Después de la experiencia de mi primer vivac en La Sagra, había quedado arregostado para repetir. Y la nueva ocasión no se hizo esperar. Un jueves por la tarde, penúltimo día de agosto, navegaba por la “intenné” olisqueando cosas de senderismo y puse en el “gugle” las palabras mágicas...”vivac”.
El santo buscador, entre otros enlaces, me ofreció el de una web murciana, que llamó poderosamente mi atención.
De pronto se ofreció ante mí todo un universo de experiencias, de viajes, de aventuras y sobre todo, miles de fotografías y algunos cientos de vídeos por ver, que ilustraban de forma inequívoca, cada uno de los mágicos momentos vividos por sus variados y heterogéneos participantes.
En una de sus últimas actividades previstas de fin de semana se trataba de “vivir un vivac”, válga la rebuznancia, en lo alto de la sierra alicantina de Aitana.
A los no socios, les daban la oportunidad de “inscribirse” con solo solicitarlo vía correo electrógeno.
La ocasión la pintaban calva y aunque en principio podía disuadirme el acudir al evento, la gran distancia que me separaba de la sierra, no me lo pensé demasiado y decidí formalmente solicitar autorización para asistir a tan emocionante acontecimiento.
En efecto, la respuesta la obtuve en apenas unas horas.
Podía formar parte del grupo, recordándome el material que debía llevar consigo.
En realidad se trataba de una cita a ciegas pues no conocía absolutamente a nadie de los que tendría por compañeros de aventura, las próximas doce horas, y dado que la convivencia entre personas siempre resulta una experiencia impredecible, puse rumbo a Murcia, con la incertidumbre lógica a lo desconocido.
A la hora y en el lugar indicados, estábamos mi Viky y yo, prestos y predispuestos a iniciar la experiencia de nuestro segundo vivac en el que ya había averiguado que constituía el techo de Alicante.
El santo buscador, entre otros enlaces, me ofreció el de una web murciana, que llamó poderosamente mi atención.
De pronto se ofreció ante mí todo un universo de experiencias, de viajes, de aventuras y sobre todo, miles de fotografías y algunos cientos de vídeos por ver, que ilustraban de forma inequívoca, cada uno de los mágicos momentos vividos por sus variados y heterogéneos participantes.
En una de sus últimas actividades previstas de fin de semana se trataba de “vivir un vivac”, válga la rebuznancia, en lo alto de la sierra alicantina de Aitana.
A los no socios, les daban la oportunidad de “inscribirse” con solo solicitarlo vía correo electrógeno.
La ocasión la pintaban calva y aunque en principio podía disuadirme el acudir al evento, la gran distancia que me separaba de la sierra, no me lo pensé demasiado y decidí formalmente solicitar autorización para asistir a tan emocionante acontecimiento.
En efecto, la respuesta la obtuve en apenas unas horas.
Podía formar parte del grupo, recordándome el material que debía llevar consigo.
En realidad se trataba de una cita a ciegas pues no conocía absolutamente a nadie de los que tendría por compañeros de aventura, las próximas doce horas, y dado que la convivencia entre personas siempre resulta una experiencia impredecible, puse rumbo a Murcia, con la incertidumbre lógica a lo desconocido.
A la hora y en el lugar indicados, estábamos mi Viky y yo, prestos y predispuestos a iniciar la experiencia de nuestro segundo vivac en el que ya había averiguado que constituía el techo de Alicante.
Agrupación de Senderistas y Montañeros de la Región de Murcia (A.S.M.), es un club abierto a todos los amantes de los deportes en la naturaleza, esto es, senderismo, montañismo, alpinismo, escalada, esquí, BTT, carreras de montaña, descenso de barrancos, rafting...es decir, cualquier persona, animal o cosa, independientemente de su nivel físico o técnico en deportes de naturaleza y aventura, tiene cabida en este variopinto club de amigos.
Según rezan algunos de sus eslóganes:
“Todo se andará, todo se subirá...”
“Un día de sendero, una semana de salud...”
“Un día de sendero, una semana de salud...”
En fin, la ocasión se mostraba bastante propicia y sobre todo muy prometedora. Y nada que inspire más tranquilidad y confianza que patear la montaña con gente avezada, baqueteada con los imponderables que en cualquier momento se pueden presentar.
