20 junio 2018

BUSCANDO A VIKY DESESPERADAMENTE

Que se pierda una mascota, es relativamente frecuente. En facebook suele ser habitual, que alguien ponga un aviso sobre la pérdida de su perro, o que ha encontrado uno que se hallaba desorientado, desvalido, asustado, en definitiva, extraviado. Otro cantar es el de esos miserables y despreciables humanos, que hartos de cuidar y alimentar al perro que tenían en casa, o que ya han perdido la gracia del cachorro, un día se cansan y lo abandonan en cualquier autovía o población para que se busque la vida por sí solo. Hay que ser infame y ruin para hacer algo así. Hoy esa práctica constituye delito pero no siempre resulta factible sorprender y castigar este tipo de repugnantes conductas.

Cualquiera que tenga o haya tenido un perro, y creado un vínculo de relación estrecha, repleto de emociones, sentimientos y vivencias, entre dueño y animal, sabe que se llega a amarlos con locura. Son tales las muestras de adoración, lealtad y devoción que nos profesan, que devuelven con creces los cuidados y mimos que les prodigamos. En poco tiempo, y más si se les tiene desde cachorros, se convierten con toda legitimidad, en un miembro más de la familia.

Resulta indignante que criaturas tan inteligentes, y dotadas de sentimientos, puedan ser víctimas de trato vejatorio y degradante por parte de dueños sin entrañas que en su arbitrario desprecio, demuestran ser unos completos desalmados carentes de conciencia.
Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro, que reza la cita. Y es verdad, será difícil que tu perro te engañe, te traicione, te abandone o te venda. Esa conducta y proceder es más propio de humanos.

Un día regresaba yo de hacer una ruta por Aledo, y apenas me restaban dos o tres kilómetros para completar el círculo y llegar hasta el coche, cuando me cruzo con una chica de veintitantos años, con la angustia y desesperación dibujadas en el rostro. Se notaba en su cara crispada que había estado llorando.

Había perdido a su perro. O tal vez se lo habían birlado.

De pronto, aquella mañana, había desaparecido del patio de su casa donde solía pernoctar. La puerta aparecía abierta y no sabía a ciencia cierta si por descuido, alguien de la casa se la había dejado así la noche anterior o un amigo de lo ajeno había saltado la tapia y sustraído a su perrita. Toda la mañana buscándola y no daba con ella. En fin, sin poder evitarlo, me puse en su pellejo y sentí como un escalofrío por todo el cuerpo.

Hace algunos años, mi Viky tenía por costumbre, la muy valiente, en cuanto se tropezaba con un rebaño de arruís, salir tras de ellos, creciéndose mientras veía que bichos tan colosales, ante su magna presencia, huían despavoridos, monte arriba. No comprendo cómo se dejaban amilanar por alguien tan insignificante como esta caniche peluda.

Estaba ya un poco harto de que esta escena se repitiera. Y en aquella ocasión, decidí darle una lección y en vez de detenerme y esperarla como solía, continué la marcha.

El resto de la caminata la hice sin Viky, y cuando llegué al punto de inicio, al contrario de lo que suponía, no me estaba esperando.

Me ocasionó asustarme y arrepentirme de la travesura.

Anduve con el auto, buscándola y preguntando con cuantas personas me cruzaba, si la habían visto.

Decidí volver al lugar donde solemos iniciar nuestras caminatas y esperar un poquito más.

Cuando ya estaba planteándome la posibilidad de continuar una búsqueda más exhaustiva, tras la comida, la veo aparecer, rabo entre las patas, cabeza y lengua gachas, cubriendo los últimos metros hasta donde me hallaba. Su aspecto era el de una perra apaleada. A saber lo que habría bregado, y las sendas que había recorrido intentando recuperar mi rastro. Cuando le puse su cacharro de agua, se bebió más de tres cuartos de litro. Estaba sedienta. Su lengua parecía tal que una batidora.

Ella se conoce mejor que yo toda Burete y el Quipar, así que, confiaba en que tarde o temprano, nuestros caminos se encontraran. Como así fue. Pero me temo que, tras aquel lance, la lección no la aprendió ella sino yo.

Recuerdo también, una tarde, ya cerca del crepúsculo, en que íbamos caminando por un sendero de Burete, cuando de pronto observo que Viky sale de estampida detrás de algo.

