21 enero 2020

POR LOS MONTES DE VENTA LA REJA. MUELA DE CODOÑAS VII

Seguimos en la muela de Codoñas y no sé, no me terminaban de convencer, carajo, las fotografías que formaban parte de esta segunda parte que ya hacía un tiempo había dado por rematada, así que me acerqué de nuevo a la muela de Codoñas, en un precioso día de principios del mes de febrero, temperatura casi primaveral, con la idea de hacer un nuevo reportaje fotográfico y de este modo, sustituir las fotos que no me gustaron junto con la adición de otras nuevas que parece me dejan algo más satisfecho. Como son bastantes, añado una tercera parte dedicada a la muela de Codoñas. El texto no obstante, sigue invariable.
Continuamos empeñados en ir comentando algunas de las cuestiones que nos plantea el señor Arteta a propósito de la muerte y de lo que, desde su fúnebre idea dimana, contando para ello con la emoliente ayuda que nos proporcionan estos paisajes. El escritor, con sus variantes y flecos, casi siempre la desarrolla derivada o sobrevenida esta, en la enfermedad o la vejez. Una muerte tranquila por así decir, si es que el mero hecho de la idea de finitud que sugiere, puede llegar a serlo. (En la imagen inferior, el cerro de la Cabeza Gorda que más tarde visitaremos)
 En mi caso, me he tropezado muchas veces con ella, casi siempre de forma inopinada y violenta, en accidentes de tráfico. La muerte es la misma, quiero decir que el cuerpo deja de respirar y por tanto la vida cesa de fluir pero no es lo mismo, supongo, disponer de tiempo para pensarla y atormentarte con su apabullante comprensión, que recibir el zarpazo de la muerte, ¡zas!, así, sin enterarte, plis-plas, todo se acabó, y con un cuadro desolador alrededor. Con este panorama, puedo asegurar que queda poco espacio para la lírica y yo diría que hasta para la filosofía. Para ello habría que tomar distancia o dedicarse a otra cosa pues la realidad casi siempre supera lo más horroroso imaginado, cercenando de paso cualquier disposición para la abstracción. En una situación así me gustaría ver a mí al escritor, que imagina la muerte y sus derivadas desde la cama, y desde este supuesto, supongo que se le puede aplicar mejor el viso filosófico y ramificaciones que a él mejor le convienen. Digamos que arrima el ascua a su sardina. Pero es lo lógico en un filósofo escritor que dada su edad y actuales circunstancias, escribe desde la posibilidad más probable en que algún día le llegará la muerte. Pero ¡ojo!, eso hoy, porque hace unos años tenía que llevar escolta, ya que el grupo terrorista ETA, lo tenía amenazado, así que, este buen hombre al que yo admiro, habrá tenido tiempo más que suficiente para pensar en una muerte, la suya, en condiciones bastante más pavorosas y menos reposadas que las de ahora.
Establecer cierta distancia sobre la idea de la muerte, nunca viene mal, para así desdramatizarla y acaso olvidar, de forma momentánea, que algún día formaremos parte de aquellos que dejarán de existir para siempre. Mientras aporreo el teclado, (y veo que a través de la ventana caen gruesos copos de nieve) me viene el pensamiento de que muy distinto sería mi actual estado de ánimo y desenfado si en estos momentos me hallara yo mismo luchando contra una grave enfermedad. Todo mi respeto, consideración y ánimos para aquellos que pudieran hallarse ahora en ese proceloso trance.
No deja de asombrarme el ejercicio de desfachatez que despliegan algunos cuando atribuyen sentimientos y deseos a los propios muertos, sobre todo cuando esos deseos imaginarios les favorecen o coinciden con los suyos. Se dice sin sonrojo alguno que al difunto le hubiera gustado ver a sus amigos y familiares, felices y risueños, cantando y bebiendo, tocando la guitarra en su propio entierro, disfrutando de la vida como si tal cosa y que si, rememorar deseamos al muerto, que lo hagamos en plan alegre y festivo, como a él le hubiera gustado evocarnos a nosotros, si hubiesen sido otras las tornas y se hallaran intercambiados los papeles (¡cuanta chuminada campestre!).
