Estamos ya casi arriba de la línea de cumbres de Sierra Seca, dispuestos a disfrutar de un soberbio espectáculo paisajístico en muchos kilómetros a la redonda. Trescientos sesenta grados de despejado y vasto horizonte. De los lugares a los que uno llega con sus prismáticos y se olvida de todo.
La inclinación de los llamados pinos de bandera nos informan de la dirección y fuerza huracanada del viento que acostumbra soplar por aquí.
Enlazando visualmente la Sierra de Castril con aquella en lontananza que debe ser Sierra Nevada.
¡Las fortísimas rachas de viento que tendrá que soportar este bravío ejemplar para presentar semejante tesitura...! ¡Esto sí es ofrecer estoica resistencia a unas condiciones climatológicas adversas.
Muy placentera la sensación de andar por aquí en completa soledad...
El pantano de San Clemente, con el aspecto ahora de un raquítico charco. Los rigores de la imperante sequía adquieren ya tintes dramáticos en la zona.
La típica silueta de barca invertida de la montaña Sagrada.
Desde la Morra del Buitre, techo del Parque Natural Sierra de Castril, se nos abre una serie de panorámicas en las que están representadas buena parte de la orografía de la Andalucía oriental. Tornajuelos, Guillimona, La Sagra, Taibilla, Moratalla, Sierra de María, pantano de San Clemente, Sierra de Baza, Sierra Nevada, Buitre, Empanadas, Sierra Mágina, Banderillas, Sierra de Segura, Las Villas, etcétera...en fin, ha sido buena idea no olvidarse para esta ruta de los prismáticos, para desde el vértice geodésico del Tornajuelos, zamparse con tranquilidad el bocata y tras ello, dedicarse a disfrutar de los excelsos horizontes que se pueden contemplar desde esta estratégica atalaya.
Profundos barrancos que causan infarto como el del Lobo. Más tarde bajaremos por el de la Majada de los Carneros.
Morra del Buitre que acabamos de dejar atrás. Por este lugar resulta fácil advertir la presencia de numerosos fósiles de ostras, caracolas y otros animales marinos. Se hallan en lo alto de la sierra, ya que antes de plegarse y levantarse esta aérea superficie (debido al choque de la placa tectónica africana con la europea), formaba parte de los suelos marinos.
La Sagra e inmediaciones de donde se halla enclavada.
Desde la Morra del Buitre, el acceso al pico Tornajuelos se hace extremadamente cómodo, ya que va manteniendo la altura hasta llegar a su vértice geodésico.
Panorámicas hacia los extensos campos y sierras próximas a Huescar.
Mirando hacia el pico Empanadas y la Morra del Buitre.
Por aquí el viento tiene que soplar de lo lindo y hacer un frío que pela.
Las vistas hacia La Sagra son de lo más privilegiadas desde aquí.
Comparativa picos sobresalientes en la sierra de Castril, Morra del Buitre y Empanadas.
¡Alma cándida, moño hueco, cuentalubias!, ¿a quien se le ocurre subir en moto a un lugar tan montaraz, tan agreste, tan cerril como este...?. ¡No doy crédito a lo que ven mis ojos...!
Vale, que sí, que los tienes como ollas, que ni los del caballo de Espartero, pero a quien se le ocurre tamaño disparate...pagarás cara tu osadía.
Agapito me grita frenético, en el precario equilibrio en el que se halla, que dispare, que ha de quedar su impronta en estas montañas, sellada en pixeles para los restos. La mayor base del vehículo aguanta los embates del viento pero él se zarandea peligrosamente de un lado hacia el otro, manteniéndose apenas sobre la vertical.
Nuestro servidor público, soporta empero con gallardía y desprecio de su propia vida, los rigores de un viento racheado y creciente. Su supervivencia pende de un hilo y más de una vez se ha librado porque con una mano y un ojo sostengo la cámara y elijo el encuadre, y con la otra y el otro, vigilo que una ráfaga de aire no se lo lleve volando. Momentos de tensión y apremio por conseguir un posado en los diferentes ángulos que se pueden lograr desde la cima del Tornajuelos.
¡Ay, poco ha faltado, pues lo he cogido al vuelo...!
Pero Agapito Malasaña quiere más, y se recrea en la suerte con exceso de atrevimiento de lo que la mínima prudencia exige. La avaricia del postureo rompe el saco de su vanidad, y se comienza a escribir la crónica de un fenecimiento anunciado. Se barrunta de una instantánea a la otra...
Pero Agapito erre que erre no parece tener hartura, y pide a voz en cuello retratos desde todas las aristas del cilindro. ¡Cuánta vanidad la evidenciada por este espantajo de estuco! Pero este humilde cronista se pliega a la obediencia debida y no tiene más remedio que cumplir y acatar las órdenes recibidas, so pena de morir fusilado o ahorcado al amanecer. ¡La disciplina obliga!
Hasta que, como era previsible, una andanada del recio viento que suele azotar estos contornos, lo levanta en peso y sale disparado hacia el Pico Empanadas que por poco no derriba a un quebrantahuesos que planeaba por allí. Cuando procedo al rescate, me da un vuelvo el corazón, pues me lo encuentro diseccionado, decapitado, convertido en apenas dos vulgares cascotes de yeso.
Agapito, inasequible al descoyuntamiento, y cual pollo sin cabeza, me pide ya entre estertores de muerte, una última voluntad in aeternum, esto es, que sus restos descansen en este incomparable y solitario lugar y que dispare las últimas fotos mientras sus ojos, nariz y bigote conserven un átomo de expresión, antes que la erosión los desfigure, pues siempre ha llevado por bandera y lema en esta vida, el "morir con cara de mala leche y las botas puestas". ¡A sus órdenes mi sargento, así sea...!
Hasta la lente de la cámara sufre los estragos de su inconmensurable pérdida, desenfocando el cuerpo descabezado y yaciente del que otrora, tantas veces nos alegrara con su natural simpatía, los puntos más eminentes de nuestras excursiones. La pena y el desconsuelo nos embargan y entre lágrimas, con mirada vidriosa, disparamos las últimas instantáneas que dejan testimonio imperecedero de su existencia y tránsito por entre estas regias montañas.
Memoria de un trozo de escayola que mientras lo inmortalizábamos, nos procuraba no pocas sonrisas y momentos de descojone a norre. Habrá que buscarle un sustituto porque la vida sigue y un cilindro geodésico sin un motivo que lo ensalce, como que no luce igual en nuestras crónicas; en fin, algo habrá que inventarse. Elevemos pues un réquiem definitivo por su alma de yeso, y quedémonos con los buenos ratos que nos hizo pasar. Descanse en paz, amén.
Así pues y para concluir este trasunto de crónica cómica en que se ha convertido este episodio senderista, aquí dejo el postrer recuerdo del que fuera el más íntegro de los funcionarios, que en el colmo de su probidad y celo sin igual en el trabajo, hasta fue capaz de renunciar a los asuntos propios y la productividad, por bien de la humanidad y la importante misión que tenía encomendada. Sin duda que a este prócer, a este filántropo con sempiterno rostro de mala uva, lo echaremos mucho de menos. Nunca te olvidaremos Agapito Malasaña, guardián ilustre de la Montaña. Sin ti, a partir de ahora, los montes correrán un serio peligro, pues furtivos, domingueros, pirómanos y otros indeseables de pernicioso proceder, con tu marcha, mucho me temo que volverán a aparecer y campar a sus anchas. Insustituible e irreparable pérdida. Tremenda desgracia que pagaremos muy caro.
El principio del fin ha comenzado.



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