21 octubre 2017

LA SENDA DE LOS PESCADORES II

Pues sí, a los pocos días de esta tentativa frustrada volvimos por aquí, pero esta vez en solitario. Exoneré a Viky de consumar esta ruta porque, para qué, si ella al agua le tiene aversión. Y por unos pocos cientos de metros no iba yo a quedarme sin conocer al completo la senda de las pescadores, así que, se trataba de culminarla lo antes posible y eso es lo que hicimos.
En la segunda ocasión venía mejor preparado en estudio del recorrido. Había descubierto la posibilidad de no tener que volver por la misma senda ya que, existía un derrotero que desde la Canaliega ascendía hasta las inmediaciones de Poyo Trivaldo, a la altura de un cortijo de moderna arquitectura como ya tendremos ocasión de ver más adelante. Además, hay un momento en que tienes que cruzar el río para pasar a la izquierda orográfica donde la senda de los pescadores sigue sus evoluciones, detalle que el anterior track no contemplaba, y razón a la postre por la que nos confundimos.
Desde aquí comienza lo más apoteósico de esta ruta senderista.
La traca final, a la que yo nunca estuve dispuesto a renunciar.
A partir de aquí, ya se puede observar perfectamente definida, los restos de la obra que ingenieros escultores, laboriosamente tallaron en la roca, una senda que recorre parajes de belleza escénica espectacular. Este sendero, dañado por la erosión, las crecidas y el paso del tiempo, nos permite aún disfrutarlo, pero llevando mucho cuidado.
Los puentes que existieron alguna vez, han desaparecido y por ello hay que salvar las inexistentes pasarelas dando saltos, entre rocas o pilares, brincos sencillos, sin riesgo pero no aptos para niños demasiado pequeños o personas poco ágiles.
La anchura del sendero es suficiente pero sin despistarse un milímetro sobre el avance longitudinal de nuestro paso.
En esta segunda ocasión, disfrutando de la excursión con perfecta armonía y control.
Ya se puede apreciar en esta toma, los parajes tan bonitos que recorre la senda de los pescadores
A los senderistas que produzca un poco de grima el tener que hacer equilibrios entre rocas o bloques de piedra, pueden calzarse unas sandalias de agua para salvar los pasos por el lecho del río.
Estamos llegando a la confluencia con el arroyo de los Tornillos de Gualay
Vamos a saltar de pilar en pilar, un ejercicio muy divertido, todo hay que decirlo, y ya estaremos en el corazón de la cerrada de la Canaliega.
Estas aguas ya pertenecen al arroyo de los Tornillos de Gualay, un modesto curso de agua que nace en la vertiente del Guadalquivir de la sierra del Pozo, pero que, terco como una mula, se empeña en desembocar en el Guadalentín, por lo que labra, casi contra natura, un profundo y espectacular cañón, entre el Calar de Juana y el cerro de Los Torcales de Pedro, en el que destacan dos angosturas, esta en la que nos hallamos ahora, la cerrada de la Canaliega y la del Pintor, que el otro día mientras recorríamos el calar de Juana veíamos desde arriba. Hasta tenía contemplado si lo veía factible, bajar y darme una vuelta por esa cerrada del Pintor, que todavía no conozco, pero se apreciaba mucha distancia desde mi posición y además, no lo veía tan fácil como a veces uno infiere sobre el mapa. En reserva y lista de espera queda para el futuro.
Este singular nombre que tiene el arroyo de Los Tornillos de Gualay he leído en Internet que viene dado por el hecho de que esta zona es rica en fósiles de caracolas helicoidales, llamadas por los serranos, ingenuamente en otros tiempos menos cultos, "tornillos". Gualay debe ser un topónimo de evidente origen árabe.
Apenas evolucioné unos metros por el cañón del arroyo de Gualay porque no veía la cosa sencilla y andando solo, tonterías las justas. Pero seguro que tiene que resultar muy interesante, armado de cuerdas y demás, evolucionar aguas arriba.
Sabía que por aquí se hallaría la senda que me evacuaba de este encajonamiento en el río Guadalentín, así que, ahora tocaba encontrarla. Ignoraba cual sería su estado, y si por el tiempo y el desuso andaría operativa.
Me costó algunos minutos, verificando, retrocediendo aquí y allí, el dar con ella pero a los pocos minutos la encontramos.
En subida vertiginosa comienza a coger altura una bonita senda bien definida y esculpida sobre terreno rocoso.
Perfecta choza para el descanso ubicada cerca de Poyo Trivaldo
Desde las alturas se aprecia bien como serpentea la senda de los pescadores
Desde aquí observamos la confluencia de los Tornillos de Gualay con el río Guadalentín
Aquí es donde viene a tributar sus aguas el arroyo de los Tornillos de Gualay al río Guadalentín. ¡Vaya topónimos más bonitos!
Apacible casa, de bella factura, perfecta para pasar unos días de descanso, incluso para morarla de forma permanente si se quiere escapar del mundanal ruido. ¡Menudas vistas! Con un vehículo de desguace, custodiando la entrada, que como mandan los cánones, los dueños colocan para disuadir más que impedir el allanamiento de morada del amigo de lo ajeno.
A cierta distancia, da el pego.
Pero si nos acercamos...
Las ruinas del cortijo del Puntal de Ana María
El horno que durante muchos años tuvo que funcionar a pleno rendimiento.