Casi al instante, veo que viene hacía mí como alma que lleva el diablo y detrás de ella, pisándole las almohadillas, un enorme jabalí que parecía un bisonte. Todo fue tan rápido que no me dio tiempo ni de asustarme. Grité y justo antes de toparse conmigo, el descomunal animal viró hacia su derecha y se perdió monte arriba. Tuve tiempo de ver su colmillo izquierdo pasar a escasos centímetros de una de mis pantorrillas. Si me llega a alcanzar, me hace una escabechina pues los colmillos de un jabalí actúan como verdaderos cuchillos. Con la velocidad que llevaba, el encontronazo hubiese sido tan terrible, que me estremezco solo de pensarlo. Los caminos de Burete están llenos de peligros.

La escena tuvo que ser la siguiente…el marrano en un principio, y llevado del instinto, ante la presencia canina debió salir huyendo, pero al darse cuenta de la poca entidad y amenaza que representaba aquel lanudo ejemplar, diose la vuelta y se invirtieron los términos, esto es, el perseguidor se convirtió en perseguido y no es difícil imaginar, lo que hubiera quedado de ella, si aquel paquidermo le hubiera dado alcance. Mucha suerte tuvo de que su dueño protector se interpusiera al rescate, con tan providencial a la par que atinada reacción por mi parte.

Después de aquel episodio, y durante algunos kilómetros, me embargó una especie de lasitud pesada en las piernas, como si me hubieran vertido plomo en las rodillas, acompañada la sensación de un conato de diarrea. Aún hoy cuando lo recuerdo, me noto mariposas en el estómago y en el esfínter anal, cierta distensión que parece rememorar el trauma emocional ergo canguelo cerval sufrido. Desde entonces, suelo llevar un braguero en la mochila por si las moscas. Nos escapamos de milagro. Por San Roque que ese aguerrido cerdo salvaje, no llevaba buenas intenciones, y parecía bastante herido en su amor propio. De suerte que mi sobrehumano alarido debió sorprenderlo y acojonarlo, que si no, a saber donde estaríamos la Viky y yo a día de hoy.

Aquella mañana salía con ganas de monte. De uvas a brevas me sucede. Lo que quiere decir, atizarme un palizón que me cruja la piel y llegado el caso, echar el hígado a trozos por la boca si hace falta.

De vez en cuando me gusta castigarme, un poco de masoquismo nunca viene mal pero sin llegar a la tortura, lo cual sería de verdadero tonto del haba.

Dejé el coche en los merenderos de la Hoyaleja, lugar de uno de los avituallamientos estrella, yo diría que estratégicos de la Falco y ataqué la morra Zenón al contrario de como se suele hacer en la referida prueba montañera. 

Luego crucé la pista y acometí Collado Alto, también al contrario de como se franquea en la Falco.
La senda del Conde, denominada así en honor a su creador, a la sazón, inventor y promotor de la Falco, es todo un prodigio de ingeniería trailera, dotada incluso de una cuerda, en uno de sus tramos más conflictivos. Siguiéndola, llegaremos al mágico rincón del Estrecho de la Encarnación.



Desde aquí, esto es, desde el estrecho de la Encarnación, existe una senda, descubierta y explorada por el que suscribe, tramo absolutamente espectacular, y que conocemos la Viky y yo, y alguno más, que nos traslada y conecta con el famoso ramal de subida a la sierra de las Cabras, aquel que fuera popular tramo de la desaparecida prueba de maratón alpino, Al-Mudayna. 
Ascendemos esta tachuela ingrata, penosa y exigente donde las haya, hasta llegar a la misma cresta de la sierra de las cabras, con la presencia de cortados hacia el norte, de verdadero vértigo, disfrutando de unas vistas estupendas mientras la recorremos.
 Llevamos buena hora y lo disfrutamos. Nos echamos unas fotos en plan postureo y reivindicación patriótica, ataviándome yo con algunas camisetas personalizadas, que para la ocasión llevo en la mochila, y decidimos coronar el vértice geodésico de la sierra de las Cabras. 
Aquí la podemos ver, antes de extraviarse
 Me dirijo hacia el tubo y de pronto echo en falta a la Viky. 
La llamo pero no aparece.
Son las doce y media de la mañana.

Bueno, ya vendrá, se habrá entretenido por algún motivo y con tanta maleza, pinos y arbustos, es difícil ver por dónde anda.
Me da tiempo llegar hasta el vértice y sigue sin aparecer. 

De momento, la ausencia todavía no es alarmante, preocupante. Van pasando los minutos y comienzo a inquietarme.
 No logro recordar, cuando fue la última vez que reparé en ella. Comienza mi inquietud y nerviosismo. 
Mientras, la sigo llamando pero no acude.
El tiempo va transcurriendo, y mi temor, intranquilidad, in crescendo. ¡Mira que si se hubiera caído por alguno de esos cortados de la cresta…!

