Museo y fundación Jesús Otero, artista que dejó su legado en su villa
natal. Creo que se puede visitar el interior donde expone las obras, de
forma gratuita pero se encontraba cerrado en el momento en que pasamos
nosotros. En el jardín se pueden ver algunas de sus esculturas.
Entramos a la Colegiata que impresiona un poco por lo lúgubre y la
sensación mayestática que transmite su antigüedad de más de diez siglos.
Todo lo que es capaz de perdurar durante tanto tiempo merece nuestra
consideración y respeto, ya sean obras romanas, musulmanas o cristianas. Es
parada y visita obligada de los peregrinos del Camino del Norte. Que por
cierto, estuve hablando durante unos minutos con uno de ellos y se quejaba
amargamente de que el camino del Norte, por la parte de Cantabria, estaba
teniendo demasiados tramos por asfalto, lo que le desalentaba no poco. Debía
tener un día malo, así que le animamos que ya le quedaba menos. Nos decía, a
ver si en la provincia asturiana, la cosa mejora. Debía tener mi edad o
incluso alguno más y también parecía un lobo estepario, de los cuales, nos
tropezamos con muchos en igual tesitura (caminando solos).
He dado en Internet con una interesante reseña sobre la Colegiata que lleva
este sugerente título:
Los secretos de la Colegiata de Santillana del Mar, que voy a fusilar porque muchos de los enlaces, al cabo de un tiempo se
suelen quedar en offside (fuera de juego), por eliminación del
artículo.
Ubicada en un pueblo declarado “uno de los pueblos más bonitos de
España”, Santillana del Mar, nadie recorre sus calles, observa sus
balcones, y se adentra en sus comercios, sin visitar su imponente
Colegiata de Santa Juliana. Pero, ¿qué conocen los viajeros sobre la
Colegiata?
Empecemos por sus inicios. Antes de ser Colegiata, esta imponente obra
arquitectónica fue ermita, en torno al siglo IX y luego cenobio, o
monasterio, alrededor del siglo XI. La transformación del antiguo
monasterio en Colegiata, se produce a mediados del siglo XII, época en que
se edifica el templo actual, en estilo románico, el más amplio de la
cornisa cantábrica. Su seña de identidad es su claustro con 42 capiteles
de variada temática y una completa evolución de la escultura románica.
Junto a sus muros se observan los sarcófagos con motivos heráldicos de
personajes relevantes del clero y la nobleza de la época. En el centro del
crucero se erige el sepulcro de Santa Juliana, cuyas reliquias se guardan
en la arqueta del retablo con los escudos de la Casa de la Vega.

Pero, ¿qué historia esconden esas reliquias, de la santa que dio nombre,
no solo a la Colegiata, sino a Santillana del Mar? Pues, según cuenta la
leyenda, la joven Juliana de Nicomedia fue martirizada en Asia Menor,
actualmente Turquía, durante las persecuciones emprendidas por el
emperador Diocleciano a finales del siglo tercero. Sus restos fueron
traídos en el siglo IX por algunos monjes peregrinos. En época del rey
Alfonso III, se construyó una ermita bajo la advocación de la santa, donde
custodiar y venerar sus reliquias, y posteriormente un cenobio, que
prosperó bajo la protección de la nobleza local. Fue el rey Fernando I de
Castilla, en 1045, quien le dio el impulso definitivo con el otorgamiento
de importantes privilegios, uno de los cuales consistió en poner bajo
soberanía del abad del monasterio, tanto la villa como sus
posesiones.
Esta bella joven, cuyo nombre era Illana, había nacido a finales del
siglo III en Nicomedia, donde estaba la corte del emperador Diocleciano,
en el seno de una familia distinguida perteneciente al Senado. Con un
padre no sólo pagano, sino además perseguidor de los cristianos, y madre
agnóstica, como no podía ser de otra manera, en el momento de su
conversión al cristianismo Illana se hizo bautizar en secreto y renunció
al matrimonio para entregarse totalmente a Cristo. El apuesto senador
Eleusio quiso casarse con ella y su padre concertó el matrimonio,
comprometiendo en ello su honorabilidad, pero Illana, o Juliana, como se
la conoce en los ambientes cristianos, puso la condición de que no lo
aceptaría hasta que llegara a ser juez y prefecto de la ciudad, pensando
que de este modo retrasaría la boda. El joven lo logró, pero entonces ella
le puso otra condición, que no lo aceptaría hasta que se hiciera
cristiano. Ante esto, su padre dijo que prefería verla muerta antes que
cristiana. Ante esta negativa por parte de la joven, fue encarcelada y
sometida a tortura. Finalmente, con 18 años, fue decapitada el 16 de
febrero del año 304.
