POR LAS SIERRAS GRANADINAS
Todavía no había clareado la madrugada cuando llegaron a la Venta Micena. El sol tardaba en romper, pesadas nubes grises, inmóviles, lo esperaban. Las casas son escasas y dispersas, se confunden con el color del suelo, una torre de iglesia allá abajo, un cementerio inconfundible aquí a la vera de la carretera, cruz y muros blancos. Las tierras ondulan como un mar petrificado cubierto de polvo, si esto era así hace un millón cuatrocientos mil años no es necesario ser paleontólogo para jurar que el Hombre de Orce murió de sed, pero eso eran los tiempos de la juventud del mundo, el arroyo que corre ahí delante sería entonces un ancho y generoso río, habría grandes árboles, herbazales más altos que un hombre, todo esto sucedió antes de que trajeran aquí el infierno. En la estación apropiada, si llueve, algún verdor se extenderá por estos campos cenicientos, pero ahora sólo aparecen cultivadas las orillas del río y a duras penas, las plantas se resecan y mueren, luego renacen y viven, el hombre es quien todavía no ha conseguido aprender cómo se repiten los ciclos de la vida, con él es una vez y nunca más. No pasa nadie, no se oye ladrar a un perro, un profundo estremecimiento recorre la espina dorsal de Joaquim Sassa, y José Anaiço pregunta, Cómo se llama aquella sierra que está al fondo, Es la sierra de La Sagra, respondió Pedro Orce, Y ésta, a nuestra derecha, la sierra de María, Cuando el Hombre de Orce murió, seguramente fue esa la última imagen que sus ojos se llevaron de este mundo, Me pregunto cómo llamaría él a estos montes cuando hablaba con los otros hombres de Orce, los que no tuvieron la suerte de dejar cráneos, dijo Joaquim Sassa, En ese tiempo todavía nada tenía nombre, respondió José Anaiço, Cómo se puede contemplar una cosa sin darle nombre, Hay que esperar a que el nombre nazca. Se quedaron los tres mirando, finalmente Pedro Orce dijo, vamos.
Era el tiempo de dejar el pasado a su inquieta paz.
Era el tiempo de dejar el pasado a su inquieta paz.
(José Saramago, Premio nobel de literatura)
Tras expirar el Estado de Alerta, que nos impedía, entre otras restricciones, salir de nuestra comunidad autónoma (Murcia), me acerqué a la vecina Puebla de Don Fadrique (Granada, Andalucía) para conocer un monte aledaño a esta, al que hacía tiempo le tenía ganas. De camino a Santiago de la Espada, Castril o Pozo Alcón, siempre me quedaba mirando las antenas instaladas en su cima y me decía: ¡un día de estos tengo que darme un garbeo y comprobar el panorama que se divisa desde arriba...!
Después del impedimento en cuanto a libertad de movimiento se refiere, era el momento de acometer la cercana montaña que existe pegada a la Puebla de Don Fadrique y para ello buscamos un recorrido interesante que transcurriera por camino fácil, sin complicaciones, pero que al menos nos hiciera sudar la camiseta. Ingresamos en la web de costumbre y nos decidimos por el track de este amigo senderista. Tras el análisis pertinente observamos que la mayoría del trazado discurre por pistas o sendas bien delineadas sobre el mapa, justo lo que nosotros buscamos.
Me parece fiable y lo cargo en el gps.
Me parece fiable y lo cargo en el gps.
Antes de comenzar nuestra ruta, comentando algunas de las fotografías que me parezcan más interesantes, creo conveniente aprovechar un excelente libro que obra en mi poder, para introducir unos apuntes que redunden en conocimiento y valoración de esta comarca. El fragmento tan bonito que incluyo al inicio, pertenece al inconfundible estilo literario del nobel José Saramago, y lo extraigo de la misma obra, cuya primera edición data del año 2007, que prologa un por entonces jovencísimo alcalde de la localidad llamado Jesús Amurrio Sánchez, que reza así:
Puebla de Don Fadrique es un municipio del norte de la provincia de Granada, pequeño en número de habitantes (2.600 en estos momentos) pero grande en extensión superficial (520 km2); lindamos con las provincias de Almería, Murcia y Albacete, quedando muy cerca también la de Jaén. Pertenecemos a la Comarca de Huéscar, dentro del Altiplano Granadino, lo cual nos hace ser una zona de interior, con una altitud media superior a los 1.000 metros; nuestro clima es mediterráneo continentalizado, cogiendo lo peor de ambos: adolecemos de precipitaciones de importancia tenemos muchos días al año con temperaturas bajo cero; por el contrario, nuestro verano es fresquito y nuestras gentes acogedoras, con lo que los inviernos son más llevaderos.
