Como ya hemos visto, desde la acrópolis de Derde, se veía un sobresaliente cerro que dominaba todo el paisaje, de modo que, atendiendo a nuestra impronta exploradora, no podíamos abandonar este territorio, sin encaramarnos a su cima y comprobar con qué atractivos pupilares, podía esta sorprendernos.
Constatamos que se trata del cerro del Gabar, que se eleva hasta los 1510 metros y que existe una pista transitable, que permite llegar hasta el mismísimo pie del vértice geodésico, en autobús. Todo parece indicar que estamos ante un recorrido de lo más soso para hacerlo andando. Alpargatazo en toda regla, que diría aquel. Hasta poder asomar los bigotes y escudriñar en derredor, no habrá forma de saber si merece la pena el viaje y luego el lene esfuerzo de llegar a la cumbre. En fin, para qué engañarnos, una excursión de chichinabo. Pero tengo claro que la mañana, de un modo u otro, hay que aprovecharla para hacer algo de ejercicio y de paso, sudar mi camiseta de los Bee Gees, así que, enfilo la carretera de Topares hacia Vélez Blanco, para más tarde enlazar con la pista de María a la Fuensanta, que me lleva al punto de inicio en La Casa Forestal del Gabar.
El camino de aproximación ya supone un completo disfrute para los sentidos, pues el intenso verde de los sembrados domina todo el paisaje. Al fondo, la sierra de María.
Tanto prado lozano imperando por doquier, nos hace alucinar en colores e imaginamos que nos hallamos en latitudes mucho más al norte de nuestro país.
Una toma lateral de El Gabar. Ya vemos unas antenas, lo que nos hace presagiar que el vértice se hallará mal acompañado y por tanto, algo deslustrado.
La sierra de María, que hasta hace unas pocas semanas, permanecía todavía nevada.
Llegamos a la casa forestal, que de momento obviamos, postergando nuestra atención para la vuelta, pues todavía se halla en zona de sombra. En las proximidades localizamos este cortijo al que le tomamos unas fotos.
Una vez colocados, todos los apechusques en su sitio, iniciamos la marcha por una pista muy agradable de patear. Al poco, en una curva, nos encontramos esta cruz en memoria de un chico de quince años que al parecer, en 1959, habría encontrado la muerte en este aparente, inocuo lugar. No he logrado tropezar en internet, con reseña de este lejano suceso.
Seguimos caminando por una pista de ascensión muy progresiva. En hora y media, llegamos a la cima, donde junto al vértice, tal y como preveíamos, nos encontramos una caseta de vigilancia forestal, rodeada de antiestéticas antenas.
El lugar no obstante, si le damos la espalda a los elementos tecnológicos, se presta pintiparado para hacer un alto en el camino y disfrutar de la panorámica que se ofrece en derredor. La pequeña población que se divisa al pie de aquella línea montañosa, es María.
Desde este imponente otero podemos disfrutar de un estupendo panorama que abarca desde la Muela Grande y el Gigante hasta el Mahimón y Alto de la Burrica, sierra Espuña, la Sagra, y sierras del noroeste murciano.
Mi zurrón sobre el vértice geodésico del Gabar.
El que suscribe visto desde su retaguardia, oteando la panorámica que tiene al frente.
Con sus gafas de Stevie Wonder y la camiseta de los Bee Gees
En esta ocasión, eché también al azar, lo que en la cima de El Gabar se revela. Una casette que era doble, de éxitos de Los Panchos, uno de mis discos preferidos de George Benson, éxito legendario de los Earth Wind and Fire, Fantasía y aquel precioso e inolvidable tema de la Electric Light Orchestra, banda sonora de la película Xanadu, cantado por la bellísima Olivia Newton John.
Del mítico trío Los Panchos, mil veces renovado por la propia finitud de sus miembros (es un grupo que ya existía en tiempos de Cristóbal Colón), tenemos el gusto de enlazar versión de una canción original de Armando Manzanero, que viene a brindar una brizna musical de este legendario grupo, que aquí simbólicamente se representa.