Sus reliquias, una vez lograda la paz de Constantino, comenzaron un
largo peregrinaje y después de muchas vicisitudes y de estar repartidas
en varios lugares, llegaron a Cantabria, al lugar que hoy conocemos como
Santillana (Santa Illana) del Mar, donde reposan en el centro de la
Colegiata, en un sepulcro de piedra. Inicialmente lo que se construyó
fue una pequeña y modesta ermita para albergar las reliquias de Sta.
Juliana, lo que daría nombre al emplazamiento donde se encontraba. Sobre
ella se levantó la actual colegiata, paso importante en el Camino de
Santiago, en cuya fachada principal se encuentra una hornacina con la
imagen de Sta. Juliana, venerada desde hace mucho tiempo, tanto por la
Iglesia Católica como por la Iglesia Ortodoxa.
No hay peregrino del Camino del Norte, o Camino de Santiago por la costa,
que no pase por Santillana del Mar y su Colegiata de Santa Juliana.
¡Hay que ver lo que tuvo que padecer esta cristiana...! Y el padre, para
echarlo a los leones. Hoy desde luego no se escapa como reo de violencia de
género.
Pero lo que realmente ha dejado perplejos a los expertos son los detalles
ocultos en la Colegiata. Algunos afirman que las esculturas de los
capiteles contienen mensajes cifrados, mientras que otros señalan la
presencia de símbolos esotéricos en las puertas y ventanas. Estos pequeños
detalles enigmáticos han desafiado todo intento de descifrar su
significado.
Uno de los más llamativos es un sarcófago situado en un lugar
privilegiado de la iglesia, junto a la sacristía, en el que aparece la
siguiente inscripción: “Viví feliz con mi esposa y mi padre el rey.
Convertido en cenizas espero que el tiempo pase en esta tumba. Te darás
cuenta que la abundancia de riquezas ha desaparecido en mi, por no haber
podido vencer a la muerte”. Esta sepultura fue atribuida durante mucho
tiempo a una persona noble, de hecho, las investigaciones han determinado
que se trata de un infante, aunque hoy el misterio perdura pues nadie ha
sido capaz de descubrir quien fue el personaje que allí reposa.
Pero este no es único enigma que rodea este magnífico edificio, ya que
tampoco se sabe quien fue su constructor. A lo largo de los años, se han
propuesto diversas teorías acerca de quién fue el arquitecto responsable
de dar vida a esta magnífica obra. Algunos expertos sugieren que el
arquitecto francés Juan de Colonia pudo estar involucrado en su
construcción debido a las similitudes con sus otras obras. Otros apuntan a
la influencia del arte italiano y creen que un maestro veneciano pudo
haber liderado el proyecto. Aunque no existe un consenso definitivo,
existen ciertas pistas que podrían ayudar a desentrañar el misterio. Por
ejemplo, se ha descubierto documentación que menciona a un arquitecto
local de la época llamado Juan Pérez, quien habría trabajado en la
construcción de la colegiata. También se han encontrado trazos de estilo
mudéjar, lo que sugiere la participación de artesanos musulmanes en el
proceso.
A pesar de los esfuerzos por revelar la identidad del constructor de la
Colegiata de Santillana del Mar, este sigue siendo un misterio sin
resolver. La combinación de distintas influencias y la falta de pruebas
concretas dificultan establecer una respuesta definitiva. Sin embargo, el
legado arquitectónico de esta obra maestra continúa maravillando a quienes
la visitan y deja espacio para la especulación y la imaginación. No
obstante, debido a la falta de documentación y registros precisos, es
difícil determinar con certeza quién fue el responsable de esta obra
maestra arquitectónica.
