07 noviembre 2018

POR LA VEREDA DE LA ESTRELLA III (SIERRA NEVADA)

Dirigimos nuestros pasos al paraje conocido como angostura del Real, un lugar especial, mágico podríamos decir, donde confluyen el barranco de Lucía (vertiente opuesta), y los ríos Valdecasillas (centro) y Valdeinfiernos (nuestra vertiente). El Valdecasillas tiene poco más arriba una bella cascada, aunque queda oculta desde el sendero. La unión del Valdecasillas al Valdeinfierno origina la Loma de Casillas, que separa sus respectivos valles hasta el Juego de Bolos (3.034 m). No hace falta decir que estamos bajo los "tresmiles" Alcazaba-Mulhacén-Puntal de la Caldera por su vertiente Norte, la más imponente de Sierra Nevada.
Llegamos al Puente Real/Majada del Palo, como antes decía, confluencia de los ríos Real, Valdeinfierno, Valdecasillas, y barrancos De Lucía y Del Rincón. Nuestros amigos granadinos que nos habían adelantado, allí se encontraban echados boca arriba cual lagartos, tomando agradablemente el sol. A nosotros aún nos quedaba por recorrer la mitad de la ruta, y no teníamos tiempo para solazarnos en exceso. Le pregunto al más veterano si merece la pena acercarse a echarle un vistazo a la Cueva Secreta, y me dice, que no. He leído por ahí que el lugar se reconoce por la existencia de dos corrales de piedra, y dos abrigos naturales con albarradas (muros), uno apegado al río y otro en línea de pendiente 150 metros por encima. Sus orígenes como choza de pastores, labradores y manzanilleros, se sustituyen hoy por el de improvisado refugio montañero. Los alrededores tienen buenos lugares para plantar la tienda. Otro día que nos venga bien, le echaremos un vistazo.
No muy lejos de aquí, también se encuentra la Cueva de Vacares y algo más arriba, la Laguna de Vacares, y aprovechando como se suele decir, que el Pisuerga pasa por Valladolid, copio pego una preciosa historia de leyenda que leí en el bonito libro de García Gallego, Excursiones por el Sur de España, en su primera parte...dice así:

La Laguna de Vacares: el jardín de la princesa Cobayda 
(Fidel Fernández, "Sierra Nevada", 1931) 
 
Hace casi un siglo que el doctor granadino Fidel Fernández enderezaba sus piernas por las alturas de Sierra Nevada, teniendo el privilegio de compartir el ocaso de los últimos serranos que vivían todavía en chozas y covachos, y viendo la vertiente occidental del Veleta inmaculada y libre de huellas humanas. Fueron tiempos de miedos y leyendas cuando el Alto Genil era todavía un valle de misterio, de tesoros e infiernos. Hoy lloramos el Veleta, pero por fortuna, todavía puede el caminante remontar el Genil con su propio esfuerzo, y quizás allí, perdido en los albores de los tres mil metros, alguien se acerque y le cuente al oído, como a Fidel, la leyenda de la misteriosa Laguna de Vacares.

"En tiempo de moros, hubo en las alturas de Sierra Nevada un espléndido palacio, rodeado de bellísimo jardín. Eran de mármol y serpentina las solerías, y de estucos y alicatados, como los bellos aposentos de la Alhambra, las paredes. En los patios, brotaban surtidores de aguas olorosas, y los muros desaparecían bajo ricas telas bordadas con hilos de oro, y con perlas, amatistas y rubíes. Entre las flores del jardín, veíanse los más bellos pájaros del mundo, y espesas arboledas se prolongaban hasta un lejano cerco de montañas, manteniendo el palacio aislado y oculto a la curiosidad de los mortales. 

Allí vivía una bellísima princesa, cuyo padre, el Rey moro de Granada, la sometió recién nacida al estudio de los sabios, mandándoles descifrar el 'destino' de la niña en el libro de los astros. El horóscopo anunció que la princesa moriría al conocer el 'amor', y el Rey, queriendo oponerse a la fatal sentencia, fabricó el palacio en el sitio más inaccesible de la Sierra, mandando que nadie se acercase a aquel lugar, donde la encerró bajo la vigilancia de una mujer de confianza: la discreta Kadiga, de los cuentos alhambreños.