 Descartada la intención de librarnos cuanto antes de su molesta vigilancia de ultratumba, me inclino a pensar que se trata de un cierto remordimiento al descubrir la rapidez con que ya lo estamos olvidando. Vamos pues, a congraciarnos con él para librarnos de la culpa. Es una excusa que nadie nos pide, que se adelanta a un reproche que aquél no va a dirigirnos. Lo que hacemos es responder a un cargo que parte de nuestra conciencia, avergonzada de no saber guardar el duelo. Pero es que, además de engaño, es un embeleco innecesario y estúpido. Si el difunto pudiera ahora experimentar sentimientos y deseos como los vivos, tendría que reprocharnos lo contrario de lo que nos conviene imaginar. Al desaparecido le apenaría nuestro creciente desapego frente a él. Incluso nos rogaría un recuerdo y una atención más patentes y duraderos. Si por él fuera, nosotros viviríamos en adelante para conmemorar su vida y muerte. Los muertos serían unos inmensos egoístas y se creerían con el mayor derecho a ello. Se les ha arrebatado la vida, lo más valioso que poseían; sólo por eso los supervivientes les deberíamos ofrendar cuanto podamos darles como recompensa. Nos tendrían envidia, querrían estar en nuestro pellejo, nos suplicarían que les dedicáramos siquiera un minuto al día durante el resto de nuestra afortunada existencia, uno de esos incontables tiempos vacíos y muertos que nosotros, aún vivitos y coleando, derrochamos como calderilla.
Es normal que resulte tan tentadora la idea de creer en un dios benefactor al cual abrazarnos como un asidero en el que apoyarnos y calmar nuestro miedo y desconsuelo. De ahí lo comprensible de la capitulación del creyente, y tanto más cuanto más cercano se intuye el final. Quiero suponer que no sólo es una tentación, sino también un recurso incontrolable hasta para el ateo, a quien le procura algún sosiego por más que sospeche o tenga la convicción de que su invocación carece de destinatario. Será un autoengaño, un placebo espiritual, pero adivino que le calma. Aquí nada se espera y, sin embargo, se necesita esperar. Es curioso que, al sentirnos más solos, acabemos mejor acompañados: nada menos que en compañía de Dios. Si creyéramos en su existencia, claro está.
Si en la anticipación de nuestro último trance predomina el temor al sufrimiento físico y a las angustias psíquicas, nada más lógico que desear un desenlace lo más inesperado, corto e inconsciente posible. Por tanto, debería reconsiderar aquel ideal que expresaba en la muela del tío Evaristo sobre lo de mantener hasta el último segundo, toda la lucidez necesaria, que me permitiera verme, cara a cara con la muerte, admitiendo, muy al contrario, que estaba equivocado y que lo deseable sería un tránsito lo más instantáneo posible. Me pregunto si mi intención primigenia tendría que ver con el solemne y elevado concepto que tengo sobre lo que significa ser humano, de su dignidad e idiosincrasia que le trasciende... y hasta de la ufana esperanza de que en esa lucidez mantenida en mitad del suplicio fuera a revelarse algo insólito que solo me estuviera reservado a mí. La experiencia tiene demostrado empero, que basta un dolor fuerte y prolongado por breves minutos para que uno desee morir o, por lo menos, librarse de ese dolor de forma instantánea y al precio que sea.
¿Por qué tantas personas, en las fases postreras de su dolencia, se niegan a recibir a amigos o parientes? Quizá porque ya han dado el paso y se sienten más cerca del otro barrio que de este. En su interior, la distancia que ahora les separa de los otros es ya insalvable. O bien por esa idea de la propia dignidad que el moribundo imagina degradada e impresentable a partir de su propia degradación. Además, para quien está en las últimas, carece de sentido volverse hacia las cosas penúltimas. Representaría un evidente sin sentido fingir aprestarse de nuevo a los deseos de restablecimiento que nos expresan las visitas mientras resulta imposible ocultar los signos que revelan que nuestro final está cerca. En general, el enfermo terminal ve más allá porque ve la fugacidad de la vida desde una perspectiva