La visión de este páramo nos revela que estamos ya muy cerca de la cima. El frío se hace más intenso y el viento que sopla por aquí es realmente ensordecedor y molesto. Cuando llegas al punto geodésico te encuentras un cercado que extendiéndose bastantes metros a un lado y a otro, te impide el acceso a este. Quiebra un poquito la magia del lugar pero no es difícil saltárselo y pasar al otro lado.
Por fin se nos ofrece sin mácula, el magnífico perfil de la Sagra y el bello esplendor que sugiere...
Viky estaba cansada, y la Sagra parecía importarle un rábano. En cuando veía un espacio sin nieve que estuviera seco, se acurrucaba. Enseguida conecto con el track de Isidoromf que tambien lo tengo activado y observo que desciende en línea recta hacia la carretera del puerto del Pinar.
El vía crucis para la Viky comienza ahora...la abundante nieve acumulada en algunos puntos por la vestisca, se convierte en una verdadera trampa para ella. Y debajo de la nieve, los acolchados cojines de monja, le hacen todavía más desagradable el zozobrante patear.
Bajaba extremando las precauciones, con una lentitud y meticulosidad inusitadas en ella.
Pero estas situaciones forman parte de nuestra aventura de vida, pues como dice el dicho, ningún mar en calma hizo experto a un marinero...su problema era que tenía los bajos plagados de bolitas de hielo que no solo lastraban su pequeño cuerpo sino que lo laceraban.
Comencé a preocuparme por la situación pues a mi propia sensación de cansancio, debía añadir el hecho palmario e incontestable de que la Viky no podría acabar la ruta en sus actuales condiciones sin ayuda. Un auxilio que nadie más que su dueño podría brindarle y que aún antes de cargar con su peso, él mismo percibía que ya se encontraba para el arrastre.
Las innumerables bolas de hielo, se habían incrustado y adherido al pelo que le caía del vientre, con tanta saña y empeño que no había güevos a poder quitarlas. Hice un alto mientras la esperaba. Bajaba muy lentamente, tanteando temblorosa y desconfiadamente, la frágil consistencia de la superficie que pisaba.
Me despojé del cortavientos, y consulté la hora (teníamos tiempo suficiente de luz para salvar cualquier eventualidad) y el gepese.
También unos mapas de la zona que en jpg llevaba cargados en el teléfono. Mientras bebíamos y comíamos algo, cavilaba a ver por donde sería mejor atajar. Había tanta nieve por aquella ladera y las fuerzas estaban tan justas que consideré innecesario en aquellas circunstancias, seguir al dedillo el track de Alsamuz.
Estaba claro que el track pasaba ya de regreso, al otro lado de este picacho...y solo la idea de subir cargado con la Viky, aumentaba mi desfallecimiento. No era una buena opción. No me sentía con fuerzas para llevarla a cabo.
Sopesé subir por este barranco cuyo desnivel no parecía muy pronunciado pero eso suponía retroceder para encontrarme al otro lado una ladera con más acumulación de nieve si cabe que la que ya estábamos pisando.
Había que eludir la montaña por su derecha y a ser posible, aprovechando un barranco que sabe dios como estaría...
El track daba la vuelta en aquel picacho que se destaca en la imágen de abajo. Desde allí iniciaba el regreso aprovechando un barranco. Solo se trataba de cortarle unos metros a la ruta e intentar volver a conectar con el track, precisamente en la rambla. Con ánimos renovados, me ajusté las trinchas de los diferentes apechusques que llevaba y me puse manos a la obra.
El barranco se nos ofrecía escarpado y desafiante. No sabíamos donde pisábamos y en muchas ocasiones, para salvar el desnivel había que saltar. Respiraba hondo, contenía la respiración y me encomendaba al incierto devenir de mi destino. En una de estas piruetas me hundí hasta el ombligo. La cámara se enterró en la nieve y decidí guardarla en la mochila para evitar males mayores.
Mi concentración y denuedo por salir de aquel difícil atolladero, desestimaba cualquier otra atención que no fuera la destinada a conseguir ese objetivo. En aquellas condiciones, no había lugar para fotos. Había que salir de aquella trampa cuanto antes...solo pensar en romperme una pierna que me dejara atrapado en aquella cárcava, antesala de una tumba, sin cobertura, invisible, sin que nadie pudiera acudir en mi ayuda...me producía un espeluznante repelús.
Sin perder de vista a la Viky, tenía que pasar de una depresión a otra de la quebrada, a brincos, como las ranas. Ella hacía lo mismo. Afiladas zarzas nos amenazaban. Era mejor pisarlas que rozarlas. Al poco, le cogimos el tranquillo al asunto y si no hubiera sido por la incertidumbre que siempre producen los imponderables del azar, en verdad que aquellas cabriolas de, en cada salto hundirnos hasta el cuello, las hubiéramos disfrutado a rabiar.
