Del palacio, nos dirigimos al Capricho, pero aquel día, nos encontramos a
una verdadera marabunta humana (recién apeados de un autobús), circulando
en fila india por una estrecha acera en dirección al icónico edificio, que
sumados a las muchas personas haciendo cola que ya había en la entrada,
nos entró el sofoco y nos dijimos, me parece que hoy no es el día así que
decidimos visitarlo en otra ocasión que
nos pillara de paso. Y así lo hicimos, el día en que nos acercamos a
conocer Santillana del Mar, fue el momento propicio.
El Capricho se ha erigido seguramente en la actualidad, en el monumento más
importante de este pueblo Cántabro y el más conocido, aunque a decir verdad,
la lista de lugares interesantes que ver en Comillas es bastante larga, por
eso decía en capítulos anteriores, que fue para mí el enclave turístico de Cantabria que más me gustó, el más redondo y completo por así
decir, el mejor aprovechado. Si decides visitar todo lo visitable, se te va
el día sin apenas darte cuenta. Los forofos de la obra de Gaudí son legión, se
cuentan por millones y en las reseñas y opiniones se pondera su genio
creador universal, consideradas la mayoría de sus obras como patrimonio de
la humanidad, aunque El Capricho de forma incomprensible quedara fuera de
esta catalogación, si tenemos en cuenta que constituye uno de los tres
únicos edificios construidos fuera de Cataluña.
Pero siendo sincero, y aún reconociendo mi ignorancia y probable falta de
gusto para las bellas artes, a mí la obra de Gaudí, antes de
conocer el Capricho y tratar de entender, de sumergirme en su
esencia, en su razón de ser, en su interpretación de la armonía estética,
antes de conocer un poco de la biografía del catalán, su estilo digo, no
me parecía ni tan extraordinario ni tan sublime como expresa y describe, por
ejemplo, este seguro gran entendido y buen conocedor de las artes
plásticas, en todas sus manifestaciones y estilos. Destaca su amena forma
de comunicar y el arrobamiento que exhibe, describiendo las líneas y
detalles que se pueden apreciar en El Capricho, en la armonía y simbiosis
perfectas entre la música y la naturaleza, las dos grandes pasiones que
movieron el mundo interior del indiano Máximo Díaz de Quijano, su
promotor, que supo plasmar y materializar como nadie Gaudí. Pero en fin,
sobre gustos, no hay nada escrito, a lo que otro le contestó, que eso era
porque había leído poco, y era verdad porque al saber interpretar un
poquito mejor su genio innovador y creativo, ahora sí que puedo atisbar el porqué su obra es patrimonio de la humanidad.
Por lo que he leído en Internet, este gran monumento, hoy de
talla mundial, la Meca por así decir, de todo aficionado al arte, y en
concreto, a la obra de Gaudí, fue una de las primeras obras del arquitecto catalán, preludio del modernismo y de todo lo que
vendría después.
Olvidados quedan los años de abandono del edificio, la ruina en que se
hallaba, los infructuosos intentos de venta al Gobierno de Cantabria y a
la casa de subastas Sotheby's, o las dos décadas convertido en un
restaurante de lujo. El Capricho, construido entre 1883 y 1885 en
la localidad cántabra de Comillas, es hoy un espacio para descubrir los
orígenes de la creación arquitectónica de Antoni Gaudí a través de una
de sus primeras obras.
Aquí fue donde el arquitecto empezó a ensayar algunas de las técnicas
que utilizaría más tarde en sus proyectos más conocidos, como la Sagrada
Familia, el Parque Güell o la Casa Batlló.
Fue la obra de un Gaudí treintañero, un edificio colorido, con adornos
en cerámica vidriada y con una torre minarete como las que después
repetiría en otros de sus trabajos.
Pero por encima de eso, El Capricho de Gaudí supuso toda una
revolución, al adelantarse a todas las vanguardias europeas del
modernismo.
La historia del Capricho de Gaudí tiene aires de novela histórica, con
aromas de ultramar, notas de piano y la luz propia del verano.
El indiano Máximo Díaz de Quijano, concuñado del entonces Marqués de
Comillas, encargó el proyecto a Antoni Gaudí como chalet de
veraneo.
Su afición al piano inspiró el nombre de la residencia -en alusión a los
caprichos musicales- y su interés en las plantas exóticas marcó el diseño
del edificio, en forma de U para abrigar del viento del
norte el invernadero en el que Díaz de Quijano guardaba las plantas que le
traían de ultramar.