Fiel a mi costumbre, como más tarde veremos a través de las instantáneas, iremos conociendo a los 16 integrantes de esta nueva aventura senderista, con el aliciente añadido de dormir, o intentarlo al menos, bajo el fulgor de la luna llena y la rutilante bóveda estelar.
El viaje de ida lo hice acompañado de Alfonso y Marian.
Con estos montañeros, pronto me sentí "entre amigos".
Y tal empatía surgío entre nosotros, que el trayecto hasta los pies de Aitana transcurrió en un suspiro.
De entre los asuntos y temas que abordamos, incluidos algunos sobre lectura que promovieron en mí, la ya impostergable decisión de leer de una vez por todas El Quijote, escuché de boca de nuestra amiga Marian un precioso relato, "La casa de los mil perritos", mientras los kilómetros se iban sucediendo y nos adentrábamos por las zigzagueantes curvas del puerto Tudons, en el valle de Guadalest.
Cuando acabó el cuento, se ofrecía ante nosotros un nuevo tema de conversación a desarrollar, pero entre tanto, nos habíamos desviado hacia una pista de tierra procedente de otra asfaltada, y después de subir una vertiginosa pendiente, sembrada de pedruscos, llegamos a una explanada, lugar desde donde iniciaríamos nuestra apasionante ruta rumbo a la sierra de Aitana.
No había tiempo, de momento, para más cháchara pues tocaba organizar los bártulos que cada cual se llevaría al vivac. ¡Comenzaba la fiesta!
Preparando los apechusques...
El sol aún se mantenía a buena altura, pero el día comenzaba a declinar...éramos catorce aventureros, más la Viky y Nemo.
La gente parecía ir bien cargada, portando sus mochilas con agilidad y soltura. La pista era todavía de un andar fácil, de ligera pendiente en progresión ascendente.
Fiel a mi costumbre, me dejaba llevar, disparándole fotos a todo lo que se me ponía por delante y llamaba mi atención. Los colores de la tarde, comenzaban a ponerse melosos, presintiendo que en apenas media hora, tendríamos un crepúsculo precioso.
Fiel a mi costumbre, me dejaba llevar, disparándole fotos a todo lo que se me ponía por delante y llamaba mi atención. Los colores de la tarde, comenzaban a ponerse melosos, presintiendo que en apenas media hora, tendríamos un crepúsculo precioso.
Bonita imagen de Nemo, escoltando a estos alegres montañeros...
Progresando por la pista hacia la fuente de Partagás...
El grupo, atendiendo una de las numerosas e interesantes enseñanzas sobre botánica que nuestro insigne cicerone, Pepe Tárraga, tenía a bien compartir con nosotros.
ARCE: Árbol de la familia aceráceas, de madera muy dura, hojas sencillas y lobuladas, flores pequeñas en corimbo o en racimo y fruto en doble sámara. Como bien nos decía Pepe, la bandera de Canadá tiene una hoja de arce roja. La gente atendía con atención, confrontando in situ, las excelencias en cuanto a sabor, tacto y aroma de la planta y su fruto, del cual habíamos sido instruidos.
Mientras tanto, el cielo comenzaba a empaparse de las tonalidades propias del áureo atardecer.
Seguíamos avanzando, hechizados, embrujados, cautivados, fascinados por la magia de un ocaso absolutamente deslumbrante, que infundía cierto aire de paz y quietud en el ambiente.
Ni siquiera el pájaro metálico que se divisa sobre el incendiado horizonte, con el atronador rugido, de sus hélices propulsoras, fue capaz de romper la belleza y esplendor de aquellos minutos inolvidables...la tonalidad del cielo cambiaba a cada instante, de un segundo a otro, todo era distinto, pero siempre igual de bello.
Una maravillosa sinfonía de color y fuego deslumbrante, se dieron cita aquella tarde para deleite y embeleso de aquellos privilegiados seres que habían decidido dormir a la intemperie en la fuente de Forata. Ya solo por haber sido testigo de tan grandioso espectáculo de la naturaleza, había merecido la pena, el embarcarme junto a mis compañeros, en esta cita a ciegas con la palpitante Aitana.