Evolución de habitantes en el municipio
La economía del municipio ha estado marcada históricamente por su orografía: la agricultura de secano ha ocupado la amplia cuenca endorreica del sureste, mientras al norte predominaba la explotación maderera en los pinares y encinares de sus sierras (desaparecida ésta en la actualidad); ligada a ambas ha estado la ganadería extensiva de la oveja segureña. En la actualidad el sector primario mantiene la agricultura de secano junto con la de regadío de hortícolas y la ganadería; el sector secundario es muy deficitario, con pequeñas industrias familiares y alguna cooperativa ligada a los hortícolas; y el terciario, el cual sí que es un sector en claro auge: comercio, hostelería y construcción, todo ello dependiente del turismo rural y que se plantea como el futuro de toda la comarca. (Iglesia de Santa María de la Quinta Angustia, gentileza de Internet).
La historia de Puebla de Don Fadrique, como la de todo el Altiplano Granadino, es muy prolífica en yacimientos arqueológicos que dan muestra de su riqueza patrimonial y de su importancia geográfica en el camino natural entre Andalucía y el Levante; yacimientos corno los de Orce, Galera o Baza son perfectamente extensibles a la Puebla, si bien aquí, por circunstancias, no se han realizado excavaciones; los estudios realizados por arqueólogos corno Andrés Adroher, Antonio López o Jesús Fernández nos han mostrado el paso de culturas por nuestro territorio: desde las épocas Paleolítica y Neolítica o las edades del Cobre y el Bronce hasta las culturas Ibérica, Romana o Musulmana; de especial importancia son varios yacimientos ibéricos, un campamento romano o los restos de una alcazaba del Emirato.
Continuando con esta breve introducción histórica son de señalar algunos hechos de especial relevancia para el núcleo: Puebla de Don Fadrique recibía este nombre el 9 de noviembre de 1525, ya que anteriormente se llamaba Volteruela, haciendo alusión a que era un lugar donde había que dar la vuelta, donde terminaba el territorio amigo, pues durante decenios fue la frontera entre el Reino Nazarí de Granada y el Reino de Castilla. Con la conquista definitiva por parte de los Reyes Católicos del último bastión islámico en la península, Volteruela será cedida en señorío a don Luis de Beaumont, conde de Lerín y Condestable de Navarra, lo que lleva a que sean repobladores de esta zona los que se asienten en nuestro territorio, trayendo sus costumbres: gastronomía, fiestas o tradiciones, entre las que destaca el culto a las Santas Alodía y Nunilón, que se convertirán en patronas del municipio. A la muerte del Condestable las tierras pasarán de nuevo a la Corona de Castilla, cediéndolas entonces a Don Fadrique Álvarez de Toledo, II Duque de Alba, en recompensa por su ayuda en la anexión del Reino de Navarra a Castilla; será él quien ceda su nombre a Volteruela, que por aquel entonces contaba con una población similar a la actual (unos 2.550 habitantes), si bien había una mayor dispersión, pues eran varias las pedanías habitadas, destacando Almaciles.
El siglo XVI va a marcar el rumbo de la Puebla de Don Fadrique para la posteridad ya que, además de recibir su definitivo nombre, se van a producir algunos hechos de bastante importancia. De estos años es el comienzo de la Iglesia Parroquial de la Quinta Angustia, un hermoso templo que mezcla los estilos gótico y renacentista y que se benefició, como apunta Jesús Rubio en su libro Arte e Historia en Puebla de don Fadrique, del litigio entre las diócesis de Guadix y de Toledo por el antiguo obispado de Baza (Puebla perteneció a Toledo hasta mediados del siglo XX); dentro de esta iglesia, de auténtico rango de catedral, encontramos varios retablos barrocos y algunas imágenes relevantes (una Inmaculada atribuida a Alonso de Mena o un busto de Dolorosa atribuido a José de Mora). Jesús Rubio apunta también que es en este siglo cuando se crean las diferentes hermandades y cofradías y se erigen varias ermitas, incluida la parroquia de Almaciles; una de estas ermitas pasará a convertirse, en los primeros años del s. XVII, en el convento de S. Francisco, hoy desaparecido.
