Antes de llegar al pantano de La Risca, tuve que parar a cambiarle el agua al canario y de paso, tomarle esta fotografía al cortijo de la Tercia Vieja. En toda esta comarca existe una gran diseminación de cortijos, de moderna construcción unos, restaurados otros. Casi que prefiero fotografiar escombros o amenazantes ruinas por la ausencia de cables o antenas indicadoras de progreso.
La presa de La Risca está ubicada en el cauce del río
Alhárabe, a su paso por la pedanía del Campo de San Juan, teniendo este su nacimiento a tiro de piedra del embalse, en las inmediaciones de El Sabinar.
El Alhárabe es un afluente del río Segura y recorre el norte del extenso municipio de Moratalla
en la región de Murcia, pasando por la altiplanicie del Campo de San Juan,
el estrecho valle de montaña que se abre entre la Sierra de los Álamos y el
Lanchar (donde se sitúa el paraje de La Puerta) y la huerta de Moratalla. En dicha huerta fluye al Alhárabe el arroyo de Benamor, que
nace en las Casas de Benamor, pasando entre la Sierra del Buitre y la de los
Álamos y flanqueando el núcleo urbano de Moratalla por el sur. Desde el punto
de unión de los dos ríos, el Alhárabe también es conocido como río Moratalla. En este último tramo discurre por el espectacular paraje del
estrecho de Bolvonegro, desembocando en el Segura en las proximidades del
Santuario de Nuestra Señora de la Esperanza, en Calasparra.
El pantano casi siempre luce raquítico, con poca agua pero he leído de fuentes fidedignas que cumple una doble función de control de inundaciones y gestión de riegos. De hecho, en mi segunda incursión a estos andurriales, en los días precedentes había llovido a mansalva, estaban los caminos y campos encharcados y la presa liberaba agua a pajera. El embalse de La Risca está ubicado en un paraje de extraordinaria belleza y alto valor ecológico y patrimonial. Muy cerca de aquí existen localizados numerosos abrigos con arte rupestre del hombre neolítico, representando en la roca, escenas de caza y mujeres, ataviadas ellas de coquetos peinados y plumas. También en lo alto de Bajil,
existe un dolmen funerario de la época prehistórica. Desde aquí se pueden contemplar las impresionantes cuevas de Zaen y el macizo de la Sierra de Villafuerte, lugares conocidos entre los habitantes por sus nacimientos de agua. La presa está habitada por toda clase bichos alados, rapaces, patos y garzas reales, además de anfibios como ranas y tortugas. Es un lugar de grandes contrastes: a un lado los interminables campos de cultivo salpicados por hileras de esbeltos chopos; a otro las vastas y abruptas sierras salpicadas por las distintas tonalidades de las diferentes especies que la pueblan.
En las dos excursiones que tuvieron su inicio en el pantano, me acompañó Viky, que después de haber pasado una mala racha de achaques varios, incluso con una leve operación quirúrgica de por medio, a día de hoy parece que se halla en óptimas condiciones físicas y locomotoras.
La aldea de La Risca y al fondo El Lanchar (1434m)
Cogemos el sendero GR7 para abandonarlo al poco.
(El GR 7 es un sendero de gran recorrido por esta Región
plena de biodiversidad y de Historia. Las comarcas que atraviesa, en su sentido
norte sur, son variadas y de un interés natural y cultural inigualable para
conocer su patrimonio. Hablamos de las estribaciones de la sierra del Carche,
parque regional, y los campos de secano que hay entre ésta y la sierra Larga.
Junto a la sierra de Ascoy se aproxima a Cieza, donde se encuentra con el río
Segura y conecta con el GR 127, que acompaña este valle desde el Cenajo hasta
Guardamar. En cieza el GR se recrea en su vega hasta buscar el Almorchón y la
presa del Cárcava, recorriendo la parte oeste de los Almadenes del Segura hacia
el embalse de Alfonso XIII. Sigue el borde de la sierra del Molino por su cara
sur hacia Calasparra. En Calasparra bordea el monte de San Miguel hacia el
valle del río Benamor y el río Moratalla hacia la ciudad del mismo nombre,
siempre con campos de secanos y con vistas impresionantes sobre montañas que
hacen de escenario a la naturaleza. En Moratalla se adentra por el valle del
río Alhárabe hacia las tierras altas de La Risca, Sabinar, Calar de la Santa y,
por la rambla de la Rogativa nos lleva hasta Puerto Alto, en las estribaciones
de Revolcadores, la montaña más alta de la Región de Murcia, para pasar por Cañada
de la Cruz y llegar a Granada por el Collado del Almacilón. Son ambientes y
ecosistemas rurales, valles fértiles, campos ricos en labores agrícolas y
ganaderas, montañas, embalses, pueblos y ciudades con miles de años de historia
y con un patrimonio que trasciende el sentido del camino, pero que los agranda
y potencia como una razón más que no sea sólo la de caminar.)