desesperada y única. Los sanos se olvidan de la muerte pero el enfermo la tiene siempre presente porque el dolor interior afila el pensamiento. El sufrimiento abre los ojos, ayuda a mirar cosas que de otra forma nunca hubiésemos percibido. Está claro que para saber qué es la vida, no hay mejor compinche que la enfermedad. Por eso, cuando uno acude con el corazón encogido, a "despedirse" del amigo, todo eso de lo que debería hablarse estará de más, y del resto resulta inútil hablar. ¿Para qué, si no vamos a entender nada de las pesadumbres en las que él no para de meditar? En último término, quizá la negativa a ser visitado se funda en que los demás sólo acudirán en su condición de saludables supervivientes y, así, verles sería una probable ocasión para un mayor abatimiento del desgraciado que sabe, tiene los días contados.
También suele ser frecuente que cuando alguien muere tras penosa enfermedad, no falta quien exprese para consuelo de sus familiares que ha sido lo mejor para él y que por fin ha descansado. Obviaremos, como sucede con frecuencia, que este piadoso juicio provenga de un pariente o amigo del muerto con el que hacía un milenio que no se veía y que ahora poco importa que venga a verlo. Pensemos sólo en sus más cercanos que le han querido y se conduelen de veras. Estas almas bondadosas, conscientes y sabedoras del suplico por el que ha pasado el entorno más próximo del finado, tendrán también palabras de consuelo y comprensión hacia ellos. ¡Cuídate, le expresarán también a la viuda o viudo, que bastante has hecho por él…!. De hecho, el ritual lingüístico funerario admite ambas fórmulas. Nuestro comprensivo y filantrópico amigo intuye que agonía significa lucha y que en ella han participado, en grados diversos, tanto el paciente como sus allegados más íntimos.
Por lo general, no hay que dudar del verdadero afecto y piedad de quien pronuncia estos deseos porque cada cual, cuando los emite, piensa de manera indirecta en su propia muerte. De lo que cabe dudar es de que el difunto, si fuera posible, los compartiera.
En realidad le atribuimos un placer en el perpetuo descanso que según todos los síntomas, tiene vedado experimentar. Como vivos que estamos, incurrimos aquí en la misma proyección de nuestros sentimientos e impresiones sobre el muerto pues sospecho que si este fuera capaz de experimentar sensaciones, puede asegurarse sin lugar a equívoco, que el llamado descanso eterno, sería para él un inmenso cansancio y aburrimiento. Si pudiera resucitar nos diría con reproche que esa paz que le deseamos, que nos la metiésemos por sálvese la parte. Que maldita la gracia que le hace la idea de la paz infinita y eterna. A decir verdad, nadie se pone a preguntarle al que está a un paso de diñarla si quiere descansar para siempre o si prefiere permanecer aquí cansándose lo que haga falta, prolongando así su agonía y de paso la de alguno de sus parientes.
 Tengamos también mucho cuidado con ciertas expresiones ordinarias. Ahí está ese "pasar a mejor vida", un eufemismo que sólo puede salir de la boca de un creyente en la resurrección de la carne. Si no, ¿cómo va a ser mejor la vida cuando deja de ser propiamente vida? Fulano "se ha ido", nos decimos también para significar que ha fallecido. Pero en realidad se lo han llevado; por regla general, nadie se va por gusto para no volver y la verdad sea dicha, tienen más bien que arrastrarlo, incluso cargándolo a hombros, contra su voluntad.
La muela de Don Evaristo en la foto superior y cerro Rodero en la  inferior. Sierra Espuña al fondo.
 Me dirán algunos que no es la primera vez que han oído del enfermo o persona muy anciana confesar su deseo de acabar de una vez por todas con su suplicio y aguardar así la muerte como una liberación de su angustia. La impresión que uno tiene es lo que ya expresábamos más arriba, que lo que se columbra en estas dramáticas circunstancias, es más bien un deseo de que por fin finalice ese insoportable dolor que le convierte la vida en un infierno que un deseo real y metafísico de poner fin a su existencia.


