11 noviembre 2024

EXCURSIÓN POR LA MOLATA DE CHARÁN Y EL BARRANCO DE HONDARES (desde las Casicas del Portal) I

Llevaba varias propósitos a la hora de volver por estos andurriales. Por un lado, comprobar cómo de bonita se pudiera encontrar la cascada de la Poza de las Tortugas, habida cuenta las últimas copiosas lluvias, acaecidas por toda la región de Murcia; también hacer una última actividad física antes de afrontar la exigente XXII edición de la Travesía de Resistencia de Montañas de Caravaca (la ADENOW) y por último, conocer la Poza de los Gemelos, que por pasarme inadvertida, siempre la había dejado fuera de itinerario, en las repetidas ocasiones en que había hecho esta excursión, itinerario senderista en demarcación de Moratalla, clásico y popular donde los haya, que discurre por entre la Molata de Charán y el Barranco de Hondares. 
Este recorrido nunca decepciona. Lo hagas cuando lo hagas, siempre da la cara, ofrece su mejor versión, aunque el día pinte plomizo y la luz no sea tu mejor aliado, su paisaje y elementos que lo configuran, destacan y se hacen valer. En fin, me he dado una vuelta por el buscador del blog, y en 2011 hice esta ruta senderista por vez primera con un grupo de gente muy majo, cuando por entonces, este tipo de saludables actividades las organizaba y dirigía nuestro amigo Miguel Ángel, alias Conde, el fundador de la actual y ya más que consolidada, Falcotrail ceheginera. He aquí el enlace, que en aquella ocasión titulaba: Por Charán Hondares con el grupo de Falco.
En 2014, hace diez años, volví a repetir experiencia, por supuesto acompañado de mi añorada Viky, de la que se puede colegir en las fotos que por entonces se hallaba "en todo lo suyo", saliendo en aquella ocasión desde el camping de Moratalla, POR EL BARRANCO DE HONDARES, encontrándome los almendros en flor, y todavía algunas paredes del Cortijo de Hondares de Abajo, resistiendo a duras penas los rigores de un abandono, hoy ya trocado en pura ruina y desolación. Una anécdota que no he contado nunca es que una noche de julio, pretendí pasar la noche, haciendo vivac, en una de las planicies alrededor del cortijo. Debe ser tanta la vida animal que durante la noche pulula por el barranco de Hondares, que Viky debía olfatearla, se alteraba y ponía a ladrar cada cinco minutos y así resultaba imposible conciliar el sueño. Para más inri, mientras escuchaba música mediante unos auriculares con la intención de aislarme en lo posible de los ladridos y los inquietantes gruñidos nocturnos, unas extrañas interferencias electromagnéticas se intercalaban y penetraban durante la audición en mis oídos, de tal manera que me ponían en alerta, ojos avizor hacia el cielo estrellado, al acecho por si de pronto, divisaba un platillo volador suspendido en el aire y al instante siguiente, ya preso del pánico, lo veía aterrizar en las inmediaciones del cortijo. La siguiente escena que cobraba forma en mi excitada imaginación era la del OVNI desplegando una rampa telescópica a tierra, de la cual, descendían dos o tres alienígenas de grandes orejas y perfilada trompa, dirigiéndose hacia nosotros con claras intenciones de abducirnos o secuestrarnos, que durante una noche de insomnio o desvelo, todo es posible y resulta de lo más común, que nos asalten pensamientos irracionales, poco realistas, que durante la vigilia como digo, a uno le pueden parecer de lo más creíbles o verosímiles. Para colmo de zozobra e inquietud en aquella noche de verano, un animal que supuse una raposa, pasó como una exhalación por donde teníamos el hato, llevándose mi bolsa del Mercadona que contenía cacahuetes, anacardos, nueces, un sándwich, una manzana, un plátano y unas lonchas de jamón de York, vamos, nuestro desayuno, total que desesperado y algo asustado también, hacia las tres de la madrugada, decidí levantar el campamento y por el ramblizo del Toril, sin perder de vista nuestra retaguardia, y bien alumbrado con una linterna led de los chinos, enfilamos hacia las Casicas del Portal, donde la tarde anterior había dejado aparcado el coche. Tentativa frustrada de un vivac en el barranco de Hondares, del que corrí un tupido velo y decidí olvidarme cuanto antes, ahora bien, aprendí la lección de que durante un vivac, la comida por la noche si se puede, hay que dejarla colgada de la rama de un árbol o bien guardada en la mochila, porque de lo contrario, corres el riesgo de que la zorra te sustraiga el almuerzo. 
Al año siguiente, volví a repetir parajes, realizando idéntico recorrido al de hoy. Por entonces, llevaba como acompañante habitual de mis excursiones, no solo a Viky sino también al malogrado Agapito Malasaña, el guardián de la Montaña, aquel que quedara troceado en cinco pedazos, si mal no recuerdo, en Sierra Seca, como si de una figura de escayola se tratara, y que tantos momentos de ocurrencias y descojone a pajera me brindó. Personajes indelebles, irrepetibles, que ya forman parte de mi historia personal senderista que ya no volverán y que por ello producen en mí una profunda nostalgia y a veces, dolorosa melancolía cuando los recuerdo.
(para pasar de capitulo se debe clicar al final del episodio en "entrada más reciente")
Voy de camino a Las Casicas del Portal y he visto estos chopos recortados sobre las Cuevas de Zaén, y no he podido resistir, detenerme y fotografiarlos. Aquí quedan.
Por aquí el día pinta demasiado grisáceo para mi gusto, pero en fin, venir por venir es tontería, y ya que estoy aquí, habrá que aprovechar lo que se pueda. Madre e hijo gatunos me deparan esta enternecedora imagen sobre el alfeizar de una ventana.
El camino hacia la Molata de Charán, se presenta muy embarrado, por lo que he de ir pisando por sus laterales que parece más duro y compacto.
Al villorrio de Las Casicas del Portal lo constituyen cuatro casas, como se puede ver, aunque permanecen habitadas de forma permanente, al menos dos, según me informó una vecina de Benizar, que tiene casa aquí. Al fondo, el puntal del Fraile, Calar del Fresne, Sierra de los Álamos y el Frontón.
Culmino la ascensión a 1416 metros de altitud, con unas vistas en derredor poco diáfanas y algo chuchurrías, sobre todo si las comparo con las de otras ocasiones en que he estado por aquí.
Me he traído a Yoda por si me animaba el cotarro y a una réplica en miniatura de la Viky, para darle cierto significado y estimular su recuerdo cuando ella aún vivía y me acompañaba por aquí. Desde algún lugar me estará observando y espero que velando mis pasos.
La aldea de Charán se halla en la actualidad en pleno proceso de obras de restauración. Algunas serán casas rurales durante algún tiempo para aprovecharse sus dueños de la subvención a la que tienen derecho si se atienen a una serie de requisitos establecidos por la administración de turno, y otras ya son casas de pleno derecho para sus dueños, que suelen habitarlas los fines de semana y fiestas de guardar. Charán, en proceso de reciclado, acorde a los nuevos tiempos de todo por lo eco sostenible, de los cuales, las placas solares constituyen su más característico elemento técnico representativo.
Una vez dejo atrás la Molata de Charán, me voy al encuentro de la cantera de piedra Nogal, que de momento parece inactiva, buscando el cuele por entre la rambla del Agua, que me va a llevar a la ya mencionada aldehuela, que se mantuvo habitada hasta bien entrados los años 70.
Mirando hacia Charán.
Estas formaciones rocosas que los geólogos denominan paleokarst, son muy características de la cabecera del Barranco del Agua.
Durante el descenso voy tomando nota y registrando sus curiosas formas. A mi izquierda, no visible desde mi posición, existe un aprisco de respetables dimensiones que rehúso visitar por haberlo fotografiado ya en diferentes ocasiones. Otras criaturas se sirven del mastodóntico roquedo como balcón mirador y refugio.
La cueva de grandes dimensiones que circunstancialmente hace de majada.
Acercándonos a Charán, que ya tenemos a tiro de piedra.
La Molata de Charán, vista desde la aldea que le proporciona el nombre, o fue al revés...?
Como se puede observar en la relativa uniformidad de las viviendas, de lo que se trata es de establecer un equilibrio entre la modernidad y lo tradicional o rural, y que al mismo tiempo reúna unas condiciones de habitabilidad y confort óptimos. 
Como lugar de descanso y retiro espiritual no puede existir mejor enclave que este.
Una pareja de águilas que en ese momento sobrevolaban Charán.
Esta vivienda ya derruida, recuerdo haberla fotografiado cuando aún se mantenían algunas de sus paredes en pie. Como ya hemos observado muchas veces, una vez se desmorona el techo de una vivienda, comienza el inexorable proceso de derrumbe del resto de la construcción.