En la imágen inferior, Fotuyas.
En la imágen inferior, Fotuyas.
Majal de la Cruz en el paraje donde se halla ubicado el cortijo de la Fuentecica. El Renault 4 parece que custodia tan bonito y coqueto rincón.
Cortijo de Fotuyas de Enmedio, teniendo a una familia habitándolo de forma permanente. Con uno de sus moradores estuve platicando largamente. Conversación de lo más amena e interesante.
Peñón de Los Tormos con cortijo del mismo nombre, habitado al parecer por unos súbditos ingleses. La antena parabólica no puede faltar en cualquiera de sus viviendas.
Cortijo de la Fuentecica
Al paso por estas colmenas en plena ebullición recolectora "se me pusieron de corbata".
Menos mal que bien está lo que bien acaba. Un poco más y me acribillan.
Por el collado de la Era Vieja pasamos al Cortijo de la Cueva Roberto, o lo que queda de él.
En la entrañable obra de Jesús López García, Y también se vivía, puede leerse un extenso capítulo (siete) que lleva por título Por Molinos y Cortijos. Es uno de los que más me gustan y que en mi modesta opinión, roza la excelencia y le queda redondo. El libro ya deja de por sí, un legado valiosísimo por cuanto recupera testimonios, costumbres, expresiones orales, vivencias, anécdotas... gentes que trabajaron estas tierras, de un valor incalculable, si tenemos en cuenta que de aquí a unos años, ya nadie permanecerá, ni protagonistas ni sus descendientes, entre los vivos, para narrarlas. Y todo ello, en un lenguaje íntimo y evocador que a todos los de por aquí, y de cierta edad, nos toca la fibra y conmueve. No hay que ser un lince para colegir del ímprobo trabajo de investigación y entrevistas que habrá tenido que realizar su autor para rescatar tan inestimables testimonios. El conocer y haber pateado muchos de los rincones que menciona en su obra, transmiten al relato una fuerza y encanto especiales. Sigamos conociendo en boca de Prudencio, (escritor) las historias que vivieron Genaro y Secundino, padre e hijo, entrañables personajes ficticios de esta eximia obra.
De Fotuya a La
Dehesica se va por unas sendas, que cuando el tiempo entra en aguas, se
confunden con los arroyos. Hay una maraña de arbustos, carrascas y pinos que te
atascas continuamente. Fotuya de Enmedio y La Dehesica están relativamente
cerca. Entre ellas solo queda un trozo de monte espeso, que interrumpe durante
un tramo los bancales de riego. La parte que da al río es de La Dehesica y,
aunque el monte deja poco espacio para la labor, como sobra el agua, en poco
terreno cultivaban de todo.
En La Dehesica, ni en
los peores momentos faltó nada, ni hortalizas, ni patatas, ni trigo, ni panizo,
ni huevos, ni nada. Hasta se criaban granados, en los ribazos de unos bancales
que hay junto a unas cuevas donde encerraban las cabras. ¡Anda, que no se
aprovechaba todo bien en aquellos tiempos!
Entonces no había
basura, porque lo poco que quedaba de la comida iba para los animales y la
basura de los ganados a los bancales. La de los humanos, con perdón, era algo
fuerte y había que echarla por ahí, en basureros. Las cajoneras de las bestias
también servían para la tierra.
Plásticos y
marranerías de esas que tenemos ahora no había y las botellas de cristal, si
sobraban, se usaban para echar la conserva de tomate. Se llenaban de tomate y
se calentaban en el horno después de sacar el pan, tapadas con un trozo de zuro
y tres espartos. Con los tomates que se maduraban mucho se iban haciendo esas
botellas que duraban todo el año. A nadie se le ocurría tirar una botella de
cristal. Ahora hasta las tiran en el monte y en las cunetas, que están las
cunetas llenas de botellas y de latas y de plásticos, que hay que ver lo
marranos que son algunos.
En esos cortijos de
la sierra vivían tres o cuatro familias. En La Dehesica estaban los dueños, los
labradores y el pastor, allí tranquilamente. En la Cueva Roberto, otras dos
familias; en el Bancal de la Carrasca lo mismo, y en Hondares cuatro o cinco, además
de los señoritos en verano, antes de que vendiesen la finca.
Ahora todos los
cortijos de esa sierra están en ruinas. La Dehesica lo está desde hace tiempo.
Yo paso muchas veces por ahí y siempre me quedo mirando un rato. Miro y me da
por pensar. Pienso en cómo debía ser allí el paso del tiempo, en el trascurrir
de los días en ese horizonte cerrado; porque en los campos la mirada es larga,
pero en la sierra siempre ves el mismo cenajal, la misma carrasca que no parece
crecer, el agua que corre y zurre, las cabras, punteando la ladera de enfrente,
la línea de la cumbre del majal...