Habíamos pasado varias veces por el museo de la tortura, y con
algunas dudas, decidimos entrar, no por morbo sino para constatar por
nosotros mismos, y una vez más, la influencia y asentamiento en el
imaginario colectivo que ha tenido y tiene ese fraude historiográfico
que representa la leyenda negra que sobre los españoles lleva
vertiendo durante siglos el mundo anglosajón y otros que lo hicieron
antes (italianos, holandeses, franceses), por la época en que todavía
éramos imperio, que perseverando y sin oposición alguna, ha logrado
sostenerse en el tiempo y calar en la sociedad hasta la actualidad. Ya
se sabe, una mentira repetida tropecientas veces al final se convierte
en verdad.
Siguiendo con la cuestión que nos ocupa, cuando me encuentro con el
típico cebo y pábulo turístico, pura fábula, que viene a redundar una
vez más en lo malos y sanguinarios que fueron nuestros antepasados
ultra católicos (no como los protestantes que fueron hermanitas de la
Caridad) y conquistadores del Nuevo Mundo, no sé si echarme a reír o
llorar. Hay que ver lo que cala la mentira, sobre todo si se controla
y domina el relato a través de los centros de enseñanza y medios de
comunicación.
Por eso dice María Elvira Roca Barea, que los mayores ignorantes de
hoy, salen de las universidades. Salen más tontos que entraron, aunque
eso sí, con su ideología marxista y sus derivaciones bajo el brazo y
bien implantada en la mollera. Porque los primeros que compran estas
patrañas antiespañolas son los mismos profesores que ejercen de
activistas ideológicos y por supuesto políticos de izquierdas y sus
paniaguados lameculos, que parecen regodearse y compartir el infundio,
que por puro interés en nuestro desprestigio, nos endilgan los
detractores de siempre. Somos únicos en el mundo en cuanto a arrojar
piedras sobre nuestro propio tejado y hablar mal de nuestro propio
país se refiere. Y si fuera cierto lo que vierten sobre nuestro
pasado, aún tendría un pase, pero que se dé crédito a todas esas
falsedades y calumnias sin la debida réplica o debate, eso me parece
de lo más inaceptable.
Y así llevamos durante siglos. Es como si a nuestros gobernantes de
ayer y de hoy les importara un pedo de violinista ese sistemático
vilipendio que se ejerce a propósito de nuestra excelsa y grande
historia. ¡Nosotros sí que fuimos alianza y mezcla de culturas y razas durante al menos trescientos años, no como otros (ingleses, franceses, belgas, gringos, etc) que sí se dedicaron a
exterminar a cuantos nativos les estorbaban para apoderarse de sus
tierras!
Pero de un tiempo a esta parte, parece que algo se mueve, aún de manera
tímida, pero algo está cambiando pues están surgiendo autores e
historiadores, nacionales y de otras latitudes, que están poniendo negro
sobre blanco, y presentando eso que algunos llaman la batalla cultural,
aunque yo prefiero denominarlo batalla de las ideas, algo que una supuesta
derecha, siempre acomplejada, cobarde y pusilánime, nunca ha ejercido ni
enfrentado, permitiendo que otros, se adueñaran de la educación, medios de
comunicación y por ende, del monopolio y manejo del relato de los hechos
acontecidos, porque si algo saben hacer, quizá lo único, estos enemigos de
España y de su propia nación, de su propia casa y cultura, como si ello a
largo plazo no tuviera un coste para sí mismos, es tergiversar, manipular,
utilizar la mentira y eso que llaman la neolengua, para controlar y
definir el pensamiento de la población con espurios intereses políticos.
Así lo está propiciando esa ideología marxista y globalista que llaman la
Agenda 2030 con sus sofismas climáticos y absurdas leyes de género, causante entre otros
desbarajustes sociales, de la pérdida de los valores y principios, despego
de nuestra cultura y tradición, inmigración descontrolada y desbordada,
aumento de la inseguridad, y galopante ruina y declive económicos de la
UE, que ante el proceso inexorable de la acción-reacción de una población
depauperada que se siente amenazada porque ya está sufriendo sus primeras
consecuencias, aboca a los europeos a tiempos de caos y agitaciones
sociales de incierto desenlace.