¡Joder, lo que me faltaba, ahora la incertidumbre de si le habrá pasado algo y yo sin enterarme! ¡Mira que es difícil que un perro se caiga por un precipicio, es algo incompatible con su instinto de supervivencia pero, cualquiera sabe!
A todo esto, he vuelto sobre mis pasos, por la cresta, oteando abajo con los prismáticos, a ver si detecto una masa blanquecina e inmóvil que yace muerta sobre la abrupta superficie de la sierra de las Cabras.

Pero aquello parece una roca, o una sabina y no un cuerpo peludo. Hice virguerías con el zoom de la cámara, a ver si podía acercar y con ello encontrar algún indicio de que Viky se hallare inerte, muerta sobre el suelo. Eché muchas fotos para luego examinarlas en el ordenador. 

Menos mal, tengo cobertura, llamo a casa para informar de la mala nueva. Me sentía muy solo y nadie mejor que la familia para ayudarte a digerir la angustia.

¡Donde carajo estará la hija de perra…!

No olvidemos que era invierno. (13-12-17). Las tres y media de la tarde. Dos horas buscándola y no aparecía. El tiempo se echaba encima.

Ni linterna, ni mis gafas de ver. Soy miope y llevaba las de sol. Cuando se echara la noche, vería menos que un gato de escayola, o como dicen en mi pueblo, menos que el Chuchos, que era un hombre que no veía a tres montados en un burro.

¡Hostias copón qué situación!

Tengo que regresar y sin la Viky.

Parece un trance surrealista. No parece que esto me esté sucediendo a mí.

Lo estoy soñando. Es una pesadilla. Tarde o temprano voy a despertar. Increíble.

Me pellizco. Es real, no lo estoy soñando. Después de tantos años de recorrer las más variopintas sierras, y patear los más intrincados y complicados caminos, va la tía y desaparece en la sierra de las Cabras. ¡Hay que echarle güevos a la carga paja!

Pero he de apresurarme. Se me hace de noche. Estoy fundido, y tengo que regresar hasta el coche, a contrarreloj, antes de que me vea envuelto en la oscuridad.

La zozobra por ignorar hasta ese momento, qué puñetas será de Viky, adónde andará, es insoportable.

Me martillea las sienes lacerándome y creándome un sentimiento de culpabilidad que soy incapaz de saber gestionar.

¡Ay, eso que llaman regomello! Llego al coche oscureciendo, con las pulsaciones a mil, todavía sin terminar de hacerme a la idea de que he perdido a Viky.

Ya parece inevitable que pasará la noche a la intemperie, caso de que aún continúe viva. ¿Será capaz de sobrevivir, esta perrita de boutique, en medio tan hostil?

Qué le habrá pasado, parece un misterio, y sea lo que fuere lo que le haya ocurrido, yo no me he enterado. Por eso me siento responsable. Me tiene tan acostumbrado a que no tenga que preocuparme de ella, que cuando se ha visto en apuros, yo no he estado alerta para librarla de cualquier aprieto en el que se haya visto envuelta.

En fin, ya no tiene remedio.

Al día siguiente, con la nueva luz del día, saldré otra vez a buscarla.

Apenas sí pude conciliar el sueño durante dos horas.

La incertidumbre de pensar que podía estar pasándolo mal, me llenaba de ansiedad.

Aunque también podía haber hallado la muerte de manera accidental. Cualquiera sabía.

A las cinco y media, no pude aguantar más la espera, y me dispuse a salir nuevamente tras su rastro.

Preparé agua y comida, lonchas de jamón de York, que tanto le gustan, y una paleta y espátula, herramientas manejables que cupieran en la mochila por si la hallaba muerta, para hacer un hoyo y enterrarla.

Me horripilaba la idea de encontrarme buitres sobrevolando la zona. Ello podía significar su cuerpo agonizante, que pronto sería pasto de los carroñeros. No me imaginaba un final más indigno que este, para mi valiente e intrépida Viky, que picoteada, deshonrada, devorada por picos pestilentes, hediondos que se alimentan de cadáveres en estado de putrefacción.

Antes de volver a la sierra de las Cabras, tuve una corazonada y me pasé por el rincón de Burete donde solemos dejar el coche en cada una de nuestras caminatas.

Soledad y silencio.

Desde la pista de la cantera de mármol, ataqué el vértice geodésico por el barranco casi vertical e inexpugnable que tiene debajo. Sudé la gota gorda pero en menos de media hora me hallaba al pie del tubo. Comenzaba a amanecer.