Tramo del curso encajonado del Guadalentín y la cañada del Mesto. Camino histórico carretero, que el progreso se encargó de truncar más de cuarenta años atrás, y que ya viene recogido en las crónicas medievales. Camino de la Mesta, por donde conducían los ganados de Pozo Alcón y Castril a las invernadas de Sierra Morena, de clima más suave y propenso para ovejas y vacas. El trayecto que comunica el embalse de la Bolera con el Vado de las Carretas, cerca de la Nava de San Pedro es vía pecuaria y, oficialmente, recibe el ilustrativo nombre de “Cordel de Vistas Pintorescas”. El primer tramo de ese trayecto, que pasa por el cortijo de los Tontos, casa forestal del Puntal de Ana María y cortijo del Raso del Peral (punto más alto del camino a unos 1.320 m de altitud) se conoce como Cañada del Mesto, y en esta imagen comprobamos que a lo largo del recorrido atesora miradores naturales con bonitas vistas hacia el encajonado río.
Al regreso me tome la molestia de bajar a la cabecera del pantano de la Bolera, para capturar estas fotos desde abajo, al puente de la cerrada de la Herradura. Este embalse fue construido entre 1955 y 1968. Tiene una superficie de 240 hectáreas y una capacidad de almacenamiento de 53 millones de metros cúbicos de agua.
El puente de la Herradura se construyó cuando, en los sesenta del siglo pasado, las aguas represadas sepultaron el Puente del Molinillo, que atravesaba el Guadalentín un poco más abajo, y que permitía, desde tiempos inmemoriales, el acceso de carretas a un camino que unía a los habitantes de los núcleos diseminados en la parte alta de la Sierra (Nava de San Pedro, Puntal de Ana María, la Loma de la Sarga, Vadillo de Castril, etc.) con El Almicerán y Pozo Alcón. Mucho del trigo que se sembraba en esa zona montañosa se convertía en harina en un molino que había en la confluencia del Río Guazalamanco con el Guadalentín, muy cerca del mencionado puente, y que le daba nombre al paraje.
Y llegamos al final de esta ruta senderista que, como las bonitas aventuras, ha tenido un poquito de todo. Momentos para alegrar y recrear las pupilas y por inducción, las placenteras sensaciones y emociones que con ello despiertan, y otros raticos agridulces en que te planteas quién pijos te manda a ti meterte en berenjenales de este tenor, o como diría mi amigo Pedro, qué nesecidad tengo yo de pegarme estas briegas, en fin, lamentaciones que se pasan pronto porque al día siguiente ya estás pensando en correrte tu próxima peripecia porque de eso se trata, como diría un cursi, de echarle vida a los años y no años a la vida. Al final tuve suerte y rescaté los dos aparatos que habían resultado ahogados. Mis maniobras de reanimación ergo resurrección surtieron efecto, y una vez llegué a casa, introduje ambos artefactos en un bote lleno de arroz, y al día siguiente, la cámara volvió a funcionar como si tal cosa. El caso del tlf fue distinto porque tardó algo más en reaccionar, llevándome a la conclusión de que este la había palmado sin remisión. De hecho me vi en la tesitura de adquirir un nuevo tlf y de paso, actualizarme porque ya andaba el antiguo en según qué tareas, algo obsoleto. A los cuatro o cinco días más o menos del percance, se me ocurrió darle a la tecla de encendido y ¡voila!, a funcionar, y me llevé una gran alegría porque contenía información que me hubiera supuesto un gran problema no recuperar. Es decir, que la ruta de la senda de los pescadores, pleno al quince y sin daños colaterales aparentes dignos de lamentar. ¡¡¡Yupiiiiiiiii!!!, aunque necio por mi parte sería si no aprendiera de los errores que he cometido en esta ruta, a saber, si durante el transcurso del recorrido, hay que atravesar una garganta con agua, mejor dejarse a Viky en casa. Si el track que se utiliza no está muy claro, mejor optar por otro más contrastado y definido o mejor aún, en momentos puntuales, dejarse llevar por el instinto montañero, y sobre todo, si obtenemos la confirmación de que andamos perdidos, darse la vuelta y no seguir porque de mendrugos es perseverar en el error. Y por los clavos de Cristo, ¡a quien se le ocurre por no detenerse a cambiarse, andar con sandalias de goma por un cortado deslizante! ¡Hay que ser bruto y tonto de remate! En los vídeos, se recoge en el primero, mis vicisitudes con Viky y el ratico, algo perdidos en que anduvimos. En el segundo, es todo disfrute y armonía. De hecho, gran parte del tramo bueno de la senda discurre por la izquierda orográfica del río. Al otro lado del que en la primera vez, nosotros más frecuentamos. Y otro detalle del que me he informado a posteriori de haber hecho por segunda vez esta senda: el sendero sigue más adelante de donde los track que he visto en internet llegan, porque originalmente alcanzaban los prados de las Acebadillas, ascendiendo vertiginosamente por la margen izquierda del río hasta el Puntal de Ana María, lugar en el que estuve tomando unas fotos y que ya me pareció a mí vislumbrar una senda que subía desde el río. Lo que ignoro es si desde la cerrada de la Canaliega, se hallará cortada la continuidad de la senda y el único modo de pasar sea por el cauce del río. Si vuelvo por allí habrá que investigar. No resulta muy difícil imaginarse a los serranos, hace treinta o cuarenta años, recorrer estos ocho kilómetros de senda, tras la pesca de la trucha, en tan oxigenadas y bravías aguas como estas. ¡Qué bonitos son estos rincones! ¡Cuán ancestrales y ricas historias evocan...!

¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!

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