Tras la muerte de su primer propietario, El Capricho empezó a ser
utilizado como casa de verano por el entorno del Marquesado de Comillas y,
más tarde, se alquilaba también a familias acaudaladas de toda España y
personalidades políticas.
En el año 1969 fue declarado Monumento Histórico Artístico y
prácticamente a la par comenzó su declive y un periodo de abandono por las
dificultades del Marquesado para mantener el palacete.
Ocho años más tarde, en 1977, dejó de estar vinculado a los descendientes
del Marqués de Comillas y pasó a manos de un empresario de Torrelavega
(Cuatro Caños), tasado en unos 45 millones de pesetas, aunque fueron
sus hijos los que en 1988, promueven su restauración, bajo el control
de Bellas Artes y el ayuntamiento de Comillas, a través de sus técnicos
urbanísticos. El arquitecto que la llevó a cabo fue Luis Castillo y
el valor de la rehabilitación ascendió a los 200 millones de pesetas, hasta que
los propietarios del Capricho de Gaudí en el mes de Octubre de 1990, dieron el pelotazo y vendieron este preciado monumento al grupo japonés MIDO (dedicado al ocio y al turismo en todo el mundo), por un valor aproximado de unos mil millones de pesetas, realizando estos al poco, una segunda restauración para convertirlo en un
lujoso restaurante de gran éxito entre los turistas, sobre todo
extranjeros, siendo visitado por miles de personas durante las épocas
vacacionales.
El palacete ofrece en la actualidad visitas guiadas al edificio y sus
jardines, talleres y una exposición permanente dedicada al Gaudí más joven
y a la que fue su primera obra de relevancia: El Capricho. También se
puede visitar por libre, con un audio guía, que se recomienda escuchar con
auriculares a través del teléfono, por la módica cifra de 7 euros la
entrada, si es con guía vale 15€. Nos comentó alguien que el matrimonio
nipón, dueños de la empresa, al parecer multimillonarios, suelen estar por
allí supervisando la buena marcha del negocio, esto es, del espacio
cultural y en efecto, por allí les vimos trajinar a los orientales, como
unos más de los varios empleados que velan por el buen funcionamiento del
edificio museo. Es otra mentalidad. Unas cien mil personas de todos
los lugares del mundo se estima que visitan cada año el palacete.
En
WIKIPEDIA
se puede leer una reseña sobre el Capricho, bastante extensa sobre
la historia y descripción pormenorizada del edificio:
La Villa Quijano, popularmente conocida como El Capricho, es un edificio
modernista situado en la localidad cántabra de Comillas. Fue proyectado por
Antoni Gaudí y construido entre 1883 y 1885 bajo la dirección de Cristóbal
Cascante, ayudante del arquitecto reusense, por encargo del indiano Máximo
Díaz de Quijano. Es una de las pocas obras que Gaudí proyectó fuera de
Cataluña, junto al Palacio Episcopal de Astorga y la Casa Botines de
León.
Esta obra pertenece a la etapa orientalista de Gaudí (1883-1888), periodo
en que el arquitecto realizó una serie de obras de marcado gusto oriental,
inspiradas en el arte del Próximo y Lejano Oriente (India, Persia, Japón),
así como en el arte islámico hispánico, principalmente el mudéjar y nazarí.
Gaudí empleó con gran profusión la decoración en azulejo cerámico así como
los arcos mitrales, cartelas de ladrillo visto y remates en forma de
templete o cúpula.
El edificio cayó en el abandono tras la Guerra Civil, estado en el que
siguió pese a su declaración como Bien de Interés Cultural en 1969. En
1977, la última descendiente de los López-Díaz de Quijano, Pilar Güell
Martos, vendió la propiedad al empresario Antonio Díaz, quien lo restauró
en 1988 y lo convirtió en un restaurante. En 1992 fue comprado por el
grupo japonés Mido Development. Por último, en 2009, el edificio se
convirtió en museo.
Máximo Díaz de Quijano y Fernández de San Juan (1838-1885) era un indiano
enriquecido en Cuba, abogado de profesión, de ideología carlista y
aficionado a la música y la botánica. Era concuñado del también indiano
Antonio López y López, marqués de Comillas, suegro del empresario catalán
Eusebi Güell, el principal mecenas de Gaudí, motivo por el que entraron en
contacto promotor y arquitecto. Gaudí había sido ayudante de Joan
Martorell en el palacio de Sobrellano del marqués de Comillas, donde había
proyectado el mobiliario de la capilla de palacio. También construyó en
Comillas en 1881 un quiosco en forma de templete de aire oriental para
celebrar la visita del rey Alfonso XII a la localidad cántabra. Por ello
recibió el encargo de construir un chalet anexo al palacio, que debía
servir de residencia de verano. El edificio recibió el nombre de Villa
Quijano, que pronto fue conocido como «El Capricho», debido a su aspecto
exuberante y original.