Después de recorrer nuevamente la cresta, ida y vuelta, llamándola sin cesar, hice un buen tramo de la antigua Al-Mudayna hasta casi Hoya Quemada por si había seguido la senda, viéndose sola y se hallaba por las inmediaciones dormitando, esperando que su dueño volviera a rescatarla.

 La mañana fue transcurriendo y Viky no aparecía.

Se me ocurrió, volver al coche y por carretera, desplazarme hacia las cercanas poblaciones de la Almudema, Pinilla, La Encarnación, por si mi criatura, siguiendo alguna pista, alguna senda, había acabado su deambular, en alguna de estas aldeas.

A punto de darme por vencido, aunque agotando todas las posibilidades que se me ocurrían, por descabelladas o remotas que estas me parecieran, llamo a un amigo, ducho en materias cinegéticas, requiriendo su parecer y me suelta: es posible que haya caído en una trampa para zorras. Si nadie la rescata, perecerá deshidratada en dos días.

¡Madre mía!, para qué me dice esto. Este final era mucho peor que el de ser comida por los buitres. 

El agobio y la pesadumbre me corroen.

Me pongo en contacto vía telefónica, con presidentes de varias asociaciones de caza, que conozco.

Me disuaden de que tal praxis se practique en ningún coto. Al menos, sobre los que ellos tienen control y conocimiento.

Tal afirmación me tranquiliza.

Mi amigo Juan Abril, su veterinario, me aconseja, que deje una prenda impregnada de mi olor, en la zona donde crea que la perdí. Que los animales suelen volver al lugar donde perdieron el rastro de su dueño. Y si dan con su olor, de ahí no se mueven.

Determino dejarle mi gorra. No sabía dónde, pero en todo caso, cerca de la senda de subida a la sierra de las Cabras.

En vez de dar toda la vuelta por Caravaca, Cehegín, carretera de La Paca, etc., cojo un atajo por un camino (Las Zorreras, Hoya Quemada) que sale desde La Encarnación a la carretera de Coy. (RM 504)

El camino está malísimo, pero el Dacia se comporta y sale airoso de los fregaos con que se tropieza.

Es ya casi la hora de comer, pasadas las 13 horas. Estoy fundido. Apenas he dormido ni descansado, después del tute de ayer. Solo me sigue espoleando eso que llaman fuerzas de flaqueza y el deseo de recuperar a mi Viky que sigue sin dar señales de vida, y ya he informado al componente familiar que estoy a punto de darme por vencido, que no llegaré para comer, que voy a volver al lugar donde la perdí, para dejar una gorra. Al día siguiente lo volvería a intentar. Aquel día trabajaba por la noche.

La tristeza, sufrimiento, agotamiento, preocupación, abatimiento, son infinitos.

Estaciono el coche en la Casa Blanca del Puerto, y desde este punto, conozco un atajo que me habrá de llevar en tiempo record, a lo alto de la sierra de las Cabras. Aún así, se me hará muy tarde y no llegaré a casa hasta después de las cuatro.

Salgo caminando y cuando llevo medio kilómetro, caigo en la cuenta de que he dejado olvidado el gps, en el maletero del coche. La senda se halla tan abandonada y por ello difuminada, que sin el aparato, no me veo capaz de dar con ella.

(A veces, la resolución de un asunto, o que el destino te sonría y ponga de tu parte, dependen de algo tan caprichoso y aleatorio como la suerte, pues de ese olvido dependió que al poco recuperara a Viky)

¡Me cago en la puta hostia!, exclamo entre enojado y abatido.

¡Anda y que se la casque!

¡Mejor me voy a comer, descanso, y regreso por la tarde!


Mientras conduzco, voy mortificándome, rumiando ¿qué será de ella, donde estará, estará muerta, habrá bebido agua, habrá sabido buscarse la vida, estará en algún lugar atrapada, se encontrará en apuros, estará agonizando, estará herida, en algún rincón desconsolada y llorando…?

Imploro, ¿donde pijos te has metido Vikyyy?

Y en ese trance me hallaba, ensimismado, abrumado por la congoja, por la pena, que antes de coger la autovía, se me ocurre pasarme de nuevo por nuestro pino, en la vereda del Escobar, donde suelo dejar el coche.

Subo por el camino, y al escuchar el familiar sonido del motor, como una aparición, Viky sale a mi encuentro y se planta en medio del camino, meneando el rabo. Me estaría gran parte de toda la mañana, esperando a la sombra de los pinos. Sabía que tarde o temprano, su dueño acudiría a buscarla.