¡De qué detalles más singulares se entera uno con solo mostrarse un poquito curioso, indagando en la historia de los territorios! La Puebla de Don Fadrique durante la ocupación mora, se la conocía por el nombre de Volteruela y tras su conquista por los Reyes Católicos, llegó a pertenecer a Toledo, nada menos que hasta mediados del siglo XX. En fin, centrémonos en el propósito que llevamos entre manos, y decía que dejaba el coche, bien estacionado, en una de las calles, a la derecha de la travesía dirección Huéscar, antes de sobrepasar la gasolinera de REPSOL, y que una vez colocados todos los apechusques senderistas en su correspondiente lugar, iniciaba la marcha hacia la Piedra de la Rendija.
Hace una mañana preciosa e inusualmente fresquita, si tenemos en cuenta el pronóstico de fuertes días de calor que nos esperan hasta finales de junio. Debe ser esta comarca un lugar ideal para guarecerse del verano. Seguro que hasta en agosto hay que dormir tapado. En fin, vamos a lo nuestro...atravesamos sendos estrechos entre fincas y al poco casi nos damos de bruces con la Ermita de la Soledad. Le tomamos unas fotos para que quede constancia de nuestro paso por este santuario y seguimos el trazo que nos marca el garmin para girar al poco a nuestra derecha camino del Cortijo del Calar que ya tenemos a la vista. De momento es todo por camino.
El Cortijo del Calar es aquel que se divisa sobre la colina. Pero está rodeado de aperos y trebejos de labranza que afean su entorno. Por ello omito su captura. Dentro de la alquería y en las cercanías se dejan notar unos perros que ladran frenéticos. ¡Menudo escándalo me lían! Los de más allá, procedentes de alguno de los cortijos que se observan a lo lejos, los imagino encerrados y a buen recaudo, por la cuenta que me trae, porque más que ladridos parecen rugidos. De modo que, por el rabillo del ojo vigilo mi retaguardia, por si las moscas; ligerillo tomo estas fotos a la Puebla, de la que ya vamos obteniendo alguna que otra bonita panorámica. Inquietos y presurosos continuamos la marcha. El sonido de los rugientes ladridos se va atenuando a medida que ponemos tierra de por medio. El miedo guarda la viña, que diría mi padre, que en paz descanse.
Esta excursión obvia alcanzar la cumbre más alta de la Sierra de Jorquera, pero solo por unos metros, bien es cierto, aunque en ese detalle reparé a posteriori, una vez me estuve documentando para la elaboración de la presente reseña. La meseta cimera que forma esta sierra (Las Mesetas) tiene tres cumbres que de izquierda a derecha se denominan: Lobos (1798m), Morrón de los Lobos (1815m) y Calar de la Puebla (1809m). El recorrido de nuestro virtual cicerone elude no solo Los Lobos que nos pilla un tanto a desmano, sino también el Morrón, que no pasa por él, y lo deja a tan solo unos metros a la derecha de su track, que sigue en línea recta hacia la garita de El Calar de la Puebla, donde se halla contigua a esta, la Piedra de la Rendija. Reparé en la sobre elevación del Morrón, y a simple vista ya se apreciaba que era el punto más descollante del conjunto elevado y pensé echarle un vistazo para comprobar qué vistas podían divisarse desde su atalaya pero me puse a tomarle unas fotos a dos nuevos personajes becarios de Marvel que recientemente he incorporado en nómina, (tanto Hulk como Yoda se encuentran actualmente bajo las condiciones de un erte que aún no han cobrado) y tras la sesión, se me fue el santo al cielo y olvidé por completo acercarme al morrón. Cosas de la edad, supongo.
Vaya, que una vez más me voy por los collados de la Sagra; decía que tras atravesar por un camino polvoriento, un campo de almendros, nos introducimos en este bonito pinar, que marca el inicio hacia la cumbre por la denominada senda del Calar.
Esta antigua senda remonta diagonalmente a izquierda entre los pinos, colocándonos sobre el barranco de la Garganta de Lóbrega, que queda abajo, a nuestra izquierda. La subidica es algo necia pero muy progresiva por lo que se salvan los seiscientos y pico metros de desnivel, sin apenas enterarnos.
La senda está muy bien cincelada y resulta agradable de patear, enlazando finalmente con el barranco, donde seguimos por el cauce izquierdo, remontando unas veces por sendero y otras por empinado camino, para una vez aterrizados en la altiplanicie, conducirnos en línea recta hacia la garita y Piedra de la Rendija.