Gaudí realizó un proyecto de estilo orientalizante, en paralelo a su obra
contemporánea en la casa Vicens de Barcelona, con reminiscencias de las
artes gótico, oriental, mudéjar y nazarí. Posiblemente Gaudí se inspiró
en un proyecto para un embarcadero que había hecho durante sus estudios
universitarios, en 1876.
Las obras fueron ejecutadas por Cristóbal Cascante, compañero de carrera
de Gaudí, quien se basó en una maqueta realizada por el arquitecto
modernista. Los trabajos se realizaron entre 1883 y 1885 aunque,
lamentablemente, su propietario no pudo disfrutarlo mucho tiempo, ya que
murió unos meses más tarde de acabadas las obras. Ya que era soltero, la
villa pasó a su hermana, Benita Díaz de Quijano; su hijo, Santiago López y
Díaz de Quijano, emprendió en 1914 una primera reforma de la casa en que
se sustituyó el invernadero por un bloque de obra de fábrica y se
cambiaron las tejas cerámicas por placas de fibrocemento.
El edificio cayó en el abandono tras la Guerra Civil, estado en el que
siguió pese a su declaración como Bien de Interés Cultural en 1969. En 1975,
el Ayuntamiento de Reus, localidad natal de Gaudí, sugirió trasladar el
edificio a esa población, aunque el proyecto fue desestimado. Poco más
tarde, en 1977, la última descendiente de los López-Díaz de Quijano, Pilar
Güell Martos, vendió la propiedad al empresario Antonio Díaz por 16 millones
de pesetas. Sus hijos, Antonio y Ernesto, se hicieron cargo del inmueble
que fue inaugurado como restaurante con el nombre de «El Capricho de Gaudí»
en 1988 tras unas obras de rehabilitación que costaron 300 millones de
pesetas. En 1992 fue comprado por el grupo japonés Mido Development por unos
800 millones de pesetas. Debido a la crisis económica, el restaurante se
vio obligado a cerrar. Por último, el edificio se convirtió en museo y
abrió sus puertas al público en julio de 2010. EL Capricho fue elegido como
Mejor Monumento del Mundo en 2023 en los premios Remarkable Venue Awards,
mediante una votación popular en la que participaron más de cincuenta mil
personas de todo el mundo.
La típica foto que se hace el visitante al lado de Gaudí, instalada según
he leído, en 1989.
La Capilla-Panteón, anexa al Capricho.
Lo que también he leído por ahí en algunos artículos, es que al parecer,
Gaudí y Máximo no hacían buenas migas, de manera que el artista dirigió y
supervisó las obras del palacete desde la distancia. Algunos aseveran que
nunca pisó Comillas durante la construcción del palacete.
Este despego del Gaudí joven para con Quijano resulta aún hoy día
bastante misterioso, todo una incógnita, puesto que se trataba de uno de
sus encargos más importantes y por tanto, le tuvo que suponer un auténtico
desafío y las preguntas al cliente, acerca de cómo deseaba que se
enfocara esta o aquella cuestión o detalle, tuvieron que ser recurrentes,
pero no, la comunicación entre ambos, se dice que apenas existió,
salvo por intermediación de Cascante. Cabe pensar que un artista
aficionado como Quijano, que a buen seguro habría de mostrar excesivo
entusiasmo con la obra, pretendiera influir en plan metomentodo, con el
desarrollo del proyecto. Una intromisión o injerencia, que sin duda,
el joven Gaudí no estaría dispuesto a tolerar. Aunque también cabe
pensar que el Gaudí arquitecto, con un sentido innato de
la geometría y el volumen, así como una gran capacidad
imaginativa que le permitía proyectar mentalmente la mayoría de sus obras
antes de pasarlas a planos, no tuviera necesidad de ver materializadas in
situ, sus creaciones. De hecho, pocas veces realizaba planos detallados de
sus trabajos; prefería recrearlos
sobre maquetas tridimensionales, moldeando todos los detalles
según los iba ideando mentalmente. En otras ocasiones, iba improvisando
sobre la marcha, dando instrucciones a sus colaboradores sobre lo que
debían hacer.