No doy crédito. Me tengo que frotar los ojos, pellizcarme, para comprender, que verla ahí, en medio del camino, es real, que no es ilusión óptica, alucinación, espejismo. ¡Quien se halla frente a mí, es mi perrita, vivita y coleando! ¡!Qué alegría! Apenas puedo contener la emoción ni necesito hacerlo, pero ahorraré al lector las cursiladas campestres que ahora disputan abrirse paso en mi mente y por ende, en este ya inundado teclado. No parece muy contenta de verme, la noto displicente, distante, como si me echara en cara el haberla abandonado. No bebe agua, señal de que está saciada, aunque sí devora toda la comida. Le echo un vistazo de reojo a la paleta y espátula, y sonrío, pues ya no será necesario utilizarlas.

Está muy sucia, le abro la puerta y ocupa su sitio de costumbre, en los pies del acompañante del conductor, como si tal cosa. Parece indemne, sin heridas. Tan solo ofrece el aspecto de un chucho callejero que no ha conocido el jabón en toda su perra vida.

Hubiera sido capaz de donar tres cuartos de mi exiguo sueldo por conocer de sus andanzas y odiseas en estas largas e interminables 26 horas en que ha permanecido en paradero desconocido. Me gustaría saber, qué caminos, qué itinerario, que combinación de sendas utilizó para desde lo alto de la sierra de las Cabras, desplazarse casi hasta Cehegín. Dependiendo del recorrido escogido y la de vueltas que tuvo que dar, hasta acertar con la dirección correcta, hizo muchos kilómetros hasta llegar a las inmediaciones de la autovía. Otra posibilidad que cabe pensar es que diera con la carretera y la siguiera hasta llegar a zonas conocidas. Pero había bebido agua, con lo cual, se había alejado bastante de la vía pública para saciar su sed seguramente en arroyo Burete.
(la distancia que tuvo que recorrer hasta donde nos reencontramos)

Ya saber orientarse, moverse, salir de la sierra de las Cabras, no resulta fácil para alguien que no está acostumbrado a moverse por el monte, cuanto más para un perro que no utiliza gps salvo el de su instinto.

Está claro, que todos estos años que lleva practicando senderismo con su dueño, algún bagaje e instrucción montañeras han tenido que proporcionarle.

Por desgracia, el relato de su aventura, se lo llevará a la tumba. Nunca sabremos cómo fue capaz de orientarse, discernir y poner en práctica las acciones y movimientos, decisiones necesarias que la condujeran de nuevo a reunirse con su dueño. 

Lo que pasó por su cabeza al verse sola y qué hizo durante la noche, si seguir andando o detenerse para descansar y dormir. No olvidemos, que antes de dirigirme adonde la había perdido, había comprobado si estaba en el lugar donde iniciamos la mayoría de nuestras caminatas por Quipar o Burete.

Tengo claro, que tuvo que despistarse siguiendo el rastro de unas cabras. Lo que no entiendo es cómo tardó tanto en regresar.

Ni qué decir tiene, que cuando llegué a casa, las muestras de sorpresa, alegría y júbilo entre el resto de su componente familiar, se sucedieron sin cesar. El alivio y felicidad que sentimos todos fue inconmensurable. A día de hoy, ha pegado un bajón. Sigue con sus problemas de debilidad en las patas traseras, pero en todo lo demás, se desenvuelve con normalidad. Habrá que adaptarse a la nueva situación y esperar a ver como evoluciona el achaque.


Antes de dar por finalizada esta entrada, me gustaría presentar en sociedad al nuevo fichaje, sucesor de Agapito Malasaña, el guardían de la montaña, que esperemos esté a la altura de lo que se espera de él. Desde luego, su fama le precede. 
Yoda el pesadumbres, el pensador de las cumbres. Con este eslogan como carta de presentación, deseamos nos depare brillantes proverbios y sentencias, que redunden en rico cultivo de nuestro intelecto. Viene pisando fuerte y su ejercicio de erudición no se hace esperar. 
Paciencia debes tener mi valiente Viky.
Cuando miras en el lado oscuro, cuidadosa debes ser, porque el lado oscuro de la Fuerza mira en lo profundo de tu ser.
Solo encontrarás lo que tienes dentro.
Que la Fuerza te acompañe. ¡Toma ya!
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIG@S!
 

4 comentarios:

  1. Esta Viky!
    ...es una perdida!!!

    ResponderEliminar
  2. Hola, estaba viendo fotos. Mi español es malo Me deshago de tu perro perdido "Vicky"?
    Vivimos en Archivel / Caravaca Calle Poli.
    Hay un perro aquí que se parece al tuyo.
    Saludos cordiales,
    Dirk

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No, gracias Dirk, ya apareció y está felizmente en casa. Saludos

      Eliminar