La Dehesica la compró
el padre de la tía Elena en los principios de siglo veinte por seis mil pesetas
y ocho cabras. Las seis mil pesetas, y más todavía, las sacó de una corta de
pinos.
Allí hicieron su
vida. Luego quedaron cuatro. Bueno, tendrían que haber sido cinco, porque una
hija murió de muy corta edad. Todas las muertes son tristes, pero esa fue de
las que todavía al recordarlo te encogen el corazón. La niña estuvo todo el día
jugando con sus primas en Fotuya y repentinamente le entraron unas diarreas muy
fuertes. No tuvo remedio. Se dieron toda la prisa que pudieron, pero río abajo
con la burra se tarda tres horas en llegar a Moratalla. Tuvo que ser muy
angustioso aquello. Pero esas cosas pasaban. Algunos dijeron que pudo ser que a
la niña le echaran mal de ojo. Por lo visto, quien echa el mal de ojo ni lo
sabe, pero tiene esa cualidad o esa puñetera maldición. Yo no creo en eso del
mal de ojo, aunque un colega mío médico tiene sus dudas. Y eso, amigo, son
palabras mayores, porque es médico y medio cree en eso.
Los labradores eran
más, tres hijas y tres hijos. Los tres hijos y el padre se arreglaban solos
para las tareas del campo. Bueno, uno de los hijos, siendo muy joven, contrajo
una enfermedad que lo iba consumiendo poco a poco. Fueron con él a la curandera
de Cañada de la Cruz y al médico de Moratalla, pero el muchacho cada vez más
delgado. El pobre poco pudo ayudar a su padre.
Luego estaba el
pastor, que era un hombre soltero. Ayudaba también mucho en la casa. Cuando
nevaba traía los cántaros de agua y cosas así. El hombre estaba muy apegado a
esa familia y no había forma de que se casara. Por lo visto, después de
abandonar el cortijo se casó, ya mozo viejo. Todos los días le preparaban sus
migas por la mañana y el avío del zurrón. Tenían un buen hatajo de cabras
esturreadas por el monte y las recogía cada día. Solo se quedaban por la noche,
a majá, en los veranos.
Dos perros ladraron y
los cortijeros salieron. Las dos familias estaban dentro de las casas, porque
atardecía. Cuando vieron a los arrieros con las bestias a menos de media carga
de esparto se alegraron. El esparto que necesitaban en La Dehesica lo solían
comprar de Moratalla o, si venía bien, de Tazona a los mismos que lo traían a
Charán y el Rincón de los Huertos, pero les alegró la visita de los arrieros,
porque tenían necesidad de comprar. En la balsa que había en el cortijo solían
poner el esparto a cocer -a remojo-, para después picarlo. El labrador
necesitaba reponer cordajes y tenía todo el invierno por delante para hacer
soga. En esa familia eran bastante mañosos para trabajar el esparto. Soga
cerneja y rabogato, es lo que más hacían con el esparto picao. Y no había año
que no hubiese que hacer algún par de esparteñas para los de la casa.
Con la pleita también
hacían de todo. Esteras, capazos, cestería para la casa. Incluso, cuando había
tiempo, se confeccionaban unos forros para las damajuanas y las botellas. Las
botellas forradas de esparto eran muy aparentes para conservar el agua fresca
en el verano.
Cuando llegaron todo
estaba tranquilo. Como siempre, porque aquello es muy tranquilo. Sin embargo,
parece que era llegar Secundino y se liaba algún zompo. Al rato, pasó un hombre
que bajaba para Moratalla y avisó de que se había encontrado hombres armados en
una fuente que hay algo más arriba de La Dehesica. Dijo que eran emboscados
Para comprobarlo, los de la casa azuzaron a los perros hacia arriba. Y era
verdad. Los animales, cuando olieron a los hombres, se pusieron a ladrar como
locos. Rápidamente se metió todo el mundo en las casas. Se formó un revuelo en
un momento. Los críos corriendo y el averío alborotado. En la casa, como era
normal en la sierra, había un cuarto escondido detrás de unos jergones, donde
se ocultaban alimentos básicos y algún objeto de valor. La zafra del aceite,
legumbres, algún jamón y quizás algo de dinero. En la casa de La Dehesica, al
terminar las escaleras, esa habitación confrontaba con otra, minúscula,
preparada para esconderse y defenderla con la escopeta.
Secundino estaba
acostumbrado ya a los jaleos. Con cierta tranquilidad, ató la burra en la parte
trasera de la casa de los labradores y se fue con los otros hombres.