Si yo volviera por aquí, haciendo de guía de un grupo de senderistas, una vez conocido el percal orográfico, echaría a la peña por Piedra Alta y haría el cresteo (trazo amarillo) hasta el Morrón de los Lobos. Ese tramo aumentaría el atractivo global del recorrido.
Ni qué decir tiene que cuando llegamos a Las Mesetas y por ende a la sucesión de diferentes oteros desde donde observar el horizonte, la orgía de sensaciones pupilares pueden catalogarse de sublimes. Las vistas hacia La Sagra y Guillimona, así como Las Cabras y Revolcadores resultan magníficas. Con nieve, el espectáculo visual debe ser grandioso.
La característica silueta de barca invertida de La Sagra, a la que ya hemos dedicado en anteriores ocasiones, emotivas parrafadas, elevando odas a su eminente majestuosidad.
La Sagra y el Castillo de los Mirabetes
La zona norte de la provincia de Granada está encabezada por la sombra del pico de La Sagra. A sus pies, desde los inicios de la humanidad, se han desarrollado distintas culturas que han ido evolucionando hasta configurar el paisaje que podemos apreciar hoy en día, modelado por la geología y el hombre, integrándose uno en el otro.
Es una zona formalmente agreste, con grandes sierras que la aíslan por todos lados; al Norte Sierra de Taibilla, límite meridional de la Mancha, al Oeste la Sierra de Cazorla, que la separa de la cabecera del Valle del Guadalquivir, al Sur la Sierra de Moncayo y al Este la Sierra de la Zarza, dibujando un entorno de volúmenes muy diversos, las extensas penillanuras de Bugéjar, a más de 1.000 metros de altitud, o las encumbradas alturas de La Sagra, que superan los 2.300 metros.
En este medio natural se han realizado estudios arqueológicos, entre los años 1995 y 2002, que han permitido conocer, con cierta precisión, cómo evolucionó la relación del hombre con la naturaleza durante algo más de seis mil años de Historia.
Los primeros restos de poblamiento humano que no dejan lugar a dudas corresponden a la segunda mitad del IV milenio a.C., durante el neolítico final, cuando se ha producido de forma definitiva una sedentarización de las comunidades formalizando las primeras aldeas estables. Es el caso de Los Castellones, tres importantes mesas calizas que el viajero encuentra al Norte de la carretera que une Puebla de Don Fadrique con La Sagra. Esta zona es crucial para comprender la evolución del poblamiento, ya que en ella se concentran algunos de los principales asentamientos humanos de la Prehistoria, así como de la Edad Media, puesto que, como veremos más adelante, fue en ese lugar donde se ubicó el Castillo de los Mirabetes. Los asentamientos humanos de esta época son relativamente escasos; repartidos en cerros amesetados, normalmente sin muralla, como sucede en Almaciles, se ubican controlando amplios espacios alrededor, posiblemente las principales vías pecuarias, ya que, muy probablemente, visto que las amplias zonas de vegas de ríos quedan alejadas de los núcleos de población, es muy probable que la base económica de estas poblaciones fuera especialmente la ganadería. Quizás uno de los yacimientos más interesantes en este sentido sea el conjunto de tumbas que cubren el Cerro del Trigo, en mitad del campo de Bugéjar; se trata de estructuras tumulares con una pequeña cámara central de planta rectangular.
Una vez creadas estas primeras aldeas, los pobladores de la zona empezaron a desarrollar tecnologías cada vez más complejas que permitieron un mayor control del entorno; primero la ganadería y la agricultura, posteriormente, a partir del III Milenio a.C., la metalurgia del Cobre, provocan un fenómeno de enriquecimiento y expansión de los grupos humanos a la búsqueda de nuevos espacios de cultivo. El paso a la Edad del Cobre supone un mayor número de poblados, lo que demuestra el incremento poblacional que está sufriendo la sociedad. Hacia finales de este período existe un fuerte incremento de una actividad poco desarrollada hasta ese momento: el intercambio de productos a largas distancias. Así podemos ver la fuerte presencia de cerámicas campaniformes en la mayor parte de los poblados de este momento, que caracterizan el paso a la Edad del Bronce, especialmente relevantes en los casos de los poblados de Bugéjar y de La Higueruela. Si algo podemos destacar de este momento es que los yacimientos normalmente están amurallados, cerrando en su interior numerosas cabañas de planta circular, como puede verse en Cerro Lacho, muy cerca de Bugéjar.