Por razones obvias, tal exhibición de belleza, no podía por menos que servir de inigualable marco para realzar beldades de otra naturaleza...
Está claro que dormir en un vivac, no es lo mismo que dormir en tu cama. Eso está bien para los muy aventureros, que se pasan días y días de travesía. Los de ese pelaje están acostumbrados a planchar la oreja en la raya de un lápiz y por descontado, pueden hacerlo a la intemperie sin que nada ni nadie les pueda perturbar su solaz descanso. Así el compañero que tengan al lado ronque más que un viejo Barreiros subiendo el Puerto de la Cadena, aúllen zorras o lobos a lo lejos, o la tierra tiemble por un terremoto, esta gente ni se inmuta porque está hecha de otra pasta. Pero yo, lo que se dice dormir, dormir a pierna suelta y de forma profunda, como el que tenía al lado, que se pasó toda la noche roncando cual motor de un Perkins, como que no, vamos, que no me importó pasar parte de la noche escuchando la Cabalgata de las Valkirias en sonido estereo Dolby Pro-Logic, porque yo había acudido a aquel vivac a beberme las estrellas, y sentirme bañado por el resplandor de la luna llena.
Dormir o no dormir, era irrelevante. Y Viky debió pensar tres cuartos de lo mismo.
En la cena nos lo pasamos muy bien, iluminados por la luna, y solo encendiendo los frontales cuando era estrictamente necesario para no romper el encanto. Los compañeros de travesía fueron muy generosos y lo compartieron todo. Incluso el vino, así que, prueba este, aquel otro, ahora bebe de la bota...ummmmmmmmm.
La tortilla de Alfonso, directamente importada del Mercadona, para chuparse los dedos, y los pimientos con que la combinamos, que habían salido de su excelsa gastronomía riojana, auténtico placer de los dioses. Aún tengo grabado en el gaznate, el sublime sabor de aquellos inspiradores pimientos.
Qué agustito se estaba en el saco, contemplando el cielo estrellado y notando en la punta de la nariz (lo único que adrede, tenía descubierto) los cero grados que marcaba el gepese.
Y cuando le di varias vueltas al cedé de Richard Wagner, pareciéndome que ya comenzaba a hacerse un poco monótono, cambié a una tal Melissa Morgan y al poco me quedé dormido.
Y cuando le di varias vueltas al cedé de Richard Wagner, pareciéndome que ya comenzaba a hacerse un poco monótono, cambié a una tal Melissa Morgan y al poco me quedé dormido.
Las primeras luces de un nuevo día, van diluyendo las sombras de la noche. Percibo a lo lejos, el relajante sonido de la fuente de Forata.
Me levanto de un salto y me alejo del punto de vivac con la intención de cambiarle el agua al canario e ir preparando la cámara con la esperanza de que su humilde sensor sea capaz de capturar algo de la bonita luz del amanecer. A lo lejos oigo que alguien toca diana y todo quisque se incorpora y pone en marcha. La segunda parte de nuestra aventura comienza.
Me levanto de un salto y me alejo del punto de vivac con la intención de cambiarle el agua al canario e ir preparando la cámara con la esperanza de que su humilde sensor sea capaz de capturar algo de la bonita luz del amanecer. A lo lejos oigo que alguien toca diana y todo quisque se incorpora y pone en marcha. La segunda parte de nuestra aventura comienza.
La aurora del nuevo día ya es historia y es hora de reanudar nuestra aventura...
Como antes señalaba, este que afrontaremos ahora se denomina el pasico de la zorra, tramo un tanto peliagudo de sortear debido a su gran angostura. En determinado punto, o haces virguerías y te retuerces como un gusano para traspasar el reducido hueco entre dos paredes, con la mochila a cuestas, o te tienes que desembarazar de esta, durante unos instantes, y que el compa que te precede, te haga el favor de pasarte la mochila al otro lado y luego lo haces tú, porque de lo contrario, si te quedas encasquillado..."ni palante ni patrás", y te puedes ver en un trance un tanto cómic😂 si para más inri, la barriga cervecera te estorba.
Muchas gracias Alfonso, por esas fotos y ese relato... ¡una crónica de una bonita experiencia! síiiiii
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