En definitiva, si visitas Santillana del Mar, puedes obviar este museo de
la mentira, que al menos es privado, porque muy pocos de los sádicos e
inicuos aparatos y métodos de tortura que vas a ver, se pusieron en práctica
NUNCA. No hace falta que te diga que San Gugle, también colabora en este
fraude, arrojándote enlaces discrepantes del constructo histórico inventado,
solo en el tercer o cuarto racimo de resultados, al que muy pocos llegan,
quedándose la mayoría en el primer ramillete y solo con el título o primer
párrafo del artículo, lo que confirma la impresión y leyenda negra que ya
tienen sobre determinado lance o sucedido histórico, como es el caso, otra
manera de manipular y adoctrinar el pensamiento del ingenuo que solo se
queda en la cáscara, o todavía peor, se retroalimenta al satisfacer una vez
más su sesgo de confirmación.
Estos museos explotan el morbo de los visitantes exponiendo torturas que
jamás usó el Santo Oficio.
Los museos de la Inquisición, más que erigirse en espacios para la
divulgación histórica, se han convertido en una trampa para turistas
ávidos de sensaciones fuertes. Por ejemplo, un museo sobre la
Inquisición española en Brujas exhibe una silla inquisitorial llena de
pinchos que jamás utilizó la Inquisición española. Ni es la única pieza
falsa del museo, ni es el único museo en caer en esta mala praxis
desinformativa. La gran proliferación de museos de la Inquisición ha
generado mucha controversia por sus engaños sensacionalistas.
Y es que estos museos exhiben objetos anacrónicos o inventados, como la
«doncella de hierro», el «desgarrador de senos» o la «cuna de Judas»,
algunos de ellos popularizados en el siglo XIX por coleccionistas y
escritores románticos, pero nunca utilizados por la Inquisición española;
y que se han perpetuado en exposiciones itinerantes que buscan más
explotar el morbo que la verdad histórica. Estas exhibiciones hacen caja
alimentando una narrativa de crueldad excepcional y perpetúan la Leyenda
Negra española, presentando una imagen totalmente distorsionada del
fenómeno inquisitorial.
El catálogo de una exposición itinerante de 1985, titulado Instrumentos
de tortura desde la Edad Media a la época industrial, ha sido fuente de
muchas de las falsas representaciones que vemos hoy en día. Este catálogo
incluye objetos de colecciones privadas y sus descripciones a menudo son
exageradas y sensacionalistas. El autor del catálogo, Robert Held,
presenta una visión que demoniza a la Inquisición española de una manera
un tanto grotesca.
Algunos de estos museos han adoptado artilugios como la «sierra
española», supuestamente utilizada para torturar a homosexuales, o la
«pera anal o vaginal», que en realidad nunca fueron empleados por el
Tribunal del Santo Oficio. El epítome del disparate lo encontramos en un
Museo de la Inquisición en Granada, que exhibe una guillotina de la
Revolución francesa. Creo que no es necesario aclarar que la Inquisición
española nunca llegó a usar la guillotina.
Para esa época, el Santo Oficio como institución pintaba ya muy poco y no
era más que una sombra; es más, desaparecería poco después. Durante las
guerras napoleónicas, narraciones terroríficas sobre la Inquisición
española —aunque ya abolida por las Cortes de Cádiz— se hicieron comunes.
En un relato de principios del siglo XIX, publicado como apéndice a una
reedición del Libro de los Mártires de John Foxe, se describe cómo las
tropas francesas de liberación entran en las cárceles inquisitoriales de
Madrid y se encuentran con diabólicas máquinas de tortura que solo podían
haber sido concebidas por mentes enfermas y depravadas.
Años más tarde, la novela Misterios de la Inquisición en España y otras
sociedades secretas de España, publicado en Francia en 1845, escrito por
Madame de Suberwick bajo el seudónimo de M. V. de Féréal se hizo muy
popular. Esta obra se caracterizaba por presentar una visión altamente
sensacionalista de la Inquisición española, incluyendo numerosas imágenes
morbosas y descripciones detalladas de supuestas torturas y prácticas
inquisitoriales. Por ejemplo, el libro incluye ilustraciones de autos de
fe, duelos a puñales, interiores de prisiones inquisitoriales, orgías,
castigos con fuego y suplicios con agua, todos presentados como si fueran
eventos verdaderos.