A mi parecer, y reconociendo que esgrimo la siguiente opinión desde la especulación, también pudo suceder, que conociendo Gaudí que su cliente se encontraba convaleciente de cólera, contraído en las américas, que a pesar de que se decía que no era una enfermedad contagiosa y si era algo aprensivo, procuró mantener siempre las distancias con el señor Díaz de Quijano, por si las moscas.
Pero en fin, pese a esa falta de comunicación, por las razones que fueren, Gaudí se
entregó en cuerpo y alma al proyecto de Villa Quijano. Recibía fotografías
del entorno y al parecer recibía detallados informes topográficos y
climatológicos sobre la finca. De la dirección de las obras, como ya
hemos leído, se encargaría Cristóbal Cascante, su condiscípulo en la
Escuela de Arquitectura, por eso, Gaudí debió enviar abundantes planos de
detalles, una maqueta y mantener una frecuente correspondencia con su
camarada de gremio.
Sólo una semana vivió en su casa de verano el abogado y músico Máximo Díaz
de Quijano. Las columnas no terminadas denuncian la premura por instalarse
de su dueño, enfermo y cansado. Falleció una semana después de llegar, en
junio de 1885. El Capricho es eso, un antojo, un deseo, el anhelo
irrefrenable de volver al hogar y presumir de riqueza, de buen gusto, de
progreso, de modernidad. La casa, tapizada de girasoles, plantada en un
pueblo ballenero es también girasol que ofrece sus estancias al sol para que
las bañe, de la mañana a la noche. Es fantasía pura, color, música. Las
ventanas cantan cuando se abren, cuando se cierran. En las vidrieras del
cuarto de baño, los animales tocan instrumentos: un pájaro al piano, una
abeja a la guitarra. El invernadero debió ser cosa curiosa, acristalado y
pertrechado con el último diseño en calefacción, irradiaba abrigo al resto y
exhibía las plantas que el indiano se trajo a su pueblo, con orgullo de
hombre hecho así mismo. Miré la foto de Máximo Díaz de Quijano que pendía de
una de las paredes de su capricho. Era un hombre atractivo, joven según los
cánones de hoy (42), soltero, que regresaba a la patria con buen patrimonio.
Un buen partido que quería una casa de vacaciones acorde con su posición.
Antoni Gaudí se encargó de diseñarla y una legión de artesanos cocieron los
azulejos, tallaron las flores, las hojas, realizaron los muebles, las
puertas, las persianas. Todo es música, color, fantasía. Y nostalgia en la
mirada triste de Quijano.
Aparte de saber que fue un caminante empedernido que se hacía una
media de diez kilómetros diarios, me entristece sobremanera conocer la
lamentable muerte que tuvo. El 7 de junio de 1926, Gaudí se dirigía a la
iglesia de San Felipe Neri, que visitaba a diario para rezar y entrevistarse
con su confesor, mosén Agustí Mas i Folch; pero al pasar por la Gran Vía de
las Cortes Catalanas, entre las calles Gerona y Bailén, fue atropellado por
un tranvía, que lo dejó inconsciente. Siendo tomado por un mendigo, al ir
indocumentado y por su aspecto descuidado, con ropas gastadas y viejas, no
fue socorrido de inmediato, hasta que un guardia civil paró un taxi que lo
condujo al hospital de la Santa Cruz. Al día siguiente lo reconoció el
capellán de la Sagrada Familia, mosén Gil Parés, pero ya era tarde para
hacer nada por él. Murió tres días después del atropello, el diez de junio
de 1926, a los 73 años de edad, en la plenitud de su carrera artística.
Fue enterrado el 12 de junio, con presencia de grandes multitudes que
quisieron darle el último adiós, en la capilla de Nuestra Señora del Carmen
de la cripta de la Sagrada Familia.
Tras su muerte Gaudí cayó en un relativo olvido durante décadas, y su
obra fue denostada por la crítica internacional por barroca y
excesivamente fantasiosa. En su tierra natal fue igualmente menospreciado
por la nueva corriente que sustituyó al modernismo, el novecentismo,
estilo que retornaba a los cánones clásicos. En 1936, durante el
transcurso de la Guerra Civil, fue asaltado el taller de Gaudí en la
Sagrada Familia, destruyéndose gran cantidad de documentos, planos y
maquetas del arquitecto modernista. Su figura comenzó a ser
reivindicada en los años 1950, por Salvador Dalí en primer lugar, seguido
del arquitecto Josep Lluís Sert. A partir de aquí, su memoria y obra, como
el ave Fénix, resurgiría de sus cenizas, en progresiva alza y
reconocimiento, hasta nuestros días.