Este tema pegó fuerte en la recién estrenada y por demás, inolvidable década de los 80. Por entonces, comenzaba sus primeras andaduras radiofónicas la frecuencia modulada (FM), que era capaz de emitir en estéreo. No paraban de salir grupos, artistas, canciones, temas nuevos a cual mejor, que pinchaban en la radio. Se daban cita todos los estilos. Aparecían éxitos, que luego fueron memorables, para todos los gustos. Todo quisque tenía sus ídolos, sus favoritos, expresión musical a la que poder rendir culto y con la que sentirse identificado. Por aquellos años, en España surgió lo que se dio en llamar "la movida madrileña", multitud de grupos de música que prendieron en una gran parte de la población juvenil de entonces, incluida la de mis amigos. A mí, por contra, nunca me entusiasmó, no logró conquistarme. Si bien, algún tema de aquellos grupos, podía puntualmente agradarme, yo decanté mis preferencias por los románticos y la música negra y derivados. Ese estilo que llaman Rhythm and Blues (R&B) que aglutina otra infinidad de subgéneros, Soul, Disco, Funk, Jazz...en fin, la hostia en verso.
Hace cuarenta años, y siendo de pueblo pequeño, con las limitaciones de acceso y desconocimiento de opciones culturales y por ende musicales, que ello implicaba, me pregunto, ¿qué tipo de mosquito negro zumbón, tábano pse-pse o virus africano pudo picarme y atraparme para que ya, desde mi más tierna adolescencia, sintiera esa llamada, esa atracción irresistible hacia la música negra y por ende, americana? Todo lo que sabía a negroide era bailable y por ello, me entusiasmaba. La culpa la tuvieron los Jackson Five, Los Kool and The Gang, los Bee Gees y tantos otros grupos a cual más bailongo y discotequero que venían publicitados en la revista Discoplay, que yo deseaba añadir a mi humilde discoteca, con más ansia malsana que recursos reales, contantes y sonantes para conseguirlos. Bien es cierto que me pilló un poco tarde la fiebre del sábado noche pero no así la buenísma música disco y funky que llegó después. Y yo sin un puto duro. ¡Qué música, copón bendito, cuando pinchaban tu tema preferido, pegabas un salto y aterrizabas sobre la pista de baile y te marcabas unos pasos exclusivos, describías tus cabriolas, tus giros varios a lo Tony Manero en Saturday Night Fever y te quedabas con la peña! ¡Qué tiempos! A veces pienso que soy reencarnación de un negro de Nueva Jersey o Filadelfia. No puede ser de otra manera. Quien sabe si en otra vida no me sacaron el pringue en algún campo de algodón de Alabama, mientras cantaba gospel para olvidar la abyecta tiranía a la que me sometían mis amos. Toby... no, yo Kunta Kinte...zás, ahhgggggg, y venga latigazo...yo Kunta Kinteeeee!!!!
Este disco de 1976 me recuerda a los años 80 en que, por circunstancias del curro, me pilló desplazado, 800 km de casa. Me recuerda a los viajes de ida y vuelta. Y lo tengo en todos los soportes. George Benson es uno de mis músicos preferidos. El tío toca la guitarra como el virtuoso que es y este álbum aún hoy evoca los grandes y sugestivos momentos de que disfruté durante mi juventud.
Earth, Wind & Fire es uno de mis grupos de música preferidos. De ayer, de hoy y de siempre. Earth, Wind & Fire (en español: Tierra, Viento y Fuego), conocidos también como EWF, es un grupo musical estadounidense, formado en Chicago (Illinois) en 1970. Fue fundado por Maurice White. Utiliza varios géneros de música, una fusión de disco, funk con el jazz, soul, gospel, pop, blues, psicodelia, folk, música africana y rock and roll. Durante su carrera han sido 20 veces candidatos a los Grammy, ganando 6 premios. También obtuvieron su propia estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, junto a la del jamaicano Bob Marley.
En España, la black music no logró medrar. Tuvo su época pero cuando la moda pasó, nunca más se supo. En nuestro país, este tipo de música es minoritario. No parece que tenga muchos adeptos. La peña se decanta por corrientes más autóctonas y latinoamericanas del tipo Bachata y Reggaeton. El típico ritmo del atún con pan que yo odio a rabiar. Por esta frustración que siento, debo confesar que siempre me he sentido un marginado. Un incomprendido. Un inadaptado de los gustos musicales que suelen tener cabida, amparo y difusión en nuestro país. Soy una rara avis que vive su pasión por este tipo de música en la más completa soledad y aislamiento. Como el aquejado de almorranas, vivo mi secreta pasión por la música negra, en silencio. Recogimiento activo para el propio uso y disfrute, sin poder compartirla con nadie salvo con mi Viky, la única que soporta mi paranoia, y ese hallarme penetrado de unos ritmos souleros que me vuelven tarumba de puro frenesí negroide.