En el contexto de la literatura gótica, el tema de la Inquisición
española fue popular entre los autores y los lectores de la época. Estas
obras ayudaron a consolidar muchas fantasías y leyendas sobre la
Inquisición y sus métodos de tortura, influyendo en la percepción popular
que ha llegado a nuestros días.
La Inquisición española, si bien fue una institución temida y con
episodios oscuros, no fue ni de lejos tan sanguinaria como la historia
popular ha querido retratar. Estudios de historiadores como Gustav
Henningsen y Jaime Contreras cifran en 1.346 las víctimas mortales durante
los años de mayor actividad (1540-1700). Por su parte, Henry Kamen estima
unos 3.000 muertos a lo largo de los 350 años de existencia del Tribunal
del Santo Oficio. En comparación, Alemania quemó a 25.000 brujas en un
periodo similar, y en toda Europa se quemaron a unas 50.000.
La Inquisición española solo quemó a 59 personas por brujería, mostrando
que su impacto, aunque significativo, fue mucho menor al que se le
atribuye popularmente. No obstante, hay tres instrumentos de tortura
que sí fueron utilizados por la Inquisición española: el potro, la
garrucha y el tormento del agua. El potro consistía en una mesa en la que
se estiraba al prisionero con cuerdas, provocando dislocaciones. La
garrucha implicaba colgar al acusado con las manos atadas a la espalda y
elevarlo para luego dejarlo caer. El tormento del agua era el peor de
todos. Se llevaba a cabo introduciendo agua por la boca del prisionero
mediante un paño. Esto generaba una sensación de asfixia muy
desagradable. Estos —los tres tormentos arriba mencionados— son los
verdaderos métodos de tortura que utilizó la Inquisición y no los
exhibidos en los falsos Museos de la Inquisición.
Es crucial que los visitantes de estos museos sean conscientes de la
manipulación y desinformación que se les presenta. La perpetuación de
estos mitos no solo distorsiona la percepción histórica, sino que también
explota fantasías amarillistas y contribuye a una visión injustamente
negativa de la historia española. La responsabilidad de rectificar esta
situación recae tanto en los responsables de estos museos como en los
visitantes y su capacidad de amplificar la alerta, pues deben valerse de
todos los medios para exigir una representación más precisa y menos
panfletaria de nuestra historia.
Por eso, el que escribe estas líneas, siempre recomienda que, si alguien
comete la imprudencia de dejarse caer por alguno de estos museos, es de
justicia, al menos, dejar constancia en los libros de visitas de una
irritada desaprobación; y siempre denunciar de todas las formas posibles
la mentira de estas exhibiciones tan lucrativas.
¡Menudo circo! Yo me iba desculatando de la risa pero a mi parienta le
entraban arcadas, y eso que sabía como yo que todo es una farsa,
producto de la imaginación retorcida y sádica de algunos infames.
Psicópatas los ha habido siempre, pero no fueron prácticas de la
Inquisición pues no hay que ser muy perspicaz para colegir que esta no
podía sacarse de la manga su propio modus operandi, disponer de sus
exclusivos sistemas de tortura, al margen de los que empleara la justicia de
aquella época. De hecho, siendo esta más severa y expeditiva en el
castigo, los penados se declaraban así mismos herejes porque el fallo
inquisitorial solía ser bastante más benévolo que el de la justicia
ordinaria, consistiendo este a veces, en el solo arrepentimiento y rezo
de tres avemarías y un padre nuestro. Y por demás, era una institución
pequeña, nunca pudo llevar a cabo cuantos martirios y muertes se le
atribuyen.
