17 noviembre 2019

POR LOS MONTES DE VENTA LA REJA. LA SILLA I

Durante mis desplazamientos al currelo por la autovía, entre el cruce de Cieza y Bullas, existe una larga recta de más de cuatro kilómetros que permite relajarse y observar el panorama en derredor. Sin despistarse demasiado pues en este tramo se producen muchas salidas de vía, la mayoría atribuidas a distracciones del conductor. El punto intermedio de este prolongado radio se halla en Venta la Reja. Era un lugar que mi padre aludía con frecuencia porque había sido en el pasado, punto de referencia y espacio de encuentro entre viajeros. Y es que en tiempos pretéritos, cuando la gente se desplazaba en bicicleta, andando o mediante animales de carga o silla, este concurrido emplazamiento era lugar de obligada parada para refresco (posta) de caballerías, comida, descanso y pernocta. Las ruinas de aquella antigua posada para hospedaje de pasajeros y animales, tiempo hace que fueron demolidas y hoy se hallan durmiendo el eterno sueño de los justos, bajo la plataforma asfaltada del carril derecho de la autovía de Caravaca, sentido Murcia. Durante la construcción de la citada carretera, recuerdo muy bien el día en que observé a las máquinas, derribar lo que aún permanecía en pie de la legendaria venta. A saber la de gentes de toda edad y condición, que a lo largo de los años, habrían pasado por allí. Hoy, de aquel antiquísimo parador, no queda nada, ni tan siquiera el recuerdo.
Un día andaba yo algo ensimismado conduciendo por aquí, observando de reojo el panorama existente a un lado y otro de la autovía y de pronto reparé en la sierra de La Silla. Los asiduos de la comarca del noroeste murciano, se habrán dado cuenta que a partir del cruce de Cieza, el paisaje, el aire y hasta la temperatura y tonalidades del terreno cambian. Es como si atravesáramos una frontera invisible, otra región. Llegando a Bullas, reparé en la alargada prominencia a la que tantas veces he dirigido la mirada de forma inconsciente, la que conforma la sierra de La Silla, la que parece que tira hacia la pedanía de La Copa, pero que en realidad lo hace en dirección NE. Y me dije que un senderista cabal, coherente, sensato como yo, no podía seguir pateando los montes de la región y limítrofes, pero ni un instante más, sin conocer de una vez por todas, la orografía de una sierra que me despertaba ancestrales recuerdos de juventud. La Silla engaña, ya que vista desde la autovía, parece un monte chato, modesto, de poca entidad e importancia. Pero una vez metido en sus entrañas, la montaña se agranda y torna atractiva, encantadora, lozana, con innumerables balcones hacia levante y poniente desde donde contemplar el casi infinito y despejado paisaje.
Fue más tarde cuando se me ocurrió extender mi recorrido hacia los promontorios que más logran atrapar mi atención de camino y regreso del trabajo. Así pues, para esta excursión y nueva entrada de blog, he elegido cuatro cerros que explorar. Dos a cada lado de la autovía. Las cuatro esquinas de Venta la Reja. El de más entidad, esto es, el que alcanza mayor altura, es el pico de la Silla, al que le faltan apenas siete metros para conseguir los ochocientos. Los tres restantes, Muela de Codoñas, Muela de Don Evaristo, Cerro Rodero, rondan los setecientos. Ya iremos viendo que los paisajes vistos desde sus atalayas, resultan magníficos.
 Cuando era zagal y caían cuatro gotas, mi padre me solía llevar con él a buscar caracoles por las faldas de esta sierra. Decía que el sabor que al arroz con conejo le proporcionaban estos bichos serranos, resultaba de lo más aromático y suculento. En tiempos adolescentes y aún más tarde, recuerdo también haberme dado algún que otro chapuzón en la fuente Carrasca, que es un nacimiento con estanque, situado en las faldas de la Silla, cerca del cementerio de La Copa, a sus afueras. Mi padre, que por aquellos tiempos solía trabajar en usufructo, unas tierras en los Derramadores, me llevaba con él los sábados y domingos, para que fuera tomando contacto con el siempre "pedagógico e instructivo" trabajo en el campo. Tras la dura faena labriega, muy metidos ya en el mes de junio, me llevaba a bordo de su mobylette campera, a la fuente Carrasca para que me pudiera dar un baño, mientras él, observándome, se fumaba un celtas cortos, sentado sobre un ribazo. Asimismo, enfrente de la sierra, entre esta y la carretera de La Copa existe un lugar carismático, casi legendario donde han tenido lugar las más encendidas declaraciones de amor entre enamorados. También ha sido recogido escondite de primeros escarceos amorosos y rincón de clandestinos encuentros furtivos. El paraje lo constituye una casita enclavada a la espalda de una pinada, que es conocido en el pueblo por La Casa de los Pinos. Pero es un ejemplar de pino carrasco cuyo tronco adopta una hechura singular el que se lleva toda la palma, pues las parejas se podían encaramar sobre él a horcajadas, muy cerquita el uno frente al otro. Ya se pueden imaginar la romántica escena. Si este pino hablara y pudiera describir todos los cuadros y episodios de amor de que ha sido testigo, nos hallaríamos sin duda ante un completo vademécum shakespeariano a lo Romeo y Julieta. "Es casi ley, que los amores eternos son los más breves..."; "Mi único amor surgido de mi único odio...", ¡ahhhhh!. Emplazado a caballo entre la pedanía de La Copa y el pueblo de Bullas, otrora aislado y solitario, hoy ha perdido gran parte de su encanto, al hallarse rodeado de casas y de una fábrica de producción de huevos que se traduce en un permanente trasiego de vehículos.