Últimas tomas al paisaje y seguimos hacia adelante.
Aquí tenemos la garita de vigilancia forestal, escoltada por dos estiradas antenas repetidoras de señal telefónica. Digo yo que serán para eso.
Toma aérea de Derde e inmediaciones.
Nos salimos de la pista, y por un terreno bastante ingrato, nos desplazamos hacia el cerro de la Gloria (1499m)
Desde aquí se nos van a poner a tiro de pupila unas vistas bastante guapetonas. Mucho horizonte despejado en derredor. Eso siempre desobstruye la mente y la dulcifica. Nos gusta sentir la magnificencia que proporciona la altura, ver las cosas desde arriba, desde lo alto de la fortaleza, sentirnos prominentes y al mismo tiempo insignificantes si nos comparamos con la tierra y la inmensidad de sus horizontes infinitos. Desde lo alto, hasta los problemas se ven más pequeños. Estas piedras son los restos de la garita del diablo (usada para el estraperlo durante la guerra civil). Junto a ella hay una pequeña cruz, junto a la cual, postrado de hinojos, rezo un padre nuestro, dando gracias de estar vivo.
Esta inmensa planicie casi monocolor me recuerda mucho al paisaje que se divisa desde la Sagra.
Observando este paisaje, que no es ni mucho menos tan árido ni mustio como pueda serlo el de la España central, se me ocurre traer a colación, otras disquisiciones que Sergio del Molino, continúa haciendo en su libro La España vacía, a propósito del tratamiento que del paisaje de Castilla hacen Cervantes y otros escritores españoles posteriores a él. Dice que estos se han avergonzado de la aridez de su paisaje y le han dedicado páginas irónicas y despechadas, cuando no crueles.
Cervantes indica, como hace en otros momentos, que La Mancha es un lugar pobre, sin sombra e ingrato. Más que eso: dice que La Mancha es un espacio ridículo, la parodia de un paisaje, como Dulcinea del Toboso es la parodia de una dama y don Quijote y Sancho son parodias de caballeros y escuderos. Menciona la ausencia de árboles porque sabe que sus lectores van a asentir. Sabe que a los españoles les avergüenza el erial. El influjo del Quijote ha hecho que la mirada que el narrador proyecta sobre las cosas se asuma como la mirada normal, correcta, inteligente y apropiada. De ahí que en la cultura española persista un cinismo, una distancia e, incluso, cierta agresividad, que es rara de ver en otras culturas europeas. Porque Shakespeare, Moliere o Dante, como autores sagrados en sus respectivas lenguas, no tienen la acidez, la soberbia ni la ironía de Cervantes. La literatura española pasea por un baldío sin árboles en cuya descripción sólo cabe el desprecio.
Por eso, cuando Bécquer y los románticos empezaron a construir el paisaje español, lo hicieron en escenarios limpios de contaminación quijotesca. Tuvieron que dar muchos rodeos para encontrar parajes que el hidalgo y su escudero habían dejado sin transitar, y eso excluía la planicie central. Bécquer se echó al monte. Subió a Moncayo y desde allí pintó una península menos cruel, delicada, con sombras y matices.
La luz de Cervantes es cenital y fuerte, y resalta las
arrugas, granos y pelos de Maritornes. Bécquer cambia el tono. Orienta
los focos con sutileza y baja la intensidad hasta que la silueta de
Maritornes, tocada por un rayo de luna, se vuelve misteriosa, deseable,
erótica. Donde los lugareños llevan siglos viendo un monte pelado y
hostil, Bécquer, usando como gafas un montón de poesía alemana
romántica, les enseña que algo de maquillaje, un ángulo adecuado, un
poco de luz crepuscular y un vestido bien puesto pueden hacer de
Maritornes la reina del baile.
Donde Cervantes se pone procaz y busca la carcajada de
taberna, Bécquer susurra el cuento de Cenicienta. Para ello tiene que
esquivar el influjo de Cervantes. La España romántica se levanta desde
los márgenes y, poco a poco, libra una batalla fatigosa contra el
Quijote.