Después de pasar el trago del barranco y comprobar que ya había conectado de nuevo con el track, respiré aliviado. La sensación de euforia y alegría que se vive tras superar una situación angustiosa es siempre inenarrable.
Paradógicamente, en cuanto salimos del barranco, Viky volvió a tener serios problemas para seguirme. El Track volvía a subir y había tanta nieve que sortear que ni ella ni yo estábamos ya para esos trotes. Había que acortar, atajar, eludir como fuera esa empinada y dura subida que se hacía más penosa por la abundante nieve acumulada. Era increíble...un infierno, me hundía hasta las rodillas. Estaba...estábamos de nieve hasta los cataplines.
Bueno, ella hasta las orejas.
A lo lejos divisé una pista que conectaba con la que habíamos cogido nosotros para subir a la Guillimona. Había que salvar también un importante desnivel pero lo superaría en dos fases...la primera parte la haría hasta una vivienda con corral, que se encontraba sita a mitad de nuestro tramo de recorrido y donde aprovecharíamos para comer, y lo que restara, lo haríamos con el estómago lleno y se supone que con las fuerzas un tanto recobradas. En estas elucubraciones me hallaba cuando reparo que la Viky no viene detrás...Viky, Viky...gritaba pero que si quieres arroz catalina.
Comencé a inquietarme, y mientras retrocedía con todo el dolor de mis piernas, galopante fatiga y acogotamiento mental, entré en la desbocada barrena del pánico. Tuve que desandar bastantes metros antes de encontrármela atrapada entre unas zarzas. Se le habían incrustado tan encarnizamente entre su enmarañado pelo que no encontraba forma de liberarse de tan pertinaces garras. Cuando me vio aparecer, creí descubrir en su mirada serena y al mismo tiempo asustada, la viva estampa del agradecimiento.
En su insobornable lealtad y confianza caninas, pensaría al verme...con su sola presencia, ya estoy salvada.
Me sentí un poco vil y canalla y algo ignorante también.
Mi falta de experiencia bajo circunstancias de fuerte nevada, me habían hecho infravalorar las rigurosas condiciones que nos encontraríamos, y sobreestimar tal vez, su inherente fortaleza para lograrlo. Ella es una caniche, que por raza y naturaleza, debiera estar considerada más apta para frecuentar exposiciones caninas de belleza que no para pegarse tutes y palizones por la sierras del noroeste murciano y limítrofes, con el zascandil de su dueño. Para que veas que no siempre se cumple aquel adagio que nos dice que toda criatura torna a su natura.
Con mi Viky, esa sentencia falla estrepitosamente.
Hasta llegar a la casa, hube de colgarla sobre mi hombro como si se tratara de la cacatúa que llevara Barbarroja. De mantener el brazo erguido para sujetarla se me cansaba. Bajo el reconfortante sol y amparados tras de un muro, del viento que soplaba sin cesar, bebimos, comimos, meamos e intenté con paciencia, desprenderle cuantas pelotas de hielo pude. Ella seguía temblando. No debía permitir que nos enfriáramos demasiado así que cuanto antes llegáramos a terreno amigo y conocido que pudiéramos controlar, mejor que mejor. Dejándo la cáscara de un plátano sobre una roca, para que se la comieran las cabras, reanudamos nuestra odisea.
Dicen que en las situaciones difíciles se agudiza el ingenio.
Porque sí tenía que transportarla cinco kilómetros que aún nos separaban del coche, en tan penosas y precarias condiciones, se me haría duro pero que muy jodido el recorrido de vuelta. Así fue como en un momento de lucidez, de los que de uvas a brevas tengo, me acordé de Vicky el Vikingo, y tocándome la nariz y rascándome el culo, en el típico gesto de concentración de aquel personaje animado, se me ocurrió que podía llevarla apoyada entre la mochila y mi espalda. Su reducido tamaño a la par que el volumen de la mochila coadyuvarían, si ella colaboraba, al encaje de todo el conjunto. Ella que es muy inteligente y más si lo que entiende le conviene, cazó la idea al instante y así fué como disfrutando de mis fuerzas recobradas, la sensación de la situación controlada, e imaginando el ahora bienestar de mi perrita antes fustigada, llegamos cantando y silbando, sanos y salvos al coche.
Y colorín colorado...
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIG@S!
Si a ti te ha gustado mi blog, a mí el tuyo ni te cuento. Hace muchos años que subí a La Sagra, por aquella época me encontraba bastante en forma, bajé corriendo desde lo alto por la zona de las piedras sueltas en poco más de quince minutos. De locos. Un saludo. Pepe
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