La primera vez que tuve contacto visual con la Guillimona, fue en una ruta que hice allá por enero del 2015. La realicé junto a varios amigos y fue aquel un recorrido bonito y casi perfecto, dado el día tan radiante que nos hizo. Pero al final tuvimos que recortarlo, porque la impresionante nevada que días antes había caído, nos hizo el avance entre la nieve tan penoso, que de haber persistido en nuestra empresa, nos hubiera hecho la consecución de todo el camino, harto embarazoso.
A los pocos días, lo volví a intentar acompañado en esa segunda ocasión de la valiente Viky. ¡Qué mal lo pasó la pobre! ¡Qué irresponsabilidad la de su dueño! Entre el gélido viento, los cojines de monja, las bolitas de hielo que se le fueron incrustando en su delicada barriguita y la fatiga acumulada de ir progresando, ella tan pequeñita, entre tanta espesura de nieve, la verdad sea dicha es que las pasó canutas. Menos mal que su compañero de fatigas acudió al rescate, se apiadó de ella, y haciendo equilibrios malabares, logró echarla sobre la mochila, y así, renunciando por segunda vez a rematar la faena, hubo de tomar la amarga decisión de retornar antes de tiempo al punto de partida, llegando al hotel de la vidriera, ambos aventureros, a punto del colapso, agotados por el esfuerzo.
Transcurrido el tiempo y después de algunas semanas, en que no había tenido ganas de salir a caminar, por fin, sentía la necesidad nuevamente de abandonarme al pensamiento y la reflexión, al socaire de un reparador, tonificante paseo. Era momento de volver a la Guillimona, y llegar a aquel pino laricio de monumentales proporciones que nos había quedado por conocer, en aquel día de tan sofocante e intenso recuerdo.
Aquella mañana, me levanté con ganas de marcha, esto es, sintiéndome intrépido, aguerrido, guerrillero, casi marcial, así que, abrí el armario y eché mano de una indumentaria de lo más castrense y por ende, de lo más dada y propicia al postureo, y aún a riesgo de parecerle al respetable visitante, un perfecto mamarracho, me atavié de unas mallas de lo más extravagantes, conjuntadas con una camisa de paraca, que tiempo ha, un amigo militar me había regalado, y la verdad es que, con la distancia debida, el disfraz daba el pego, que hasta podía confundírseme, siendo benevolentes, con un veterano soldado de las coes. En fín, albergué la esperanza de no cruzarme con ningún montañer@ que pudiera desculatarse de la risa al verme de aquella guisa, dando por sentado, que una criatura animal, no repararía demasiado en mi pinturesco atuendo.
Este edificio que con el zoom de la cámara acerco, es una caseta de vigilancia, estratégicamente bien situada (elemental) que domina un amplio horizonte en derredor, que a la vuelta visitaríamos.
Este enorme pino laricio es digno de admiración. A saber la de años que lleva contemplando el paisaje a su alrededor. Ya estaba muchos años antes de que el que suscribe viera por vez primera la luz, y seguirá algunos siglos después de que de este ya no quede ni el polvo de su memoria. A propósito de esta reflexión, comentaré en el siguiente pino monumental que contemplaremos en la segunda parte de esta misma entrada, una noticia fascinante que hace poco ha llegado a mi conocimiento, y que de hacerse realidad, revolucionaría toda la existencia del ser humano.
Cara norte de la Guillimona en la que aún quedan algunos neveros
En las inmediaciones de esta balsa existe un nacimiento de agua. La población que se vislumbra al fondo, rodeada de montañas que configuran parte de el parque natural de las sierras de Cazorla, Segura y las Villas, es Santiago de la Espada.