Si un museo formal y escrupuloso con la verdad quisiera hacer un
retrato riguroso de los métodos de tortura empleados, caso de que
hubieran existido, lo haría por épocas y quizás por países, por si
hubieren algunas diferencias. Pero como todas estas exposiciones son precisamente eso, fábulas
negrolegendarias, que exhiben falsedades para embrutecer, para el
exacerbamiento truculento de las emociones, para soliviantar el
imaginario colectivo, reforzando así la leyenda negra que se tiene sobre
la España de la Inquisición, en vez de enseñar la historia real, o
someterla a debate, de lo realmente acontecido, pues así nos va,
creyendo a pies juntillas las embustes y patrañas que resentidos de todo
pelaje y condición vuelcan sobre nuestros antepasados. Pero la
reconquista, recuperación y defensa de nuestra magna e irrepetible
historia ha comenzado a librarse. A ver si a partir de ahora, se
persevera y no se ceja en el empeño.
Otro estupendo artículo discrepante a la línea negrolegendaria sobre el
asunto de los supuestos métodos de tortura.
Lo sabroso del didáctico artículo reside hacia el final, en el revelador
debate que se establece entre los comentaristas.
La batalla cultural contra la leyenda negra y en términos generales de la
propia historia, es de más actualidad que nunca y resulta reconfortante
constatar que cada vez más gente joven se haya percatado de la alevosa
manipulación que ha sufrido en los centros de enseñanza por parte de sus
preceptores e investiga por su cuenta lo acontecido realmente. Todo está
en la red, tan solo se trata de someterlo a garbillo, en sumergirse y quitar toda esa malla de confusión, pringue y maniobra
de despiste en que el mismo buscador incurre, por eso censuran, cancelan y
castigan de modo sistemático al que disiente de la versión oficial o de lo
políticamente correcto. Es muy útil pero debería ser más imparcial y no
teledirigirse de forma tan descarada hacia el sesgo izquierdoso y
progre.
Este verano me he leído del magistral
Marcelo Gullo,
Madre Patria, que va por la 16ª edición, todo un bestseller,
Lo que América le debe a España y
Nada por lo que pedir perdón. A pesar del aparente adormecimiento de
una sociedad ignara de conocimiento, que aborregada no se plantea nada ni
pone en tela de juicio la versión oficial y el discurso hegemónico, parece
notarse en los últimos tiempos, que hay un resurgir, una curiosidad, un
ansia de conocimiento entre los jóvenes y por ello, tengo esperanza porque
¡no todo está perdido...todavía hay partido!
Y ya va siendo hora de finiquitar este apócrifo Quijote en que se está
convirtiendo este viaje a Cantabria, que ya toca a su fin.
Si se visita Santillana del Mar, yo sugiero comenzar por la Cueva de
Altamira, esto es, su réplica, que cierra todos los lunes y abre de martes a
domingo de nueve y media de la mañana a seis de la tarde y seguir el paseo
por el pueblo y algunos de sus diferentes museos, excepción hecha del de la
Tortura que visto lo visto me parece una soberana tontuna. Ineludible en mi
opinión como ya se ha visto, la visita a la Colegiata.
De camino a Comillas, destacaba en la distancia y a nuestra izquierda, este
espectacular y prominente edificio que parecía una catedral. Nos desviamos
del itinerario previsto y nos acercamos a husmear.
Se trata de la parroquia de San Pedro ad Víncula, una iglesia parroquial
situada en Cóbreces, población cerquita de Comillas, construida entre los
años 1891 y 1894 bajo la advocación de San Pedro ad Vincula. De estilo
neogótico afrancesado, es obra del arquitecto Emilio de la Torriente y
Aguirre.
La iglesia, que destaca en el horizonte por el color rojizo ocre de sus
paredes, tiene su fachada principal flanqueada por dos torres rectangulares
con chapiteles; es de planta de cruz latina y ábside semicircular. El
interior se remata con bóvedas de crucería. La nave se ilumina a través de
grandes huecos de arcos ojivales. Nos hubiera gustado entrar para ver su
interior, pero en el momento de la visita, parecía cerrada a cal y
canto.
La torre de la abadía, también monumental, pegada a la iglesia.
Y es que en Cantabria, en cualquier pueblo por pequeño que sea, te puedes
encontrar con una iglesia o edificio religioso así de excelso con visos de
catedral.
En fin, siempre digo, que yo los caminos los hago dos veces y que en
ocasiones albergo dudas de a cual de las dos formas le saco más provecho, me
imagino que las dos se compaginan y me hacen la experiencia más completa e
intensa.
¡HASTA LA PRÓXIMA!
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