Tras la Edad del Cobre, ya en el II Milenio a.C. se desarrolla la Edad del Bronce, conocida en el Sureste de la Península Ibérica con el nombre de Cultura Argárica. Este cambio aún no ha sido suficientemente analizado, pero sin duda provocó un enrarecimiento en las relaciones sociales; los nuevos poblados son más pequeños, aunque más numerosos también; se fortifican con potentes murallas que permiten una mejor defensa, al mismo tiempo que se ubican en posiciones más alejadas de las tierras de cultivo, más elevadas, encastillándose en cerros que, en ocasiones, presentan bastante dificultades de accesibilidad. Otro importante cambio urbano que se produce es el paso de las cabañas de planta circular, características de las fases anteriores, a cabañas de planta cuadrada o rectangular, que permite una optimización del espacio intramuros en los pequeños cerros donde se alojan los poblados, amoldándose al terreno con la construcción de terrazas que distribuyen distintos grupos de casas a lo largo de las laderas. En los Castellones existe un interesante ejemplo de este pequeño tipo de poblados; situado en la parte superior del cerro se orienta hacia el Norte, zona especialmente fría teniendo en cuenta la altura absoluta a la que sitúa el poblado, más de 1.500 metros sobre el nivel del mar. Los otros casos, semejante a éste, parecen ocultarse respecto a las grandes vías de comunicación, así pasa en la Sierra de la Zarza o en el Aguilón Grande.
Hacia la mitad del II Milenio a.C., el mundo argárico sufre una fuerte crisis que afecta no solo a la estructura social, sino a la ubicación de los poblados. Poco tiempo después, ya a finales de ese milenio, en lo que se conoce arqueológicamente como Bronce Final, las tierras de esta zona quedan prácticamente abandonadas. Presumiblemente la crisis de la sociedad argárica debió provocar un fuerte descenso en la población, un cierto retroceso en la tecnología y, en consecuencia, la imposibilidad de producir los bienes necesarios en la zona. Durante un período de casi medio milenio (los años 1100 y 650 a.C.) no existen poblados en el entorno, o, en todo caso, debieron tener tan poca entidad que apenas han dejado restos visibles.
A partir de ese momento entramos en la época ibérica, que supone una paulatina reocupación del territorio; en un primer momento con poblados que van convirtiéndose en ciudades, como en Molata de Casa Vieja, junto a Almaciles, o, aunque de dimensiones más reducidas, el Cerro de la Cruz de Bugéjar, y, en un segundo momento, con la creación de numerosas aldeas que nos hablan de una nueva época en la explotación del territorio; nuevas tecnologías para un nuevo concepto: la agricultura extensiva. La mayor parte de las llanuras se explotan para cereal, que se completa con pequeñas explotaciones de regadío en torno a los valles fluviales y zonas con agua suficiente, siendo la zona muy rica en fuentes de agua que nacen a los pies de las distintas cadenas montañosas; junto a cada fuente, una pequeña aldea ibérica. Los grupos ibéricos aquí asentados presentan un alto nivel tecnológico, como lo prueba la presencia de numerosas escorias de hierro que atestiguan esta actividad artesanal, a pesar de que no existen minas de hierro por los alrededores, por lo que, sin duda, debieron importarlo desde otras zonas de mineralización de este metal, como la Sierra de Baza o la zona próxima a Cartagena.
La conquista romana del territorio se inició en el siglo II a.C., y sin duda debió suponer un fenómeno muy traumático; los iberos son obligados a abandonar los oppida (término latino que indica poblado fortificado y adaptado a la arqueología para definir las mayores agrupaciones urbanas de época ibérica), para desplazarlos a espacios más abiertos y menos defendibles, momento en que se desarrollan los núcleos romanos en Lóbrega y en Casas del Duque.