Muy pronto vamos a sobrepasar en altura a la garita de vigilancia
Como ya conocemos la zona de nuestras anteriores visitas, vamos a improvisar y llevar a efecto algunas alteraciones respecto del track original que llevamos en el gps, según la intuición y ubicación que nos inspire el momento. Por ello, nos vamos a desviar y coger el barranco de la Tobilla, porque desde nuestra posición, colegimos que atajaremos bastante, para al final, llegar al mismo punto que marca el principio de subida hacia la cumbre de la Guillimona, sito en las inmediaciones de la balsa.
Esta subida será el único tramo con algo de exigencia de toda la ruta, pero en todo caso, de ascensión muy llevadera.
Una vez en los aledaños del vértice geodésico, toca recrearse en la suerte de banderillas, disfrutando del bonito panorama que nos brinda la siempre espectacular Sagra. Siempre he pensado que viste más el paisaje, teniendo a esta bella montaña como fondo incomparable que todo lo apabulla y eclipsa, que admirando ese panorama desde su mismo lomo.
Aprovechamos el marco sagrariano para emperejilar en lo posible al miliciano montañero y hacer publicidad de sus vistosas y camaleónicas mallas
Preciosa La Sagra, todavía encalada de nieve
Sin duda, uno de los mayores privilegios que nos brinda la montaña es el de admirar a bellas criaturas con las que a veces nos tropezamos merodeando en su hábitat.
En esta ocasión se trata del siempre escurridizo, esquivo y amenazado buitre quebrantahuesos
Aquí podemos observar que sobresale la antena radio transmisor que sirve a los naturalistas para su registro y control
Nos deparó unos minutos absolutamente mágicos y fascinantes con su vuelo en círculo sobre nosotros
(foto de internet)
El quebrantahuesos (Gypaetus barbatus) es un ave rapaz diurna incluída popularmente en lo que denominamos buitres, aves eminentemente carroñeras o necrófagas, es decir, que se alimentan de animales muertos. A pesar de ello, el quebrantahuesos es bastante distinto al resto de buitres.
El quebrantahuesos (Gypaetus barbatus) es un ave rapaz diurna incluída popularmente en lo que denominamos buitres, aves eminentemente carroñeras o necrófagas, es decir, que se alimentan de animales muertos. A pesar de ello, el quebrantahuesos es bastante distinto al resto de buitres.
Está tan sumamente especializado que el 85% de su alimentación son huesos (osteófago) de mamíferos muertos, como ungulados salvajes (rebecos) y ganado doméstico (cabras, ovejas). Puede tragar huesos de hasta 25 cm, y si son demasiado grandes los coge, se eleva a 20-40 m y los estrella contra las rocas en trozos más pequeños que pueda tragar. Estas zonas se denominan rompederos. También utiliza la misma técnica para romper caparazones de tortugas. Completa la alimentación con pellejos y restos de carne.
Es muy grande, con una envergadura alar de hasta 2,8 metros y 7 kg de peso.
En general es poco ruidoso: sólo silba si está muy excitado o en época de celo.
No presenta la típica cabeza desplumada de buitre. Los buitres tenen poco o nulo plumaje en la cabeza para mantener una óptima higiene después de introducirla en los animales muertos y mancharse de sangre. Debido a su peculiar alimentación, el quebrantahuesos tiene más plumas en cabeza y cuello, siendo característica su “barba” debajo del pico.
El plumaje es igual para ambos sexos pero va cambiando con la edad. El típico color rojizo y amarillento de los adultos se debe a su costumbre de bañarse en barro rico en óxidos de hierro, de otro modo tendrían el pecho blanco.
Aprovechando la estética del bonito decorado para unos instantes de postureo abusivo, a ver si algo de este se mimetiza conmigo
Posado sobre el vértice geodésico de la Guillimona (2065m), con Viky encantada de salir en la foto (por el pijo)
Es hora de reemprender la marcha hacia el siguiente punto en importancia de la ruta; hasta el otro pino laricio de mastodónticas proporciones que nos quedó por visitar en la anterior ocasión, como ya ha quedado dicho.
FINAL PRIMERA PARTE
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