Sergio del Molino también analiza el trato mucho más amable y dulcificante que de nuestro paisaje, hace Azorín cuando lo describe...Yo columbro por una de esas ventanas la llanura inmensa, infinita, roja, a trechos verdeante; los caminos se pierden amarillentos en culebreos largos, refulgen las paredes blancas en la lejanía; el cielo se ha cubierto de nubes grises; ruge el huracán. Azorín
suaviza el paisaje, tirando de verdes y azules, el pardo harinoso de la meseta.
Siempre busca árboles y, si no los encuentra, se
desespera: Yo extiendo la vista por esta llanura monótona; no hay ni un
árbol en toda ella. Sin verde, se desliga de
la tierra, vuela incorpóreo "por las regiones del ensueño y de la
quimera". «¿De qué manera no sentir que un algo misterioso, que un
anhelo que no podemos explicar, que un ansia indefinida, inefable, surge
de nuestro espíritu? Esta ansiedad, este anhelo es la llanura gualda,
bermeja, sin una altura, que se extiende bajo un cielo sin nubes hasta
tocar, en la inmensidad remota, con el telón azul de la montaña. Y este
ansia y este anhelo es el silencio profundo, solemne, del campo
desierto, solitario.
El calor, la soledad y la inmensidad plana, en vez de
inspirarle sufijos despectivos que en otros autores suenan a escupitajos
sobre el polvo, lo llevan a un estado alterado de conciencia propio de
un budista californiano que se ha pasado con el peyote. Incluso se puede maliciar que los árboles y colores que ha descrito en otras partes del libro son alucinaciones manchegas. El
cronista no se siente expulsado, sino atraído hacia el lugar. No
maldice su sequedad, su sol y su polvo. No lamenta nada y celebra todo,
aceptándolo tal cual se le presenta. Así supera el mal de Maritornes,
enamorándose de ella. Más que con pluma,
parece que Azorín escribe con lima de recortar asperezas. Ablanda y
suaviza el paisaje y traslada esa forma de limar a las personas que lo
habitan.
La galería de personajes que recorren sus crónicas es el reverso positivo de la caterva de indeseables y malandrines que se cruzan don Quijote y Sancho por esas comarcas. Especialmente habla maravillas de sus mujeres: Juana María es manchega castiza. Y cuando una mujer es manchega castiza, como Juana María, tiene el espíritu más fino, más sutil, más discreto, más delicado que una mujer puede tener. Sin embargo, no hay piedad en el Quijote para Maritornes. Incluso comprendemos que don Quijote encuentre bella a la chica porque no creemos que la belleza sea un ideal objetivo y estamos convencidos de que cualquier persona puede ser hermosa a los ojos de alguien. Burlarse de un feo y de quien cree que su fealdad es hermosa es de mal gusto. El narrador de Cervantes sería hoy un tipo odioso y censurable. El mal de Maritornes está muy extendido en la cultura española. España ha sido retratada constantemente como una moza de servicio ordinaria, fea y hombruna, y quienes han querido verla con ojos de Quijote o, simplemente, con una mirada más comprensiva y cercana a la empatía, han sido juzgados como simples, cursis o, ya en siglos cercanos, fascistas.
Unamuno decía que quien ama a su país, esto es, España, ha tragado el polvo de la patria, se ha dejado los pies en el santo suelo de la patria, lleva agujetas de la patria y seguramente también estiércol y mugre de la patria. Todo él está cubierto de patria. La patria y el excursionista son una misma cosa, inseparable e indistinguible: "Para conocer una patria, un pueblo, no basta conocer su alma , lo que dicen y hacen sus hombres; es menester también conocer su cuerpo, su suelo, su tierra.
Pocos países habrá en Europa en que se pueda gozar de una mayor variedad de paisajes que en España. Costas llanas y mansas y costas bravas de rocosos acantilados, vegas y llanuras, páramos desiertos, montañas verdes y sierras bravas…, de todo, en fin.
¡El día que España esté a la altura de su paisaje..!
Nos resulta conmovedor observar a esta abeja, hincada de cabeza, libando con frenesí, el dulce néctar de las flores de este arbusto.