La presencia romana es tan inestable que fundan un campamento militar en Cerro del Trigo, para controlar que todo el proceso de romanización se desarrolle según sus deseos. La ocupación supone, a la larga, un proceso de desconcentración de población; las reformas de las vías principales del imperio en época de Augusto implican un desplazamiento de las redes de comunicación hacia el Sur; la Vía Augusta ya no pasará por los llanos de Bugéjar, sino por el Pasillo de Chirivel, lo que explica la escasa urbanización en la zona, que tiende a ruralizarse aunque la población se concentre, ocasionalmente, en algunos núcleos de grandes dimensiones pero que no tendrán ni estructura urbana ni estructura jurídica suficiente para ser considerados verdaderas ciudades, como en los casos anteriormente mencionados de Lóbrega y Casas del Duque. No obstante, durante el siglo I d.C. los romanos construyen elementos hidráulicos suficientes que permiten poner en cultivo zonas tradicionalmente pantanosas como Casas de Don Juan, y estructuran un sistema de regadío canalizando las aguas de la Fuente de Bugéjar. El poblamiento romano en la zona fue muy intensivo; al margen de las grandes concentraciones anteriormente citadas las antiguas aldeas ibéricas se expanden, lo que permite suponer que entre los siglos I y III d.C. la población en la zona se incrementó notablemente, quizás como consecuencia de haber ganado espacios de cultivo frente a períodos anteriores. Por oposición las zonas de serranía alta están prácticamente abandonas, a excepción de algunas aldeas aisladas y torres encastilladas en zonas muy elevadas de alta visibilidad, como en el Aguilón Grande.
Durante el siglo V d.C., primero las invasiones bárbaras procedentes del centro de Europa y, posteriormente, la conquista bizantina de parte del mediodía peninsular, provocaron el abandono de la mayor parte de las aldeas así como la crisis de los principales centros urbanos; la mayor parte del territorio queda asolado, y de nuevo la zona de Los Castellones vuelven a concentrar parte de la población que aprovecha los cerros elevados y de difícil acceso para poder hacer frente a este momento de alta inestabilidad.
Finalmente, con la conquista musulmana en el Castellón más alto de todos, se construye el Castillo de los Mirabetes, que concentrará la población de los alrededores; el valle del río Bravatas es ahora la vía de comunicación con las poblaciones musulmanas de Huéscar y Baza. La red viaria se completa con el actual camino de Las Santas, que aún conserva un pequeño puente medieval de un solo ojo en la zona de Almansa; este puente, perfectamente visible desde el Castillo de los Mirabetes, cumplía la función de control de mercancías y viandantes provenientes de la Chora de Tudmir (región de Murcia entre los siglos VIII y X).
Finalmente, en el año 1243, el Castillo de los Mirabetes cae a mano de las tropas de la Orden de Santiago. Es posible que en ese momento se hubiese fundado la población de Volteruela (o Bolteruela según otras transcripciones), nombre que a finales de siglo XV es sustituido por el actual de Puebla de Don Fadrique.
Después de estos interesantes apuntes de historia, extraídos del libro de Ángel Ortiz y Romualdo Doménech, pasamos a presentar a sendos personajes de Marvel, que están haciendo todo lo posible por engatusarme, adularme con el fin de ser fichados para futuros reportajes. Todo dependerá del grado de interacción y empatía que sean capaces de desplegar; de su efectismo cromático y sobre todo, de lo livianos que puedan resultar para ser transportados. Hulk pesa un quintal y me lo tengo que pensar un rato si de cargar con él durante una larga ruta se trata. Y si encima se lleva compañía es el acabose. Me deja aniquilado y maltrecho durante al menos tres días. Diremos en su favor, no obstante, que no tiene parangón con otras figuras en cuanto espectacularidad y efecto expresivo se refiere.
En fin, de momento no parece que causen daño a la vista, mal efecto estético ni me dejen en mal lugar. Los tenemos en periodo de prueba y ya veremos con el tiempo y una caña lo que son capaces de ofrecer, juntos o por separado. Ahora más adelante, cuando demos cabida al apartado musical, entrarán de nuevo en acción.
Aquel es el observatorio del Calar de la Puebla.
Se halla operativo aunque de momento, yo me lo encontré sellado con un candado. Su puesta en servicio permanente sospecho que será inminente.
La carretera A-330 que viene de Almaciles.
La parroquia de Santa María de la Quinta Angustia
Nos recreamos en el vasto y despejado horizonte que tenemos en derredor, jugando a identificar las montañas cuyas cumbres la mayoría hemos hollado...sierra de las Cabras, Guillimona, Sierra de Moratalla, Mojantes, Sierra de la Zarza, Sierra Montilla, Sierra Bermeja, Sierra Seca etc.
Esta es la popular Piedra de la Rendija y ahora se entenderá el porqué de su topónimo.
Bonita y coqueta subida al observatorio.
Mirando hacia La Sagra
Hacia el objetivo de la cámara
Personajes del Universo Marvel en La Sagra.
De lo más sui géneris.
De lo más sui géneris.
FINAL PRIMERA PARTE
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