Al día siguiente, ya sin Viky pues hay que dosificarle los esfuerzos, abordé Garcisánchez por su extremo norte. Estaciono el coche junto a una casa muy apañada que tiene en la puerta un gallo campana. El perro guardián de la choza no para de ladrarme. Reza el dicho que si el grajo vuela bajo es que hace un frío del carajo y si se posa en un balcón, es que hace una rasca del copón. Aquella mañana se helaban las palabras y congelaba el aliento y el grajo volaba tan bajo que ni se veía. Pisé con la puntera varios charcos para comprobar su grado de congelamiento y aquello parecía una superficie de cristal blindado. A uno de ellos le eché una meada de 37º y ni se inmutó. A pesar de los -4º que a las nueve de la mañana marcaba el termómetro del coche, procuré no abrigarme demasiado pues sabía que nada más iniciar la caminata, la accidentada subida me haría sudar. Tuve suerte pues en Wikiloc encontré un track que ascendía el cerro por donde yo pretendía. Me sirvió de mucha ayuda aunque no siempre podía seguirlo justo por encima. Los primeros metros se hacen bastante penosos. No existe senda definida y hay que hacer muchos virajes buscando los espacios menos tupidos de pinos y sotobosque. Al alcanzar la cuerda cimera, me tropiezo, ¡oh qué alivio! con una senda bien perfilada y pateada que tengo la impresión, procede de la umbría, de la cara que da a la Parihuela y El Portugalés. A partir de aquí, el avance se hace mucho más cómodo.
Entre tanta espesura de vez en cuando se produce algún claro que aprovecho para fotografiar el paisaje.
Entre tanta espesura de vez en cuando se produce algún claro que aprovecho para fotografiar el paisaje.
Las solanas del Romero y las canteras de la sierra de La Puerta.
El pueblo de Bullas y el Almorchón ciezano.
Me encuentro un risco muy propicio para el postureo y con un mando a distancia, me hago algunos autorretratos.
Y en esas estaba cuando de pronto, estos bichejos antediluvianos me sorprenden por la solana. No han llegado todavía a la edad adulta y comprendo que solo pretenden juguesquear conmigo pero poco más y me provocan un infarto. Con esas moles, esas enormes quijadas, sus terroríficos rugidos..., no te puedes fiar, pues aunque sea jugueteando, te pueden sin querer, arrancar la cabeza. Así que les grito y enarbolo el bastón en plan "tío la vara", y en vez de asustarlos, acuden dos más.
Después de hacer un poco el paripé y fingir que me tienen muerto de miedo, les doy para dejarlos contentos, media toña a cada uno, que este año han salido muy buenas y sendas obleas de alfajor. Espero que si al final recuperan su verdadera naturaleza carnívora, se acuerden de quien les ofreció estas delicatessen y respeten y no le hinquen el diente a mi pelleja.
He llegado apenas a cien metros de distancia de donde
ayer me di la vuelta. A mi izquierda, intento atisbar una orografía apropiada por la que poder bajar. En vez de empalmar y culminar el track de la víspera, me dejo
llevar por eso que llaman intuición montañera y enfilo un barranco que surge a mis pies. De
hecho parece meridianamente claro que una senda bien marcada viene
desde abajo. Craso error. Ni intuición ni leches. Me volví a enmatojar
otra vez y ¡ay, de qué manera...! Y cuando te ves inmerso en la sombría y tupida umbría, pisando manchas de escarcha congelada, rodeado de espeso
matorral por doquier, de pronto parece que sientes un bajón, un apretón, una flojera, ganas de cagarte en tó lo que se menea, añadiendo a los rasguños de ayer,
otros inéditos que ya acumulas hoy, más un traspajazo, otro arañazo y durante un rato, una china que te muele y aguijonea el pie. Al poco, conecté con una torrentera, y destrepando algunos
pasos rocosos, por fin alcancé terreno civilizado. ¡Oh aleluya! ¡Joder con el
Garcisánchez de los cojones!
Y aprovechando que el río Mula pasa por Bullas, nos acercamos al Salto del Usero porque Hulk no paraba de darme la matraca ya que quería conocerlo y de paso, lucir en lugar tan insigne, su último modelito de la firma Cerruti.
En fin, ya saben mis visitantes que suelo mostrarme bastante benévolo con mis fantoches, así que, enfilamos hacia el bonito rincón porque tampoco cuesta nada hacer feliz a la gente.
Pero claro, antes de que míster Hulk pueda lucir su palmito a tutiplén, para regocijo y disfrute de su cada vez más numeroso club de fans, preciso es revelar, la mercancía musical que en el marco incomparable del Salto del Usero, tenemos a bien presentar para deleite de mi selecto auditorio.