Pasaron los años, y la niña llegó a hacerse mujer, sin conocer más mundo que el que contenía aquel marco de montañas, ni más personas que las esclavas encargadas de su servicio. Un tenebroso subterráneo, cuya entrada era un misterio para todos, permitía al Rey visitar de vez en cuando aquel paraje inaccesible, y ver desde lejos a su hija, cuando oculto entre la espesura la miraba pasar por los laberintos del jardín.
(foto robada de internet) 
Hallábase un día Cobayda —que así se llamaba la princesa— recreándose en los bosques que limitaban el recinto de la morada, cuando apareció entre los árboles un arrogante caballero vestido de ricas vestiduras, que habiéndose perdido en la montaña, vagaba de valle en valle sin encontrar el camino que le condujera a la ciudad.

La princesa, que nunca había visto más que en sueños una figura varonil, sintió intensa emoción ante aquel joven tan apuesto, que aparecía radiante de hermosura. El doncel, por su parte, recibió también el flechazo del amor, y desde entonces, y aprovechándose de la confiada seguridad en que vivían Kadiga y sus esclavas, salía todas las noches la princesa para encontrar al joven vestido de azul, que por ocultos caminos llegaba a las frondosas alamedas del jardín.

Tornóse alegre y animado el carácter antes triste y melancólico de Cobayda. Despertó este cambio el recelo de Kadiga, y puesta en vigilante acecho confirmó sus temores, sorprendiendo el tierno idilio de la enamorada pareja.

Montó en cólera el Sultán al conocer la noticia, y queriendo comprobarla por sí mismo, pudo oír cierta noche, emboscado entre los árboles, las palabras de amor que el hermoso joven deslizaba junto al oído de la enamorada doncella.