Enfocando el objetivo de la cámara hacia la sierra del Gigante.
He aquí una imágen un tanto surrealista y anacrónica de Parque Jurásico que se produce en lugar tan insólito como El Gabar.
La pulga Lolita versus dinosaurio Wancho.
Renunciamos insistir sobre la escena por miedo del que suscribe a perder la poca credibilidad, entre el respetable, que aún pueda conservar.
Estamos de vuelta en una magnífica casa forestal recién restaurada.
Hemos finalizado la ruta en tiempo y forma, y llegaremos a buena hora para comer.
Iniciamos el regreso, aunque de vez en cuando hacemos un alto en el camino para tomar alguna foto, pues el paisaje nos parece esplendoroso y necesitamos llevárnoslo a casa.
Los vastos sembrados de La Junquera
Sierra de la Zarza, que desde este ángulo, recuerda a una de las pirámides de Egipto.
Inmediaciones del Moralejo. La elevación que despunta al fondo, la sierra de El Carro.
Nada, que van pasando los días, las semanas, y no encuentro el momento ni el impulso necesarios para darle el finiquito y el consabido hasta luego Lucas, a este episodio que transcurrió por el cerro del Gabar. Y con tanto tiempo transcurrido, se puede decir que ya perdí el hilo de lo que en su momento me despertara esta excursión, aunque pienso que ya dejé esta entrada, ahora hace un mes, prácticamente rematada.
Tenía pensado, eso sí, adelantar algunas imágenes de una excursión que a renglón seguido de esta, pretendíamos realizar por la siempre sorprendente sierra del Pozo. Y de paso, presentaros un nuevo personaje en sustitución del inolvidable Agapito Malasaña, aquel que fuera paladín y celoso guardián de la montaña, y que tantos momentos de gloria y descojono me brindó. En realidad, la pulga Lolita nunca fue rival, nunca llegó a cuajar, no nos terminó de convencer. La seguiremos invitando, eso sí, a que nos acompañe en alguna esporádica excursión, pero rehusamos incorporarla en nómina porque adolece de una flagrante falta de estilo, carencia de fermento, carisma, capacidad de seducción, magnetismo, sugestión…en fin, para qué engañarnos, ni la más ligera sombra era capaz de proyectar sobre la memoria de nuestro ínclito Agapito. Le falta personalidad, para qué obviar tamaña evidencia. Así las cosas, el nuevo fichaje vaticino que viene para quedarse y consolidarse, con intenciones de eclipsar, incluso hacer olvidar, al que fuera vetusto súbdito del duque de Ahumada. Y bien seguro estoy que nos habrá de deparar algún que otro radiante momento de inspiración en alguno uno de los vértices geodésicos que en lo sucesivo conquistemos. Y si no, tiempo al tiempo.
Pero volvamos al quid del asunto que nos mueve a escribir estas líneas. Decía que la Viky y yo pretendíamos hacer una rutica por la sierra del Pozo. La idea era llegar hasta La Nava de San Pedro, desde la carretera y pista que hay que coger, antes de llegar a Santiago de la Espada y una vez aquí, hacer una ruta de 21 kilómetros, aprovechando un día, a priori, libre de lluvias y tormentas, que hacia finales de mayo y principios de junio del 2018, recordarán los avisados del tiempo, que estuvo descargando a tutiplén, por toda esta comarca y limítrofes. Tres horas de viaje para llegar al punto de inicio. ¡Hay que tener ganas...!
Por cierto, ya desde la aldea de Don Domingo, en que la carretera se convierte en pista sin asfaltar, un viaje de aproximación a Cazorla, muy interesante y sugestivo. Cuando comenzamos la ruta, no llevábamos ni tres kilómetros pateados, cuando observo que la Viky se queda, se rezaga.
¡Cáspita, si vamos a paso carreta, como puede ser esto posible!