Basta sin embargo un instante de bienestar, de remisión del tormento, para que se olvide esa trágica determinación. “Pero es que su dolencia es irremediable, ya no le aguarda sino el sufrimiento…”, se dice a veces con mucha razón. En tal caso, hemos de consultarle con toda franqueza si desea que le ayudemos a acortar ese calvario y que un médico autorizado ponga su saber al servicio de tal deseo. Si somos dueños de nuestra vida, parece lógico pensar que también hemos de tener potestad para decidir el momento de nuestra muerte, cuando aquella ya no nos sale a cuenta. Pero nosotros, los partidarios con buena conciencia y en según qué casos, de la eutanasia, preguntémonos también si esos puntuales momentos de lucidez, satisfacción o mínima expectativa del desesperado, si esa fruición con que paladea cualquier migaja de vida, por pequeña que sea, pueden compensarle de sus últimas habituales miserias físicas y existenciales. ¡Es que ya no es humana ni digna la vida que lleva esa pobre criatura…! objetará algún altruista humanista. ¿Y quiénes somos nosotros para marcar la raya de separación entre lo humano y lo que deja de serlo? ¿De verdad no hay en esa mirada del paciente, en aquel leve gesto de cariño hacia sus hijos, en la leve sonrisa…vida genuinamente humana?