Por allí se decía que
después de la guerra seguía habiendo emboscados. La gente de aquel tiempo dice
que una vez hubo un tiroteo muy fuerte en la umbría de La Dehesica. Si lo dicen
es porque será.
Pero también había
temor a los robos y fantasías de todo tipo. En Quintero robaron. En el campo de
La Puebla también. Dicen que había unos malhechores que eran unos jodíos.
Sentaban al hombre de la casa en unas trébedes hechas ascuas hasta que decía
donde tenía el dinero escondido. Vaya unos bordes.
También había sitios
con cierta leyenda. En La Cueva de los Morciguillos dicen que había emboscados
después de la guerra, pero yo creo que no. Más bien sería en la guerra y les
llevaban la comida los familiares, como en otros sitios.
En la carretera de La
Puebla sí que hubo un suceso con mala sombra. Unos de Singla iban con una
camioneta, cuando se encontraron unos palos en el suelo al hilo de la
carretera. Se bajaron a quitarlos y entonces les tiraron dos bombas de mano en
la carrocería. No los mataron de milagro. Por lo visto, antes habían pasado
unos camiones de los Vilas, que fueron los que ladearon los palos, porque se
los encontraron atravesados. A ellos no les tiraron bombas, por lo que fuera.
Saberse bien de donde eran los emboscados no se sabe, solo sé lo que ya se dijo
antes, cuando terminó la guerra.
En fin, en esos
tiempos difíciles cualquier cosa podía ser. El caso es que los hombres
estuvieron un rato arriba en la fuente, pero a la casa no se acercaron. Los
preparativos para subir al escondite estaban hechos y el miedo a que se formara
una chicharrina allí, también. Pero al rato, los hombres llenaron agua, se
dieron la vuelta y por allí no volvieron a aparecer. La gente respiró, porque
podría haberse formado una buena carnicería allí.
No sucedió nada, pero
el incidente dio conversación para la trasnochada y para los días siguientes.
Los civiles estuvieron subiendo todos los días durante más de un mes. Allí les
daban de comer. Un mes estuvieron haciéndoles de comer a los civiles.
Calar de Sevilla
Arista y Escalera del Frontón
Cruzando fácil el río Alhárabe. En la segunda ocasión no lo tendría tan sencillo, sin librarme de mojarme los pies.
Se hizo noche y como
en los cortijos siempre se acoge a la gente de bien, Secundino se quedó en la
casa de los labradores, a los que por cierto conocía de cuando estaban en el
Bancal de la Carrasca. Para la cena se pegaron otro festín. Ajoharina, una
fuente de patatas fritas y unos guíscanos fritos, con buen pan de harina de
trigo raspinegro. Como habían amasado el día de antes, había una toña de nueces,
que se deshacía en la boca. Secundino se guardó de comer por lo de los cursos
que había tenido esa mañana y se conformó con un plato de puré de patata.
Al día siguiente,
Secundino ya empezó a recoger trigo para no tener que volver. Lo iba echando en
el costal. Los costales los metía en los arpiles y el artilugio lo tapaba con
una retalera para no levantar sospechas.
De La Dehesica a la
Cueva Roberto se puede subir, pero hay bastante pendiente y el terreno es
dificultoso. El camino serpentea ladera arriba. Menos mal que los animales
llevaban ya poca carga y trazaban con agilidad aquellas revueltas. Recorre unos
trozos de piedra viva y otros de gredero, los cuales, con las lluvias que
habían caído, estaban amanantialaos y llenos de raneros por todas partes. Esos
terrenos blanquinosos, láguenos, no los cultivan en algunos sitios porque son
duros para producir. Pero en esa sierra, como tienen tierra mollar encima y
buena basura de tanta maleza que hay por allí, sí se cultivaban. Los antiguos
sabían muy bien cómo sacarle producto a cada terreno. Si la tierra era peor, se
ponía centeno y en dónde hace algo de cañada o se apacigua el agua, trigo. En
algunas talas ponían garbanzos.
Ahora vas por allí y
te pierdes porque a los caminos se los ha comido la maleza. En los mapas
antiguos salen los caminos viejos, pero muchos ya no los encuentras, porque se
han perdido entre los chaparros o porque han hecho otros nuevos. El camino de
la Cueva Roberto a La Dehesica aprovechaba para descolgarse monte abajo una
vaguada suave, que en su parte final estaba abancalada. Esos bancales hace ya
muchos años que no se cultivan.
Las tierras de la
Cueva Roberto, aunque eran de varios propietarios, las llevaban dos solamente,
unas en propiedad y otras a partió; al cuarto se llevaban allí. Es posible que
haga más de cincuenta años que allí no se cultiva la tierra, pero en aquellos
tiempos vivían dos familias con varios zagales. Trigo les sobraba para vender y
tenían averío de todas clases, hasta pavos. Criaban una buena manada de pavos.