Tenía pensado, eso sí, adelantar algunas imágenes de una excursión que a renglón seguido de esta, pretendíamos realizar por la siempre sorprendente sierra del Pozo. Y de paso, presentaros un nuevo personaje en sustitución del inolvidable Agapito Malasaña, aquel que fuera paladín y celoso guardián de la montaña, y que tantos momentos de gloria y descojono me brindó. En realidad, la pulga Lolita nunca fue rival, nunca llegó a cuajar, no nos terminó de convencer. La seguiremos invitando, eso sí, a que nos acompañe en alguna esporádica excursión, pero rehusamos incorporarla en nómina porque adolece de una flagrante falta de estilo, carencia de fermento, carisma, capacidad de seducción, magnetismo, sugestión…en fin, para qué engañarnos, ni la más ligera sombra era capaz de proyectar sobre la memoria de nuestro ínclito Agapito. Le falta personalidad, para qué obviar tamaña evidencia. Así las cosas, el nuevo fichaje vaticino que viene para quedarse y consolidarse, con intenciones de eclipsar, incluso hacer olvidar, al que fuera vetusto súbdito del duque de Ahumada. Y bien seguro estoy que nos habrá de deparar algún que otro radiante momento de inspiración en alguno uno de los vértices geodésicos que en lo sucesivo conquistemos. Y si no, tiempo al tiempo.
Pero volvamos al quid del asunto que nos mueve a escribir estas líneas. Decía que la Viky y yo pretendíamos hacer una rutica por la sierra del Pozo. La idea era llegar hasta La Nava de San Pedro, desde la carretera y pista que hay que coger, antes de llegar a Santiago de la Espada y una vez aquí, hacer una ruta de 21 kilómetros, aprovechando un día, a priori, libre de lluvias y tormentas, que hacia finales de mayo y principios de junio del 2018, recordarán los avisados del tiempo, que estuvo descargando a tutiplén, por toda esta comarca y limítrofes. Tres horas de viaje para llegar al punto de inicio. ¡Hay que tener ganas...!
Por cierto, ya desde la aldea de Don Domingo, en que la carretera se convierte en pista sin asfaltar, un viaje de aproximación a Cazorla, muy interesante y sugestivo. Cuando comenzamos la ruta, no llevábamos ni tres kilómetros pateados, cuando observo que la Viky se queda, se rezaga.
¡Cáspita, si vamos a paso carreta, como puede ser esto posible!
La espero. Iba cojeando.
Unos metros más, y su paso renqueante se hacía más acuciante.
No me lo podía creer.
¿Una súbita recaída de su pasado síndrome vestibular geriátrico, tal vez? Los síntomas empero, no parecían los mismos.
Cojeaba sobre todo de una pata y apenas podía avanzar. Su equilibrio parecía el normal y su cabeza se mantenía recta respecto del cuerpo.
Y aunque reza el dicho que en cojera de perro y lágrimas de mujer, no hay que creer, urgía la toma de una decisión pues mi compañera de fatigas no daba muestras de que podía recuperarse sino todo lo contrario, evolucionar a peor.
Con la Viky en su estado, no podía seguir.
Mucho menos llevarla a cuestas.
La evidencia se imponía en toda su crudeza.
Después de tres horas de viaje para llegar al lugar, nos teníamos que volver. Una putada en toda regla.
La estuve auscultando detenidamente, por si lograba detectar mediante palpación el motivo de su mal, pero nada parecía causarle dolor. Qué extraño.
Con toda la frustración que fui capaz de canalizar ergo neutralizar para no dejarme dominar por la mala hostia, regresamos al coche, y emprendimos con todo el chasco y preocupación del mundo, la vuelta a casa.
Visita al veterinario, medicación y cualquiera que sea el estrago que la aflige, después de tres semanas, va a peor.
Aparte de las múltiples causas que la pueden haber llevado a su actual estado, una de las principales me temo que pueda radicar en que está a punto de cumplir 14 años.
A día de hoy, apenas sí se puede sostener durante equis minutos, sobre sus patas traseras.
En todo lo demás, observa un comportamiento normal a lo que ha sido su costumbre durante todos estos años. Come bien, su ánimo parece óptimo. Sigue teniendo ganas de ladrar, en ocasiones sigue mostrando sus proverbiales malas pulgas cuando algo o alguien no le cuadran y la irritan, e incluso a veces parece que denota ganas de jugar, como en los viejos tiempos, pero ya no puede ni subir ni bajar escaleras y en muchas ocasiones no se puede mantener y mucho menos erguir sobre sus patas traseras. Aparte de todo ello, no parece que la quebrante o aflija ningún tipo de dolor o molestia.
Unos metros más, y su paso renqueante se hacía más acuciante.