Las más de las veces, lo que expresa la persona en edad provecta o enferma al proclamar su deseo de morir es ante todo su irremisible desolación. Se ve tan inútil, se sabe tan improductivo y tan cargante, se siente tan solo, que aquel deseo viene a ser su reacción lógica y natural. Es muy probable que haya aceptado su pena de muerte como si nada tuviera que ver ya con los vivos. En muchas ocasiones, tras de una larga y penosa enfermedad, quien descansa de verdad con esa desaparición es el superviviente, y más aún quien le ha acompañado en sus últimos días. El vivo es quien traduce su propio agotamiento en el debido descanso del muerto. Lo cierto es que el vivo no aguantaba más. No sólo, ni sobre todo, las horas de sueño perdido, los sobresaltos junto al lecho del moribundo o el trajín que se organiza a su alrededor. Lo que ya no podía soportar era el espectáculo de la muerte del otro, en la medida en que, inevitablemente, era la escenificación con ligeras variantes de la suya propia.

Por eso resulta tan corriente expresar que, como nada se podía hacer, lo mejor era “marcharse” cuanto antes. A primera vista, parece una constatación de lo inevitable. Pero, a una segunda ojeada, bien podría tratarse de un subterfugio más o menos interesado. Como si fuera un intento de acallar la incertidumbre de si habremos acompañado lo suficiente al moribundo, de si en trance tan crítico le hemos dado todo cuanto estaba en nuestra mano. La duda siempre queda.
Es que a lo mejor, la distancia entre la vida y la muerte debería contar con una obligada transición; que ese tablacho que marca la divisoria entre lo uno y lo otro debiera sernos advertida. Que faltando un mes para dejar de existir, fuera como fuera, tranquila o violenta, algo o alguien nos dijera, ¡eh!, te quedan treinta días de vida, así que a ver como te las apañas, tú sabrás como los aprovechas. Mucha gente se bloquearía claro, sobre todo personas jóvenes a los que todavía no les hubiera dado tiempo vivir lo suficiente. Ya no te digo los padres, como se lo tomarían. Pero qué pijos, el género humano sería todavía más egoísta de que, de por sí, lo es ya, pendiente siempre de la llamada. Así no se podría vivir, sabiendo cuando te vas a morir y disponiendo de tan poco tiempo para reaccionar. Es más, si me apuras, ni siquiera con que nos concedieran diez años de plazo existencial nos parecería suficiente porque esa espada de Damocles pesaría demasiado sobre nosotros. Yo no se como gestiona una noticia así, un enfermo valiente que pide al médico la verdad y este le dice que le quedan tres meses de vida.
La muerte es mejor que te pille de sopetón, como lo hace la del prójimo, en la que nunca piensas, salvo cuando tiene lugar y nos hace reparar en la nuestra, porque siempre se mueren los otros, pero algún día, por mucho que me cuesta reconocerlo, también yo seré uno de ellos...y entonces, no sólo me sobrevivirá lo que ya conozco y pronto perderé: esta luz, este paisaje, todo cuanto me gusta y que no se extinguirá conmigo. Lo que viva después de mí, lo que sobrevenga al mundo en mi ausencia, imagino muy a mi pesar que será algo mucho más impresionante que lo que ahora conozco. Albergar esta cruda certeza me hace pensar en que podemos intentar olvidarnos de la muerte, esconderla en lo posible, preterirla..., pero es una imprudencia afrontarla, acogerla incluso ignorarla como si tal cosa. No puede ser una inconsciencia inconsciente. Resultaría inexplicable que nos olvidáramos de nuestra propia mortalidad, de la congoja de dejar de ser. No podemos engañarnos tanto. A su insondable comprensión lo más que podemos hacer es acercarnos a ella con temor y temblor, bien es cierto. Nos dejará una irremediable tristeza, más cierto todavía, pero al menos es de suponer, que estaremos preparados y concienciados ante "la única y más terrible verdad" que se nos avecina...
Bueno, de aquí al final, vamos a respirar, desengrasar y olvidarnos un poco del recio asunto que llevamos entre manos. Es lo que tiene, las ventajas digo, de irse apoyando en el paisaje, al margen del luctuoso asunto de que se trate. ¡Hale!, punto y aparte.
A la muela de Codoñas me llevé unos cuantos discos, que hace tiempo que no pinchamos arqueologías musicales de las nuestras. Aunque a veces me desanima el hecho de que algunos de los enlaces, al cabo de un tiempo, se desactivan y me los encuentro caídos. Los discos siempre los cojo a voleo, y a veces hasta se me olvida, después de haber pensado a propósito en algún autor en concreto. En esta ocasión también los cogí al azar y la mano de la chiripa, esto es lo que en la muela de Codoñas, a escuchar nos invita...
Un tema que en su día sembraría el ardor guerrero concupiscente más encendido y apasionado entre los amantes de medio mundo y parte del extranjero...estímulo y ejemplo de confianza en sí mismos para feos también de todo el orbe. Si el orejas con ojos batracios del Serge fue capaz de ligarse a la bellísima Jane Birkin, no me extraña que Hulk aspire a llevarse al huerto a cualquier guapa moza que se le ponga por delante.

Este tema siempre me gustó. Ganador del festival de eurovisión del año 1976 interpretado por la guapísima Catherine Ferry. Aquí presentamos sendas versiones, en francés y español.


Esta alocada banda de New Jersey, siempre ha sido una de mis preferidas. Ya la hemos traído aquí en más de una ocasión...hoy lo volvemos a hacer.



Sin duda que el cantante de boleros por antonomasia no necesita presentación. De los muchos buenos éxitos que contiene la cinta de casset que hemos traído a Codoñas, escogemos dos de los más representativos.


