10 abril 2015

POR LAS FALDAS DE LA SIERRA DEL MOLINO (CALASPARRA) II

Después de dejar el cortijo, y por las inmediaciones, la fuente del llano, a la que olvidamos visitar, nos daremos cuenta que el camino comienza a centellear. El terreno de esta zona está formado por arcillas rojas y yesos macrocristalinos muy abundantes que crean la impresión de estar pisando un camino sembrado de cristales. Muy cerquita de aquí nos quedan las Salinas de la Ramona. Es un lugar interesante que vale la pena visitar. Yo lo hice a los pocos días de haber hecho esta ruta, aprovechando una nueva e interesante incursión hacia la sierra del Molino.
Al igual que otras muchas salinas interiores, las de La Ramona se han visto afectadas por el abandono de su uso tradicional, al que se asocia la ausencia de mantenimiento del manantial. Las salinas de la Ramona son un sistema mayormente artificial, ya que no se han creado a partir de la cubeta de un humedal preexistente. Aun así, se localizan en el lecho de una rambla inmediata en la que se han construido estanques de evaporación y cristalización a los que se derivaban las surgencias hipersalinas que, de otro modo, discurrirían por el cauce de la rambla. Sus recursos hídricos procedían de forma natural de un manantial salino, hoy abandonado, que es responsable de la salobridad de las aguas del embalse Alfonso XIII. Cuando las salinas se encontraban en funcionamiento, el agua se captaba a través de varias minas que la conducían por conductos subterráneos hasta una pequeña acequia. La canalización discurría paralela a la rambla, por su margen derecha, hasta que se bifurcaba para dar abastecimiento a las cuatro balsas o cocederos. El agua de las balsas pasaba a las eras o tablados (donde se evapora más fácilmente) y de allí se recogía la sal, que tardaba 21 días en ser producida. Esto sólo ocurría si la temperatura era propicia, entre 35 - 40 °C. Hasta el cese de su funcionamiento la sal se recogía con rastros de madera o hierro y se cargaba en sacos. Después se llevaba al alfolí (almacén de una sola planta cubierta de cañizo y rollizos y sustentada por tres grandes arcos adosados en las paredes). El alfolí estaba situado junto a la vivienda principal del salinero, en una zona alta. La sal de Calasparra se vendía a las fábricas que elaboran piensos para los cerdos y a explotaciones pecuarias. También se destinaban pequeñas cantidades para alimentación humana, para lo cual se molía la sal previamente.
Durante los siglos XVI al XVIII, las salinas se consideraban el principal motor económico de la ciudad, incluso por encima de la seda y el arroz.

 Fuente
Como se ha podido comprobar, el barro no fué óbice para disfrutar de una intensa a la par que bonita mañana de senderismo
Tras los quince kilómetros de caminata, y sin barro en los zapatos, estamos de vuelta en la casica de los Urreas y desde aquí...¡para casita que llueve...!, es un decir.
¡HASTA LA PRÓXIMA AMIG@S!

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