Los pavos se guardan casi como el ganado, aunque si los cabreas se te tiran.
Oye y tiene huevos que se te tire un pavo y te pique. Igual que los gallos, que
también pican si te metes con ellos. Pero los pavos son unos animales
chocantes. Empiezan con un glugluteo y se están así todo el día. Las manadas de
pavos se veían ya brincando los años cincuenta. En la Pascua los bajaban de la
Cueva Roberto a Moratalla a venderlos. Les ponían las agüeras a las bestias, a
dos mulas y una burra que tenían, y las bajaban llenas de pavos. Los pavos se
vendían muy bien esos días.
En esos cortijos de
la sierra, los hombres eran también muy cazadores y raro que no tuvieran para
arreglar alguna liebre, perdices o torcazos, que había muchos por la parte del
río. En las endijas que se forman en los cenajos colocaban puestos, aunque esos
esperaderos también los hacían con montones de piedras en terrenos más
abiertos.
Alimañas también
había. Gatos monteses y ginetas había bastantes. Se decía que si una gineta se
mete al corral de las gallinas las mata a todas, pero no se las come, les
muerde en el cuello, las desangra y se bebe la sangre. Se ve que se alimentan
de sangre. No sé si será verdad, pero eso decían. Los alazores y los gavilanes
les acometen a las palomas y también a las gallinas. Si enganchan a una se la
suben y va palante.
Para lo que sí es
agradecido aquel terreno es para el ganado. Cabras y ovejas. Como en La
Dehesica y en los otros cortijos, en la Cueva Roberto había un buen hatajón de
cabros que casi se criaban solos. Además, al ganado no se le echaba pienso
ninguno. Se alimentaban en los herbazales. Como estaban por ahí sueltos, a
veces, se revolvían los ganados de unos cortijos y otros, por eso iban
marcados. Después del esquileo en el mes de mayo o así, se pegaban las reses.
Eso se hacía con pez. Se metía el hierro en un caldero con pez y allí se
empapaba para marcar la res.
Gabriel, de la Cueva
Roberto, con doce años ya llevaba el rebaño. Y sin perro. Ahora siempre están
que si los perros para guardar el ganado, que si escuelas de pastores y cosas
así. Pero los perros son una cosa moderna. Antes se guardaba el ganado con
piedras. Los muchachos siempre estaban por ahí tirando piedras y eso les servía
luego para aprender a guardar el ganado. Y no te digo con la honda. El que
sabía manejar la honda gobernaba un hatajo de ganado bien fácil, porque las
ovejas cuando sienten el crujió de la honda al lanzarla le hacen mucho caso.
Cuando había nieve era peor, como ya dijimos con aquel muchacho que a lo mejor
le daba estrés el ganado.
Después de cruzar el
río había unos chortales en la tierra láguena que se comían el camino. Justo
allí Genaro empezó a escuchar unos balidos lastimeros. Se tiró para donde se
escuchaban y entonces vio dos ovejas hundidas en el barro. Les asomaba apenas
el lomo y la cabeza. Estaban metidas en el barro hasta los trenques.
- Padre, aquí hay dos
ovejas en el barro.
Los animales por lo
visto estaban allí desde el día de antes. A la gente de los cortijos les
gustaba contar las ovejas para ver si habían entrado todas al corral y la tarde
de antes en la Cueva Roberto faltaron dos al contar.
- Faltan dos ovejas,
mañana al ser de día hay que salir a buscarlas.
No hubo más remedio,
puesto que era casi de noche. Echaron unas voces para ver si estaban cerca,
pero no volvían.
Entre Genaro y su
padre estuvieron intentando sacar los animales pero no hubo forma. Siguieron
camino a dar aviso a la Cueva Roberto.
Pero subiendo se
tropezaron con cuatro o cinco hombres y un muchacho que venían de allí.
¿Han visto ustedes
unas ovejas sueltas por ahí?
¿Que si las hemos
visto? Ahí abajo están las pobres, metías hasta el cuello en un barrizal. Nos
hemos puesto a sacarlas entre los dos, pero nada, que no se desenliaban de
ninguna manera.
Yo siempre he pensado
que las ovejas son unos animales muy tontos porque tiran por lo derecho una
detrás de otra y, si te pones delante, te arrollan. Una vez, iba con la
bicicleta y empezaron a saltarme ovejos por encima y si pocas me vuelcan. Me
saltó una y, ale, las demás detrás. No eran de este terreno, pero eran ovejas,
no eran cabras. Muchacho, que ágiles son para saltar y correr, pero amorran y
si se ven en un lío como el del cenagal te ves negro con ellas, porque parece
que no tienen inteligencia ninguna. Sin embargo, he leído en internet que no
son tan tontas las ovejas. Por lo visto les han hecho pruebas de inteligencia
con cubos de colores y cosas así y son bastante listas para las formas y los
colores. Dicen que se conocen entre ellas y que para eso son más inteligentes
que otros animales. Al parecer, las ovejas se conocen unas a otras en la cara.