Aunque suene a frase hecha, la música traída hoy no necesita presentación y los artistas de los más diversos estilos que la interpretan, menos todavía. Lo mejor es que sin más dilación, la escuchemos a continuación.
El desfile del modelo de tan distinguida elegancia y recio porte comienza ahora, pero hay que decir que no le falta detalle...facha y merengue...solo echo de menos la banderita de España en la solapa o en la correa de reloj, que todo se proveerá, para obtener el cuadro completo del perfecto fachoso. Hay que ver Hulk, que está el Madrid ahora como para tirar cohetes...en fin, ya hablaremos otro día del asunto, que hoy no tengo tiempo.
¡Ay mi Salto Lucero querido!
En años posteriores, ya
trabajando en mi tierra, me ocurrió una anécdota en el Salto Lucero, que no sé
si divertida o bochornosa, lo dejo a criterio de quien me lea, y que creo haber
relatado ya en algún otro momento y lugar, aunque no recuerdo dónde, si en este blog o en alguna otra
parte, así que la describo de nuevo por si alguien la puede encontrar de alguna
enjundia.
En los duros meses estivales, el
trabajo se me hacía a veces muy duro de sobrellevar y cuando regresaba a casa por la noche,
el efecto de la ducha, apenas me duraba un instante. Descubrí un día por
casualidad, que las benditas aguas del Salto
Lucero atesoraban un efecto no solo vivificante sino refrigerante. Llegaba
al paraje, entres las diez y las once de la noche, en mi moto, provisto de toalla, linterna de petaca (aún
no habían inventado las más eficaces de led, que hoy venden a precios módicos los chinos) y un buen
bocata, maridado (odio este pedante palabro, lo utilizo para que conste en
acta) con una o dos latas de Estrella de Levante. El ritual siempre era el
mismo, lanzarse al agua en pelota picada, sin pensárselo dos veces porque esa
impresión, ese cambio brusco de temperatura que sufre el cuerpo, es lo
que más tarde te proporciona un frescor que permanece y se mantiene durante
toda la noche y facilita que duermas como un bendito, así lleguen las
temperaturas nocturnas a los 30º.
Me hacía varios largos, existiendo
una roca en el centro de la poza que te permitía hacer pie para descansar y
cuando entraban en calor mis extremidades, trepaba hasta media altura, la pared
por donde se precipita la cascada, no sin cierta dificultad y probabilidad de
caída y vuelta a empezar, todo ello con la débil luz que me llegaba de la
linterna, envuelto en el ensordecedor estruendo de las aguas. Cuando lo
conseguía, espatarrado y aferrado con uñas y dientes a la deslizante roca,
colocaba el cuerpo de manera que todo el recio torrente golpeara con violencia mi
espalda. En el culmen de este frenesí salvaje, de esta comunión entre cuerpo y espíritu, tensaba hasta la
fractura, cada fibra muscular y gritaba con todas mis fuerzas, haciendo que mi
atronador bramido, se dejara escuchar en el río Puente, Pasico
Ucenda y quién sabe si también en la Vaera de los Chorros y la cima del
Castellar. Era tal el estremecedor efecto sonoro, intensificado por los ecos
amplificados de la cueva abovedada, que hasta yo mismo me acojonaba. Después de
repetir esta técnica a intervalos durante varios minutos, mi cuerpo quedaba
completamente exangüe. Me dejaba caer de cabeza al agua y exhausto, llegaba a la
orilla donde me esperaban el bocata y la cerveza para recuperarme. Al regreso, conduciendo con
fruición mi moto, siendo plenamente consciente del aquí y el ahora, traspasado de armonía y equilibrio interior, disfrutaba de la
sensación y del momento, del Carpe diem,
como si no hubiera un mañana. Ya podían picarme aquella noche un batallón de
mosquitos, o declararse un incendio en mi casa o en la del vecino, que yo
dormía a pierna suelta como un bendito.
Una de esas noches, repetí la
liturgia, incluidos mis rugidos, bramidos y berridos y entonces, algo en la
oscuridad se movió a mi izquierda.
— ¡Quién anda
ahí!, atroné.
— ¡Tranquilo,
tranquilo!, apenas balbució con voz entrecortada, la voz de un chico.
— Sentí
una vergüenza infinita pero pronto me rehíce.
— ¡Perdonad,
perdonad, qué vergüenza, esto lo hago porque me relaja. No os había visto.
— Entonces
entre gritos habló una chica…
— ¡No
te preocupes que lo entendemos, solo que hemos pasado miedo porque parecías un
poseso…!
¡Vaya vozarrón que tienes!
¡Vaya vozarrón que tienes!
