerrada por tanto, no estará excesivamente anegada, al menos, eso esperamos pues no hemos echado sandalias ni katiuskas, hemos de confesar, por pura indolencia y pereza.
Y aquí comienza lo bueno.
Cuando te tropiezas con el primer tramo de la garganta, la sensación apabullante que recibes, resulta sobrecogedora.
El ser humano no puede por menos que sentirse insignificante, casi abrumado respecto de las colosales proporciones que le rodean.
El autor de este relato, posando con Pedro, para constancia y recuerdo de nuestro paso por estos monumentales andurriales.
Como es de rigor, el postureo e instantáneas en lugar tan singular no se hace esperar. Nos proponemos extenuar la cámara hasta agotar el carrete. 
Pedro me comenta que en cada recodo de la cerrada espera toparse con la cabeza y mole de un dinosaurio. El paisaje parece anclado en el tiempo. Tengo la misma sensación. 
FINAL PRIMERA PARTE

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