Los pastores buenos también conocen a las ovejas. Un pastor es capaz de conocer
a cien ovejas cada una por sí. Yo las veo todas iguales.
El caso es que
tuvieron que sacar las ovejas entre seis o siete hombres a pulso. Llenas como
estaban de barro pesaban más que el plomo.
Eso sí, estaban
desgonzás. No tenían fuerza ninguna en la patas. Se ve que de tanto tiempo
apretando para salir, se habían quedado así, con las patas como trapos. Cuando
las pusieron en el suelo se caían igual que si acabaran de nacer. Se las
tuvieron que echar en los hombros para subirlas al cortijo, a las cuevas que
hay arriba, donde las encierran. Llegaron perdíos de barro.
En la Cueva Roberto
gobiernan bastante basura. Bueno, donde hay ganado y bestias, hay siempre
basura de sobra. La tierra de debajo del cortijo era aparente para el secano y
siempre daba, porque es sitio lluvioso. Lleva ya más de cincuenta años sin
cultivar, pero en aquellos tiempos daba grano. A los secanos no se les echaba
basura. La basura era para las hortalizas y cosas así. Los de la Cueva Roberto
llevaban también unas tierras de riego en Fotuya, igual que los de La Dehesica.
En Fotuya ya sabemos que no falta el agua. En Fotuya de Enmedio ya hemos dicho
que el agua baja por unos arroyos, pero hay más fuentes. Debajo de unas
asperillas que hay en un recodo del camino sale una fuente que en un día llena
la balsa. Así que no le falta agua a nadie. La basura la suben en serones. Los
serones son de una pieza, pero tienen una boca bien ancha y aparente para
cargarlos de basura. De la boca al cujón cogen una buena altura y a la burra le
cuelgan bastante abajo. En la Cueva Roberto daban bastante uso a los serones y
estaban necesitando uno nuevo. Como el serón se lleva bastante esparto, allí
terminaron de vender la carga que les quedaba. En la Cueva Roberto solían
comprarle el esparto a un hombre de Benizar, que lo vendía en manojos sueltos,
pero tampoco tenían compromiso con él. Así que se lo cambiaron a Secundino por
un poco de trigo.
Como era buena hora
todavía y Genaro tenía capricho, se quedaron a buscar unos guíscanos. Los
mismos del cortijo les dijeron que buscaran por el rellano que hay encima de la
cueva y les dijeron bien, porque encontraron algunos, que junto a los que
llevaban de antes, servirían para que los probasen en la casa, en Archivel. Por
encima de Archivel también se crían los guíscanos, en las cuerdas que hay por
El Roblecillo. Pero ese año había en el monte más gente que guíscanos.
En ese tiempo, el
monte estaba lleno de gente, pero por la cuestión de leña para el invierno. De
las cortas de pinos cogían bastante leña y de los chaparros. La mejor leña era
la de los chaparros. Pero se cogía de todo lo que se podía, cepas de sabinas,
de enebros. Ahora, había que respetar los pinos, porque los guardas estaban al
acecho y, según fuera el guarda, podías tener problemas. La gente llevaba
buenas cargas de leña, pero tampoco como ahora, que hacen cortas de árboles
frutales y de las podas. Encargas dos o tres mil kilos de leña, que la cortan
con la motosierra, y te la llevan en una camioneta. Entonces, había que echar
cuarenta viajes con las bestias y rebuscar en el monte. En el otoño se hacía
acopio de leña, pero en el invierno había que salir casi todos los días. Por La
Risca pasaban veinte o treinta bestias cargadas de leña cada día. Los montes
estaban limpios. Cargaban los haces de leña a los lados del animal con ayuda de
unos mozos de madera, y encima el tallo, que lo dejaban secar y servía para caldear
el horno de hacer pan.
En ese tiempo también
había en el monte gente segando tallo. Tallo se siega casi todo el año. Si no
hay otra cosa, se siega tallo. Se lo llevaban para destilarlo a las calderas,
pero también hacía falta para los hornos de pan, como ya se ha dicho.
Los del cortijo
invitaron a los arrieros a quedarse a dormir después de buscar los guíscanos.
Quieras que no, echaron una buena mano con las ovejas y la gente allí ya
sabemos que es agradecida y hospitalaria. Aunque era octubre hubo que encender
la lumbre, porque ese día se había metido una miaja de temporal. En octubre no
se encendía la lumbre todos los días, pero algunos sí. En esas sierras el clima
es bastante frio. Hay que encender la lumbre desde octubre a mayo y, a veces,
en junio y septiembre.