Ciego de ira, el Rey moro al ver defraudadas sus esperanzas, y creyendo impedir con el rudo golpe el designio de los astros, se lanzó, furioso, contra la feliz pareja. Un relámpago brilló en aquel momento sobre el alfanje damasquino del Sultán, y la cabeza del doncel rodó largo trecho por el suelo, hasta quedarse convertida en una piedra negruzca, que aún puede reconocerse fácilmente. La princesa, asustada por aquella terrible aparición, quedó convertida en hielo, y de sus ojos brotaron tantas lágrimas que bastaron para llenar el valle y convertirlo en un lago salado —la Laguna de Vacares—, que cubrió con sus amargas hondas el palacio, el valle y el jardín. El Rey, aterrado por la desesperación de aquella hija predilecta, quiso huir, pero no pudo: se había convertido en una enorme roca, que sigue enhiesta junto a la Laguna, y gime y brama cuando en las noches de furioso temporal la atenazan el remordimiento y el dolor."
Nos dirigimos ahora hacia un lugar emblemático de nuestra ruta, esto es, el Puente del Guarnón y las Minas de la Estrella, que al fin y a la postre, ponen nombre a esta ilustre vereda. En este paraje tenemos que estar atentos porque llegaremos al cruce donde tenemos que decidir si hacemos la ruta corta o la más dura, cogiendo la senda hacia el Cortijo del Hornillo. Ya veremos, que dirían los ciegos, pero me da a mí que muy cascados habríamos de estar para renunciar a hacer la ruta cinco estrellas que Pedro y yo llevamos en mente. Ya valoraremos si está al alcance de nuestras piernas. Comenzamos a caminar por un tramo precioso, por el que intermitentemente nos cruzamos con gente. En un momento dado, nos tropezamos con un chico extranjero, en medio de la senda, que en tono perentorio, casi suplicante, intenta decirnos algo en el idioma de Shakespeare, pero tanto Pedro como yo, que de inglés no entendemos ni papa, nos quedamos in albis. Pero el lenguaje de los signos, sobre todo si son desesperados, es universal y al fin, Pedro los interpreta, y el otro, por fin, parece que respira aliviado. Su pareja, a todas luces, mujer, que aún no vemos, debe hallarse en las inmediaciones, evacuando, mientras su partenaire, vela celosamente la culminación del proceso. Un gesto que le honra. Esperamos pacientemente y por fin, el hombre se aparta, y con una sonrisa de agradecimiento, nos permite que sigamos nuestro camino. En efecto, a los pocos metros, en un recodo a nuestra izquierda, allí se encuentra la súbdita inglesa, recomponiendo su indumentaria, mientras con una sonrisa divertida a la par que agradecida, nos levanta la mano y saluda. Es que la ley de Murphy no descansa. Andas kilómetros y kilómetros sin cruzarte con un alma, y basta que tengas un apretón para que de pronto te alcance todo un batallón.
Como antes decía, este tramo hacia el Guarnón resulta muy disfrutón. Atravesamos las ruinas de las minas de La Justicia, mientras a nuestra derecha, nos recreamos con las composiciones cromáticas que nos ofrece la Loma del Calvario. Rebasamos un abrigo de roca que coinciden con el entronque del Barranco del Aceral por la vertiente contraria, dibujando una estirada chorrera. La masa arbórea se hace más escasa, manteniéndose sólo en la ribera del Real. De vez en cuando nos giramos para seguir disfrutando de las tornasoladas siluetas del Mulhacén y Alcazaba.
Llegando al Puente del Guarnón y las Minas de la Estrella
En dirección a las Minas de la Estrella.
Río Guarnón
Hemos de tomanos un corto respiro para disfrutar ahora de la vista del Picacho del Veleta y su circo glaciar. Atravesamos el Puente del Guarnón, y observamos debajo de este, un refugio natural formado por la caída de una gran roca en donde dicen los más antiguos que se refugiaban los maquis. Es también el lugar en donde se inician las ascensiones montañeras míticas como la subida al Mulhacén por la Laguna de la Mosca.
Llegamos al pasillo que forman las antiguas construcciones para los obreros que trabajaban en las Minas de la Estrella que dan nombre a la vereda. Por aquí cerca tiene que andar también el cruce de sendas. Del libro de García Gallego, obtenemos otra interesante reseña acerca de la historia de estas minas:
Las Minas de la Estrella

Son las minas más conocidas de la cuenca del Genil, que han dado nombre a la popular vereda hacia la cara Norte de los "tresmiles". Se extraía pirita, calcopirita, y galena argentífera. Su explotación moderna data de mediados del S. XIX de hecho, la traza actual de la "Vereda de la Estrella", procede del arreglo efectuado hacia 1890 para facilitar el tránsito de los carros de bueyes que acarreaban el mineral. El camino se ha conservado hasta nuestros días, gracias a las intermitentes reaperturas de las minas, que siguieron a la construcción del Tranvía de Sierra Nevada en 1925, y después de la guerra civil, a la ampliación de la línea hasta el Barranco de San Juan (1947). Los trabajos de repoblación forestal de las Dehesas del Calvario y San Juan desde 1941, y las recientes rehabilitaciones del Parque Natural en 1996 han permitido mantener la "Vereda de la Estrella", desaparecida toda actividad minera. La explotación original del yacimiento es difícil de asegurar, aunque probablemente sea romano, pues se sabe que estos sacaban oro del Genil, y que introdujeron el cultivo del castaño en el valle. En todo caso, la existencia de un cementerio árabe junto a las minas de la Estrella presupone la utilización de los yacimientos.
En las Minas de la Estrella, coincimos con una pareja granadina muy simpática, que atacarían con nosotros, las duras rampas de subida hacia el cortijo del Hornillo. Llevábamos 15 kilómetros y aún nos quedaban por recorrer diez. El desvío se encontraba apenas unos metros después de las minas, y poco podíamos sospechar entonces, que estábamos a punto de alcanzar la apoteosis total, la cúspide, el mirador, súmmum pupilar absoluto de toda la ruta.
FINAL TERCERA PARTE

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