Licencia canalla de parte del autor de este blog, que no precisan mayor comentario. Donde habiten las bellas, gráciles y sinuosas formas del cuerpo de una mujer, que se quiten cualesquiera otras...
Earth, Wind & Fire en español Tierra, Viento y Fuego, conocidos también como EWF, es un grupo musical estadounidense, formado en Chicago (Illinois) en 1970. Fue fundado por Maurice White, fallecido no hace mucho. Utiliza varios géneros de música, una fusión de disco, R&B, funk con el jazz, soul, gospel, pop, blues, música africana y rock and roll. Durante su carrera han sido 20 veces candidatos a los Grammy, ganando 6 premios y si tuviera que elegir, se trata seguramente del grupo de música que más me gusta. En los años 80, me conquistaron con este elepé que compré en El Corte Inglés, después de hipotecar varias pagas de fin de semana que tenían a bien dispensarme mis padres. El disco es Faces, de 1980 del que extraemos tres temas. And Love Goes fue el que más sonó en las por entonces principiantes emisoras de radio que emitían, cágate lorito, en frecuencia modulada y estéreo...toma ya. 



Hoy también hemos traído a Kenny Rogers, uno de nuestros preferidos habituales que tampoco necesita presentación.



Y si existe un artista que realmente no necesita presentación es este. Ya decía yo hace unos meses que nos llegaban noticias preocupantes acerca de la salud de Camilo Sesto. Al poco tiempo se confirmaron mis temores. Hoy traemos aquí, homenajeando su memoria, el disco que me dio a conocer a este genial cantante y compositor español, artista de talla mundial que falleció a principios de septiembre del 2019, a los 72 años.


Enterarme de la muerte del cantante alcoyano me supuso todo un mazazo. Andaba al corriente de que se encontraba mermado de salud, por sus habituales problemas renales, pero no más que otras veces, así que me sorprendió conocer tan fatídico e imprevisto desenlace. Anduve en estado de shock durante bastante tiempo, y por ello, aquella aciaga mañana, no se me ocurrió otra cosa mejor para mitigar mi tristeza que desahogarme mediante un atracón de canciones camileras, aprovechando una caminata de cuatro horas y media por la sierra de Burete. En la soledad e intimidad del monte y arropado de la naturaleza, podría llorar a pajera. Ya no era la muerte en sí del artista, que también, sino la cantidad de recuerdos y momentos impagables que su música y canciones, en agitados torrentes, evocaban en mí. x Te vas amor, pero te quedas porque formas parte de mí…La banda sonora de nuestras vidas está repleta de inolvidables canciones de Camilo Sesto, que los años convirtieron en himnos, grabados a fuego lento en nuestros corazones. El éxito de Camilo radicaba en las letras de sus canciones, melodías sugerentes, estupendos arreglos, calidad interpretativa a la par que elegante puesta en escena, acompañado todo ello de una potentísima y modulada voz, atributos que eran capaces de persuadir y conquistar al más indolente.
A estas alturas, ensalzar las bondades de este genial e irrepetible artista, parece accesorio, ni preciso es contabilizar los innumerables éxitos obtenidos como autor y estrella de la canción, a este y el otro lado del atlántico; ni de sus fracasos ni problemática involución personal, que como muchos otros artistas, arrostró durante toda su vida.
Yo lo conocí a principios de los ochenta, a través de una cinta de casset, ya en las postrimerías de su época dorada. La cinta daba vueltas y vueltas en el Grundig que teníamos en casa, mientras escuchaba a mi hermana tararear hasta la exasperación una y otra vez, el Perdóname, Tres veces no y el Vivir sin ti contenidos en la cinta. -¡Qué hartura, la virgen santa...! -¡Esto es insoportable!, refunfuñaba. No me dejaba leer ni concentrarme en Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne, ni estudiarme la lección de naturales que me iban a preguntar al día siguiente. Procuraba no prestar demasiada atención a aquel indigesto ruido, tan meloso como empalagoso, ¡ay qué horror!, cosa de crías, rezongaba, propio de zagalonas ñoñas, cursis y románticas, que gustaban de mariquitones de pantalones ajustados marcando paquete y pelos largos como los Pecos, Pedro Marín, Ivan, Miguel Bosé, Leiff Garref y otros zampabollos del estilo, que cualquier chica adolescente de entonces, tenía en formato póster, pegado con chinchetas sobre alguna de las paredes de su casa. Un día, me encontraba yo a solas en mi habitación y, misterios de la vida, eché de menos escuchar las canciones de esa cinta tan trillada que escuchaba una y otra vez mi hermana. Allí estaba, aunque eso sí, la puse bajita no fuera que alguien me sorprendiera escuchando al guaperas del que tanto despotricaba y me burlaba. Joder, ahora que pongo atención a la letra de la canción, joder joder, lo mismo que me pasa a mi con fulanica, los pelos de punta...ahhhhh!
j Jamás me cansaré de amanecer pensando en ti hEsperando oír estas palabras yAmor mío he decidido volver laralí laraláaaaaaaaa!!!