Al amor de la lumbre
estuvieron hablando un buen rato. Salió el tema de los civiles. Menos mal que
ese día no habían venido, porque llevaban una buena temporada pasando por allí
con mucha frecuencia. Se quedaban a cenar y a dormir. Allí estaban a gusto y un
poco apartados del control del capitán de Moratalla. Le decían al del cortijo:
Dé usted una vuelta
por ahí, a ver si se trae algún conejo para cenar.
- Pero, si yo no
tengo escopeta.
El civil se reía. De
sobra sabían que en los cortijos la gente tenía escopeta, pero hacían la vista
gorda. Luego se comían algún conejo. Pasaba lo mismo con el tabaco, que estaba
prohibido. En todos esos cortijos dejaban por allí un trozo para sembrar tabaco
y en la postguerra y después vendían de menudeo. En la Cueva Roberto sembraban
tabaco en un guincho de tierra que dejaban encima del cortijo.
- Venga, vamos a
echar un cigarro.
Esa noche no hubo
conejo, pero no faltó una buena conversación y una olla, que Secundino tampoco
probó por lo de los cursos que había tenido. En esas conversaciones se hablaba
de cosas verdaderas y de fantasía. De conocidos y familia y de sucesos propios
del monte, de las bestias, de caza, de fiesta y bailes. Bueno, fiestas en el
tiempo de la guerra y después hubo pocas. Aunque enseguida empezaron ya los
bailes. Unos años después.
Hablaron de un hombre
que le decían el Largo o el Alto o algo así, que vivía en un cortijo solitario
de la parte de Nerpio y que se había muerto hacía unos días. Al pobre se ve que
se lo comió la miseria. El hombre, por lo visto, se alimentaba de lo que le
daban o de lo que cogía por allí, nueces, bellotas o algún huevo de las
gallinas que había sueltas. El huevo se lo sorbía crudo. Oye, y no le dieron
cursos, ni nada. Por lo visto se hizo muy mayor y no tenía nadie que acudiera a
asistirlo, solo de un cortijo, un poco más arriba, se daban una vuelta de vez
en cuando. Un mierderío en la casa..., llena de ceniza y de mugre. La poca ropa
que tenía la sacaba a un árbol para que se lavara con el agua de la lluvia. Eso
cuando la sacaba, porque al final se lo terminó comiendo la miseria, como hemos
dicho. El pobre se lo hacía todo encima y no se explica la gente cómo vivió
tantos años. En paz descanse.
Hablaron de cosas de
caza y salió la conversación de los lobos.
Esa había sido tierra
de lobos. Se menciona en los topónimos. Cerca de allí hay un sitio que le dicen
la Cueva de la Lobera, que por cierto se crían
guíscanos y también está el Collado de los Lobos.
Por el Collado de los
Lobos pasa el camino que va a Hondares. Justo en ese collado hay una
encrucijada. Un camino que baja de la Fuente Sevilla, que se junta con el de
Hondares, otro que baja de la Casa de los García, que se junta con el de Fotuya
y el de la Cueva Roberto. Pero le dicen "de los lobos" porque por lo
visto una noche se le tiraron los lobos a un hombre que iba de Hondares a
Fotuya y justo allí se lo comieron. Eso es lo peor de los lobos, que no se
conforman con morder, es que se comen la pieza entera, persona u oveja o animal
salvaje, por grande que sea. Si te enganchan tres o cuatro lobos vas listo. De
aquel hombre solo encontraron unos restos de la ropa y el brazo izquierdo.
Aunque hayamos dicho que se comen la pieza entera, los lobos no se comen el
brazo izquierdo de las personas, ni de aquel, ni de ninguno, según cuentan.
En las Sierras de la
Morera y Carreño también había lobos.
Esto fue, por
ejemplo, hace cien años. El tío Paula, que tenía novia en la Casa Puerto, fue
un día a verla. Entonces los hombres llevaban una faja a la cintura de color
rojo. La faja les servía para sujetarse, pero también para ahuyentar a los
lobos. Por lo que sea, los lobos cuando ven la faja se arriman, pero no se te
tiran.
Al tío Paula le
salieron los lobos cuando volvía por el camino que viene por la orilla del
arroyo de Zaén. Cuando los sintió por detrás se le cortó el aliento, pero
intentó serenarse. Se soltó la faja y los lobos le fueron mordisqueando los
flecos, pero se fue aguantando con un nudo en la garganta. Más o menos a la
altura del cruce del camino que se desviaba a las Casas de Rueda, los
perros-lobos de San Juan ya estaban oliendo a sus congéneres. Salieron
corriendo y ladrando hasta donde se cruza el río Grande. Los lobos, cuando los
vieron con los collares de punchos (carlancas), hicieron cuatro aullidos y
salieron a escape por las laderas de la Sierra de Carreño arriba.