No me lo podía creer.
¿Una súbita recaída de su pasado síndrome vestibular geriátrico, tal vez? Los síntomas empero, no parecían los mismos.
Cojeaba sobre todo de una pata y apenas podía avanzar. Su equilibrio parecía el normal y su cabeza se mantenía recta respecto del cuerpo.
Y aunque reza el dicho que en cojera de perro y lágrimas de mujer, no hay que creer, urgía la toma de una decisión pues mi compañera de fatigas no daba muestras de que podía recuperarse sino todo lo contrario, evolucionar a peor.
Con la Viky en su estado, no podía seguir.
Mucho menos llevarla a cuestas.
La evidencia se imponía en toda su crudeza.
Después de tres horas de viaje para llegar al lugar, nos teníamos que volver. Una putada en toda regla.
La estuve auscultando detenidamente, por si lograba detectar mediante palpación el motivo de su mal, pero nada parecía causarle dolor. Qué extraño.
Con toda la frustración que fui capaz de canalizar ergo neutralizar para no dejarme dominar por la mala hostia, regresamos al coche, y emprendimos con todo el chasco y preocupación del mundo, la vuelta a casa.
Visita al veterinario, medicación y cualquiera que sea el estrago que la aflige, después de tres semanas, va a peor.
Aparte de las múltiples causas que la pueden haber llevado a su actual estado, una de las principales me temo que pueda radicar en que está a punto de cumplir 14 años.
A día de hoy, apenas sí se puede sostener durante equis minutos, sobre sus patas traseras.
En todo lo demás, observa un comportamiento normal a lo que ha sido su costumbre durante todos estos años. Come bien, su ánimo parece óptimo. Sigue teniendo ganas de ladrar, en ocasiones sigue mostrando sus proverbiales malas pulgas cuando algo o alguien no le cuadran y la irritan, e incluso a veces parece que denota ganas de jugar, como en los viejos tiempos, pero ya no puede ni subir ni bajar escaleras y en muchas ocasiones no se puede mantener y mucho menos erguir sobre sus patas traseras. Aparte de todo ello, no parece que la quebrante o aflija ningún tipo de dolor o molestia.
Mucho me temo que Viky ha llegado a donde tenía que llegar y Mi Viky y Yo, ese inseparable y casi a veces, infatigable binomio que tantas sierras y montañas conquistó, ha tocado a su fin.
La echaré mucho de menos, si es que sigo practicando senderismo y manteniendo este blog porque ya nada será lo mismo sin ella. Me hacía mucha compañía, nunca me sentí solo y juntos hemos superado dificultades, a veces peliagudas, apoyándonos el uno en el otro, con absoluta lealtad y devoción, casi religiosas. Así a bote pronto, recuerdo lo mal que me lo hizo pasar en nuestra primera incursión a la senda de los pescadores, con ese miedo cerval que siempre le ha tenido al agua corriente, y para la posteridad queda aquella excursión nevada, en la sierra de la Guillimona, con nieve hasta mis rodillas durante casi toda la jornada, y en momentos puntuales, hundidos en un barranco, con nieve hasta más arriba de mi cintura, que aún me pregunto cómo logramos salir de aquel atolladero o aquella machada de los 66,778 km que hicimos, ida y vuelta, subiendo al pico de la Selva, desde el Carrascalejo, preparándome yo la segunda edición de la Ruta de las Fortalezas. Otras muchas de 30 y 40 Km, solo o acompañado, separándose de mí apenas unos metros, y en todo caso, sin perderme de vista un instante.
Y aquella ocasión a finales del año pasado, en que, con toda probabilidad, siguiendo la pista de unos arruís, nos separamos y ya no nos volvimos a reencontrar hasta el día siguiente después de más de 24 horas, de andar ella en paradero desconocido. La primera noche en su vida que pasó a la intemperie, desamparada y víctima de los imponderables que le pudieron haber acaecido, en aquella aciaga noche en que no pude pegar ojo pensando en donde podría hallarse su acaso, a esas horas, ya maltrecho o exánime cuerpo, quizá devorado por la zorra o los buitres.
En fin, se me acaba de ocurrir, que a falta de nuevas salidas, ese será el relato de mi siguiente cita en Mi Viky y yo. Mientras ese momento llega, me despido…
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIG@S!
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