El disfrute de aquella cinta me condujo a un penoso descubrimiento, a la inconfesable constatación para mí mismo de que por mucho que tratara de ocultarlo, era en realidad un julandrón romántico, un mariposón sensible, otro de esos patéticos horteras sentimentales que tanto había criticado. Me tuve que meter mis fatuos alardes de varonil chicarrón bullero por el recto y a partir de aquí, asumir que me gustaba Camilo Sesto. 
Aquella cinta conformó la primera banda sonora de mis momentos más íntimos que terminaron forjando el carácter del adulto sentimental que acabaría siendo después. Aquella cinta marcó el despertar de lo sensible, lo oculto, la exploración de mis más profundos abismos. A Amaneciendo, siguieron otras cintas de Camilo y de otros muchos autores que ya existían y que fui descubriendo después. Pero Camilo Blanes fue como el primer amor, ese que nunca se olvida. En aquellos tiempos, disponer de su música en el coche representaba tener un as en la manga, un visco engatusante y pegajoso donde la avecilla se quedaba pegada; un reclamo, un gancho, un anzuelo musical con que atrapar a la incauta paloma que se hacía la tonta inocente para camelar al erubescente pichonzuelo fanfarrón que en realidad eras tú. Por mucho que digan, la mujer siempre ha nacido con un título de álgebra geométrica bajo el brazo. Pero el de Alcoy tenía un algo especial que las embrujaba sin remisión. Su planta, su melena, sus labios cantores, sus letras, la música, la voz, la interpretación de los temas las enardecía y estimulaba de tal manera que quedaban dispuestas y a punto de caramelo para la cópula. Al menos en teoría, que cosa muy distinta era la realidad, de la que yo nunca pude aprovecharme ni comerme una rosca, ni siquiera bajo el influjo de Camilo Sesto, aunque nunca me faltaron ni las ganas ni el tesón necesarios para intentarlo.


Descansa en paz amigo. Mi generación y la anterior a la nuestra, nunca te olvidaremos. Nuestros recuerdos de juventud y aún los que forjamos después, irán siempre de la mano, con las bonitas canciones que nos has dejado como legado. Tiempo glorioso, memorable, inolvidable, único que ya nunca jamás volverá...ahhhh! (tono lastimero y nostálgico). yTe vas, pero te quedas porque formas parte de mí...laralí laraláhe 
Para terminar con la selección musical que nos hemos traído a la muela de Codoñas, vamos a escuchar a este guapísima artista de finales de los noventa y principios del dos mil que sacó al mercado dos o tres discos de un ritmo bailable bastante pegadizo y resultón. Lutricia sigue activa y se ve que sigue publicando alguna cosilla de vez en cuando. Me encanta.





Bueno, que no se diga que no ando yo también, bien acompañado...
FINAL SÉPTIMA PARTE


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