Con motivo de la mención de este paraje en el presente espacio que estás ojeando, me acerqué al lugar para echarle un vistazo y me encontré a la casita, sin puerta, eso sí, pero todavía incólume. El legendario pino sigue impertérrito, desafiando indiferente el transcurrir del tiempo. Incluso lo encontré más íntimo y solitario que nunca pues la maleza y una rama tupida cuyos extremos caen sobre el suelo, lo mantienen oculto y a salvo de las miradas indiscretas del camino. En la imagen inferior, la forma e insólita orientación del tronco de este mítico y acogedor pino.
 La fábrica de huevos y al fondo la sierra de La Silla.


La singular forma del tronco que tanto acomodo romántico proporcionaba a las parejas.


Después de aquellos años, casi desaparecidos ya en el limbo de mi memoria, y pese a este tiempo en que llevo ya de práctica senderista, por extraño que pueda parecer, no se me había planteado hasta ahora, la idea de introducirme entre los pinos de esta evocadora montaña. Y no fue en mi primer acercamiento sino en el segundo cuando pude llevar a cabo mi exploración por esta sierra. 
En mi primera incursión, iba acompañado de Viky y pretendía atacar la sierra desde Fuente Carrasca. Pero me tropecé con una peculiaridad de los tiempos actuales que en principio me desalentó bastante. La fuente se halla cercada, inasequible a la vista curiosa del peregrino. Todo en derredor observa gran profusión de casas parceladas, entre majestuosas y de variopinto porte. Cuando salimos del coche, una jauría de estridentes ladridos de perros que nos llegaban desde todas direcciones y distancias nos subyugó. Al poco, dos amenazadores especímenes de pastor alemán nos salieron al encuentro, dirigiéndose con caras de malas pulgas hacia la Viky. Tuve que echar mano con decisión y arrojo del bastón senderista para ahuyentarlos hasta que apareció el presunto dueño, que sin siquiera dirigirme la mirada ni darme los buenos días, con dos bramidos los conminó a su presencia, obedeciéndole los canes al instante, desapareciendo poco después los tres ejemplares por donde habían venido. Aún no tengo claro quien nos amedrentó más, si los formidables cánidos o el dueño de los mismos. Con razón dicen que los perros terminan por parecerse a su amo. ¿O es al contrario?¿Habré sufrido yo, sin darme cuenta, idéntica transformación o metamorfosis...?
Me lo pensé mejor y atendí con prudencia y prevención el aviso. Aquel día hicimos una rutinaria ruta por Burete, para no perder el día y dejamos La Silla, para mejor ocasión y oportunidad.
En la segunda tentativa a la que pertenecen estas imágenes, acudí en solitario a la cita y procuré atacar la sierra desde las faldas y vertiente donde a mi padre le gustaba buscar caracoles serranos. Dejé el coche bajo una pinada y frente a una casa muy coqueta. Lo cierto es que todo parece poblado de casas y pequeñas parcelas, diseminadas por doquier. No me percaté de que me introducía en una propiedad privada cuyo camino se halla delimitado con una cadena que yo aquel día encontré franqueada. A la vuelta, como ya veremos, el morador y propietario de la finca tuvo el detalle de dejarme un sutil y conminatorio aviso. 
Llevaba un track que partía desde La Copa, y que a toro pasado preciso es decir que se trata del recorrido más practico e interesante de seguir. Yo lo hice parcialmente a la vuelta. A la ida empleé el modo intuitivo asaltalindes, que no siempre es el mejor y suele dejar las pantorrillas, de arañazos y rasguños, hechas un cristo. Como digo, emprendí la exploración de la sierra, campo a través, por la cara que da a la Muela de Codoñas y la pista asfaltada que llaman Camino del Collado del Catalán, que desde la vía de servicio de la autovía, nos conduce a la MU-552 (Calasparra-C330); muy conocida y frecuentada de ciclistas, por su buen estado y escasa afluencia de tráfico.