Cruzando el Cordel de Hellín, que entre otras poblaciones, conecta El Sabinar con Benizar, en dirección al Poyato y los espectaculares Cenajos de Hondares.
Pronto conectamos con el pintoresco sendero del Poyato, hecho en su día de mampostería, ya un poco deteriorado aunque todavía en buen uso, que utilizaban los antiguos lugareños de las zonas altas para trasladarse a los diversos cortijos de las inmediaciones y la villa de Moratalla, una vez cruzado el arroyo de Hondares, por el camino de Somogil.
Divisando los típicos chopos de las inmediaciones del Cortijo de Hondares de Abajo, que se encuentran en la ribera del arroyo homónimo, todavía vestidos de su característico color otoñal, aunque por poco tiempo, pues ya mismo habrán de quedarse desnudos, preparándose para el duro invierno que les espera en estas latitudes.
Mientras desciendo por el sendero de piedra, no pierdo detalle de los tornasolados cenajos.
Estos farallones calizos resultan espectaculares y los entendidos o aficionados a la geología saben identificar los elementos y vestigios de su ancestral pasado marino. 
Nos alejamos de los escarpes a través de la senda empedrada para al poco enlazar con el camino que viene del collado Quintero. Lo seguimos hasta alcanzar el archivisitado cortijo que encuentro más arruinado que nunca. No sé lo que aguantará todavía la fachada, pero no creo que pase de los dos o tres inviernos.
FINAL PRIMERA PARTE
    

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