Como hay tanta gente pululando y surgiendo por todas partes en un verdadero
frenesí, se hace muy difícil que el campo de visión se halle
expedito de personas. Hice lo que pude.
Por lo leído, esta zona del ático era reservada para la servidumbre.
El que fuera el cuarto de baño.
En la casa existen unos cuantos de estos balcones de hierro, dotados de
unas ingeniosas banquetas tipo marquesina, donde la gente espera su turno
para hacerse la clásica foto.
Un grupo de personas con asistencia de guía.
Seguimos nuestra visita a Comillas por la calle Paseo de Estrada en
dirección al casco antiguo donde pasamos por la Casa Ocejo, ubicada muy
cerca de la Fuente de los Tres Caños. Es un edificio de estilo indiano, que
fue comprado para la madre del Marqués de Comillas y donde la familia pasaba
los veranos, antes de la construcción del Palacio de Sobrellano. Allí se
alojó el Rey Alfonso XII la primera vez que visitó Comillas y en ella
celebró un Consejo de Ministros.
Y aquella es la artística Fuente de los Tres Caños. Se trata de una
fuente-farola de piedra, que como su nombre indica, cuenta con tres caras y
un caño en cada una de ellas. Fue construida en 1899 por Luis Domènech i
Montaner y en la parte superior se ubica un farol que representa que
Comillas fue el primer pueblo español en disponer de luz eléctrica.
Otro de los lugares interesantes de ver y fotografiar en Comillas es la
iglesia de San Cristóbal, con anécdota incluida que se remonta a la época
en que se construyó el templo allá por el año 1648, después de un
incidente ocurrido en 1617 durante la misa del domingo en la antigua
parroquia, que se encontraba en el lugar del cementerio actual. Resulta
que una anciana, ocupaba sin saberlo, uno de los asientos del templo que
era el preferido del administrador del Duque del Infantado, siendo instada a levantarse de manera inmediata y ocupar otro asiento. Los feligreses indignados por tan déspota acción,
y hartos de su habitual caciquismo, todos a una, se levantaron de sus asientos, resolviendo no volver a pisar la iglesia nunca más, siendo abandonada e
ignorada desde ese momento. En venganza y represalia por aquella afrenta, se dice que fueron todos excomulgados, aunque transcurrido el tiempo, el regidor de Comillas, viendo que se había quedado sin parroquianos, acordó construir la nueva Iglesia de
San Cristóbal que venera al Cristo del Amparo, patrono de los
pescadores. La iglesia está ubicada en el corro Compíos o plaza de la
Constitución, de calles empedradas, tiendas de souvenirs, bares y restaurantes, constituyendo el
principal punto neurálgico de Comillas.
Capilla panteón de los marqueses de Comillas, donde actualmente descansan
sus restos.
Antigua Universidad Pontificia de Comillas o Seminario Mayor
Puerta de Moro o Puerta de los Pájaros
Es uno de los lugares curiosos de Comillas, que si no conoces su
particularidad te puede pasar desapercibido. La Puerta de los Pájaros o
Puerta de Moro fue diseñada por Gaudí en 1900 y, aunque en principio estaba
concebida para una casa de Barcelona, acabó en Comillas. Atesora
detalles únicos que la convierten en una obra de arte. Las esquinas
redondeadas y los tres huecos (vanos) que permiten el paso libre de los
pájaros hacen que su diseño lleve la vitola inconfundible del artista
universal. En la actualidad, es un edificio privado, por lo que solo
podremos contemplarlo desde fuera de la verja y tapia, salvo si a título particular, te lo enseñan los mismos dueños, claro.
Estas fotografías están tomadas desde la ermita mirador de Santa Lucía, en
cuyo interior se encuentra la talla homónima a quien los pescadores se
encomendaban antes de salir a faenar la mar.
Seguimos callejeando por Comillas y antes de desembocar en el Parque Güell,
nos encontramos a nuestra izquierda con la Casa del Duque de Almodóvar del
Río, otro de los lugares interesantes de Comillas. Este monumento
arquitectónico de estilo inglés está ubicado en el Prado San José y fue
construido por Francisco Hernández Rubio entre 1899 y 1902 para el referido
duque. Es una vivienda privada, mezcla de chalet suizo y casona inglesa, que
en la actualidad no se puede visitar por dentro, por lo que nos tuvimos que
contentar con tomarle estas fotografías desde una puerta enrejada que
da al jardín.