Más tarde me tropecé con caminos y sendas escondidas utilizadas exclusivamente por cazadores que como se observa en la imagen superior, cuidan muy mucho el mantenimiento de la fauna de los montes de su influencia. Los agentes perniciosos que siempre empañan su popularidad y prestigio son los elementos furtivos incontrolables. De hecho poco faltó para que fuéramos testigos de una de sus execrables fechorías, ya que a pocos metros de llegar al vértice geodésico, nos tropezamos con los despojos y vaciado reciente, de un animal seguramente abatido durante la noche. 
Mi pueblo, la bonita villa de Bullas, rodeada de montañas, descollando en el centro el techo del término municipal de Cehegín, La Lavia (1236m).
El cielo se fue encapotando por momentos y hasta me cayó un leve chispeo. En la imagen podemos apreciar La Copa, Cehegín y Caravaca al fondo, con las sierras caravaqueñas delimitando el prominente horizonte.
La vega baja del noroeste murciano, pese a sus tierras frías, riquísima los años que no hiela, en cosechas de horticultura, vid, oliva y árboles frutales; apreciados, pretendidos y deseados en el mundo entero. El vino de Bullas junto con el Carrascalejo y Bodegas Carreño de Cehegín, de lo más excelso y selecto que ofrenda esta bella y gallarda tierra. 
Bonita acuarela de mi patria chica.
Mirando hacia la Muela de Codoñas, algo deslustrada su estampa por la explotación cantera. Pero nos sorprendieron las bellas panorámicas que se divisan desde su prolongada atalaya hacia el Ardal y las vastas planicies del Campo Cajitán. Tuvimos la suerte de capturar un bonito e ígneo amanecer que adelantamos a modo de ejemplo.
Desde nuestra posición se pueden observar la miriada de coquetos y bien pertrechados oasis, que en estas latitudes como en tantas otras, existen proliferando y diseminados por doquier. 
Bonitas chozas a lo Falcon Crest pero de exclusivo estilo cajitanero.
Contemplando estos vastos e infinitos campos de Cajitan, recuerdo un día ventoso del mes de mayo, hace ya muchos años, viniendo de Cieza en bicicleta, yendo en solitario, después de haber dado la vuelta por Calasparra y el pantano Alfonso XIII, que con un fuerte viento en contra castigándome de lo lindo, agarré tal pájara, que con las piernas convertidas en trapos, roto y hambriento, me vi rebuscando entre los almendros, algo que echarme al estómago. De esas pruebas de auténtica superación personal que nunca se olvidan. ¡En qué me vi de llegar a casa...!
Desde las alturas, los sentidos se expanden y dispersan. Se vacían y purifican para más tarde llenarse con nuevas sustancias y esencias.
A esto me refería cuando apuntaba a la previsible mano dañina del furtivo. Aunque tampoco puedo conocer a ciencia cierta que su caza no estuviere autorizada. En este caso, lo que sí es seguro es que el animal, previamente abatido durante la noche, es vaciado de las entrañas no aprovechables, que entran en rápido proceso de putrefacción. Proceso de descomposición, que a las once y media de la mañana aún no había comenzado. Es decir, que hacía pocas horas que había sido abatido.
Con esta última panorámica vamos a pasar a la segunda y última parte de la entrada dedicada a La Silla. Una vez en ella y desde el vértice geodésico, comenzaremos inmortalizando a uno de nuestros personajes que no recuerdo bien si se trataba de Hulk, Yoda o algún otro que aún no hemos tenido el gusto de dar a conocer. Al personaje marveliano lo tengo en cuarentena porque estos días, cualquiera lo aguanta con los 52 escaños que logró su partido. Estará de un fanfarrón engreído verdaderamente insoportable. Así que, de momento, lo tenemos de retén, encerrado en el armario, hasta que se le pase la euforia.
FINAL DE LA PRIMERA PARTE

2 comentarios:

  1. Hola caminante montañero. Ya hacia tiempo que no entraba a leer tus recorridos.
    Ésta noche me he pegado una buena sesión y ha sido un gustazo.

    Muchas gracias por tus descripciones tan singulares y verborrea, jajaja.

    Me alegra que sigas con lo tuyo. Saludos.

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    1. Gracias amigo por tu comentario. Siempre resulta agradable y reconfortante saber que alguien se entretiene en leer lo que escribes, lo cual tiene su mérito, jajaja. Aquí seguiré, de momento, para cuando gustes. Saludos.

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