Nos reímos.
— ¡Bueno,
siento haberos molestado e interrumpido vuestras cosas!
— No,
no, ha sido divertido y a la misma vez inquietante, observarte y escucharte, respondió ella, un poco más y me da un infarto...!
¡Ahhhh, qué horror, aguas procelosas del Salto Lucero, tragadmeee!
¡Ahhhh, qué horror, aguas procelosas del Salto Lucero, tragadmeee!
Después de despedirme de la mejor
manera posible, un tanto abochornado, me sequé y decidí comerme el bocata en la
soledad e intimidad de la primera poza, mientras me recuperaba del sofoco y
sonrojo sufridos. En sucesivas ocasiones, cuando acudía al Salto Lucero, lo
primero que hacía era asegurarme de que no hubiera moros en la costa.
Aún logra despertarme una sonrisa aquel episodio
cuando lo recuerdo.
Son tantas las vivencias y bellos
momentos disfrutados en este paraje, que cuando más tarde lo vi sembrado de porquería
que al socaire del turismo, dejaba esparcida la gente, comprendí que el otrora atractivo
y pureza del Salto Lucero, tocaban a su fin. Entendí que se trataba de un fin de
ciclo, de una época de mi vida que ya sería irrepetible.
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
ésas... ¡no volverán!
(Bécquer)
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIGOS!
Con la captura de este grande y hermoso quejigo que existe en la plazoleta del Salto del Usero, damos por finiquitada esta entrada. Contra todo pronóstico, ha resultado ser esta, una ruta bastante accidentada por el terreno tan poco trillado por el que hemos transitado. Si buscando hacer una ruta senderista por las inmediaciones de Bullas, te fijas en Garcisánchez y buscando en San Google para informarte, das con este espacio, y has tenido la osadía y paciencia de llegar hasta aquí, te advierto que lo más probable es que no coincidas con dinosaurio alguno, pues ellos saben muy bien a quien aparecérsele, pero por lo que más quieras, no te vengas en pantalones cortos, pues si así lo hicieras, acabarías acribillado de enganches y arañazos. Salvo la subida por el Garcisánchez sur que es por pista, los demás montes contemplados en este track permanecen bastante enmarañados de espeso matorral que lo hacen ingrato y muy espinoso. Conociendo ya el asunto y los tramos a evitar, aviso a navegantes traileros, menuda pedazo ruta TRAIL, desde el Salto del Usero, atacar el Castellar, bajarlo por su extremo sur, enlazar con el Cerro del Molar, Alto del Silo, Casa de Marsilla, Casa del Aceniche, Alto del Lomillo, Garcisánchez, Pasico Ucenda y Salto Lucero, menudo etapón. En fin, tenemos la suerte de vivir en una tierra privilegiada para disfrutar de estos espacios naturales, apenas distantes, a cinco minutos de casa, que la verdad sea dicha, no aprovecharlos supondría un incomprensible derroche. Y con respecto al asunto de los
dinosaurios, ahora mismo me parece una gilipollez el
rollo macabeo que me he traído con ellos. La razón es que las diferentes partes
de que se componen cada una de las entradas, están escritas en diferentes
momentos y a plazos, es decir, cada vez que me apetece, le echo un rato al blog
, y claro, el pulso, el hilo conductor, por ende la inspiración, a veces se resiente,
descoloca y varía de un momento a otro. Pero la razón principal que me mueve a
seguir dándole vida a este espacio, es que yo me divierta, me entretenga…me
sirva como diario de correrías, quede constancia de los lugares que he visitado,
que nunca se sabe lo que mañana la providencia nos tendrá reservado. No
descarto empero, que algún mal día, un pastor, un senderista, un ciclista o alguien buscando caracoles o
recogiendo esparto se tropiece con los despojos humanos de algún pobre infeliz.
Esos científicos de Burete la pueden liar parda y desde luego, la única
responsabilidad de las atrocidades que puedan acaecer en el futuro corresponderá
única y exclusivamente al doctor Parreño, cuya ambición, paranoia y delirios de
grandeza no conoce límites. En fin, espero por el bien de la humanidad que la
existencia de esas alimañas jurásicas, solo residan en mi imaginación y nadie haya de tropezarse con ellas, porque de lo contrario…en fin, no sé
cómo finalizar esta entrada y creo que me estoy liando, así que, en resolución,
y para no cansar más de lo necesario a mis dos o tres lectores, mejor lo
dejamos aquí, que uno tiene que saber cuándo a su libre albedrío, lo que viene siendo a su bola, se toma vacaciones su inspiración y poner punto final a la elucubración de semejantes pajas mentales…¡hale!, no
doy más la vara.
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