Frente a la Casa del Duque se encuentra el parque Güell y Martos, un
bonito parque público que los lugareños conocen por el parque de la
Estatua, ya que aquí se encuentra el monumento modernista al Marqués de
Comillas, un homenaje que el pueblo le hizo a Antonio López en 1889, que
si se encontrase en Cataluña ya lo hubieran retirado y quien sabe si
destruido.
El parque también hace de mirador ya que se encuentra bastante elevado
por lo que se obtienen unas vistas estupendas hacia toda la costa, la
playa y la zona del puerto. A nuestra espalda también se puede
divisar el cementerio, con esculturas de ángeles y cruces. No nos
acercamos porque parecía cerrado pero estábamos equivocados y nos teníamos
que haber cerciorado, porque el lugar merece una visita ya que, aquí se
encontraba la iglesia parroquial donde aconteció el desencuentro entre el
pueblo unido y el oligarca que dio lugar a la nueva iglesia de San
Cristóbal.
En 1893, Lluís Domènech i Montaner realizó una ampliación del cementerio,
conservando las ruinas de la iglesia gótica anterior y construyendo una
impresionante fachada de acceso, mausoleos y la icónica estatua del Ángel
Exterminador de Llimona. El lugar dicen que tiene encanto y está incluido
en el circuito inexcusable de lugares a visitar de Comillas, no en vano,
fue catalogado como el cementerio más bonito del mundo, ahí es nada, por
lo que fuimos algo flojeras, que con más hambre que el perro del hortelano, y
todavía pendiente la visita a la Universidad Pontificia y traslado a San Vicente de la Barquera, donde pensábamos comer, decidimos obviar
tan artístico e histórico campo santo. Pero bueno, a falta de pan...bueno es youtube.
El monumento al marqués de Comillas me encantó, y ahora que conozco más de
su vida y milagros, mucho más. Los tripulantes de los barcos debían
alegrarse mucho cuando distinguían a lo lejos, la estatua del marqués de
Comillas, porque ello significaba su arribada a puerto y algunas semanas de
descanso en tierra firme después, sobre todo si procedían de
ultramar.
El paseo marítimo conduce al puerto, que se encuentra en el extremo
izquierdo de la playa, destacando su pasado ballenero. He aquí algunos
detalles que llamaron mi atención.
Nuestro último objetivo antes de la comida (estábamos lampando) y
traslado al pueblo de Bustamante (San Vicente de la Barquera), fue la
antigua Universidad Pontificia de Comillas o Seminario
Mayor, actualmente la sede del Centro Internacional de Estudios Superiores del
Español, que es uno de los tesoros arquitectónicos más bellos de España, habiendo
sido construida, como bien sabemos, con el patrocinio inicial de Antonio
López y López y de su hijo Claudio López, tras su muerte. Lo suyo hubiese
sido una visita guiada, para verla por dentro, pero pagamos los dos euros
que cuesta poder entrar con el coche para ahorrarte la pedazo cuesta que
existe para llegar al pie de la fachada y pronto dimos nuestra visita por
concluida, aunque antes, me traje estas fotografías que me han de servir
para dar por concluido este cuarto capítulo de nuestro viaje por
Cantabria.
Una nueva perspectiva del palacio de Sobrellano desde la Universidad
Pontificia.
Aunque se halla algo retirada del centro histórico, se puede acceder
andando, aunque se ha de salvar una buena rampa antes de llegar arriba, ya
que se encuentra ubicada en una colina. La universidad fue construida para
la formación de jóvenes sacerdotes, aunque la idea primigenia del Marqués
de Comillas era la de que fuese un colegio de los jesuitas para niños sin
recursos. Ante la negativa de estos, dado que Comillas, por
aquella época, se encontraba bastante mal comunicada y con escasa
población, consiguieron que el Marqués, cambiase de opinión y diese su
consentimiento para construir algo de más enjundia como un seminario de
ámbito nacional e internacional.
El resultado fue este impresionante edificio, que combina elementos
modernistas con estilo neogótico-mudéjar. Aunque fue diseñado por el
arquitecto catalán Joan Martorell i Montells, la finalización de la obra
se llevó a cabo por Lluis Domènech i Montaner, que como es natural,
imprimió algo de su impronta, de su propia cosecha. Al final de este
episodio, enlazo un vídeo del interior del edificio, de autoría
internáutica, que de tan espectacular, se queda uno patidifuso.
FINAL CUARTO CAPÍTULO
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