A veces las alimañas
se manifestaban de otra manera. Secundino contó un hecho que sabía. Uno que
venía de permiso de la mili, salió de Vélez Blanco para el Estrecho de Santonje.
Era fin de año, que había baile de esos de los eneros. Llegó a Vélez Blanco
oscureciendo, a casa de un familiar, pero se le ocurrió irse a su casa con esa
oscuridad.
- ¡Muchacho!, ¿cómo
te vais a ir? Espérate a mañana.
- No, que me voy.
Al menos tres horas
en la oscuridad, pin, pan, pin, pan. Sin novedad. Pero al pasar por enfrente de
Derde, que está ya cerca y tiene cementerio, le entró un temblor, eh, un
temblor y un cascañeteo de dientes. Pero nada, eso duró unos segundos.
Enseguida se le quitó.
- ¿Y qué fue?
- La zorra que lo
acechó. Te acecha la zorra. Tú no la ves y ella a ti sí te ve. Entonces, al
cuerpo se le mete algo que te da por temblar.
Pero con los lobos
hay mucho recelo. A veces es más el miedo que otra cosa. Una noche oscura iba
uno por las eras de Pontones y oyó.
- Ju,ju,ju,ju.
- Ya está. Es un lobo
y me come.
Luego resultó ser un pastor que estaba roncando.
Pues así transcurrió la trasnochada, con esas y otras conversaciones y chanzas tranquilas, al amor de la lumbre. Secundino también contó cosas de Archivel. Algunas antiguas que se relataban por allí y otras de ahora. Como ya se ha dicho, la gente de Archivel tiene bastante gracia para contar las cosas y Secundino tenía una locuacidad envidiable, que luego heredó Genaro.
Al ser de día, con una mollina que estaba cayendo, ya estaban con las migas. No porque estuviese lloviendo, sino porque todas las mañanas había que hacer migas. Para ir a labrar, a segar, para el pastor o para lo que fuera.
Prudencio piensa que eso de las migas cuando llueve es tontería.
- Me da una pesambre... Si sale un día lluvioso, ale, ya está la gente con que es típico hacer migas cuando llueve. ¡Vaya una leche!, ¿y cuando no llueve qué me dices? Si hace sol ¿ya no se hacen migas?, ¿y qué comían los hombres para irse a segar?
- Pero es que te metes en internet y te salen tíos de todos sitios, diciendo que eso de comer migas cuando llueve es típico de su región. Hay que ver la de tonterías que se dicen hoy día con el tema de lo que es típico de las regiones.
Ahora, a los que les vienen bien esas gilipolleces es a los de los bares. Hacen una sartén de migas y capaz a que ganan cien euros o más. Ale, un platucho de migas, que le sacan más de veinte platos a la sartén, y cinco o seis euros en el lomo por cada plato. Y unas salchichas. Se comen las migas con salchichas. Así es la cosa.
Para el regreso no venía nada mal el día que había salido para que los civiles se pusieran a resguardo y no vigilaran los caminos. Secundino fue recogiendo lo tratado, dejando el molino de Abajo y Capel para el final. Desde Capel, por la cuesta de la Raíces, volvieron a Archivel, donde llegaron un poco después de mediodía con sus dos costales de trigo, alubias, algunos huevos envueltos en paja y unos pocos guíscanos. No estaba mal para los tiempos que corrían. Vamos, ni se había imaginado lo que le iba sacar al esparto dichoso.
Situación de la Cueva Roberto respecto de su entorno
Esta zona tan encajonada del río está surcada de abrigos y vestigios de arte rupestre. Los hombres primitivos en estos asentamientos debían tener relativamente fácil el surtirse de protección y resguardo para el invierno así como de caza y pesca para alimentarse durante todo el año. La saga de Los hijos de la Tierra, con Ayla y Jondalar al frente, bien se podían haber establecido por estos contornos.
Un descendiente de aquellos primitivos hombres de las cavernas
Este recorrido lo hacía sin track, sin guía y me puso a estudiar a ver por dónde y de qué manera pasaba al otro lado, cruzaba el río y superaba estos farallones.
Escalera del Frontón, apenas asomando la arista oeste del ídem que observamos más detalladamente en las siguientes fotografías
Regresando hacia el cortijo de la Fuentecica y su idílico entorno. Parajes de apacible, solitaria y deslumbrante belleza.
Desde aquí hasta el pantano, por pista asfaltada, a toda pastilla para que no se me hiciera demasiado tarde para llegar a la hora de comer en casa.
FINAL SEGUNDA PARTE
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